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Tag Archives: UMAG

¿Cómo disfrutar del invierno al fin del mundo?

Las actividades invernales son siempre algo de cuidado, sobre todo cuando nos acercamos al polo. En Magallanes, a diferencia de lo que piensa la persona que se acerca como turista, la primavera tiene mucha nubosidad, y el verano ofrece condiciones muy cambiantes. En Otoño e Invierno, en cambio, está mucho más despejado, y es un momento ideal para visitar las montañas y conocerlas de una manera diferente.

Conocer la estación
Para entender el invierno hay que conocerlo, y si bien, viviendo en Magallanes esto puede sonar intimidante, la única desventaja insalvable que se tiene es que los días son inevitablemente más cortos. Por eso, la planificación se vuelve algo fundamental: hay que saber bien en qué estado están los accesos a los lugares de actividad  y tener informes de meteorología  que estén muy bien acotados. Recomiendo contar con un equipo de comunicaciones y tener al menos un contacto, fuera de la expedición, que te apoye con un  reporte en las condiciones atmosféricas; nosotros en invierno nos mantenemos en contacto por radio con Carabineros. Los días cortos significan que las actividades son prolongadas en términos de días; y que a veces también se pueda considerar la noche como un espacio para avanzar, sobre todo si hay buen tiempo y luz de luna; ¡Aquí a las 4 y media de la tarde está oscuro! Si tenías planificado llegar con luz de día y se va la luz solar, empiezas a jugar con los tiempos, ya que al escapar de lo presupuestado muchas veces se sale de los protocolos de seguridad.

La Importancia del Refugio
Aquí es fundamental que los integrantes de la expedición tengan experiencia. Con nieve profunda, hay que hacerse amigo de la nieve, pues ella es la que te permite vivir en este ámbito. Hay que saber armar un refugio, y a veces habilitarlo para poder quedarse una semana, porque te puede pillar una mala condición atmosférica, obligándote a dejar las carpas y buscar la protección de una cueva de nieve que ya esté en condiciones de habitarse.
En cualquier caso, cualquier campamento de invierno requiere de palas adecuadas, así como elementos que te permitan hacer murallas para protegerte del viento y poder mantener las carpas protegidas. ¡Manteniendo siempre en paralelo un refugio en la nieve!

Navegación por un mundo en blanco
Confiar ciegamente en un GPS puede acarrear problemas, en cambio los métodos tradicionales y el propio compás interno es algo que se puede enternar… ¡y nunca se va a quedar sin batería! A veces, por ejemplo al entrar y salir de un glaciar, se puede ir dejando balizas. Algo que usamos aquí, que es más ligero que el tubo de PVC, son las varillas con que se sostienen las plantas; a eso le atas encima una cinta de color arriba, a modo de bandera, de manera que si fallan los instrumentos siempre quedemos con alguna referencia. Obviamente al terminar la actividad estas balizas se van recogiendo.
Me tocó una vez en la península Antártica, al terminar un balizamiento para chequear la dinámica del glaciar Infantería, que se acercó una bruma del mar, que venía con precipitaciones. Íbamos con otro investigador de la UMAG  y con un militar; este último no nos había acompañado todo el trayecto, sino que hasta una torre donde finalmente decidimos refugiarnos. Para salir de ahí, el militar usó su GPS y partió para otro lado… ¡yo me quedé ahí! Preferimos chequear con las balizas de coligüe, porque yo sabía que él iba con el rumbo equivocado. En la bruma y nevando alcanzamos a ver la imagen de la base y todos cambiamos nuestra ruta. Siempre hay que tomar varias referencias, si no, íbamos directo un par de grietas.

Mantenerse secos
Este es un tema muy sensible, ya que los tiempos en campamento, durante la estación más fría, son muy largos. En la carpa hay que hacer algo, por ejemplo, ¡comer mucho! Es por eso que hay que generar espacios, habilitarla bien apisonando el ábside, para estar sentados con las piernas afuera. Y estar muy preocupados del ingreso y la salida, para que no entre nieve. ¡Y entrar lo más secos posibles! Los sacos, a menos que uno esté acostado, siempre hay que tenerlos en bolsas secas. Dejarlos extendido y caer en esa tentación puede hacer que estos se humedezcan cuando estés cocinado. Muchas veces la humedad te cubre, y al estar mucho tiempo en esta condición, empiezas a tener otras sensaciones de la humedad: lo menos mojado está seco. Así que hay que ser muy disciplinado, y por ejemplo tener una esponja para cuidar nuestro equipo de cada gotita.
Hay que entrenar esta sensibilidad, entender las condiciones en que estamos y hacer un secado específico en calcetas, guantes y ropa interior. En un campamento invernal siempre debe haber ropa seca y eso se logra manteniéndola así y no usándola para salir calentitos del saco a la actividad. ¡Da mucho frío ponerse la ropa que hemos dejado húmeda! Pero hay que sacarse lo que usaste para dormir, guardarla y ponerse esa “ropa ducha”, que te despierta al tiro y te obliga a prender la cocinilla, tomar algo caliente y apurar la salida.

Jornadas de Marcha
Como a veces uno sale muy temprano y sin luz natural, hay que tomar las precauciones para cuando aparezca el sol, y calcular bien también dónde va a estar uno al mediodía, o al momento en que atardezca. Todos estos momentos producen dinámicas en la nieve y el hielo, donde puede haber avalanchas o deslizamientos.
Al moverse por terreno helado hay que evitar la pérdida de calor por contacto con hielo o nieve; podemos hacer uso de nuestra mochila como asiento o improvisar sillones con algunas estacas, usar nuestra creatividad para generar espacios que nos den comodidad sin enfriarnos. Al caminar uno va generando calor, y ese calor hay que evitar que escape por las “chimeneas” naturales que tenemos: manos, cabezas y pies. Con esas chimeneas cortadas, no hay escapes, pero tampoco al punto de humedecerse por dentro; yo recomiendo por ejemplo ir jugando con una balaklava, que puede ir controlando la apertura y ventilación de la cabeza.

Pasarlo Bien
Generalmente estas expediciones invernales son largas, hay poca luz, y pasas mucho en las carpas. El ambiente en cada carpa, si se motiva, debe tener un sello especial: puede haber una carpa que es buena para la cocina; o una donde hayan buenos juegos: un alumno hizo una vez cartas para jugar truco con una libreta, con 44 hojitas, a mano. También se puede hacer juegos alrededor del campamento, o si las condiciones lo permiten construir comedores fuera de la carpa, o quizás elaborar dentro del refugio de nieve repisas, mesas y asientos. Si la expedición dura muchos días es bueno ir cambiando los grupos carpa; hay grupos de marcha y  viaje y, por otro lado,  grupos de carpa, que se van volviendo un espacio social para contar lo que sucede con las otras personas y generar un vínculo social. Encerrarse genera copuchas cahuines y hasta amotinamiento, ¡hay que evitar esto! En la naturaleza, una persona sin experiencia se encuentra consigo misma y empiezan a aflorar cosas distintas a lo que uno le conoce.
Algo que funciona bien para sacar al grupo del aislamiento es la cobertura radial, que ayuda a mantener la moral y motivación en alto.  Por ejemplo, en nuestras primeras actividades en zona de la Cordillera de Darwin, sabíamos bien sobre la existencia de faros de la Armada, que están habitados. SI veíamos barcos, les dábamos nuestras coordenadas a través del personal del faro Yamana, Cordillera de Darwin. Para la gente que está aprendiendo y quiere sentirse segura y sin temor, era muy especial  escuchar el saludo de estas grandes naves, con sus bocinas, saludándonos a la distancia.


 

Alfredo Soto es profesor de Educación Física de la Universidad de Magallanes, Director Alterno de Gaia Antartica y un apasionado organizador de actividades deportivas de investigación  y apoyo científico en su región y el territorio Antártico Desde hace más de 15 años está haciendo actividades invernales al aire libre con sus alumnos de la UMAG, para conocer la montaña en la estación que antes de su experiencia pionera, muchos esquivaban.

En Cordillera Baguales: Castillos Australes

En todas las oportunidades que me permiten viajar hacia el norte de la comarca de Última Esperanza, pasando el tradicional cruce que nos dirige hacia el Parque Nacional Torres del Paine, y mucho más allá de las instalaciones de la antigua estancia Cerro Guido, siempre y de manera magnética se hace notar un cordón montañoso de aspecto agudo y color negro pizarra, que se sobrepone a las extensas pampas que la circundan, se trata de la conocida Sierra Baguales.

Texto y Fotos: Alfredo Soto

Muy importante para los indios tehuelches o aonikenk, la Sierra Baguales era un espacio que estos mismos indígenas aprovechaban, usando  las curiosas elevaciones que en su formación se transformaban en un potrero natural para caballos. Solitarios, vagaban por las pampas, escapados de sus domesticas fortificaciones españolas en los tiempos de la conquista del pueblo americano.
En otras oportunidades escalando cerros menores de esta provincia, siempre había un fondo en que la Sierra Baguales se me presentaba. Eso fue hasta que en conjunto con amigos y alumnos de la Universidad de Magallanes hice una convocatoria para poder contratar un vehículo y compartir el entusiasmo, para así poder viajar a estos sectores y explorar el área en época invernal. Esto lo hacía asumiendo que la bajada del río Baguales, tuviera una corriente disminuida por las bajas temperaturas.
El llamado tuvo el resultado siguiente: tres alumnos del Magister Antártico de la UMAG aparecieron, Eñaut Izaguirre, Diego Espinoza y Sebastian Ruiz, junto a el ex – alumno y ahora colega Javier Vivar, y por último Renato Méndez, un viejo amigo que ofrecía su vehículo  y con quien ya teníamos experiencias juntos en montañas de la Región.
Conseguimos salir al término de un día de trabajo, para dirigirnos hacia Puerto Natales y usar la ciudad como dormitorio y luego continuar de madrugada hacia los contrafuertes de la Sierra y explorar las posibilidades de hacer algún cerro. En el trayecto y como se presentaban las condiciones, nos fuimos entusiasmando y cambiamos los planes. Estando en las cercanías de la Estancia Cerro Guido, a oscuras, con terrenos nevados, y solo guiados por mi instinto decidí que nos quedaríamos cercanos a la ruta y esperaríamos por la luz del alba para ver hacia dónde dirigirnos. El vehículo amplio y confortable nos permitió acomodarnos y dormir en su interior; Javier que decidió armar su carpa inmediatamente fuera del vehículo.

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Eñaut Izagirre, entre coirones y viento blanco

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Descenso con sensación térmica muy baja y viento blanco.

Hielo y Magia
A la mañana siguiente despertamos por  el rigor del frío matinal; era una mañana de viento y con cóndores planeando muy temprano. Decidimos movernos hacia el río Baguales; al llegar a su orilla, nos percatamos que efectivamente su torrente estaba disminuido, pero con gruesas capas de hielo que no nos permitían dilucidar el fondo del mismo, como para lanzarnos en medio y cruzar con el vehículo. Luego de una minuciosa evaluación de las condiciones, todo quedó bajo la responsabilidad y criterio de Renato que era el dueño de la van. Nos encaramamos en el vehículo y cruzamos casi a ciegas, sin saber del fondo del río Baguales y así continuamos victoriosos por un camino poco transitado. Los guanacos corren por las pampas señalando la poca frecuencia de vehículos y personas como nosotros, que rompimos la monotonía del viento y de las luces mágicas del invierno avasallador.
Luego de unos 8 kilómetros al interior, vamos evaluando la entrada ideal hacia las montañas que quedaban directamente al Norte de nuestra trayectoria. Hasta que llegamos a una tranquera. Allí nos quedamos, a orillas del camino y armamos el campamento para posteriormente continuar hacia las elevaciones nevadas de pastizales de coirón; el día estaba muy frío y con nevadas intermitentes.
A medida que nos elevábamos, la temperatura se hacía sentir muy baja. Nos dirigimos hacia una cumbre innominada; caminamos entre pequeñas quebradas llenas de “voladeros” de nieve, aproximándonos hasta la base de una de las montañas elegidas del mismo cordón Baguales. Antes de entrar en la pendiente, de pronto, el viento arrecia, no se detiene, aumenta su furia y levanta mucha nieve, lo que nos hace devolvernos y refugiarnos detrás de una gran roca. Allí decidimos comer algo e hidratarnos, pero el viento arremolinado nos hace titubear y nos azota igual detrás de la gran roca. De pronto se tranquiliza y enfrentamos la pendiente.

Vendavales
El sol está bajo, pero estamos con mucho ánimo. Tanto Diego como Sebastián se adelantan y van abriendo la ruta entre firmes y no tan firmes rocas de basalto negro. Hacia el Valle y con grandes nubes comienza a abrirse el cielo…y nos percatamos del enorme escenario que nos esperaba. Estas mismas nubes se localizan en la cumbre de nuestra montaña lo que nos hace dudar cuánto nos faltaría; mis cálculos eran de unas dos horas más, pero se nos venía la noche y el frío y más viento. Llegamos a un peñón que sobresalía de la montaña y de allí un filo que se desviaba hacia el Este, dando un gran rodeo a la montaña…  lo que significaba demorar más de dos horas. Evaluada la situación, decidimos devolvernos y sentirnos alegres con lo explorado y la aventura, que ha estado envuelta en grandes vendavales de viento y nieve.
El retorno fue tranquilo, con algunas imágenes de la puesta de Sol que reflejaban las paredes de la montaña, dándole un tinte dorado a todo el sector. Ya de noche vamos descendiendo y vimos luces de una estancia que se encontraba muy cerca de nuestro campamento, sin habernos percatado en la subida. Ahora con sus luces podíamos darnos cuenta que estaba muy cerca.
Ya ubicados en nuestro campamento, algunos decidieron dormir en sus carpas. Yo me quedaría en la van, cambiándome de ropa y buscando más comodidad y confort. De pronto recibimos una visita: alguien que provenía de la estancia, un joven ovejero, nos invitaba a su morada a cenar. ¡No podíamos creerlo! Ya casi dispuestos a pasar una noche gélida en pleno invierno en un lugar remoto de la Patagonia, como viniendo de una galaxia extraña, se apareció este típico personaje, que nos invitaba a compartir su rancho.

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Cota alcanzada, 1.300 msnm, en un escenario ventoso y panorama inhóspito

Acogidos
Nos  apresuramos en cambiarnos de ropa, y nos dirigimos hacia esta pequeña casa que poseía las comodidades mínimas. Al entrar nos recibe muy amablemente Roberto y su señora, quienes habiéndonos vistos antes, en el momento que subíamos, se dedicaron a prepararnos una cena. Nos sentimos muy  bien acogidos, sentados alrededor de la mesa; Roberto y su mujer nos enfrentan a una enorme olla con un estofado de carne,  jugosa, mezclada con papas, cebolla y pan casero recién salido del horno. Parecía extraño recordar que hacia pocas horas estábamos parapetados detrás de una gran roca, vapuleados por el viento que nos golpeaba el rostro con la nieve recién caída y ahora, en cambio nos mirábamos sin la protección del vestuario, conociendo la solitaria vida de estos jóvenes estancieros, y deleitándonos de su contundente cena.  La noche avanzo y entre carcajadas y buenos vítores de la vida nos despedimos y nos refugiamos en nuestro campamento no sin antes recibir la invitación cordial a tomar desayuno al día siguiente.
Y así luego de lo comprometido, bien desayunados y sin dar más de bien atendidos, armamos nuestro retorno y nuestro buen Roberto nos pide un favor: si teníamos un espacio para llevarlos a Puerto Natales. Eso fue una gran oportunidad de sentirnos más agradecidos de su hospitalidad: Roberto se nos convirtió en un excelente guía.
Fue una aventura dura, por el frío y las nevadas, agotadora en la lucha del ascenso por el viento, pero gratificante, cálida y generosa por su gente, que vive en la inmensidad de las pampas, aislados a veces sin posibilidad de socializar. Salvo en veces contadas, como ocurrió esta vez fortuita para Roberto y su esposa con nosotros, un grupo de amantes de la naturaleza que se hizo más amigo y  a la vez conocedor de su propia tierra y gente maravillosa.

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