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Isla Guafo, Chiloé. Aventura en una isla prístina

Diego Pérez se embarca junto a un grupo de investigadores de la Universidad Andrés Bello a estudiar las loberas del lobo fino austral, saliendo a un destino poco explorado por el hombre. Por tres meses experimentó la vida en este paraíso natural, donde el aislamiento, el imponente clima, los lobos marinos, la comida sencilla y la amistad fueron la tónica.

Texto y Fotos: Diego J. Pérez

Al sur de la isla grande de Chiloé se encuentra un pedazo de tierra olvidado, sin presencia del hombre y dominada por una enorme biodiversidad. Alejada de la civilización e incomunicada del resto del mundo, isla Guafo se yergue imponente en las aguas del Pacífico.

Abatida constantemente por el implacable clima del sur de Chile, Guafo es una isla perdida en los fragmentados archipiélagos del fin del mundo. Pocos han contemplado su belleza, pocos afortunados han conocido estas zonas profundas y desconocidas de Chile. Guafo: “colmillo” dicen que debe significar; la pequeña Galápagos, le llaman. Isla prístina e indomable, hogar de fareros y lobos de mar. La hermosa isla que tuve la oportunidad de conocer dos veces y quién sabe cuántas más tendré.

DSC_1863 Comición Fareros 2014 (Foto de Geno de Rango)

El lobo fino austral, el objetivo del estudio

Me ofrecí como voluntario para trabajar junto a los investigadores de la Universidad Austral de Chile en las loberas del lobo fino austral. Como estudiante de Biología Marina de la Universidad Andrés Bello estaba completamente emocionado. Se trataba de un aislamiento total, serían tres meses en la isla; 13 semanas de investigación, 90 días de aventura. Sin señal telefónica y a ocho horas en lancha de Quellón. El faro sería el único contacto con la civilización en Punta Weather que albergaba a cinco marinos, con quienes conviviríamos de vez en cuando.
El objetivo de nuestra investigación en terreno era estudiar la lobera reproductiva más nueva del lobo fino austral en Chile, ubicada en isla Guafo, una de las pocas zonas sin impacto humano.
Al ser un área sin interferencia del hombre se trasforma en una zona perfecta para realizar estudios y compararlos con otras loberas del país o del mundo. Allí estudiaríamos el comportamiento de estos animales en su medio natural. Observaríamos su vida, enfermedades y parásitos que los afectan; de qué mueren y el estado de la población.

Junto a un equipo de veterinarios de la Universidad Austral y The Marine Mammal Center de California, tomamos muestras de sangre de individuos adultos y popes (crías), observando su desarrollo en el tiempo y definiendo si padecían de alguna enfermedad.
Fue en estas tareas en que nació la idea para mi tesis profesional: analizar el impacto de la basura humana que llega a la isla e que interactúa con los lobos marinos en su lobera.

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Aventura Mareadora

Partí completamente solo de Santiago a Valdivia, sin embargo al llegar conocí a un peculiar grupo de personas: mis compañeros de viaje. Gringos y chilenos, preparados para vivir aislados en un pequeño campamento en medio de una isla perdida. Mi inglés, aunque básico, fue de gran utilidad, y entre “tallas” y risas emprendimos el viaje.
Preparamos el equipaje y compramos nuestros víveres en la ciudad de Quellón. Estábamos listos para embarcarnos. Nos dirigiríamos voluntariamente a una prisión de extensa vegetación, de clima cambiante, de alta biodiversidad y de una belleza incalculable.
Nuestra lancha no fue la más lujosa. Los amables lancheros de la zona, nos incluyeron en una embarcación de pescadores de luga, un alga fétida como la muerte, dejando todo nuestro equipaje con un insoportable olor. Partía la aventura, acomodándonos donde cupiéramos.
Fueron ocho horas de mareos interminables. Si bien nuestros anfitriones nos alegraron con sus chistes y durante todo el viaje nos acompañaron delfines, pingüinos y lobos marinos, el horizonte inestable y el ingrato hedor de la luga hicieron que fuera horrible. No mentiré: ¡odié cada segundo de ese viaje!
Ya con los pies en tierra miré a mi alrededor: dos gigantescos cerros a cada lado. Sobre el más alto estaba el faro. Rodeando al otro cerro había más de mil lobos marinos aullando, durmiendo, nadando y jugando a un costado de nuestro campamento.
Nuestro campamento era muy humilde, una vieja bodega que la Armada nos prestó para colocar nuestras carpas. La llamaban “Aduana”, tenía 6 x 4 metros, estaba construida de planchas de latón y vigas de madera. Tenía el suelo frío y duro. Pero no necesitábamos más, íbamos de aventura y ésta recién comenzaba. Una carpa al lado de la otra y una mesa como comedor, cocina y sala de juegos. Velas de luz y el mismo sol como despertador.

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Noches de vendavales y aullidos

El clima en isla Guafo es duro e impredecible. Más de una vez nos tocó trabajar con esos temporales que duran casi una semana. Como no podíamos perder el tiempo, menos quedarnos en el pequeño campamente mirándonos las caras todo el día, debíamos sumergirnos en la lluvia torrencial. Para combatir el frio solo podíamos abrigarnos mucho, tomar un buen café o mate, tener una grata convivencia o salir a seguir trabajando. No me quejo, ¡lo pasamos increíble!
Lo más complicado del clima era subir al faro para poder comunicarnos con nuestras familias o buscar agua, ya que muchas veces el viento era aterradoramente fuerte, lo que nos ponía en peligro al subir por el sendero. Por esa razón, los marinos siempre nos informaban de las predicciones meteorológicas. Si se aproximaba tormenta, subíamos inmediatamente a quedarnos esa noche en el faro. Cuando disminuía, bajábamos nuevamente a nuestra humilde y fría Aduana. E ir al baño no era tarea simple con temporal. Nuestra letrina fue construida por nuestras propias manos, tan cómodo como nuestro orgullo nos permitía. Duro, hecho de latón y madera, era nuestro más esplendoroso lujo.
No olvido los sustos que nos daban los aullidos de los lobos marinos en las noches, que se fusionaban con el escandaloso vendaval de la zona, aterrorizando nuestros sueños. Sin embargo, se hacía habitual y hasta agradable con el tiempo. Más de una vez nos encontramos con uno camino a nuestro baño improvisado, teniendo que volver corriendo al campamento, en medio de una negrura absoluta.
Cómo olvidar los partidos de futbol que tuvimos en varias ocasiones con los marinos. Días
de ocio en donde ningún grupo tenía labores. Peloteando en el cerro más alto, en una planicie cerca del faro. Era increíble jugar a la pelota en el fin del mundo, olvidándose de la civilización y el resto del mundo. Sólo existía la pelota y los amigos con quienes jugar, rodeados de una inmensa isla en medio del océano.

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La improvisada estadía

Yo no soy un sujeto experto en la cocina, a mí se me suele quemar la sopa, pero en la isla tuve que aprender a hacer pan. El sustento diario y necesario para disfrutar cada día. Aún no puedo cocinar nada, con suerte hervir agua, pero me he vuelto un experto panadero, con panes inflados de amor y paz.
Cuántas veces tuvimos que caminar bajo la incansable lluvia, cuántas veces estuve (especialmente yo) a punto de morir por mi imprudencia. En una ocasión, me encontré frente a frente con un lobo, quien, buscando escapar de mí, corrió en la única salida posible y trató de pasar sobre mí. Por suerte no me sucedió nada.
Un día caminamos 6 horas para llegar a Caleta Rica, un estuario hermoso en la costa más norte de la isla. En el camino mariscamos; lapas prehistóricas, más grandes que mi mano abierta, y de un sabor exquisito. No obstante, la aventura no fue pura gloria. Este fue un año seco, casi no había llovido. Así que nuestro estuario se había reducido, no en belleza, sino en agua dulce. El rio entraba con menos fuerza y los manantiales que se encontraban en las cercanías se encontraban estancados. Nosotros, confiados, no llevamos ninguna gota de agua.

¡Nada que hacer! Debíamos sacar el agua lo más arriba del río posible para que no tuviera tanta sal. Aunque el agua hervida quedaba un poco salada aún, no fue necesario salar la comida. Siempre debíamos ver el vaso medio lleno en isla Guafo.

El anhelado regreso

A pesar de lo bien que lo pasamos en la isla, nada supera el estar con la familia y los seres queridos. Además, yo había dejado a mi polola tres meses abandonada y no me aguantaría más tiempo. Moría por verla. El día que zarpamos de vuelta a Quellón fue el día más glorioso de todos. Un equipo de documentalistas que conocimos nos fueron a buscar en la lancha que arrendaban y nos llevaron a Caleta Arrayán, el “puerto de pescadores de la isla”. Tuvimos también la excelente suerte que otra lancha zarpaba a Quellón, justo en el mismo instante que nosotros habíamos llegado. Alcanzamos a compartir unos minutos en la caleta con los simpáticos pescadores, conocer las distintas lanchas, que atracaban una al lado de la otra, tomar un mate y partir.
Viajamos toda la noche en una lancha hasta el tope con luga. El alga nos tapaba los talones y el fuerte olor nos aumentaba el mareo. Sin embargo, la alegría de volver a nuestras casas y la grata compañía e historiasde los pescadores compensó todo malestar. Sobre todo una anécdota que no puedo olvidar. Uno de los pescadores nos relató cómo una vez una pareja había contactado una lancha luguera para viajar a Guafo. Así mochileando, “a la vida”. Cuando ellos llegaron a Arrayán disfrutaron de un verdadero paraíso, donde los pescadores los regaloneaban a cambio de que ellos hicieran rico pan amasado. Es increíble como conviven esos hombre en ese lugar, con una simple ley de: “Un día por mí otro día por ti”. Todo se comparte y nada se te puede negar. Nos dijeron hasta el último día que si un día queríamos viajar sin plata y al paraíso fuéramos a Guafo… experiencia que les recomiendo a todos.

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La razón del estudio ciéntifico

La expedición en la que participé como ingeniero ambiental de la Universidad Andrés Bello, busca investigar el impacto de las especies introducidas, como son las ratas, en la conservación de aves y mamíferos marinos. El estudio pertenece a la Universidad Austral de Chile y el director es el Dr. Roberto Schlatter.
Como objetivo general, observamos y monitoreamos el comportamiento de la población reproductiva del lobo fino austral de Isla Guafo, tanto en abundancia y crecimiento de individuos, como en etología y enfermedades parasitarias y virales. De la misma forma, determinamos cuáles patologías han sido o pueden ser transmitidas por las ratas introducidas en la Isla Guafo.

Dentro de esta investigación, consideramos censos directos y computacionales para cuantificar la población. Conteos de machos, hembras, juveniles y cachorros; además del monitoreo del comportamiento poblacional.

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