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Tag Archives: Cristian Donoso

Entrevista: Cristián Donoso, explorador

Cristián Donoso podría considerarse como el Shackleton chileno. Fue nombrado hace poco como El explorador destacado de Chile. A sus 41 años lleva más de 40 expediciones en el cuerpo y no pretende detenerse. Ha estado en la Antártica y en el Ártico lo que lo convierte en el único chileno en realizar expediciones largas en ambos polos.

Texto: Teresa Arnaboldi

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¿Cómo acampar en una expedición de kayak?

Los kayaks de travesía son pequeñas embarcaciones que poseen tabiques internos, los que, junto con aportar una reserva de flotabilidad indispensable para una navegación segura, también cumplen la función de dar forma a grandes compartimentos estancos en los extremos del kayak, verdaderas bodegas impermeables donde podemos llevar gran cantidad de carga durante nuestra navegación.

Así, el kayak ofrece grandes mochilas flotantes en los extremos de la embarcación, ahí en esas secciones huecas en donde no va sentado el kayakista. En estos compartimentos se puede llevar comida, ropa, carpa, colchoneta, saco de dormir, equipos de cocina, y algún libro para leer dentro de la carpa durante una tarde de mal tiempo. ¡Para muchos resulta difícil creer todo lo que puede caber dentro de un kayak! Por ejemplo, durante la temporada 2008-09, navegué durante 40 días en kayak Antártica, con total autonomía. Dentro del kayak llevaba todo lo necesario. Incluso equipos de montañismo como botas plásticas, arnés, crampones, cuerda, etc., con los que subimos una montaña virgen en isla Amberes. Durante esa travesía navegamos 900 km.
Gracias a esa inmensa capacidad de carga podemos emprender travesías autónomas de más de un día, cubriendo enormes distancias, de cientos e incluso de miles de kilómetros, ya que podemos contar con todo lo necesario para desembarcar, armar un campamento y descansar al final de cada día de navegación, para continuar con nuestro viaje al día siguiente, sin requerir de apoyo externo, como alimentos o equipos previamente depositados en la ruta, la asistencia de terceros desde tierra, o el apoyo permanente de embarcaciones de mayor tamaño, como yates o lanchas.
Con todo, una de las cuestiones importantes a resolver durante la ejecución de una travesía en kayak de varios días por las costas de Chile, es la elección del donde armaremos nuestro campamento al final de cada jornada. Para eso les ofrezco los siguientes “tips”:

Durante la planificación de la travesía, es importante hacer un estudio detallado de la costa, mediante imágenes satelitales, fotos aéreas, cartas náuticas y cartas topográficas del IGM, derroteros, guías náuticas y testimonios de personas que conozcan el área, identificando todos los sitios donde existe potencial para desembarcar y acampar. Luego de este estudio, haremos apuntes en la o las cartas que utilizaremos durante la travesía, que llevaremos sobre la cubierta del kayak, en un porta mapas verdaderamente estanco, para poder consultar en cualquier momento durante la navegación. A cada sitio detectado durante el estudio, le asignaremos un puntaje según si las posibilidades de ofrecer un buen sitio para desembarcar y acampar sean mayores o menores.

Durante la travesía, nunca sabremos exactamente cuántas millas podremos avanzar cada día, o en qué momento nos veremos obligados a salir del mar por cualquier razón, un malestar físico, un mal tiempo sobreviniente, etc. En vista de ello, la elección del sitio para acampar será una decisión que deberá tomarse día a día. En efecto, no es factible planificar una ruta para una larga travesía en kayak, estableciendo con precisión los sitios donde se acampará cada día. En nuestro estudio previo, un sitio de la costa tendrá potencial para instalar un campamento, cuando ofrezca un acceso fácil y seguro a tierra, espacios abrigados del oleaje, sin rompientes, acantilados o selvas que alcanzan el mar, y cuando muestre indicios de la existencia de un espacio plano para armar la carpa, y de la presencia de agua dulce corriente.

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En los archipiélagos de Patagonia, uno de los mejores destinos mundiales para largas travesías en kayak, los sitios para desembarcar suelen ser escasos, especialmente en el territorio insular ubicado al sur del Golfo de Penas. Por regla general, los sitios para acampar se ubican en las desembocaduras de los ríos que bajan de las montañas, que arrastran sedimentos y piedras, dando forma a pequeñas playas. Estos sitios pueden identificarse mediante el estudio de cartas topográficas, imágenes satelitales y fotos aéreas. En general, para la calificación del potencial de un sitio como estos, debemos observar el tamaño de la cuenca que desagua el río, siendo más probable la existencia de un sitio para acampara si la cuenca es mayor, o y si el río desemboca en una entrada de mar (por ejemplo, una caleta) o en una punta o cabo, siendo en ambos casos más probable encontrar un buen sitio para acampar, que en el caso de que la línea de la costa se muestre plana en el mapa.

Este estudio previo a la expedición no será definitivo. Será solo una herramienta más, entre otras que utilizaremos para definir si un sitio en la costa reúne o no las condiciones necesarias para acampar. En efecto, la decisión definitiva la tomaremos una vez que accedamos a aquellos sitios con potencial, y luego de realizar algunas observaciones in situ.
Lo primero que haremos cuando accedamos a un sitio con potencial, es determinar si existen sitios planos para armar la carpa, o “aplanables”, ya sea en la playa, o fuera de ella, dentro del bosque, en la turba o sobre una roca desnuda.
Si encontramos un sitio plano dentro del bosque, debemos asegurarnos que no exista riesgo de caída de árboles o ganchos sobre la carpa. Cada año mueren muchas personas en el mundo por esta causa. La observación debe ser cuidadosa. Un gancho podrido o seco sobre la carpa, con un tamaño suficiente para hacer daño sobre nuestro campamento en el caso de un desprendimiento y caída, o un árbol en la misma condición, cuyo tronco pudiese alcanzar nuestro campamento en caso de caída, debiera disuadirnos de armar nuestra carpa en ese sitio. En los bosques australes, la caída de árboles y ganchos de gran tamaño es mucho más frecuente de lo que la mayoría cree. También debemos asegurarnos de no armar campamento cerca de pendientes fuertes, especialmente de tierra y rocas, o de rocas con apariencia inestable. La existencia de selvas sobre fuertes pendientes de roca también son una amenaza, ya que suelen venirse abajo en forma de avalanchas de troncos, musgos, lodo y vegetación.

Si acampamos en una playa, nuestra principal preocupación será hacerlo en un sitio que no resulte inundado al subir la marea. La marea es el cambio periódico del nivel del mar producido principalmente por la fuerza de atracción gravitatoria que ejercen el Sol y la Luna sobre la Tierra.
¿Cómo sabremos hasta dónde llegará la marea alta en ese lugar, durante nuestra estadía? Cuando desembarquemos en una playa, habitualmente podremos observar una o más líneas de pequeñas hojas, ramas, algas y otros despojos del bosque y del mar, que corren en forma paralela al borde del mar (ver foto adjunta a este artículo). Observando esas líneas o marcas, sabremos de inmediato qué altura alcanzó la última marea alta. Habiendo varias líneas, aquella más próxima al mar es la que nos indicará hasta donde llegó el nivel del mar durante la última marea alta. Con este dato, podremos estimar hasta dónde llegará la próxima marea alta, valiéndonos de una tabla de mareas.

 

Si no disponemos de una, o la zona en que nos encontramos está muy distante de un sitio del que se publiquen las tablas de marea, apoyaremos nuestra estimación con la observación de la luna. Si la luna está entre las fases llena y cuarto menguante, o entre las fases nueva y cuarto creciente, entonces la próxima marea alta, que tendrá lugar durante la noche, atardecer o amanecer, será levemente más alta si ocurrirá de noche, y empujará un poco más arriba el rastro de las hojas y ramitas donde observamos el nivel alcanzado por la última marea, o alcanzará un nivel más bajo que el alcanzado en la línea de rastros que observamos, si ella tendrá lugar de día. En cambio, si nos encontramos entre las fases lunares de cuarto menguante y luna nueva, o entre las fases de cuarto creciente y luna llena, sabremos que el nivel que alcanzará el mar en la próxima marea alta, será mayor. Sabremos si la luna está menguando o creciendo, con su simple observación. Si al observarla en el cenit tiene forma de “C”, quiere decir que está “Creciendo”. Si, por el contrario, tiene forma de “D”, quiere decir que está “Decreciendo” (en el hemisferio norte es al revés, ya que su forma de “C” en el cenit, significa que está menguando).

Ahora, si no hemos observado las fases de la luna, tenemos otros indicios para establecer que altura alcanzará la próxima marea alta. Como hemos señalado antes, las mareas nocturnas siempre son más altas que las diurnas, cuando la luna está creciendo o menguando. Si vemos varios rastros de mareas en la playa, como líneas paralelas, sabremos que la luna está creciendo o menguando. Si no vemos más que un rastro, sabremos que la luna está llena o nueva. En tal caso, es posible que la marea alta nocturna alcance el mismo nivel de la última marea alta.
Con todas esas observaciones, podremos establecer si contamos o no con un espacio dentro de la playa para acampar, a resguardo de las mareas.

Estas herramientas de análisis en base a las observaciones anotadas son muy útiles en Patagonia, especialmente al sur del Golfo de Penas, ya que las selvas avanzan sobre los bordes de las costas, justo hasta el punto donde llegan las mareas más altas de ciclo lunar (luna llena y luna nueva), también llamadas mareas de sicigia, que ocurren cuando se alinean la tierra, la luna y el sol. Estas mareas alcanzan sus máximas alturas anuales durante los equinoccios (20 o 21 de marzo, y 22 o 23 de septiembre).

Es por esta razón, que las fases de luna nueva y luna llena, las dificultades para encontrar un sitio para establecer campamento en la costa de Patagonia, es mucho mayor a las que existen durante las fases de cuarto creciente y cuarto menguante, cuando las mareas altas alcanzan su menor altura, dentro del período del ciclo lunar.
En el tiempo en que la luna completa una órbita elipsoide sobre la Tierra, la Tierra da 27,32 vueltas sobre su eje. Como la luna se desplaza en su órbita, en el mismo sentido que lo hace la tierra en su rotación: de oeste a este, observamos que la luna sale en el horizonte cada día entre 52 y 53 minutos más tarde. Por esa misma razón, el tiempo que transcurre entre una marea alta y la que le sigue, es de aproximadamente seis horas y 26 minutos. Si observamos que la marea alta ocurrió a cierta hora durante una noche, sabremos que en la noche siguiente la marea alta tendrá lugar 53 minutos más tarde, aproximadamente. Se trata de una estimación aproximada, que pude variar varios minutos según el lugar en donde nos encontremos.

La utilidad de esa información está que, como la mayoría de las playas en las desembocaduras de los ríos nos ofrecerán poco margen para acampar entre la selva y el mar, no pocas veces deberemos estar atento a la evolución de la marea. Habiendo registrado a qué hora ocurrió la marea alta la noche anterior, sabremos a qué hora podemos estar seguros que la marea no seguirá subiendo, y estaremos a salvo de una inundación.

En el caso de Antártica chilena, en especial en la costa oeste de la Tierra de O´Higgins, los sitios para desembarcar son muy escasos, siendo la costa regularmente acantilada, enfrentando el mar en forma de pared de hielo o de roca. Un antecedente útil para la planificación de una expedición en esa costa, son los estudios del BAS (UK) sobre la localización de colonias de lobos, pingüinos y otros animales. Donde puede desembarcar un lobo, foca o pingüino, también puede hacerlo un kayakista. En estos casos, cuando se desembarca cerca de una colonia de pingüinos, hay que ser respetuoso con ellos, evitando especialmente interferir en sus rutas de acceso al mar. Existen directrices para los visitantes de Antártica, especialmente para los turistas de cruceros, que pueden y deben aplicarse en una expedición en kayak. Respecto a las mareas, a causa de la inclinación del eje de la tierra, existen zonas de la Antártica donde prácticamente existe solo una marea alta y una baja al día. Las amplitudes son, en general, bajas. La nieve, presente en la mayoría de los sities de desembarco, es fácil de aplanar para levantar campamentos, y sirve para construir muros en caso de temporales.
Hacia el norte del Golfo de Penas, y en especial de Chiloé y Puerto Montt, donde los sitios planos son más abundantes -salvo importantes excepciones-, la planificación de los campamentos se centra en evitar el desembarco en playas o zonas con rompientes, tener acceso a agua potable, y evitar sitios donde esté prohibido acampar, o de acceso prohibido.


CRISTIAN DONOSO
Navegante y explorador, ganador del Premio Rolex. Profesor de Navegación en la carrera de Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo de la Universidad San Sebastián. Es el ser humano que más millas ha navegado en kayak en Antártica, a nivel mundial, y el único chileno que ha realizado expediciones de largo aliento en ambas regiones polares de la tierra: el Ártico y Antártica. En Antártica, lideró la primera expedición en cruzar a pie las mesetas Foster y Herbert, en la Tierra de O´Higgins. Como skipper de la goleta Ladrillero, navegó de Hoorn (Holanda) al Cabo de Hornos, lugar que ya había alcanzado en kayak algunos años antes, sin embarcación de apoyo. Ha realizado más de 50 expediciones en Patagonia, varias de ellas en kayak de travesía. Casado con Fabiola Torres y padre de Marina.

A vela de Hoorn al Cabo de Hornos: América

En esta última entrega, la aventura nos lleva al extremo sur de América. Calmas, cambios de marea y olas que tapan las montañas en el cierre de esta historia de tres continentes.

Texto y Fotos: Cristián Donoso

11 de mayo de 2013. Después de 17 días sin ver otra cosa que el océano infinito, finalmente la silueta rocosa del “Morro do Pico” se asomó en el horizonte como un colosal faro de granito, anunciándonos la proximidad del archipiélago Fernando de Noronha…  ¡Sudamérica!
Unas horas más tarde desembarcábamos con el zodiac en una costa de belleza sublime, rebosante de selvas, praderas y flores acariciadas por un aroma a tierra húmeda y orgánica.
Caminamos un poco y en seguida nos sentimos cansados. Nuestras piernas se sentían débiles después de 17 días de navegación.
Llegando a la Vila dos Remedios después de media hora de caminata, escalamos en el placer sirviéndonos un buen corte de res asada con ensalada fresca.

20 de enero de 2014. Al anochecer, cayó la noche más oscura dentro de todas las que tuvimos a lo largo de los 14.000 kilómetros navegados desde Hoorn. El peso de la noche se volvió aplastante a media noche, cuando el viento bajó a cero nudos. La goleta flotaba a la deriva, meciéndose suavemente con aspecto fantasmal. El mar y el cielo parecían fundirse en la espesa oscuridad. La sensación era próxima a la de estar en ninguna parte. Mientras contemplábamos, o más bien sentíamos en silencio esa quietud espectral, la calma y la oscuridad se quebraron de golpe con una sucesión de rayos y truenos que cayeron en torno nuestro. Unos minutos después, nos tomaba por sorpresa un viento huracanado, que nos escoró violentamente.
A la jornada siguiente, navegamos contra el tiempo, con vela y motor, hasta el puerto de La Paloma, donde atracamos a medianoche, pocas horas antes de que entrara el anunciado frente de mal tiempo, que finalmente duraría 18 horas, y que fue de tal violencia, que dejó varios poblados sin electricidad en la costa de Uruguay, y una gran cantidad de daños por los árboles caídos.

Marcus Fichtner parado sobre un témpano a la deriva. Al fondo, el glaciar Finanlandia occidental, en el fondo del fiordo Brookes, Cordillera Darwin.

Marcus Fichtner parado sobre un témpano a la deriva. Al fondo, el glaciar Finanlandia occidental, en el fondo del fiordo Brookes, Cordillera Darwin.

Cambios de Marea
28 de abril de 2014. Malas condiciones climáticas nos obligaron a fondear primero en el Puerto de San Julián, donde entramos de noche, con baja mar (justamente al revés de lo que se recomienda), quedando a la gira a cuatro cables al sur del club náutico. Luego continuamos hasta Santa Cruz, entrando en la Ría con bajamar, durante la madrugada, para fondear cerca de Punta Quilla. ¡La variación de marea durante la noche fue de 11 metros! Hacia el centro de la Ría, en el lugar donde anclamos,  existen corrientes de hasta 8 nudos. Nuestro fondeo aguantó sin dificultad la corriente.

6 de junio de 2014. El velero estuvo cerca de un mes anclado en el Río Santa Cruz, sin tripulación a bordo, a la gira frente al edificio de Prefectura Naval Argentina, resistiendo temporales con vientos por sobre los 40 nudos, y mareas de 13 metros que empujaban el agua con una velocidad de hasta seis nudos.

Cuando sube la marea en ese lugar, el agua marina remonta el río Santa Cruz y enfrenta su caudal, que desagua una inmensa cuenca, la que incluye los lagos Argentino y Viedma, la Laguna del Desierto, y varios ríos tributarios. Ambas masas encontradas, comienzan a subir rápidamente el nivel de las aguas del  río Santa Cruz, hasta superar los 10 metros. Con el cambio de marea, toda esa acumulación de agua se vacía hacia el Atlántico por gravedad, generando una poderosa corriente, que como decía, alcanza hasta seis nudos en Puerto Santa Cruz, y sobre los diez nudos algunas millas río arriba.

Cuando a esa enorme potencia de arrastre le sumamos un temporal con viento del noroeste, la fuerza aplicada sobre la goleta y su ancla se incrementa notablemente. Sin embargo, bastaron cien metros de cadena y dos fondeos, uno danfort y otro bruce de 50 kilos, más un fondo de lodo y pedregullo, para que la goleta permaneciera firme en su sitio. Luego de un mes de estar a la gira, los GPS de la nave nos indicaron que las anclas no habías cedido o «garreado» ni un solo metro.

El Capitán Donoso, parado sobre la proa de su goleta “Ladrillero”, luego de dar la vuelta al Cabo de Hornos. Como “caphornier”, la tradición lo habilita para usar una argolla de oro en la oreja, y para presentarse ante el Rey sin sacarse el sombrero

El Capitán Donoso, parado sobre la proa de su goleta “Ladrillero”, luego de dar la vuelta al
Cabo de Hornos. Como “caphornier”, la tradición lo habilita para usar una argolla de oro en
la oreja, y para presentarse ante el Rey sin sacarse el sombrero

Apoteosis
1 de junio de 2014. Hoy levamos ancla y navegamos de Porvenir hasta Punta Arenas, llegando antes del mediodía. Recalamos frente a la ciudad, anclando cerca del Muelle Prat. El viento bajó a cero nudos, y el horizonte por el sur se abrió, dejando ver el Monte Sarmiento y otras cumbres principales de Cordillera Darwin. Un recibimiento glorioso sin duda, de esta tierra anhelada, que nunca olvidaré. El Monte Sarmiento fue la primera visión de los Andes, y en muchos casos de una montaña con glaciares, que tuvieron por siglos los navegantes procedentes de Europa.
16 de marzo de 2015. En un instante de la tarde del 24 de febrero, sentí una electricidad recorriendo mi cuerpo y erizando los pelos de mi piel. En ese instante, cuando navegaba en la goleta «Ladrillero» con viento Suroeste de 40 nudos, y con olas que se elevaban por sobre los 6 metros, finalmente asomaba el ansiado Cabo de Hornos en el horizonte, más allá de la jarcia y la proa. Pasando cerca de los islotes Bascuñán, las olas montañosas a veces me ocultaban la vista del cabo, en toda su altura. Seguramente, en ese punto, algunas olas ya alcanzaban los 10 metros. A ratos, el velero se inclinaba violentamente, y sus mástiles parecían casi tocar la superficie espumosa de la enorme marejada. Un poco de vela de proa era suficiente para avanzar a siete nudos (7 millas náuticas por hora).
Un final apoteósico, sin duda. Con poco viento y poca ola no habría sido lo mismo. La belleza y dramatismo del lugar superaban lo imaginado.

Claudio Scaletta maniobrando el dinghy en puerto King. Este puerto, cuyo nombre recuerda al explorador inglés Philip Parker King, está ubicado sobre la costa sur del canal Cockburn, en la extremidad occidental de Tierra del Fuego.

Claudio Scaletta maniobrando el dinghy en puerto King. Este puerto, cuyo nombre recuerda
al explorador inglés Philip Parker King, está ubicado sobre la costa sur del canal Cockburn,
en la extremidad occidental de Tierra del Fuego.

 


 

Una historia extraordinaria
Así se cierra esta aventura, y mirando hacia atrás, me dejo llevar por un mar reflexiones exquisitas, mientras descanso recostado en el camarote de proa de Ladrillero, ahora que está amarrado en el muelle del Club de Yates Micalvi en Puerto Williams, donde viví por dos años, y donde nació este proyecto. El mundo ahora me parece infinitamente más pequeño de lo que me parecía antes de iniciar esta travesía. Fuimos transitando lentamente, a la velocidad del viento, de un continente a otro. De las tierras vikingas a las de nuestros ancestros fueguinos, los yaganes y selknam, pasando por el mundo árabe y el África negra. Sentimos el extenuante calor ecuatorial y también limpio frío glaciar de los fiordos de Tierra del Fuego. Percibimos, durante las guardias nocturnas, como las constelaciones del hemisferio norte desaparecían detrás de la popa, dando lugar a las australes que asomaban por la proa, como la Cruz del Sur. Fantástico fue también cruzar «el charco» Atlántico desde Marruecos hasta Brasil, como quien pasa un río saltando de piedra en piedra: Fuerteventura, Gran Canaria, La Sal, Sao Vicente, Santo Antao y Fernando de Noronha. ¡Un sincero agradecimiento a todos los que apoyaron este proyecto loco! En especial a Fabiola, mi valiente compañera en esta aventura extraordinaria.

 

A Vela de Hoorn al Cabo de Hornos: África

En este segundo capítulo, Cristian Donoso nos cuenta como unió navegando Holanda y Chile. Con una selección de los registros de su bitácora, en esta ocasión nos cuenta de su viaje desde Portimao a Isla Sao Vicente

Texto y Fotos: Cristian Donoso

En principio teníamos proyectado navegar hasta Palmas de Gran Canaria, pero el anuncio de un fuerte temporal que entraría en el archipiélago antes de que pudiéramos alcanzar puerto, nos persuadió de seguir el “plan B”: Marruecos. Entonces pusimos proa al Este, en dirección a Agadir. Entramos a la Marina Agadir 15 minutos antes del Año Nuevo. Desde la costa la gente nos saludaba con entusiasmo etílico.
Ya es 5 de enero. Mientras nos servimos unos ricos pescados a la parrilla en un mercado tradicional, por un parlante a un metro de mi cabeza comienza a sonar con estridencia un canto místico y desgarrador de alabanza a Alá. Afuera, los creyentes se postran sobre sus alfombras, inclinándose hacia La Meca, en Arabia Saudita. Más arriba, en el cerro que domina Agadir, y junto a unos camellos, se lee en grandes letras arábicas la triada “Alá (Dios), el rey y el pueblo”.

 

dir”, rodeada de tiendas exclusivas y departamentos de lujo.

Terminando de cenar en el Puerto Deportivo de Las Palmas de Gran Canaria.

Terminando de cenar en el Puerto Deportivo de Las Palmas de Gran Canaria.

Cementerio musulmán en el río “Bu Regreg”, junto a los muros de la ciudadela de Salé, en Marruecos. Todas las lápidas miran hacia La Meca, en la lejana Arabia del Rey Saud

Cementerio musulmán en el río “Bu Regreg”, junto a los muros de la ciudadela de Salé, en Marruecos. Todas las lápidas miran hacia La Meca, en la lejana Arabia del Rey Saud

Nubes del Sahara
Hoy es 14 de febrero, el martes pasado zarpamos de Agadir, con destino a las islas Canarias, un gran archipiélago ubicado frente a las costas de Sahara Occidental. Fue la primera singladura con sólo dos tripulantes a bordo de la goleta: Fabiola y yo. Fue también, una de las singladuras más felices que hayamos tenido. Buena comida, buena música, muchas risas, poco oleaje y un excelente viento del sureste, que nos llevó rápidamente a las costas orientales de Canarias.
En el camino, centenares de tortugas pasaron junto al yate, impregnando la navegación de un aspecto onírico. Poco después de llegar a Puerto Corralejo, en el extremo norte de isla Fuerteventura, nos alcanzó un temporal que venía pisándonos los talones, con vientos de 40 nudos. El ambiente soleado fue oscurecido por la “calima”, un viento proveniente del interior del desierto del Sahara, que nos cerró la visibilidad con una gran nube de arena.
21 de marzo: hemos llegado a isla Sal, en la República de Cabo Verde (Africa subsahariana) empujados por los Alisios, que soplaron constantes por la aleta de estribor por cerca de 1500 kilómetros, desde Las Palmas de Gran Canaria.
En el trayecto pasamos frente a las costas de Sahara Occidental, Mauritania y Senegal. Entrando en aguas de Mauritania, pusimos proa al oeste con el fin de apartarnos más de tierra, y así prevenir el abordaje de piratas.

Frente a las costas de Mauritania, y luego de varios días de navegación sin ver embarcación alguna, nos encontramos con el buque escuela español “Sebastián Elcano”, gemelo de nuestra “Esmeralda”. Navegamos “en conserva” por varias horas.

Frente a las costas de Mauritania, y luego de varios días de navegación sin ver embarcación alguna, nos encontramos con el buque escuela español “Sebastián Elcano”, gemelo de nuestra “Esmeralda”. Navegamos “en conserva” por varias horas.

Paisaje de Pascua
Al día siguiente, durante la mañana, nos cruzamos con el buque escuela español “Juan Sebastián Elcano”, gemelo de la fragata “Esmeralda”, de la Armada de Chile. Navegamos todo el día con Elcano en “conserva”, con sus esbeltos árboles siguiéndonos de cerca. Después de medianoche, Elcano puso en marcha sus motores, y se perdió en el horizonte con destino a Cabo Verde.
Después de ocho días en altamar, finalmente divisamos tierra entre la jarcia de babor. Dos cráteres desérticos destacaban en el horizonte. Desde el mar, el paisaje semejaba a Rapa Nui. Pasando cerca del extremo norte de isla Sal, caímos a babor, y con las últimas luces del día, divisamos los dos molinos de viento que anuncian la entrada del pequeño puerto de Palmeiras.
Entramos en la rada, y tiramos el ancla, quedando “a la gira”. Desde la costa nos llegaban los ecos de un carnaval. Después supimos que se trataba de la antesala a una importante fiesta religiosa, con Sao Jose como figura principal, que seguramente sería algo menos secular que aquella comparsa de gritos y tambores.

Salir al Atlántico
Es 8 de abril y finalmente ¡todo listo para partir! Mañana a primera hora zarparemos de isla Sao Vicente (África), en demanda de Brasil. Será una larga navegación, de 15 a 20 días, en la que cruzaremos el Océano Atlántico de nor-oriente a sur-poniente, navegando de África a América; ¡desde la perspectiva de un yate, el mundo parece muy pequeño!
El 3de mayo, estando próximos a los 4 grados de latitud norte, en el centro mismo del Océano Atlántico, entramos en la zona de calmas ecuatoriales, donde los vientos Alisios desaparecen, elevándose hacia la estratósfera, para dejar bajo ellos un cinturón planetario de mar llana, donde los vientos sólo se presentan ocasionalmente en forma de violentos chubascos de lluvia caliente, que duran algunos minutos y que se suceden en forma alternada, viajando bajo cúmulos de nubes que deambulan como islas erráticas hacia cualquier dirección, y que son visibles a gran distancia, tal como los chubascos que se suceden como olas en las llanuras de Patagonia.
Sobre las aguas calmas emergen bandadas de peces voladores, que a veces vienen a caer sobre la cubierta del yate. Imperdible detener el motor por un momento, y darse una zambullida en medio de esa inmensidad. Las puestas de sol en esta zona de calmas ofrecen espectáculos de belleza sublime.

A Vela de Hoorn al Cabo de Hornos

Con este capítulo de Europa comenzamos con una serie de tres etapas de navegación, donde Cristian Donoso nos cuenta como unió Holanda y Chile entre 2012 y 2013. Con una selección de los registros de su bitácora, en esta ocasión nos cuentan de su viaje desde Hoorn punto de partida de su travesía, hasta Portimao.

 Texto y Fotos: Cristián Donoso

 

En un instante de la tarde del 24 de febrero, sentí una electricidad recorriendo mi cuerpo y erizando los pelos de mi piel. En ese instante, cuando navegaba en la goleta «Ladrillero» con viento Suroeste de 40 nudos, y con olas que se elevaban por sobre los 6 metros, finalmente asomaba el ansiado Cabo de Hornos en el horizonte, más allá de la jarcia y la proa.

Pasando cerca de los islotes Bascuñán, las olas montañosas a veces me ocultaban la vista del cabo, en toda su altura. Seguramente, en ese punto, algunas olas ya alcanzaban los 10 metros. A ratos, el velero se inclinaba violentamente, y sus mástiles parecían casi tocar la superficie espumosa de la enorme marejada. Un poco de vela de proa era suficiente para andar a siete nudos.

Con la llegada al “sepulcro del diablo” estábamos alcanzando el objetivo final del proyecto «De Hoorn a Kaap Hoorn», consistente en unir a vela la ciudad de Hoorn en Holanda, con el legendario Cabo de Hornos, a cuatro siglos del descubrimiento del Kaap Hoorn, por parte de una expedición holandesa liderada por Willem Cornelisz Schouten, que tuvo su origen justamente en la ciudad de Hoorn. Por cierto, en términos menos eurocentristas, el Cabo de Hornos fue descubierto miles de años antes por los yaganes, quienes navegaban el archipiélago Hermite en frágiles canoas.

Saldo final: más de 16.000 km. de navegación, tres continentes, 14 países, 110 grados de latitud, y lo más bello que me ha dado la vida: mi hija Marina. Ella fue concebida en altamar, frente a las costas calcinadas del Sahara, mientras navegábamos entre centenares de tortugas. Cruzó el Atlántico antes de nacer, en el vientre de su madre. Esa es la historia épica del origen de mi amada hijita Marina, y de nuestro viaje épico de Hoorn al Cabo de Hornos, contada con extractos de la bitácora publicada en expenews.com, en tres capítulos: Europa, ,África y América. Comencemos, pues, con Europa.

Supersticiones
El domingo 9 de septiembre de 2012 zarpamos de Hoorn (Holanda) con las primeras luces del amanecer. Justo antes de despertar soñé que el yate encallaba en un bajo, en momentos en que intentábamos alcanzar el Mar del Norte pasando entre las islas que limitan el norte de Holanda. Como un auténtico hombre de mar, me dejé seducir por la superstición y cambié a último minuto mis planes. Zarparíamos hacia el sur, en demanda de Amsterdam, y no hacia el norte, como había sido mi plan original.
Llegando a Amsterdam, nos internamos por el Canal del Mar del Norte (Nordzeekanaal), que cruza por el centro de la ciudad.
Un primer obstáculo estaba a la vista: el Schellingwouderbrug, un gran puente de la autopista que conecta el centro de Amsterdam con la parte norte de la ciudad. Llamamos por canal 60 VHF, para que los controladores detuvieran el tránsito de autos y levantaran el puente. Luz roja para los autos, y luz verde para nosotros. El puente se levantó y cruzamos la autopista con nuestros altos mástiles sobrepasando el nivel de la calzada.
Luego entramos a una exclusa, donde nos amarramos a esperar que subiera el nivel del agua. Saliendo de la exclusa ya estábamos en pleno centro de Amsterdam. Pasamos frente a la Estación Central, eje de los anillos concéntricos que forman los canales de esta ciudad, conocida como la “Venecia del norte”.

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Durante una recalada, la tripulante Fabiola Torres conversa con una turista polaca en el salón de la goleta Ladrillero

En Trance
15 de septiembre. En apariencia nos estábamos alejando de la costa, ya que la proa apuntaba hacia el mar. Sin embargo, el GPS nos indicaba otra cosa. La fuerte deriva del viento y de la marejada, nos estaba empujando lentamente hacia la playa. Cazamos las velas todo lo que pudimos. Sin embargo, con ello no lográbamos revertir la situación. Viramos y pusimos proa al suroeste, pero la situación era exactamente igual.
Lentamente nos íbamos aproximando a la costa. A simple vista el efecto era imperceptible, pero el GPS no dejaba lugar a dudas. Nuevamente viramos al noroeste, luego hacia el suroeste, pero no parecía haber diferencia. La costa estaba perfectamente a sotavento, y ya comenzábamos a sentir el efecto de las rompientes sobre el casco.
No puedo decir con precisión durante cuántos minutos estuvimos en ese trance, ya que perdí toda noción del tiempo. Estábamos decididos a llegar hasta el final en la batalla por separarnos de esa costa, cuya apariencia era la de una extensa playa de baja pendiente. Nuestra última chance para salvar el yate sería levantar la orza retráctil, y caer hacia la playa de proa, a la mayor velocidad posible. Sin embargo, esa delicada maniobra no llegó a ser necesaria. El viento, para nuestra fortuna, comenzó a rolar tímidamente hacia el norte, lo que nos permitió comenzar a separarnos centímetro a centímetro de la costa, con las velas cazadas al máximo posible. Teníamos la proa hacia el oeste, pero nuestro rumbo era sur, por el poderoso abatimiento de que era objeto la goleta, por el fuerte viento y la corriente marina.

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La goleta Ladrillero navegando de Hoorn a Amsterdam por el Markermeer, una inmensa represa de agua marina ubicada en el centro de Holanda.

Fuera de temporada
20 de noviembre. El pasado lunes, a las 23:55, desamarramos del muelle de Camaret-sur-Mer, en Bretagne y silenciosamente avanzamos entre los yates, sintiendo el peso de una noche muy oscura. A nuestro andar, las luces de la costanera parpadeaban entre los palos, y la brisa acariciaba las jarcias como a las cuerdas de un arpa. A la salida del puerto, esa sinfonía monótona de cabos fue traspasada por el sonido agudo de un pito de contramaestre que nos llegó del yate de unos ingleses que habíamos conocido en la espera. Todos ellos nos esperaban en cubierta para despedirse de nosotros con frases de buenos deseos: ¡buena navegación, buenos vientos, feliz llegada, puerto!
Saliendo del puerto deportivo, pusimos proa al suroeste, esquivando las boyas de los pescadores. A poco andar, apagamos el motor y desenrollamos todas las velas, que se hincharon de inmediato con un vigoroso viento del norte, que nos llegaba de través, por estribor.
Un gran desafío se asomaba sobre la oscuridad de la proa: el cruce integral del golfo de Vizcaya, de norte a sur, en pleno otoño.
La extensa travesía del golfo de Vizcaya es muy temida por los navegantes. En él se desatan temporales extraordinariamente violentos. Los yates lo cruzan normalmente entre mayo y agosto. A partir de septiembre, las condiciones empeoran dramáticamente. Y por ello, en todas las marinas por las que pasamos nos advertían que estábamos fuera de temporada para cruzar. Más de alguno nos calificó de «locos».

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Instalando el piloto de viento en el Puerto Deportivo de A Coruña, en Galicia. Atrás se ve un velero “fórmula 1” que quedó fuera de competencia en la regata “Vendée Globe”, al chocar de noche con un buque pesquero

Firmes al Timón
Atravesar el golfo de Vizcaya puede ser un infierno imposible de olvidar. Cuando el mar de fondo se hace contrario a los vientos dominantes, que pueden llegar a ser muy intensos debido a la canalización de masas de aire en la cordillera Cantábrica, se levantan marejadas enormes, con frentes de olas cruzadas, dando lugar a aguas confusas y muy peligrosas. Además en este golfo el océano pasa bruscamente de profundidades abisales de varios kilómetros, a profundidades que van sólo de cien a doscientos metros, lo cual fuerza a las corrientes marinas a subir a la superficie. Cuando estas corrientes se enfrentan a trenes de olas que vienen en sentido contrario -con viento norte, por ejemplo, que era nuestro caso-, se forman olas muy verticales.
Hacia la medianoche, el viento Este roló un poco al norte, y se incrementó peligrosamente, superando en ocasiones los 35 nudos. La enorme marejada de olas cruzadas sacudía con violencia el casco. Redujimos la superficie vélica a menos de la mitad, enrollando la génova, mayor y mesana. Aún así el yate a ratos se hacía difícil de controlar. Durante el andar era necesario corregir el rumbo con la caña, cada vez que el oleaje que nos alcanzaba por aleta.
Firmes al timón, y con algunas lluvias, sostuvimos un andar de 6 nudos. Avanzando la noche, el viento comenzó a bajar en intensidad. Al amanecer, soplaba suave del Este.
A la distancia ya podíamos distinguir la figura esbelta de la Torre de Hércules, un faro construido por los romanos en el siglo I d.c., el más antiguo del mundo aún en uso, que por casi 2000 años ha guiado a los navegantes al refugio de La Coruña, en esta otra Finis Terre.
Atrás quedaba la tierra del camembert, del croissant y del vino tinto… ¡había llegado el turno de las tapas, el pulpo a la gallega y la cerveza! El 24 de diciembre de 2012 estaríamos en Portimao, que sería nuestra última escala en Europa. Al zarpar, el 25, cerramos una etapa de experiencias y aprendizajes que nos acompañarían por siempre.