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Nosotros Los Chilenos, 100 días por el Norte Grande

Amunche ha sido nuestro hogar y transporte durante estos ya 100 días de viaje por Chile. Su nombre significa “Viajero” en Mapudungun. La adquirimos hace más de 1 año atrás, cuando la idea de recorrer el país durante un año, era solo eso, una idea. Así pasamos los siguientes meses dándole forma a “Nosotros los Chilenos”, proyecto cuyo objetivo es recorrer Chile de Norte a Sur, recolectando historias de emprendedores dedicados a lo que les apasiona, y compartirlas a través de una web serie documental.

Texto y Fotos: Dani Paz Ibaceta y Juan Pablo Mejías

Todo viaje comienza con una despedida y nosotros tuvimos cuatro. La última y la definitiva fue chiquita y ocurrió el 10 de septiembre en Quillota, V Región, cuando dejábamos atrás a los últimos testigos de que realmente esto estaba ocurriendo. Juan Pablo y yo habíamos planeado este día por meses y aquí estábamos, uno sentado al lado del otro, avanzando en silencio. Sopesando, revisitando todas las expectativas que teníamos almacenadas. 41 días después de esos últimos abrazos, nos despertábamos en el Salar de Surire, un secreto altiplánico a 4.500 metros de altura en la XV Región de Arica y Parinacota. Nos levantamos antes del amanecer y logramos registrar los primeros rayos de sol atravesar el techo de nubes que nos envolvía. Estábamos solos en un silencio total. A lo lejos, una familia de vicuñas buscaba abrigarse siguiendo los primeros rayos de sol que marcaban la tierra. Nosotros, rodeados de sal, vapor y vegetación andina, nos adueñábamos del microclima que nos ofrecían las termas de Polloquere, una laguna de la que emanan aguas a 55°C. Gracias al vapor, las frías temperaturas del altiplano no lograron entrar a nuestra kombi.

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Amunche

Cuando nació el proyecto, Juan Pablo y yo renunciamos a nuestros trabajos en Santiago, y nos lanzamos a emprender en conjunto en una productora audiovisual. Ese fue el segundo gran paso. Estuvimos trabajando varios meses, primero para aprender a trabajar en conjunto y segundo para poder financiar los costos del viaje que se nos venía. Nombramos a nuestra productora Amunche, para no olvidarnos del objetivo, del porqué estábamos trabajando esos meses. Viajar. Esa era la meta.
Las historias del proyecto buscan inspirar a otros a lanzarse a sus propias aventuras. Desde un Qulliri en Putre que se dedica a sanar a su comunidad con medicina tradicional aymara, hasta una dueña de casa que emprendió una pyme de jabones artesanales en Iquique. Contamos historias simples de éxitos personales, historias humanas de gente que logró dedicarse a aquello que le apasiona a pesar de todos los obstáculos que vienen en el paquete de “atreverse”. Y así como cada capítulo tiene su propio protagonista, nosotros sin querer, con el viaje en la kombi, nos empezamos a transformar en personajes también. Comenzamos siéndolo cuando nosotros mismos partimos el proceso de camperizar la kombi. Queríamos aprender a hacerlo a pesar de todos los posibles errores que íbamos a cometer. El proceso demoró dos meses en donde Juan Pablo y yo hicimos de todo. Desde medir, cortar y lijar, hasta barnizar y tapizar. El proceso generó una empatía hacia esta “idea” y nuestro círculo más cercano nos empezó a pedir actualizaciones de los avances. Empezamos a recibir mensajes de dueños de otras kombis para felicitarnos y pedirnos consejos o planos para hacerlos ellos mismos. Recién ahí nos dimos cuenta de que paralelo a la serie, nuestra propia experiencia podría inspirar a otros a atreverse a emprender sus propias aventuras, sean cuales sean.

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La partida

Partimos en la tarde, rumbo al norte. La intención era llegar a Arica sin paradas planeadas, ni días contados, ni fechas límites. La idea era ir dejando que la ruta fluyera con nosotros. “Tengan cuidado de donde pasan la noche, es peligroso” nos dijeron antes de partir y creo que la frase hizo efecto la primera noche que buscamos refugio en Pichidangui. Nos instalamos en un terreno vacío al lado de la comisaría, solo porsiacaso. Nuestro espíritu aventurero estaba recién despertando y esa noche fue la primera evidencia de que éramos un par de principiantes.
La noche, más tranquila de lo que esperábamos, pasó rápido y la comodidad de Amunche nos sorprendió. Al día siguiente continuamos el viaje atravesando paisajes ya conocidos y nos desviamos a conocer el Parque Nacional Fray Jorge, en la IV Región. Nuestra segunda noche la pasamos en las cercanías del parque, en medio de la nada. Aprovechamos la soledad para recorrer el nuevo patio, cruzado por aves, y por el sonido de diferentes bichos resonando, mientras el sol se esconde rápidamente detrás de los cerros. Aprovechamos el cielo despejado para registrar el paso de las estrellas y finalmente dormimos. A primera hora comenzamos nuestro recorrido por el Parque. Nos encontramos de frente con un águila chilena que nos regala tiempo para fotografiarla descansando sobre un cactus y a medida que vamos subiendo por los cerros del parque, nos vamos alejando de la vegetación semiárida de la zona, hasta llegar finalmente a un bosque relicto valdiviano sobre el cerro, frente al mar de la región de Coquimbo. Un pedacito de sur, en medio de la cuarta región.

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Comunidad de Viajeros

Luego de recorrer los senderos del parque, volvemos a la ruta, deteniéndonos en cada cosa que nos llama la atención. En Huentelauquén paramos por empanadas, en Tongoy por ceviche y ostiones de la caleta y con el ruido de las olas de fondo, pasamos la noche bajo el cielo de Pachingo. Cada día era una novedad, cada día un patio diferente, solo era necesario detenerse, abrir las puertas y disfrutar de los paisajes que estaban ahí, esperando. Compartimos unos días con familiares en Copiapó, buscamos vestigios del desierto florido camino a Barranquilla y cruzamos la pampa hasta la costa escuchando el charango del Diego, amigo copiapino del que nos despedimos en Caldera y en Pan de Azúcar rompimos la barrera de lo hasta antes conocido. En la II Región, Taltal nos recibió con fondas y empanadas para el 18 de septiembre y en Antofagasta, la comunidad de Kombis y escarabajos nos ofreció alojamiento, comida y amistad.
Cada día que pasaba nos acostumbrábamos un poco más a los nuevos ritmos y rutinas y sin darnos cuenta a los pocos días ya habíamos llegado a Arica el límite norte de nuestro país y el inicio “oficial” del viaje.

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Teófilo y Leonel

En Arica cargamos energías para realizar el primer tramo oficial del viaje. Desde Arica a Putre, la ruta asciende hasta los 3.600 msnm y no estábamos seguros de que Amunche pudiera responder bien a la altura. En fin, en Putre comenzaba oficialmente nuestra serie documental y comenzamos puerta a puerta a preguntar por posibles historias. Así fue como conocimos a Teófilo Cañari, un “Qulliri” o médico aymara que ofrece consultas de medicina tradicional a los habitantes de la comuna. A través del uso de hierbas medicinales únicas de esta zona, es capaz de tratar diferentes enfermedades y ofrecer alivio a la gente de su comunidad.
A pesar de todas las aprensiones que tenía al principio, Teófilo nos dejó conocer su trabajo, sus motivaciones y sus máximos orgullos como médico aymara. Y así, luego de una semana viviendo en Putre, Teófilo se convirtió en el primer protagonista de la serie.
Continuamos el ascenso rumbo a Parinacota, un poblado ceremonial aymara, conocido por su tradicional iglesia y habitado actualmente por 8 personas. Parinacota nos enamoró casi al instante. Para llegar a él, el camino te lleva entre bofedales, ríos y caudales de agua, con llamas, alpacas y vicuñas pastando en sus planicies, y con la imponente vista del volcán Parinacota de fondo. A 4.300 msnm conocimos a Leonel Terancalle, dueño del único hostal/restaurant del poblado, quien ha luchado a diario por potenciar la vida turística del altiplano, en especial del Parque Nacional Lauca.
La mayoría de los circuitos turísticos que llegan al Parque Lauca vienen desde la costa, Arica. Esto hace que el turista tenga que someter a su cuerpo a un cambio de presión tan brusco que más de la mitad de ellos tendrán como recuerdo, el dolor de cabeza, las náuseas y hasta el vómito. Esto hace que no sea un paseo “recomendado de boca en boca” ya que, ¿Quién recomienda algo que te hizo mal? Nosotros no sufrimos nada de eso, ya que estuvimos los primeros días aclimatándonos en Putre y luego, al subir a Parinacota, le dimos tiempo a nuestro cuerpo para acostumbrarse al poco oxígeno.

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Adios Parinacota

Estacionamos a Amunche en las afueras del hostal y ayudamos durante 4 días a atender a los visitantes, a cambio del tiempo de Leonel para conocerlo y entrevistarlo. “La madre tierra nos ha entregado hartas cosas, hartas bondades” Esa frase de Leonel nos resuena profundo mientras recorremos el Parque. Entre chachacomas y queñoas vemos taguas haciendo sus nidos sobre el agua del lago Chungará, el más alto de Chile. En la mañana es posible ver el reflejo del volcán Parinacota sobre sus aguas. Por la cara opuesta del volcán aparecen las lagunas Cotacotani, un conjunto de lagunas de aguas turquesas y bordes de arena blanca, formadas por lava del volcán. Llegamos al sector de las cuevas, el hogar de familias de vizcachas que a esta hora de la tarde duermen sobre las rocas, acurrucadas entre ellas dejando que el viento les revuelva un poco el pelaje. Cada paso que damos es una nueva sorpresa y logramos comprender con toda la evidencia del porqué Leonel ama tanto este lugar a pesar de todos los obstáculos climáticos que existen.
Nuestro plan inicial era llegar al hito tripartito en Visviri, el punto más al norte de Chile. Para eso nos faltaban 100 kilómetros por una ruta en mal estado por las lluvias, que cruzaba el altiplano hasta los 5.000 msnm, con muy poco tránsito y sin combustible disponible (el último punto con combustible fue Putre). A pesar de las ganas que teníamos de marcar esa ruta en el mapa, teníamos que ser sensatos. La gasolina que teníamos en nuestros estanques alcanzaba justo para llegar a Colchane en la I Región. Con eso en mente, nos despedimos de Parinacota y sus paisajes para cruzar el camino que utilizan los camiones para extraer bórax desde el salar de Surire. Nos esperaban 260 kms de calamina, trampas de arena, badenes y más calamina, todo esto sobre los 4.500 msnm, transformándose así en el peor camino que habíamos hecho hasta el momento. A pesar de esto, los paisajes hacían que cada golpe valiera la pena. El vapor del volcán Guallatiri nos marcaba la frontera con Bolivia; hasta las nubes se veían diferentes.

Vapores del Salar

La primera parada la hicimos en Guallatire, donde tuvimos que dar aviso a Carabineros de nuestra presencia. En ese momento nos dimos cuenta que el estanque de bencina había bajado más de lo que esperábamos y tuvimos que utilizar la reserva. Seguimos hacia el sur y nos encontramos de frente con el salar de Surire. Finalmente llegamos al lugar de donde venían todos los camiones que nos saludaron en el camino. El salar de Surire es mitad explotable y mitad Reserva Nacional. Por lo que es común ver camiones cruzando el fondo blanco mientras familias de flamencos tienen que moverse a otra orilla. No era agradable de ver. Seguimos hacia la Conaf a dar aviso de que estábamos ahí, pero solo nos encontramos con una vizcacha muy acostumbrada al contacto humano. El viento de la tarde empezó a apoderarse del lugar y decidimos buscar refugio. Bordeando el salar llegamos a una laguna termal de la que emanaban vapores que el viento hacía desaparecer rápidamente. Dejamos a Amunche frente a la laguna y nos encerramos a cocinar. El viento nos movió de un lado a otro durante unas buenas horas hasta que finalmente desapareció, llegó el silencio, solo interrumpido por los gorgoteos del agua que emanaba del fondo de la laguna.
Al día siguiente nos levantamos de madrugada para ver el sol aparecer desde la cordillera. El vapor, primero leve, iba incrementándose a medida que cambiaba la temperatura del ambiente. Encontramos un lugar donde el agua estaba a una temperatura apta para bañarse (habíamos tratado en otros lugares y solo alcanzábamos a meter los pies unos segundos antes de quemarnos) y pasamos la mañana disfrutando del paisaje, del barro y de la vida que en ese instante nos quería tanto.

Trampas y Timelapses

Con todas las energías cargadas seguimos en dirección a Colchane y en la frontera regional entre la XV y la I región el camino llegó a los 4.700 msnm y empezó a nevar. En el punto más alto del cruce nos topamos con un minibús turístico detenido. Que el camino estaba pésimo, que él apenas logró pasar, que había trampas de arena que nuestro vehículo no iba a poder cruzar, que la lluvia dejará el camino peor, que lo mejor es volver. Nosotros no podíamos volver. La bencina que nos quedaba no nos alcanzaba hasta Putre. Era necesario arriesgarse y confiar en nuestro instinto. A pesar de que era un camino desconocido, nos ofrecía la posibilidad de llegar a Colchane y no de quedarnos en medio del altiplano sin bencina.
Era cierto, el camino estaba en pésimas condiciones. Nos tocaron muchas subidas que hicieron que la kombi bajara su rendimiento. Entre calamina, roca madre y la arena que nos cruzamos, se nos soltó la manguera del estanque y perdimos la mitad del agua antes de darnos cuenta. Los poblados que nos marcaba el mapa eran hermosos caseríos abandonados y los únicos seres vivos que vimos fueron llamas y alpacas entre los bofedales a orillas del camino. El paisaje hacía que todo el problema de la bencina se nos olvidara cada cierto tiempo y en cada subida aparecía la inquietud nuevamente. A la distancia vimos al primer vehículo acercarse y le pedimos que se detuviera para pedirle información. Era un alemán que iba a hacer la misma ruta por la que veníamos hasta Putre en busca de bencina, porque en Colchane no encontró. Le dimos algunos consejos, él nos dio otros a nosotros y seguimos, haciendo caso omiso al “En Colchane no había bencina”. Tenía que haber. Seguimos. Seguimos. Lento en medio de la pampa altiplánica, bajo la lluvia seguimos. De a poco íbamos bajando la altura y con todo el pecho apretado llegamos al primer pueblo habitado. En Enquelga, la lluvia obligaba a sus habitantes a permanecer bajo techo y golpeamos la puerta de la Conaf con el objetivo de pedir bencina, pero no encontramos a nadie.

El único hotel

Teníamos que seguir a Colchane. Y ahí en la mitad del camino, a casi 20 kms del destino Amunche se detuvo. Ahora, ya en una ruta más transitada, no nos importaba esperar unas horas a que alguien pudiera ayudarnos. En vez de preocuparnos, cocinamos y dejamos las cámaras haciendo un timelapse de la cumbre Cibaray, de 6.470 metros, en el lado boliviano. En un periodo de 3 horas pasaron 4 vehículos petroleros, 3 hacia Enquelga. Uno de ellos era una micro rural que nos ofreció tirarnos hacia Colchane cuando terminara su recorrido en 2 horas. Le dimos las gracias y nos dispusimos a esperarlo volver, pero no fue necesario. Al parecer ese mismo chofer se encontró con los chicos de Conaf que llegaron minutos después con un estanque de bencina y nos ayudaron a seguir. La tierra había hecho un tapón en el estanque por lo que tuvimos que ser arrastrados varios metros antes de que Amunche pudiera encender. Los chicos fueron nuestros salvadores, nos tomamos fotos, les agradecimos todo lo que pudimos y nos despedimos. Nos guiaron unos kilómetros para asegurarse de que la kombi estuviera completamente recuperada. Unos tantos kilómetros más llegamos a Isluga, un pueblo con una hermosa iglesia central de arcos redondeados. El paisaje seguía maravillándonos y nos despedimos de la calamina justo antes de llegar a Colchane. Colchane es un lugar de paso, estancado en el tiempo. La carretera lo cruza por la mitad, transformándose en la avenida principal en la que se levantan algunas tiendas, casas, la comisaría y uno que otro galpón. Cuentan con energía eléctrica sólo unas horas en la tarde-noche, y la bencina solo se consigue en las casas de una pequeña población donde familias bolivianas la importan desde su país. A la mujer que nos llenó el estanque le contamos la odisea y no podía creer que habíamos hecho la ruta en ese vehículo tan antiguo. Volvimos a la avenida principal de Colchane y ahí por primera vez en todo el viaje, entramos a una recepción y pedimos una habitación en un hotel. El único hotel de Colchane.