En esta última entrega, la aventura nos lleva al extremo sur de América. Calmas, cambios de marea y olas que tapan las montañas en el cierre de esta historia de tres continentes.
Texto y Fotos: Cristián Donoso
11 de mayo de 2013. Después de 17 días sin ver otra cosa que el océano infinito, finalmente la silueta rocosa del “Morro do Pico” se asomó en el horizonte como un colosal faro de granito, anunciándonos la proximidad del archipiélago Fernando de Noronha… ¡Sudamérica!
Unas horas más tarde desembarcábamos con el zodiac en una costa de belleza sublime, rebosante de selvas, praderas y flores acariciadas por un aroma a tierra húmeda y orgánica.
Caminamos un poco y en seguida nos sentimos cansados. Nuestras piernas se sentían débiles después de 17 días de navegación.
Llegando a la Vila dos Remedios después de media hora de caminata, escalamos en el placer sirviéndonos un buen corte de res asada con ensalada fresca.
20 de enero de 2014. Al anochecer, cayó la noche más oscura dentro de todas las que tuvimos a lo largo de los 14.000 kilómetros navegados desde Hoorn. El peso de la noche se volvió aplastante a media noche, cuando el viento bajó a cero nudos. La goleta flotaba a la deriva, meciéndose suavemente con aspecto fantasmal. El mar y el cielo parecían fundirse en la espesa oscuridad. La sensación era próxima a la de estar en ninguna parte. Mientras contemplábamos, o más bien sentíamos en silencio esa quietud espectral, la calma y la oscuridad se quebraron de golpe con una sucesión de rayos y truenos que cayeron en torno nuestro. Unos minutos después, nos tomaba por sorpresa un viento huracanado, que nos escoró violentamente.
A la jornada siguiente, navegamos contra el tiempo, con vela y motor, hasta el puerto de La Paloma, donde atracamos a medianoche, pocas horas antes de que entrara el anunciado frente de mal tiempo, que finalmente duraría 18 horas, y que fue de tal violencia, que dejó varios poblados sin electricidad en la costa de Uruguay, y una gran cantidad de daños por los árboles caídos.
Cambios de Marea
28 de abril de 2014. Malas condiciones climáticas nos obligaron a fondear primero en el Puerto de San Julián, donde entramos de noche, con baja mar (justamente al revés de lo que se recomienda), quedando a la gira a cuatro cables al sur del club náutico. Luego continuamos hasta Santa Cruz, entrando en la Ría con bajamar, durante la madrugada, para fondear cerca de Punta Quilla. ¡La variación de marea durante la noche fue de 11 metros! Hacia el centro de la Ría, en el lugar donde anclamos, existen corrientes de hasta 8 nudos. Nuestro fondeo aguantó sin dificultad la corriente.
6 de junio de 2014. El velero estuvo cerca de un mes anclado en el Río Santa Cruz, sin tripulación a bordo, a la gira frente al edificio de Prefectura Naval Argentina, resistiendo temporales con vientos por sobre los 40 nudos, y mareas de 13 metros que empujaban el agua con una velocidad de hasta seis nudos.
Cuando sube la marea en ese lugar, el agua marina remonta el río Santa Cruz y enfrenta su caudal, que desagua una inmensa cuenca, la que incluye los lagos Argentino y Viedma, la Laguna del Desierto, y varios ríos tributarios. Ambas masas encontradas, comienzan a subir rápidamente el nivel de las aguas del río Santa Cruz, hasta superar los 10 metros. Con el cambio de marea, toda esa acumulación de agua se vacía hacia el Atlántico por gravedad, generando una poderosa corriente, que como decía, alcanza hasta seis nudos en Puerto Santa Cruz, y sobre los diez nudos algunas millas río arriba.
Cuando a esa enorme potencia de arrastre le sumamos un temporal con viento del noroeste, la fuerza aplicada sobre la goleta y su ancla se incrementa notablemente. Sin embargo, bastaron cien metros de cadena y dos fondeos, uno danfort y otro bruce de 50 kilos, más un fondo de lodo y pedregullo, para que la goleta permaneciera firme en su sitio. Luego de un mes de estar a la gira, los GPS de la nave nos indicaron que las anclas no habías cedido o «garreado» ni un solo metro.
Apoteosis
1 de junio de 2014. Hoy levamos ancla y navegamos de Porvenir hasta Punta Arenas, llegando antes del mediodía. Recalamos frente a la ciudad, anclando cerca del Muelle Prat. El viento bajó a cero nudos, y el horizonte por el sur se abrió, dejando ver el Monte Sarmiento y otras cumbres principales de Cordillera Darwin. Un recibimiento glorioso sin duda, de esta tierra anhelada, que nunca olvidaré. El Monte Sarmiento fue la primera visión de los Andes, y en muchos casos de una montaña con glaciares, que tuvieron por siglos los navegantes procedentes de Europa.
16 de marzo de 2015. En un instante de la tarde del 24 de febrero, sentí una electricidad recorriendo mi cuerpo y erizando los pelos de mi piel. En ese instante, cuando navegaba en la goleta «Ladrillero» con viento Suroeste de 40 nudos, y con olas que se elevaban por sobre los 6 metros, finalmente asomaba el ansiado Cabo de Hornos en el horizonte, más allá de la jarcia y la proa. Pasando cerca de los islotes Bascuñán, las olas montañosas a veces me ocultaban la vista del cabo, en toda su altura. Seguramente, en ese punto, algunas olas ya alcanzaban los 10 metros. A ratos, el velero se inclinaba violentamente, y sus mástiles parecían casi tocar la superficie espumosa de la enorme marejada. Un poco de vela de proa era suficiente para avanzar a siete nudos (7 millas náuticas por hora).
Un final apoteósico, sin duda. Con poco viento y poca ola no habría sido lo mismo. La belleza y dramatismo del lugar superaban lo imaginado.
Una historia extraordinaria
Así se cierra esta aventura, y mirando hacia atrás, me dejo llevar por un mar reflexiones exquisitas, mientras descanso recostado en el camarote de proa de Ladrillero, ahora que está amarrado en el muelle del Club de Yates Micalvi en Puerto Williams, donde viví por dos años, y donde nació este proyecto. El mundo ahora me parece infinitamente más pequeño de lo que me parecía antes de iniciar esta travesía. Fuimos transitando lentamente, a la velocidad del viento, de un continente a otro. De las tierras vikingas a las de nuestros ancestros fueguinos, los yaganes y selknam, pasando por el mundo árabe y el África negra. Sentimos el extenuante calor ecuatorial y también limpio frío glaciar de los fiordos de Tierra del Fuego. Percibimos, durante las guardias nocturnas, como las constelaciones del hemisferio norte desaparecían detrás de la popa, dando lugar a las australes que asomaban por la proa, como la Cruz del Sur. Fantástico fue también cruzar «el charco» Atlántico desde Marruecos hasta Brasil, como quien pasa un río saltando de piedra en piedra: Fuerteventura, Gran Canaria, La Sal, Sao Vicente, Santo Antao y Fernando de Noronha. ¡Un sincero agradecimiento a todos los que apoyaron este proyecto loco! En especial a Fabiola, mi valiente compañera en esta aventura extraordinaria.