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A la sombra del Tupungato: Camino al Nevado Sin Nombre

Del 18 al 24 de enero del 2014 el Club Alemán Andino planificó una expedición que llevaría a un especial grupo de montañistas a la cumbre del Nevado Sin Nombre, un gigante desconocido. Ubicado entre el Tupungato (6570 msnm) y el Cerro Alto (6148 msnm) se suponía que el Nevado tenía a su haber 2 ascensos, ambos por socios del DAV, el primero en 1944 y el segundo en 1985. Aquí  te damos la primera  mirada de lo que fue esta gran aventura.

Texto: Álvaro Vivanco

La Expedición al Nevado Sin Nombre partió a fines de octubre, y desde ese minuto la revisión de los archivos históricos, la planificación y el entrenamiento del grupo fue alimento de muchos intercambios. Todos los días había algo que hablar: un día podía ser un comentario de equipo o en las operaciones de logística entre quienes subiríamos en semanas, y al otro quizás, habría algo nuevo que aparecía de las conversaciones o imágenes de la expedición del ’84.

Poco antes de partir ya teníamos una buena lista de dificultades por superar: el temible cruce del río Azufre, la altura, el gran desnivel (aprox. 1800 metros) entre el segundo y el tercer campamento, los costos de los arrieros -¡que amenazaban con dispararse!-, la posible presencia de penitentes y, para colmo, la mala suerte o superstición de tener un grupo de 13 personas. En esta lista nos faltó el más grande obstáculo que tuvimos: el viento.

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La primera jornada fue sencilla, aunque algo lenta a la espera de nuestro arriero, Marcelino, quien  demoró más de lo que deseábamos en su llegada a nuestro campamento en Baños Azules. Muchos aprovechamos para tomar una siesta, en el húmedo entorno de esta zona que tiene como atractivo sus pozones calcáreos, el valle del Museo y el morro Pan de Azúcar.

Campamento Alto

Muy temprano, a la mañana siguiente -y de alguna forma que no pareció tan difícil- cruzamos el río Azufre, en lo que sería el último tramo “relajado” de esta expedición planificada para cerca de una semana. En el tercer día, tuvimos una extenuante jornada, buscando hallar camino por laderas cubiertas de lava. No fue hasta avanzada la tarde cuando alcanzamos el campamento Los Glaciólogos, a 4800 msnm. Una vez instalado el campamento, disfrutamos el lento despliegue del atardecer, con gran vista hacia el Tupungato; miramos también hacia lo que parecía la cumbre del Tupungatito. Y se veía ahí, al alcance de la mano.

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Estimamos unas 2 a 3 horas para llegar a la cumbre, por lo que para el día siguiente lo fijamos como un objetivo fácil, con la idea de aclimatar y  casi para tomarnos un descanso por los 1700 metros de desnivel, en los escoriales, del día anterior.

El inesperado

Nuestras estimaciones de tiempo no estaban tan equivocadas, pero no contábamos con nuestro nuevo e implacable compañero: el viento. Un ascenso que se veía fácil y que incluso tomó a algunos dándose tiempo extra para el desayuno, hacer fotos y aprovechar disfrutando las vistas a los cráteres y glaciares, se convirtió en una pelea por avanzar cada metro. Una vez que llegamos al filo cumbrero, al borde del cráter principal que tiene la laguna ácida en su interior, el viento nos castigó de forma despiadada.

Creo que en menos de 3 horas logramos hacer cumbre todos los que habíamos partido y de alguna forma logramos tomarnos unas fotos y miramos la posible ruta al Nevado Sin Nombre. La posibilidad de armar otro campamento más alto quedó descartada por el viento y la falta de agua. La ruta hacia el Nevado Sin Nombre se veía larga, pero sin grandes dificultades. Para nuestra sorpresa el GPS marcó una altura de 5687 msnm. Más de lo que esperábamos.

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Día de Cumbres

Al día siguiente con la esperanza de tener menos viento en la ruta, partimos a las 6 de la mañana, cuando todavía estaba oscuro. En lugar de dirigirnos a la cumbre del Tupungatito, preferimos rodear ésta por abajo y así avanzar un tramo protegidos del viento. Esto nos sirvió durante un rato, pero ya cerca del filo que viene de la cumbre del Tupungatito, el viento comenzó a hacer su trabajo nuevamente. No solo nos hizo bajar la sensación térmica sino que convirtió el avance en una trabajosa faena que se comenzó a hacer interminable por el sube y baja del filo.  Entre las 12:00 y las 13:00 ocho miembros del grupo logramos llegar a la Punta Meier.

Así que esa era la cumbre que habían descubierto Waetjen y Núñez por allá por el año 1985 en su camino al Nevado Sin Nombre. Este último se veía ahí al frente, al alcance de la mano, pero primero había que bajar una buena cantidad de metros para volver a subirlos si se quería alcanzar la dichosa cumbre. Después de más de 6 horas en altura y torturados por el viento no era una decisión fácil la de seguir o conformarse con la Punta Meier, por lo que en diferentes grupos algunos partieron y otros, los más cansados y apunados, nos quedamos.

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Desde la Punta Meier pudimos ver como uno a uno los 6 que partieron iban subiendo la cumbre vecina del Nevado Sin Nombre y por mientras recogíamos de entre las piedras los testimonios de cumbre que llevaban casi 30 años esperando a que alguien los descubriera. Estaba el testimonio de 1985 de Waetjen y Núñez y, para nuestra sorpresa, también había uno de una expedición polaca de 1986 que nadie sabe de donde habrá salido. Nada más.

Nuevos Testimonios

Minutos más tarde de este descubrimiento, en la otra cumbre aparecería un testimonio del que suponemos fue el último ascenso y que no dejó de sorprender: ascenso de Valdés y Banda del 27 de febrero de 1985 por Argentina por una ruta que llamaron “Curtis”. Es decir, que estos tipos subieron el Nevado Sin Nombre 6 días después de Waetjen y Núñez y además lo hicieron por Argentina. ¿Por qué unos chilenos habrán subido por el otro lado y por qué bautizaron su ruta de esa manera? Probablemente nunca lo sepamos, pero al menos, descubrimos este ascenso desconocido y confirmamos que el Nevado Sin Nombre no es un 6000, como esperábamos, sino que un 5944, tal como marcó el GPS.

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El regreso al campamento lo recuerdo como uno de los más trabajosos que he tenido. El filo se hizo eterno y el viento, aunque parezca difícil de creer, endureció su castigo. Para algunos miembros se escapó incluso de los tiempos sanos de caminar, cumpliendo la última cordada que llegó a la cumbre del Nevado más de 12 horas de caminata y azote.

Nevado Sin Nombre

Después de ese retorno al campamento y habiendo cumplido nuestros objetivos, ya nada parecía difícil en nuestro retorno a Santiago. Ni siquiera nos asustó el nuevo cruce del Azufre, que esta vez venía más cargado aún y definitivamente no estaba para faltarle el respeto.

Una vez en los autos y más tarde con una empanada en la mano, vendría esa misma extraña sensación que viene después de una semana en la montaña. ¿Habrá valido la pena el esfuerzo y tiempo dedicado a algo tan absurdo como ir a conocer un lugar inhabitable? Una frase de Hannah Arendt tomó sentido: “El hecho de que el hombre es capaz de actuar significa que lo inesperado puede esperarse de él, que es capaz de realizar aquello que es infinitamente improbable.” Tan improbable como ir a subir un cerro que tiene casi 6000m de altura y no tiene nombre.

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El Nombre de Curtis

Adivinamos que la ruta Curtis, a la que hacen señal en su testimonio Valdés y Banda, hace referencia al accidente de 1979, en que un bimotor Curtiss C-46 Commando con cinco tripulantes a bordo fue víctima de un temporal. Sus restos permanecen ocultos en la zona, pero hay registro fotográfico del accidente, cuyo sitio exacto no fuimos capaces de rastrear ninguno de los miembros de esta expedición 2014.

Participantes

Tito Nazar, Eva Apweiler, José Francisco Hurtado, Nicolás Valdivieso, Daniela Larrea,  Adriana Reyes, Enrique Dintrans, Francisco Miranda, Germán Rodríguez, Max Bonetti, Alvaro Vivanco, Harald Schwenk y Jens Benedikt