Qué impacto tiene la deserción universitaria en Chile y cómo evitarla desde primer año

Qué impacto tiene la deserción universitaria en Chile y cómo evitarla desde primer año

Cada año, miles de jóvenes en Chile cruzan el umbral de la universidad con una mezcla de entusiasmo y vértigo. Muchos no llegan al segundo semestre. La deserción universitaria no es solo una estadística: es una herida abierta en el sistema educativo, una promesa rota que deja cicatrices personales, familiares y sociales.

Hay algo profundamente humano en el acto de abandonar. No siempre es cobardía. A veces es cansancio, otras, una forma de resistencia. Pero cuando se trata de educación superior, la deserción no es solo una decisión individual: es un síntoma colectivo. En Chile, el fenómeno ha alcanzado proporciones que ya no pueden explicarse con frases hechas ni con diagnósticos simplistas.

Un país donde uno de cada cuatro estudiantes abandona en primer año

Según el último informe del Servicio de Información de Educación Superior (SIES), publicado en 2025, la tasa de retención promedio en primer año es del 76,5%. Eso significa que casi uno de cada cuatro estudiantes abandona su carrera antes de terminar el primer año. El desglose por tipo de institución es aún más revelador: los Centros de Formación Técnica (CFT) tienen una retención del 71%, los Institutos Profesionales (IP) del 72,1% y las universidades del 82,7%.

No se trata de un fenómeno nuevo, pero sí de uno que se ha agudizado con la masificación del acceso a la educación superior. Más estudiantes, más diversidad, más vulnerabilidad. Y también más preguntas incómodas.

¿Por qué se van?

Las causas son múltiples y, como suele ocurrir en estos casos, se entrelazan. Según el análisis de Psicometrix, los factores más frecuentes incluyen:

  • Problemas económicos: becas insuficientes, trabajos precarios, deudas familiares.
  • Desajuste vocacional: carreras elegidas por presión externa o sin información suficiente.
  • Falta de acompañamiento: estudiantes que se sienten solos, perdidos, invisibles.
  • Dificultades académicas: brechas formativas desde la educación media, metodologías poco inclusivas.
  • Problemas de salud mental: ansiedad, depresión, estrés crónico.

A esto se suma un sistema que, en muchos casos, sigue funcionando como si todos los estudiantes fueran iguales, cuando en realidad llegan con trayectorias, contextos y expectativas radicalmente distintas.

El costo de perder a un estudiante

La deserción universitaria no solo afecta al estudiante que se va. Tiene un impacto económico directo en las instituciones, que pierden matrícula, recursos y proyección. También afecta al Estado, que invierte en becas y créditos que no se traducen en titulaciones. Pero el mayor costo es social: cada joven que abandona la universidad es una historia interrumpida, una oportunidad que se desvanece, una frustración que puede durar años.

Según el Instituto Libertad, el costo promedio de un estudiante que deserta en primer año puede superar los 2 millones de pesos, considerando aranceles, beneficios estatales y gastos personales. Multiplicado por los miles que abandonan cada año, el resultado es un agujero negro en el presupuesto y en la confianza pública.

¿Qué se está haciendo?

La Ley 21.091 sobre Educación Superior, promulgada en 2018, introdujo algunos mecanismos para enfrentar este problema. Uno de ellos fue la exigencia de planes de acompañamiento académico y psicosocial para estudiantes de primer año. Algunas universidades han respondido con tutorías, mentorías, programas de nivelación y sistemas de alerta temprana. Pero la implementación ha sido desigual.

El sitio Educore documenta cómo algunas instituciones han logrado reducir la deserción mediante estrategias integrales que combinan apoyo académico, orientación vocacional y contención emocional. Otras, en cambio, siguen apostando por el viejo modelo de “el que no se adapta, se va”.

Cómo prevenir la deserción desde el primer año

No hay fórmulas mágicas, pero sí hay prácticas que funcionan. Algunas universidades chilenas han comenzado a implementar estrategias que podrían marcar la diferencia si se aplican con convicción y recursos.

Diagnóstico temprano

Identificar a los estudiantes en riesgo desde el primer mes. No con pruebas estandarizadas, sino con entrevistas, observación y seguimiento personalizado. La Universidad de Santiago, por ejemplo, ha desarrollado un sistema de alertas basado en asistencia, rendimiento y participación en clases.

Mentorías entre pares

Programas como los que ofrece la Universidad de los Andes, donde estudiantes de cursos superiores acompañan a los de primer año, han demostrado ser efectivos para reducir la sensación de aislamiento y mejorar la adaptación académica. No se trata de dar clases particulares, sino de compartir experiencias, errores y estrategias de supervivencia.

Nivelación real, no simbólica

Muchos estudiantes llegan con brechas en matemáticas, comprensión lectora o habilidades digitales. Ofrecer cursos de nivelación no como castigo, sino como oportunidad, puede marcar la diferencia entre quedarse o irse. La clave está en el enfoque: no infantilizar, no estigmatizar.

Espacios de contención emocional

La salud mental no puede seguir siendo un tema tabú. Universidades como la Católica del Norte han implementado centros de apoyo psicológico con atención gratuita y confidencial. Pero no basta con tener psicólogos: hay que crear una cultura institucional que legitime el pedir ayuda.

Flexibilidad curricular

No todos aprenden al mismo ritmo ni con los mismos métodos. Ofrecer rutas formativas flexibles, con posibilidad de cambiar de carrera sin perder todo lo avanzado, puede evitar que un error vocacional se convierta en una renuncia definitiva.

Comparativa de retención en primer año por tipo de institución

Tipo de instituciónTasa de retención 2024Fuente
Universidades82,7%SIES
Institutos Profesionales72,1%SIES
Centros de Formación Técnica71%SIES

¿Y si el problema no es el estudiante?

Tal vez ha llegado el momento de cambiar la pregunta. En lugar de preguntarnos por qué los estudiantes desertan, podríamos preguntarnos por qué las instituciones no logran retenerlos. ¿Qué tipo de universidad estamos construyendo? ¿Una que acompaña o una que selecciona? ¿Una que forma ciudadanos o una que expulsa a los que no encajan?

Porque al final, la deserción no es solo un fracaso del estudiante. Es también un espejo incómodo para el sistema. Y como todo espejo, no siempre muestra lo que queremos ver. Pero si lo ignoramos, corremos el riesgo de seguir perdiendo no solo alumnos, sino futuros que podrían haber sido.

Subir