Mirando al oeste desde las altas lomas costeras de la Araucanía, un cerro verde rompe la vaguada e indica que algo de tierra queda hacia el poniente. Allí está la misteriosa Isla Mocha que tanto atrae como inspira temores. Pocas veces la niebla y los temporales permiten apreciar su belleza. Antiguo refugio de piratas, lugar de numerosos naufragios, cargado de historias y leyendas, su geografía y los embates de la naturaleza siempre le jugaron en contra y frenaron su desarrollo. Los terremotos y los tsunamis no fueron la excepción, pero finalmente es la rudeza permanente del mar es lo que la tiene aislada.
Texto y fotos: Arnaud Frennet
Mi primera visita a la Isla Mocha fue en el 1996 y la siguiente poco después en 1998. Tuvieron que pasar casi 20 años antes de que regresara, pero siempre me quedé con la sensación de que en cualquier momento iba a volver a la isla, como si hubiese tenido una deuda pendiente.
En 1998 fui para realizar un reportaje de Windsurf para una revista francesa. Esa vez, en pleno fenómeno del Niño, sufrimos con la lluvia y el poco viento. Tuvimos que enfrentar difíciles temporales dentro de nuestras carpas y armarnos de paciencia para finalmente obtener condiciones favorables para el windsurf. Nos quedamos atrapados varios días en la isla a la espera de que se calmara el mar y que algún lugareño aceptara llevarnos de vuelta. Esta vez volví con mi señora e hija.
Un cruce complicado
A la isla se puede acceder en avioneta, pero si se quiere llevar equipos de Windsurf, Surf o Stand Up Paddle, solo hay una solución y es por mar.
Veinte años después, la situación no había cambiado mucho. A pesar de que ahora existe una lancha oficial que conecta Mocha con la caleta de Tirúa, supuestamente en forma continua, pero en realidad solo sale cuando se le ocurre. Los mochanos siguen bien aislados.
Para cruzar con nuestras tablas recurrimos a hacer dedo a las lanchas de cabotaje. Allí recién empezó la aventura. Había que encontrar un bote que aceptara llevarnos, y que contara con un capitán sobrio cuando se dieran las condiciones para cruzar. Por otra parte, no están autorizados para llevar pasajeros, por lo que la salida es algo camuflada y poco segura. Pasada esa prueba, la siguiente hazaña era cruzar el banco de arena a la salida de la desembocadura de Tirúa, lo que solo era posible con marea alta, poca carga en la lancha y olas pequeñas. En general, no se logra cruzar de una sola vez ya que no hay profundidad suficiente para que la lancha pueda avanzar sin encallar; hay que esperar a que llegue una ola que aumenta un poco el nivel del agua.
La gran sorpresa que me llevé fue que el dueño de la lancha que encontramos era la misma persona que me había llevado hacía 20 años a la isla. Más viejo, más maduro, y con una lancha mucho más grande, mi amigo se veía más fiable que en el pasado. Un verdadero empresario quien, además de su negocio de cabotaje, tiene una carnicería en Tirúa donde vende la excelente carne de su propio criadero en la isla.
Todo pintaba perfecto con una salida prevista el mismo día que llegamos a Tirúa, pero sin contar que el dueño de la lancha ya no las manejaba y las confiaba a un capitán que nunca apareció a la hora de zarpe… al parecer estaba ebrio y nada se supo de él hasta el día siguiente. Ese fue un día perdido y como contábamos con muy pocos días para realizar la travesía remando en SUP, me volvieron todos los recuerdos del pasado y lo poco asequible que era Mocha.
Finalmente, a media tarde del día siguiente pudimos pisar el suelo Mochano. Sin esperar más, motivé al resto del equipo para salir a recorrer. Nunca habían estado en la isla y tuve el presentimiento de que no íbamos a estar por mucho tiempo ahí.
Tras una buena caminata, salimos de noche a ver las fuentes submarinas de gas natural que afloran en el mar. Una de ella está bien cerca de la orilla, y cuando hay marea baja, es muy poca el agua que la cubre por lo que el gas no se disuelve en el agua y salen burbujas. Uno le puede prender fuego y da la impresión de que se está quemando el agua de mar. Tremendo espectáculo que nos ofrecía la sorprendente y mística Mocha.
Ajustando el GPS
La madrugada siguiente, las condiciones para cruzar en Stand Up Paddle eran casi perfectas así que no podía dejar pasar la oportunidad. A las seis de la mañana, tras apenas 13 horas en la isla, ya estaba listo para la gran aventura. Abandoné al resto del equipo sin saber si iban a encontrar una lancha para regresar el mismo día e ingresé al agua equipado para la remada.
La travesía tuvo tres partes muy distintas. La primera fue la que más disfruté, con condiciones perfectas, poco viento, un amanecer precioso y buena visibilidad. Pero estas condiciones de ensueño dieron de a poco paso a un viento sur moderado obligándome a remar solo del lado de babor. En esta zona, el viento sur puede ponerse fuertísimo lo que me preocupaba bastante. Había que ganar distancia contra el viento para poder llegar a Tirúa de lo contrario, tendría que aplicar el plan B que era apuntar a una playa mas al norte, como Quidico. Esto significaba por lo menos dos horas adicionales remando.
Tras dos horas soplando, el viento se calmó y dejó su lugar a otro gran enemigo para la travesía: la niebla. Así se iniciaba la última parte: aunque me quedaba menos para llegar a tierra, no veía por dónde ir.
El lejano ruido del oleaje costero me daba una dirección, pero varias veces tuve que recurrir al GPS para ajustar mi rumbo. Recién en los últimos tres kilómetros volví a distinguir la costa y de a poco se levantó la niebla. También fue el momento en el cual vi la lancha llegar desde la isla con los demás. Finalmente todo había funcionado demasiado bien, y tras 5 horas y 20 minutos y 35 kilómetros remando, pisaba nuevamente el continente.
Como cada travesía, me fui con un sentimiento de deber cumplido, pero esta vez fue mezclado con un gusto a poco, con la sensación de que algo faltó. No pudimos aprovechar la isla como quisimos. Seguiré viviendo con la sensación de deuda pendiente. Ojalá no pasen 20 años para la próxima visita…