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De trekking por el país de Drácula

Concluimos el relato de Sofia Ramírez, que nos cuenta sobre los personajes y criaturas que conoció en la segunda parte de su viaje en  los fantásticos escenarios del monte Omu. ¡Una experiencia de miedo!

Texto y Fotos: Sofía Ramírez

Con Martín, mi guía y amigo rumano, llegamos temprano a Sishisoara. Definitivamente me enamoré de ese lugar, una ciudad medieval fortificada del 1200, patrimonio de la humanidad, donde la gente vive una tranquila vida medieval  (los niños van al colegio dentro del castillo) y más aún, porque ahí nació Vlad Dracul.

Es que esta “ciudad” parece de ficción: en los 30 minutos que nos demoramos en recorrerla, la historia de Vlad Dracul se nos apareció en los cuadros de información y su escudo estampaba todas las poleras de souvenir. A la salida del cementerio, una imagen tamaño real del Drácula ficticio nos convenció de entrar a un restaurante donde Martín decidió que yo tenía que probar el baclava, pastel de nueces rumano.

En la tarde partimos a los Cárpatos. Cargamos las bicicletas en el auto, Martín compró barras energéticas y salieron los implementos de trekking (guantes, pantalones, anteojos, mapa, etc.). Llegamos a las faldas de Bucegi, montaña de  2500 metros de altura e iniciamos la caminata. Mis ganas de salir de la huella y caminar libremente por el bosque aumentaban a cada minuto… hasta que  supe que una de las mayores concentraciones de grandes carnívoros de Europa, como osos, lobos y linces tiene su refugio en Bucegi.

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A medida que subíamos, la sensación térmica bajaba. El viento movía las nubes como si fuesen autos por una carretera. Intenté tomar fotos pero mis dedos y nariz se helaron de sólo intentar desatar al frustrado fotógrafo que llevo dentro.

Al caer la tarde y ya cansados, llegamos a la cabaña de montaña en la cima del monte Omu, una cabaña de madera gris de 1926, escondida en la neblina y rodeada de nieve, con  una letrina externa. Dentro nos dieron sopa y un lugar entre las colchonetas para dormir. Dejamos las cosas y nos fuimos a conquistar la siguiente cumbre antes de dormir.

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Rupicaprinos

Salimos y nuevamente el viento que soplaba entre la espesa neblina nos enfrió la cara. En un momento se abrió la neblina y apareció la cima de nuestra próxima conquista.. Empezamos a buscar cómo subir hasta que  Martín frenó en seco y movió las manos pidiendo que fuera despacio y en silencio. Me acerqué sigilosamente y, desde una cornisa, nos estaba mirando un animal que parecía hijo de la cabra y del antílope. Raro pero precioso. Un par de segundos después desapareció saltando entre las rocas como si estuviese corriendo por un campo de flores y nosotros seguimos nuestro camino hacia la cumbre.

Llegamos justo antes de la puesta de sol. Fue tan impresionante esa vista del valle que se nos perdía la vista en el horizonte. ¡Éramos los únicos en toda la montaña! Me senté hasta que Martín me mostró lo que teníamos a nuestras espaldas: nubes  blancas, grises y negras  avanzando a gran velocidad hacia nosotros. Poco a poco el viento empezó a ponerse más fuerte y, en pocos minutos, los dos estábamos rodeados de nubes que pasaban entre nosotros hasta tapar completamente los valles que recién había mirado embobada.

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Decidimos bajar y a medida que descendíamos  las nubes se fueron quedando atrás.  Nuevamente encontramos al animal que nos clavó la mirada, como si supiera que era imposible que nos acercásemos a él. Ni un acróbata hubiese podido saltar las rocas y llegar donde estaba este peculiar “bambi” de montaña.

El Gris, El Frío y los Ojos del Sol

Regresamos a través de la niebla a la cabaña de Omu. Había llegado un nuevo hospedero, un rumano de barba larga, de aspecto sucio y tapado con frazadas desgastadas. A medida que se hacía de noche y el viento sonaba más fuerte, más miedo me daba este personaje rumano que nos miraba atentamente desde su colchoneta y sin decir una palabra. Mientras el frío aumentaba, la cabaña sonaba y aunque nosotros nos pusimos toda nuestra ropa abrigada, él seguía con su frazada desgastada.  Martín se fue a su saco y apagó su linterna, mientras yo tomaba el último rayo de calor de la estufa. Ahí noté que había una luz apuntándome la cara desde una colchoneta. Así es, el curioso rumano me miraba fijamente. Si me movía, me seguía con su luz. Y así siguió durante toda la noche. Cuando abría los ojos lo veía mirándome.

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Al día siguiente, nos despertamos temprano y seguía el viento fuerte. Martín se preocupó y averiguó que el personaje llevaba cinco días sin salir de la cabaña. Venía una vez cada dos meses. Me intrigó bastante cuando sólo se bajó de la cama, se me acercó lentamente, rompió su silencio y me dijo que tenía “Ojos de sol”. Sí, ¡tuvimos que apurar la salida!

Con los colmillos afilados

Tomamos las mochilas, nos abrigamos y salimos al frío, guiándonos por el mapa de Martín. Ya habíamos decidido nuestro próximo destino: Bran, un  pueblo muy turístico, famoso por su Castillo, el cual atrae a bastantes turistas por ser erróneamente adjudicado como el castillo de Drácula. Empezamos a bajar. A medida que desaparecía la neblina, empezamos a ver los acantilados que nos delimitaban el camino. Era impresionante parar y ver los valles de abajo, tal como si fuera un tablero de Metrópolis.

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Después de más de siete horas de descenso , de pasar por nieve, pastos bajos y secos a bosques enormes, con grandes ríos que los cruzaban, finalmente llegamos a un camino donde muchos perros callejeros se nos unieron. Caminamos una hora más con nuestra jauría hasta que vimos una calle llena de souvenirs y al primer grupo de turistas que me tocó ver durante mi viaje. Habíamos llegado a las faldas del famoso castillo de Drácula.
Antes de entrar, nos cambiamos y probamos los gorros y máscaras rumanas. No nos paramos de reír. Sólo imagínense a Martín, un europeo alto, vestido a la moda y con una amplia sonrisa, con un gorro aconado de 5 cm de diámetro.  Definitivamente la moda rural rumana es interesante . El castillo, rocoso gris  se emplaza sobre el pueblo de Bran, por lo que la vista era preciosa. En la entrada nos aclararon que el castillo no tenía relación con Vlad Tepes, sino que sólo fue la inspiración del autor de Drácula. Al parecer eso no les importaba a las decenas de turistas que morían por tener la foto del cuadro de Vlad.  Ya la confusión con la ficción era palpable.
Y esa noche celebramos con Martín por nuestra amistad y  terminamos alojando junto a un cementerio en Transilvania. Tal como comenté… Los destinos exóticos y deportivos son lo mío.