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Aventura en la montaña: Trilogía Peruana

La Cordillera Blanca -el Himalaya americano- es el territorio de grandes nevados, glaciares, lagunas y páramos de altura que atraen a hambrientos montañistas de todo el mundo.


Texto: Abraham Bittelman
Fotos: Ariel Valle, Abraham Bittelman

«Con una inmensa claridad mental y agudeza visual, acudimos a la embriagante y alegre aventura, rodeados de las cumbres más increíbles y deslumbrantes de un valle tantas veces soñado. Lo más especial, sentirse como si estuviésemos junto a nuestro hogar, pero era como internarse en una travesía a través del gigante valle Himalaya del Khumbu. Siluetas de laderas, neveros, filos y glaciares nunca antes vistos, su forma rememora tantas otras montañas que recorrimos, y aun así, nos embarcamos nuevamente a la aventura. Allí todo esto cobra el más profundo sentido, inundante alegría que nos hace entender por qué vivimos continuamente al encuentro de nuestros temores…”
Somnolienta y nostálgica recurrencia montañera, diciembre 2017».

Y sin más nos encontramos dos extranjeros, arreando la bandera chilena a más de 6000 metros en la cordillera blanca del Perú. Los Himalayas americanos, unas de las cumbres más hermosas que un montañista soñó. Así dábamos por concluido un entrenamiento diario que incluía correr y pedalear desde la casa al trabajo, bajando del piso 47 y subiendo al 16 del hogar. Escalada en nieve y hielo, encordamiento, rescate, randonee y múltiples trekking de largo aliento.


Como un típico plato de trilogía de ceviches peruanos, escalamos tres impresionantes cumbres, cada una con su sabor y sazón muy especial. Precalentar, revisar equipo y reconocer terreno con Urus (5.420 msnm), ganar confianza con la travesía del Ishinca (5.530 msnm), y como plato de fondo, el nevado Tocllaraju (6.034 msnm). Dicen que es el seis mil más fácil, pero el más escénico. Quién sabe… a nuestro entender todos los cerros que hemos subido en la Cordillera Blanca han tenido una vista maravillosa a las grandes cumbres que te dejan pasmado y sin aliento con su belleza. La excepción, el Tocllaraju, donde se nubló por completo justo al hacer cumbre y la visibilidad volvía cuando navegábamos de regreso sobre las fantasmales huellas que habíamos dejado en la escalada de madrugada ¡A eso se le llama navegar a ciegas! Al igual que improvisar una comida, sin medidas ni receta, solo disfrutando de la aventura del «ahora», saboreando cada ingrediente, mezclando sabores, cuchareando los resultados. Que de algo hayan servido nuestras aventuras e historias montañeras en las arduas cumbres chilenas. Todo un lugar de preparación para formar nuestro exigente paladar de andinista.
El poblado de Huaraz (3.052 msnm) siempre sorprende con su encanto, carnavales, gente acogedora, comida y bebidas en gran cantidad y todo a un increíble precio. El típico y tedioso proceso de compra de víveres y combustible para una expedición, se convierte en una entretenida y relajante experiencia al estilo de Anthony Bourdain y qué mejor, aclimatando el organismo mientras recorres la infinidad de mercados y tiendas de las calles del Katmandú peruano. Qué agrado conversar y compartir con cada uno de los locatarios, dueña de hostal, taxista, y toda la cadena humana que engrana la cocina expedicionaria.


Dada la cercanía de cada valle a los centros urbanos, disponíamos incluso de señal celular en el campo alto del Toclla ¡Qué mejor! coordinar el retorno preciso de burrero, animal y carga justo para cuando teníamos presupuestado nuestro merecido postre. Seguíamos la receta al pie de la letra.
Los refugios que reciben al escalador en la Cordillera Blanca ¡son un lujo! historia palpable de maravillados escaladores americanos y europeos, que dejaron su entusiasmo plasmado en sólidas construcciones de piedra y madera de acogedora veta. Son muy funcionales y entregan grandes facilidades logísticas para cocinar, comer, descansar o incluso ahorrarse el uso de carpa y las «bolsas de dormir». Sus relojes de funcionamiento y cocción de la aventura, perfectamente sincronizados con los horarios idóneos de escalada. La experiencia de años de preparaciones cumbreras, entregan una completa y deliciosa degustación del plato montañero.

La Cordillera Blanca nunca decepciona, nunca aburre, siempre entrega una increíble experiencia de sensaciones que satisfacen el hambre expedicionaria. Los disciplinados escaladores incaicos comienzan sus preparaciones más temprano de lo que acostumbramos, eso les asegura la cantidad de luz y nubes adecuada, la textura ideal para el hielo, una deliciosa “guinda cumbrera”. No es de extrañar que la cocina y cumbres altiplánicas estén en lo más alto internacionalmente.
Gran parte de la aventura comienza » a la luz de las velas» (2:00 AM), en donde solo captas los haces de luz de tu cordada moviéndose temblorosamente entre las grietas glaciales. Los tirones de la cuerda dan señales del «primero», indicando el ritmo que debes seguir, cuándo asegurar, cuándo continuar. Los sonidos del piolet y crampones en el hielo te dan pistas de la calidad de éste y cómo asegurar cada insondable grieta.

De vez en cuando, el “primero» reclama, pregunta: “¡más rápido!», «¿todo bien?». La textura y formaciones del agua milenaria, los asombrosos cúmulos de nubes que rodean las cumbres, las empinadas y perfectas laderas, se presentan como el plato a degustar, todo el festín de escalada dispuesto en la mesa, esperando a que se presenten estos dos hambrientos escaladores. Pero no hay apuro, muchos han sido devorados por estas cumbres, nuestra calma y concentración es esencial, tal cual se hace presente en nuestros sueños.