Hace 13 años se me metió en la cabeza hacer algo que en ese momento, jamás pensé que cambiaría mi vida de forma tan radical. Algo que me llevaría a convertir mi vida en una constante increíble experiencia, a rodearme de personas espectaculares y sobre todo, a darle una vuelta completa a todo lo que en ese momento pensaba que implicaba ser feliz. No tenía idea en lo que me estaba metiendo.
Texto: Sebastián Pavez
Cuando estaba en el colegio, pasando a cuarto medio, año 2003, se me ocurrió meterme a un curso de paracaidismo. No tenía ni familiares ni amigos paracaidistas, ni siquiera que hubiesen saltado una vez. Todo esto en un contexto súper distinto al actual. No habían grandes clubes de paracaidismo, no había mucha gente saltando, era algo completamente desconocido. Aún así, conseguí el número de teléfono de un tipo que me comentaron que hacía cursos y lo llamé. Llegué como un pollo, sin entender bien que era lo que tenía que hacer y sin darme cuenta, estaba sentado arriba de un avión sin puerta, pálido, con un paracaídas en la espalda y junto a mí, un instructor con chalas y un pañuelo en la cabeza. Ahí me dije, “aquí cague”. Pero la verdad es que no paso nada, lo pasé bien y sobreviví al curso. A esas alturas y considerando que estaba haciendo todo esto a escondidas, no matarme era el único objetivo. Lo que no pude hacer, fue poder pagar para seguir saltando. Estaba en el colegio, no tenía ni uno y con suerte me dio para pagar el curso, así que prácticamente fue un debut y despedida.
Un par de años después, estaba en cuarto año de Derecho y creía que quería ser un abogado de la gran ciudad como diría Homero Simpson. Pero todavía tenía metido en la cabeza el hecho de que me había tirado cerca de 15 veces desde un avión. Además ahora que había Facebook, las cosas habían cambiado rápido. Fue así como me volví a aparecer en el club de paracaidismo el año 2007. El deporte estaba creciendo y se había recién formado un club nuevo. Por mi parte seguía teniendo el mismo problema de antes, no tenía ni un peso para saltar y eso implicaba que el progreso que podía tener, iba a ser súper lento y no muy motivante. Por lo mismo, si volvía a saltar, tenía que partir con buscar como financiarlo.
Manos a la obra
Luego de haber decidido que esta vez no sería una pasada loca por el paracaidismo, si no que realmente quería aprender, me las tuve que ingeniar para conseguir las lucas. Partí donde mi papás y les expliqué que estaba seguro de que quería hacer esto y que necesitaba de su apoyo. La conversación fue corta y poco fructífera: había que pasar al plan B. Llamé al dueño de este nuevo club y le dije: “Si necesitas alguien que corte el pasto en la pista, yo lo corto”. Ya tenían alguien para cortar el pasto, pero igual necesitaban ayuda. Estaban empezando y seguramente dijeron: “Bueno este cabro estudia derecho, tan burro no debe ser”, y así fue como me puse a trabajar para el club. Hacía lo que hubiese que hacer, ordenaba los vuelos en una planilla, hacía de cajero, ordenaba el club, hacía las de chofer, las comunicaciones con los socios, lo que fuese necesario para que me pagasen con saltos. Y así de a poco, empecé a saltar más y más, iba sin prisa pero sin pausa.
El comienzo para un paracaidista es bastante duro. Saltas, saltas y sientes que no progresas mucho, tienes que saltar solo porque no tienes experiencia para hacerlo con más gente y las posibilidades de aburrirse o al menos de desmotivarse son altas. Pero la perseverancia es bien pagada. Un día ya tienes más habilidades, el miedo ya va quedando atrás y empiezas a saltar con más personas. Ahí todo cambia, se vuelve increíblemente entretenido y en cuanto aterrizas, lo único que quieres, es empacar y saltar otra vez. Obviamente al principio no éramos muy exigentes, solo con volar relativamente cerca, quedábamos felices. No había mucha referencia de donde agarrarnos tampoco.
Volar es el deporte de una nueva generación.
He visto el crecimiento del paracaidismo a nivel mundial y cómo se ha disparado en los últimos años al igual que otros deportes aéreos. La diferencia en los últimos 10 años, desde que volví y no paré es impactante. La cantidad de gente alrededor del mundo haciendo paracaidismo, la cantidad de centros de paracaidismo de alto nivel y la incorporación de nuevas formas de entrenamiento como por ejemplo hacer Indoor Skydiving. Todo esto, hizo que el nivel de los paracaidistas se volviera una locura.
Ante la pregunta de ¿qué es tener mejor nivel? En pocas palabras es volar bien. Hacer paracaidismo no se trata de caer desde un avión, se trata de usar tu cuerpo de la forma más aerodinámica posible y así volar en distintas posiciones, direcciones y velocidades. También es realizar formaciones con otros paracaidistas, o saltos en pequeños grupos, donde el común denominador es encontrar una constante coordinación entre lo que estás pensando, lo que están haciendo los otros que están volando contigo y lo que está haciendo cada parte de tu cuerpo para estar donde tienes que estar, a la velocidad a la que tienes que ir y en la más completa conexión con el salto que estás haciendo.
Saltas desde más de 4.000 metros de altura, volando a más de 200 Km/h. 60 segundos de caída libre. Llegas a la altura en que hay que abrir el paracaídas, tiras para que se abra y en un par de segundos, calma total y completo silencio. Estás solo y con tu paracaídas abierto arriba tuyo. Ahora viene la segunda patita, volar tu vela (la tela que nos sustenta) y que es tremendamente entretenido también. Otro deporte completamente distinto. Con paracaídas de alta performance te desplazas por el cielo a altas velocidades, buscas donde están los demás paracaidistas, miras bien donde tienes que aterrizar, haces un par de giros para tomar más velocidad y aterrizas a más de 100 Km/h. Dos deportes increíbles por el precio de uno, espectacular.
Mi punto de inflexión
Lo saltos estaban cada vez más entretenidos, cada vez me metía más en el paracaidismo. Mi grupo de amigos empezó a cambiar y ahora a los que veía todos los días eran los del paracaidismo. No parábamos de transmitir y donde fuese que estuviésemos, era lo único de lo que hablábamos. Aparecieron personajes que hasta el día de hoy son mi familia por elección.
Mientras tanto seguía estudiando, no me iba nada de mal, pero cuando estaba en clases, escuchando a un profesor hablar sobre derecho tributario mi cabeza estaba literalmente en las nubes. La carrera de abogado avanzaba, ya quedaba poco de universidad y yo lo único que yo quería era saltar, viajar y saltar. Eran objetivos más sencillos y bastante más entretenidos. Por otro lado, se empezó a gestar una nueva carrera.
Cuando ya tenía más experiencia volando, llegó un punto en que era capaz de ponerme un casco con una cámara de video y una de fotos en la cabeza y volaba junto a la gente que iba a saltar en Tándem. Tándem es cuando una persona que no es paracaidista, salta junto a un instructor (completamente recomendable por cierto), un buen primer paso para ser paracaidista o solo para experimentar esa adrenalina que produce saltar desde un avión. Ahí todo cambió. Me estaban pagando por saltar y ahora Superman era una alpargata. De ahí en adelante todo fue completamente distinto. Por un lado me pagaban por saltar y por otro lado cada día era más la gente que quería hacer paracaidismo y por ende, cada vez yo saltaba más. El nivel de los saltos que hacíamos era cada vez mejor y las ganas de seguir mejorando se incrementaban.
Terminé la universidad y me fui una temporada a Australia. Me fui con mi paracaídas al hombro recorriendo distintos centros de paracaidismo en un país en que obviamente, el paracaidismo estaba muchísimo más avanzado que en Chile. Esa fue la primera experiencia que tuve de vivir y respirar paracaidismo 24-7.
Cutaway
De vuelta en Chile y con título de abogado en mano, había que ponerse a buscar trabajo, sacar el terno del clóset, preparar un CV y empezar a ir a entrevistas. Había que ponerse serio y la familia presionaba. Por dentro nada de eso cuadraba. No creo que este mal dedicarle la vida al trabajo de oficina, no creo que una cosa sea mejor que la otra. Lo que si creo, es que cada uno con lo suyo y así como todos somos tan diferentes unos de otros, yo al menos no podía. Sencillamente no podía.
Existe la posibilidad de que el paracaídas no se abra bien, es bastante raro, pero existe. Entre más experiencia tienes, quieres usar paracaídas más pequeños porque son más rápidos. Entre más alta es la performance del paracaídas, más propenso está a no abrirse bien y a tener una falla. Ahí no te queda otra que liberar ese paracaídas, que se vaya lejos y abrir el de emergencia que siempre se abre bien, no es tan terrible. Ese procedimiento se llama Cutaway. Lo menciono porque además, en el mundillo paracaidístico, es una manera un poco cliché de referirse a cortar con todo y dejar todo atrás. Pero en la práctica, es tal cual. Ya había tomado la decisión de que no quería ser un abogado de la gran ciudad y no me iba a encerrar en una oficina, no quería matarme trabajando toda la semana y el fin de semana ir al mall. No me importaban las lucas, todo se trataba hacer lo que hasta el día de hoy me hace inmensamente feliz que es volar. Por lo tanto, no quedaba otra que hacer Cutaway y cortar todo.
Ahora había que ir y explicar esto a mis padres, independiente de que la decisión estuviese tomada, por respeto a ellos y considerando que ellos también proyectaron algo en mi desde el momento en que decidieron gastar toneladas de lucas en un buen colegio y en una buena universidad, había que ir y conversarlo. Siempre hace bien contar con el apoyo familiar. Nuevamente la discusión fue corta y decidí ir de nuevo por el plan B. “Esto se hace a mi pinta les guste o no”. Finalmente, no es culpa mía tener que elegir a los 18 años que quieres hacer para el resto de tu vida si en realidad a esa edad no sabes nada de nada.
El resultado final
Todavía me acuerdo lo difícil que fue poder juntar los primeros cien saltos. Uno a uno viendo como los primeros cien se veían tan lejanos, escribiendo los saltos en una bitácora que no se llenaba nunca. Ahora sin darme cuenta llevo más de 3.000 saltos. Durante el verano en Chile, salto todos los días en Pucón, definitivamente el lugar más lindo donde he saltado en mi vida y probablemente uno de los lugares más lindos del mundo para realizarlo. Todos los paracaidistas quedan locos cuando ven que se vuela al lado del cráter del Villarrica y después vuelas sobre ríos, lagos y bosques, nieve y verde al mismo tiempo.
Cuando se acaba el verano acá, parte el verano en el hemisferio norte, así que a Estados Unidos los pasajes y a saltar a uno de los centros de paracaidismo más grandes del mundo. Saltando todos los días con paracaidistas de tremendo nivel. Levantándome en las mañanas y volando hasta que se pone el sol. Increíblemente está lleno de gente que esta en las mismas. Gente de todo mundo con los que se comparte ese afán de volar por el cielo y de aprovechar cada segundo que se vive y respira. No se vive con mucho lujo, pero tampoco hay muchas preocupaciones. Se trata de vivir y disfrutar la vida.
Hace un par de años, empecé a hacer el curso de piloto, tantos años metido entre aviones hizo que me enamorara de ellos. Ahora soy piloto comercial y ese es el siguiente paso. Pasar de saltar de los aviones a volarlos y en eso estoy actualmente, saltando y volando, todos los días un continuo aprendizaje que no se acaba y que espero que no se acabe nunca. No me arrepiento de nada. No tengo idea donde voy a estar en el futuro próximo, pero si sé que va a ser volando y eso me hace tremendamente feliz.