Lanzarote es uno de los lugares favoritos de los buceadores por su excelente visibilidad bajo el agua. Daniel Malfanti llegó a esta isla para explorar el submundo acuático y aprender todo de él.
Texto: Daniel Malfanti Bravo
Ya han pasado casi dos años desde que inicié mi entrenamiento en buceo en alta profundidad en el pueblo de Playa de Blanca, en la isla de Lanzarote. Esta es una de las siete islas de Canarias, la cual es parte de África, y se encuentra a solo 70 millas al Oeste de Marruecos. Cuando recibí el correo que me invitaba a ser parte del curso de Instructor Trainer de la Agencia ANDI, no podía estar más feliz. Se completaba el sueño de un largo camino, pero lo mejor era que sería parte del curso de Wreck Diving del nivel más alto de buceo existente en el mundo, el L5, el cual permite bucear sin límites de profundidad e ingresar a un naufragio. Esto requiere mucho entrenamiento, equipamiento de la más alta calidad y, sin lugar a dudas, de un equipo de buzos especiales.
Con esa información, le dije a mi compañera de aventuras Paula Muñoz, que se uniera al viaje. Ella sin darme tiempo de respirar, compró los pasajes.
Peces de colores.
Ya en Playa Blanca nos dirigimos al Centro de Buceo Rubicon Diving Center, que nos cobijaría unos 20 días. Este lugar había sido mi casa en varias oportunidades, pero para Paula sería su primera vez. Ella comenzaría a realizar un curso de fotografía submarina, al mismo tiempo que yo partiría buceando en mi primer curso. La isla es absolutamente volcánica y sin vegetación. Tampoco posee agua potable, la cual solo se obtiene por medio de plantas desalinizadoras.
Al ver a Paula salir del agua de su primer buceo, solo pudo apreciar la alegría de su cara. Me dijo que estaba lleno de colores por todos lados, que la temperatura era una maravilla y la visibilidad sencillamente soñada. Mientras me hablaba, yo probaba diversos equipos de buceo, como Sidemounts, equipos Teck y Rebreather (Aparato de respiración que recicla el gas emanado por los pulmones).
Mi partner sería un Rumano, Constantin Benedic, un buzo con gran experiencia y que ha dedicado su vida a navegar por el mundo. Dos holandeses participantes del curso de Trainer, especialistas en Sidemount (Sistema en que los tanques se montan lateralmente en el buzo), no harían el curso Wreck, así que solo con Costantin en paralelo haríamos nuestro Wreck Diving.
El curso comenzó con una instrucción en tierra en una de las plazas pequeñas del pueblo. Debíamos caminar vendados, con nuestros carreteles y líneas y ponerlas entre piedras y distintos artilugios de nuestro instructor, sin duda algo entretenido. Esto debíamos hacerlo ya que cuando tienes cero visibilidad bajo el agua, uno tiene que poner una línea en distintos lugares para tocarla y así saber por donde va el camino. Además, en las líneas se ponen unas flechas para poder saber en qué sentido uno va.
Las morenas.
Andy, nuestro instructor inglés, se encargaría de que solo por dos días estuviéramos sin mojarnos. En nuestra primera inmersión visitamos una pequeña caverna, a unos 20 metros de profundidad, la cual albergaba a una enorme manta raya o chucho como le llaman allí. Esa caverna se transformó en nuestra casa. Buceábamos ahí varias horas al día y la mayor parte del tiempo lo hacíamos vendados y sin máscara. Todo era al tacto, seguíamos las líneas que poníamos al ingresar y las flechas de marcación hasta llegar a las galletas de salida, elemento que nos daba la indicación de que estábamos en un sector seguro (la galleta es una pieza circular con tu nombre, cuando uno entra al lugar coloca su galleta en la línea, para que la otra persona sepa si uno entró o salió de ese lugar). Nos dimos varios golpes y las heridas en la cabeza o manos fueron algo normal.
Nos llevamos un buen susto con unas morenas que habitaban esas cavernas, las cuales sin duda no les gustaba que alguna mano tocara su hogar. Al ver los dientes de las morenas, quedaba claro que era mejor mantenernos alejados.
Fuimos avanzando en profundidad bajo el agua. Al ingresar a lugares más complejos, la inmersión se iba complicando, esto bajo la mirada del Trainer Director de ANDI, Christian Massaad, quien se encargaba de que no tuviéramos descanso y cada día mejoráramos más. Mientras Paula, en su curso de fotografía, iba tomando cada día mejores fotos junto a su instructora Tachi.
El Naufragio
Paula me mostraba las fotos del Museo del Atlántico, que consistía en una serie de estatuas puestas en las profundidades. Este museo había sido inaugurado unos meses atrás, y ya comenzaba a estar cubierto de vida. Por mi lado, ya había pasado al ingreso de naufragios profundos y nos alistamos para lo último que nos quedaba que era un pesquero de comienzos del 2000, que descansaba en la parte más profunda, como a 84 metros de profundidad.
El tiempo de estadía de Paula llegaba a su fin, ya había terminado su curso y debía volver unos días antes que yo a casa. Con pena nos despedimos, pero se podía ver en ella la felicidad de lo aprendido y de haber conocido un lugar encantado para bucear.
Di comienzo a mi última etapa de buceo profundo en un naufragio. Éste lo haríamos con un JJ-CCR , un recirculador de gas que hace aprovechar los gases que se respiran al máximo. Lo buceamos dos días, la primera con una corriente de superficie algo fuerte la cual hizo que las paradas de descompresión fueran un poco movidas y poco relajadas. Pero en el fondo había calma y pudimos cumplir el recorrido planificado.
El último día, al sumergirnos, el mar estaba en calma absoluta, y la claridad fue un gran aliado en el descenso puesto que desde los 20 metros se podía apreciar el naufragio. Llegué a la popa del pesquero junto a Costantin, e hicimos firme la maniobra, mientras Chris y Andy recorrían la parte superior. De ahí nos fuimos a proa en busca de algo que identificara el naufragio. En el sector del centro entramos a unas bodegas en las cuales se podía ver un frigorífico y redes de pesca, que estaban aún ordenadas en sus bodegas. Fuimos colocando las líneas con sus respectivas galletas y flechas. Nos vino una sensación especial al estar rodeados de la estructura del naufragio a 80 metros. El tiempo de fondo llegaba a su término e iniciamos el lento retorno a la superficie, sacando la galleta que marcaba la salida del naufragio y, con ello, el camino a superficie. Nos quedaba algo más de una hora de tiempo para ir liberando el exceso de gas que teníamos en nuestros cuerpos.
Ya de regreso en el centro, pude ver que esta gran aventura que llegaba a su fin con la alegría de haber hecho cosas nuevas y saber más. Ahora a me iba a tomar el avión de regreso a casa y a juntarme con mi compañera que ya me esperaba allí.