Los creadores y buzos de la escuela de buceo VIE VI’E IKA van rumbo a las Islas Galápagos en Ecuador, en busca del esquivo Tiburón Martillo. El glorioso mundo submarino, preciosos paisajes y animales peligrosos son el escenario de esta intrigante expedición.
Texto: Pamela Garfias www.vieika.cl
Fotos: Antonio Quer, Pamela Garfias, Jaime Lavados
Estamos ansiosos. Nuestro avión despega sin atrasos desde el aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago de Chile. Nuestro destino final: Islas Galápagos, Ecuador. Nuestra comitiva: cinco buzos experimentados a cargo de quien escribe. La misión: Encontrar al esquivo tiburón martillo. No es una tarea fácil, llevamos más de 10 años disfrutando del buceo, enseñándolo, y guiando aventureros por Chile y el mundo con un solo objetivo, dar a conocer el fascinante océano junto a todos sus tesoros y maravillas. Pero aún no lo encontramos. Es casi un mito para nosotros.
Tenemos escala de una noche en Guayaquil. El viaje se ha sentido particularmente largo y cansador. Llegamos tarde y luego de subir nuestros equipajes en el pick-up de los taxis/camionetas característicos, llegamos a nuestro hotelito a pasos del Malecón 2000. Pablo, uno de nuestros choferes, nos ayuda con esmero mientras nos cuenta locas historias de música y rock&roll que tienen; suponemos que hay mucho de irrealidad.
A la mañana siguiente, y luego de un suculento desayuno a base de jugo de naranjillas, café, tostadas, omelettes, y lo mejor, pasta de cacao con aceite de coco preparado por la misma dueña, reanudamos nuestro viaje a las denominadas “Islas Encantadas”, tal vez el último gran paraíso natural de alto interés que aún se conserva muy poco alterado.
Dominio Animal
Tras nuestra llegada nos damos cuenta de inmediato lo receloso del galapagueño común y del gobierno ecuatoriano con la preservación de este archipiélago, único en el mundo. Nos revisan todo, nos rocían con desinfectante e insecticida, nos advierten de lo que se puede hacer y de lo que no, y además, nos cobran una costosa entrada de 100 dólares americanos al Parque Nacional de Galápagos, junto con una tarjeta de control de tránsito. Pero no nos importa. Muy por el contrario, ya lo sabíamos y lo entendemos. Es el precio que gustosamente pagamos por visitar este lugar.
Listos los trámites de arribo, emprendemos la travesía hacia nuestro destino final por los próximos 8 días, una exclusiva villa seleccionada cuidadosamente para la comodidad de nuestros pasajeros. Luego de un bus, un ferry, un taxi y un water taxi, finalmente nos encontramos instalados. Ingrid, la administradora, nos explica brevemente el funcionamiento de la casa, y nos abandona a nuestra suerte… ¡y vaya qué suerte!
El lugar es de una belleza indescriptible. Estamos algo retirados del pueblo principal, Puerto Ayora, centro turístico de la isla Santa Cruz. Es una de las 15 islas mayores, además de varios islotes y rocas solitarias, que conforman este archipiélago perdido entre los azules mares tropicales. Antiguo hogar de bucaneros, piratas, cazadores de ballenas, reos, místicos, colonizadores y científicos, notamos que las Galápagos no son en verdad un lugar preparado para el ser humano; este es un lugar para el dominio animal. Aquí el hombre solo está de paso. Tortugas gigantescas, iguanas y leones marinos, piqueros, los famosos pinzones de Darwin, entre muchos otros, son los habitantes legítimos de las islas. No nos extraña que algunos las hayan llamado un “infierno en la tierra”, con volcanes aún activos, placas tectónicas que cabalgan unas sobre otras, y una historia de formación versus destrucción geológica continua y reciente. A nosotros, sin embargo, nos parece más un paraíso terrenal que otra cosa.
El rastro del Martillo
Luego de una caminata y exploración breve para saciar nuestra curiosidad inicial, decidimos reunirnos para planificar nuestros buceos del día siguiente. Cuesta seguir esperando para hablar de lo que realmente vinimos a hacer. Le explico a esta pequeña tropa de buzos excitados que hay que tener ojo con las corrientes, a veces traicioneras, pero poco les importa. Lo único que escucho es: ¿Qué vamos a ver? ¿A cuánta profundidad vamos a llegar? ¿Crees que veamos un tiburón martillo? Confiada, y con el corazón palpitando fuerte detrás del pecho, les respondo que sí. Espero que sí, pienso en mi interior. Llevo años recorriendo los lugares más remotos y agrestes del mundo y uno de los últimos gigantes marinos que me falta por ver, es este. Siempre tan esquivo, se ha convertido en mi objetivo personal del viaje y también de Cristóbal , mi socio y motor de Vi’E Ika, quien también nos acompaña en esta aventura.
Cuando finalmente llega el día y, ya equipados con nuestro equipo de scuba, entramos en contacto con el mar de Galápagos: la biodiversidad marina es impactante. Nubla la vista y nos recuerda por qué amamos este deporte. Difícilmente podría describir en unas pocas líneas la hermosa sensación de estar ingrávidos en el agua, sentir nuestra respiración amplificada por el sonido, ser rodeados por un sinfín de criaturas curiosas y algo temerosas de estos extraños “seres” algo torpes.
Por unos segundos el resto del mundo deja de existir. Somos sólo nosotros: Jaime, Antonio, Cristian, Quike, Gloria, Cristóbal y yo. Nadie más. Bueno sí, también están los corales, las tortugas marinas que pasan por nuestro lado, las barracudas, los tiburones de punta blanca y de punta negra, móbulas, rayas, morenas, juguetones leones marinos que nos mordisquean las aletas como el más manso de los cachorros, y miles de peces de colores intensos. Pero ni rastro del anhelado martillo.
Bajo el Sol de Galápagos
El buceo transcurre apacible, bello, único. Pero empiezo a impacientarme. Tranquila, me digo, aún nos quedan siete buceos más a lo largo del viaje y seguro aparece. Paciencia. Pero basta que este pensamiento se escurra dentro de mi mente, cuando lo veo en el punto donde la visibilidad casi borra su presencia.
Y lo veo, luego veo a toda su tropa, nadando como soldados feroces pero indiferentes en una especie de marcha o danza imponente. Más de quince tiburones martillos pasan y desaparecen como un sueño. Vuelvo bruscamente al estado consciente y miro al resto. Los ojos exageradamente abiertos me confirman que todos los vieron. Algunos aplauden, otros hacen gestos algo ridículos y otros burbujean sin cesar riendo a través de tanto aparato.
Los días y buceos siguientes transcurren similarmente. Tenemos la oportunidad de verlo un par de veces más, a veces solitario a veces en grupos de varios animales. Cada vez es como la primera: un momento sublime. Las Galápagos nos acogen, nos otorgan experiencias inolvidables. Le sacamos el jugo, tanto buceando, snorqueleando, caminando por senderos entre rocas de lava solidificada, observando aves, aprendiendo sobre la historia de las islas, e incluso arrojándonos al vacío desde acantilados y grietas sobre entradas de agua tan saladas que nos elevan a la superficie en cuestión de segundos. Todo bajo el sol implacable del trópico.
No obstante, todo tiene que llegar a su fin. Llega finalmente el día de regreso a Chile, y aunque algo tristes, estamos entusiastas de volver a nuestras frías aguas, las que también llenas de vida, de peces luna, bosques de algas, mamíferos marinos, y de encuentros y paisajes totalmente diferentes, han ganado nuestros corazones. Como equipo nos sentimos orgullosos de ampliar nuestros horizontes, de dar nuevos destinos a quienes nos acompañan, aparte de los chilenos. Con un ecosistema tan frágil pero muy bien conservado, las Galápagos nos seguirán invitando y recibiendo junto a nuestros buzos certificados, alumnos y principiantes. Hay lugar para todos. Y lo mejor, acá el martillo dejó de ser sólo un mito. ¡Misión cumplida!
Pamela Garfias
Directora e Instructora
VI’E IKA – Buceo.Chile.Expediciones.
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Expedición Islas Galápagos (Mayo 2014) from Vi'e Ika on Vimeo.