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Ascenso al Monte Ferrier

La Cordillera Paine, con sus 4 principales grupos montañosos, Paine Grande, Cuernos del Paine, Almirante Nieto y Torres del Paine atrae gran cantidad de montañistas, de diferentes partes del mundo, que se animan a alcanzar las escarpadas y gélidas cumbres de este remoto lugar de la Patagonia chilena. Sin embargo, las cimas no solo se concentran en el denominado macizo Paine: los límites al poniente y al sur de esta área protegida se encuentran rodeados de bellos cordones montañosos.

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Texto y Fotos: Francisco Rodríguez, www.onteaikenpatagonia.cl

El monte Ferrier, ubicado en el sector oeste del Parque Nacional y en las inmediaciones periféricas del Campo de Hielo Sur resalta por su belleza y gran glaciar colgante que cae desde su cumbre. Con sus 1.599 msnm, ofrece una vista inigualable de la reserva, y principalmente del Campo de Hielo, viéndose en su totalidad los glaciares Grey, Pingo, Tyndall, entre otros, junto a lagos y ríos que derivan de estas gigantescas masas de hielo.
Cubierto hasta la cota 900 aproximadamente por densos bosques de lenga y trazado por escarpadas paredes, su acceso resulta un arduo trabajo de orientación y paciencia. Acercarse a esta montaña, hoy en día resulta fácil y rápido, pues está ubicada a dos horas y media de Puerto Natales y a treinta minutos de la administración del Parque Nacional (donde debe solicitarse el permiso de escalada); la ruta vehicular se aproxima hasta la base misma del monte, comenzando el ascenso directamente desde el estacionamiento en guardería Grey.

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Un horizonte más amplio

Luego de presentar el permiso a personal de CONAF y registrado nuestros nombres en dicha guardería, comenzamos inmediatamente la gran aventura a esta lejana e inhóspita montaña. A eso de las 12:00, iniciamos el trekking de acceso por medio de un marcado y empinado sendero que lleva hasta uno de los mejores miradores de la reserva, el Mirador Ferrier. Situado a 800 metros sobre el nivel del mar, después de tres horas de trekking, la vista es simplemente inigualable. Hasta este lugar los turistas pueden fotografiar los paisajes que ofrece este rincón patagónico; después de este punto, no existe sendero alguno y el bosque se cierra cerro arriba, impidiendo a simple vista, el acceso a todo quien intente cruzarlo.
Al ver este panorama, poco alentador, ampliamos nuestro horizonte visual desde un montículo rocoso que se encontraba por sobre nosotros, y pudimos observar que hacia el este existían zonas de quemas y algunos claros, que auguraban un mejor y más rápido acceso al plateau del Ferrier. Analizamos la situación un par de minutos y en honor al tiempo, sin dudarlo más, decidimos aventurarnos hacia lo desconocido y cruzar horizontalmente gran parte de la zona baja de la montaña. Una hora más adelante, superada la quema que habíamos divisado desde lo alto, nos internamos en un denso bosque, con mucho árbol caído y materia en descomposición, sin cursos hídricos que pudiesen abastecernos de agua constantemente y con copas cerradas que impedían ver el cielo y horizonte por amplios lapsos de tiempo.

Después de seis horas de iniciar el ascenso, en guardería Grey, un fuerte viento reinante nos hizo saber que estábamos próximos a salir del bosque; minutos más tarde, pisábamos el plateau, divisando a los lejos la esperada cumbre del día siguiente, sobresaliendo entre sus pares por la altura, inclinación y agrietado glaciar colgante.

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Laguna Walter

La alegría nos embargó en ese momento, logrando apreciar nuestro objetivo y, más aún, viendo que no existía ningún obstáculo más que impidiera el rápido acceso hacia la zona de campamento. La pedregosa y expuesta ruta oscilaba entre subidas y bajadas; cruzamos un par de bellos y solitarios humedales que le daban el único color verde al lugar por sobre los 1000 metros de altura, descendiendo desde los glaciares y neveros, con largos ríos que se internaban en los valles cerro que se extendían cerro abajo.
Después de una hora y media de agotador trekking sobre el plateau, alcanzamos la base de una alta morrena que inmediatamente nos hacía saber que, al otro lado, se encontraba una vista que hasta ese momento conocíamos solo en mapas e imágenes satelitales: laguna Walter.
Ya cansados y con hambre, comenzamos a ascender la morrena y llegamos a divisar en frente de nosotros y en todo su esplendor, el magnífico e imponente glaciar colgante del monte Ferrier, con la ansiada y desconocida laguna a sus pies.
Con un grito de felicidad nos relajamos, nos sentamos y comenzamos a hacer registro del paisaje que tanto habíamos esperado ver. Me contacté por radio con la administración del Parque para notificar nuestra llegada al campo alto del Ferrier y consultar respecto a las condiciones climáticas del día siguiente: según CONAF, tendríamos algo de nubosidad parcial y vientos de una máxima de 30 km por hora, lo que para Patagonia, se traduce en muy buen tiempo.
Después de 10 minutos de pequeño descanso, comenzamos a descender el pedregoso acarreo para bordear la laguna, que estaba unos 20 metros por debajo nuestro, hasta que finalmente, y ya con largas siete horas y media de exigente y agotador ascenso, logramos arribar hasta la anhelada zona de campamento, localizada en la costa sur del lago, a escasos dos metros del nacimiento del río que lo desagua.

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Dejamos las mochilas e inmediatamente comenzamos a fotografiar el panorama, y hacer filmaciones: no corría ni una brisa de viento, estaba muy despejado y lo más espectacular, teníamos la gran cumbre en frente de nosotros, con el glaciar que amenazaba desplomarse en cualquier momento. Satisfechos de capturar todas las imágenes que queríamos, sentimos el descenso de la temperatura y comenzamos a armar el campamento. La zona era rocosa a los 360 grados, estábamos en la morrena misma, por lo que la limpieza de piedras del lugar de emplazamiento de la carpa fue una delicada
A eso de las 20:30 pm, vemos a lo lejos dos personas que vienen descendiendo la morrena: se trataba de dos jóvenes montañeros que andaban en busca de la misma aventura nuestra, alcanzar la cumbre del Ferrier. Nos habíamos encontrado en la mañana de ese día y algo conversamos sobre las rutas a tomar, ellos tomarían otra diferente a la nuestra, la cual sería más directa. Favorablemente la más directa fue la nuestra, ya que llegamos con bastante tiempo de antelación.
Rápidamente se dispusieron a levantar campamento al lado nuestro, mientras nosotros preparábamos los implementos para comenzar a realizar lo que sería la cena.

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A las 22:30 el silencio reinaba sobre la montaña y las estrellas comenzaban a brillar, cuando de pronto se asoma detrás de unos lejanos cerros hacia el este, una increíble luna llena entre nubes, alumbrando el glaciar y la cumbre, en una mística noche que se matizaba con buenos tazones de té caliente. A eso de las 23:00 pm, ya estábamos en el saco, listos para descansar y pensar por dónde iría nuestra ruta.
A la jornada siguiente, el despertador sonó cuando eran las 06:00, indicando el comienzo del gran día. La fría mañana era iluminada por un rojizo amanecer que presentaba algo de nubes, pero lo suficientemente altas como para no cubrir el grandioso horizonte que nos tocaba ver.
Mientras se hervía nuestra agua para servirnos un buen desayuno, alistábamos nuestro equipo, cuerda, arneses, cascos, piolets, crampones, etc., afinando todo detalle que pudiese quedar afuera. Una vez desayunados y con las mochilas cerradas y equipo chequeado, a las 08:00 am comenzamos el ascenso para intentar una nueva cumbre en Patagonia. Sin embargo no contábamos con un pequeño inconveniente al iniciar la aventura, el cruce del río. No habíamos dimensionado el tamaño de este el día anterior, y su cruce llevo por lo menos 15 minutos de fallidos intentos de saltos, arrojo de piedras, etc., finalmente logramos cruzarlo y dar cara al ascenso que a 200 metros de la carpa comenzaba inmediatamente por un nevero.

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Al llegar a la base del nevero, nos encontramos con 300 metros de empinada pendiente, por lo cual procedimos a encordarnos y dar rienda suelta a la marcha cerro arriba. A medida que avanzábamos, marcas de caídas de piedras se notaban claramente en la nieve, poniendo de inmediato alerta ante un evento de estos. A 30 minutos de progreso, a los pies del nevero comienzan su ascenso la otra cordada que acampo junto a nosotros la noche anterior.
A escasos metros de llegar al final de la inclinada pendiente, una gran grieta se asoma por nuestro costado, amenazando con prolongarse por donde pasábamos, manteniéndose oculta bajo la nieve, sin embargo no fue problema alguno y logramos superar sin novedades la primera parte de la ruta, pasando de la nieve a la roca y divisando a partir de este punto, lo que sería el resto de nuestra vía hasta la cumbre. Manteniendo un ritmo firme y sin pausa, nos adentramos en lo más interno del Ferrier, glaciar, grietas, lagunas de montaña producto del deshielo, paredes escarpadas, simplemente el paraíso para un montañista.
La ruta nos lleva ascendiendo esta vez un acarreo muy suelto, cansador e inestable el cual una vez superado, nos vuelve a remontar en una pendiente de nieve bien compacta, facilitando la marcha y permitiendo tomar altura rápidamente. Descansamos al final de esta parte, mientras veíamos a la otra cordada que avanzaba rápidamente hacia nosotros. Comimos unas barras de chocolate y un par de barras de cereal, para finalmente tomar un último rocoso y expuesto filo que nos pondrá frente a frente a la cumbre.
Pasado un par de minutos, nos encontramos sobre el plateau donde nace el gran glaciar colgante del Monte Ferrier, el cual se presenta con grande grietas perpendiculares a la ruta, las cuales hay que vadear para alcanzar finalmente la cima.
Nos sentamos un momento a maravillarnos con lo que estábamos observando, un paisaje simplemente espectacular, mientras nos colocábamos nuestros crampones y revisábamos nuestra cuerda. Una vez listos, emprendimos la última parte del ascenso, al principio con bastante resguardo producto de las largas y cercanas grietas pero con la confianza de la seguridad del equipo humano.
Después de largas 4 horas de ascenso desde el campamento, alcanzamos a las 12:00 pm en punto, la gran cima del Monte Ferrier. Expuesta, rocosa y de escaza superficie, ofrece una vista inigualable de lo que no es posible divisar en cualquier visita al parque nacional, el gran Campo de Hielo Sur. Los glaciares Grey, Zapata, Pingo y principalmente Tyndall se observan increíblemente de principio a fin. La Cordillera Paine se asoma en todo su esplendor, lográndose ver cada una de las montañas que la componen, además de los coloridos cuerpos lacustres que circundan la gran reserva.
En honor al tiempo, una vez tomadas miles de fotografías, comenzamos el descenso. Dos horas nos tomó llegar hasta nuestra carpa a los pies del glaciar, rápidamente armamos y comenzamos el largo regreso hasta la base del Monte Ferrier. Nos despedimos de la otra cordada que se quedaba una noche más allí y partimos nuestro rumbo. El plateau es fácil, pero largo, fácilmente 2 horas nos tomó atravesarlo hasta el llegar al límite arbóreo. Sin querer en este trayecto hicimos un importante hallazgo, vimos una familia compuesta por el macho la hembra y la cría, de Huemul (Hippocamelus bisulcus), siendo este el avistamiento más alto (1000 msnm) de este ciervo andino en Torres del Paine según nos diría posteriormente CONAF.
Fue un momento muy grato el estar con ellos solos en la montaña. Finalmente nos internamos en un bosque de Lengas al principio impenetrable, muy complicado de atravesar, pero que logramos superar después de 2 horas, para a eso de las 20:00 pm arribar a guardería Grey de CONAF y relajarnos tras un arduo y largo ascenso al Monte Ferrier.