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Al borde del glaciar Grey en Magallanes

Acampar en un glaciar de Patagonia permite entender el paso del tiempo, y ayuda a visualizar las fuerzas milenarias que, con su paso van moldeando al planeta. Esta es la experiencia de un grupo que pudo vivir en terreno una clase magistral de glaciología, conociendo un sector poco conocido del margen oeste del glaciar Grey.

Texto: Alfredo SotoFotos: Carlos Anabalón

Curiosamente los bordes de un glaciar son más peligrosos que sus planicies interiores. En los límites que circundan las cabeceras glaciares es en donde con mayor intensidad se ve la dinámica del hielo, con formaciones propias de estos mantos helados, adornados de las más diversas formas y esculturas de agua congelada y de colores de cielo profundo. Un universo superpuesto, donde cristales,  como estrellas unidas férreamente por la gran presión, tienen la fuerza potencial de un cometa que se mantiene vivo, sinuoso y peligroso.

Hace unos meses había acampado más al interior del margen oeste del glaciar, y sabía que era peligroso intentarlo, esta vez con más personas bajo mi responsabilidad. Luego de desembarcar desde el Zodiac proveniente de la Grey II, embarcación que circunda el lago con su carga cosmopolita, me apresuro en ganar una elevación para rápidamente seleccionar un sitio de acampada.

El único lugar disponible era una playa lacustre en los márgenes morrénicos del mismo glaciar. La tarea inicial era la de  confeccionar  terrazas para emplazar las carpas. Esta salida a terreno, cuyo propósito era cumplir con las exigencias de un Proyecto FIC, en que se empalmaban labores turísticas y científicas, eligiendo el margen oeste del glaciar Grey, una zona relativamente poco explorada.

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En los menesteres propios del emplazamiento del campamento, dos carpas quedaron prácticamente en la playa del lago Grey, y nuestros equipos quedaron en un afloramiento rocoso muy cerca si de la orilla; ya tendríamos tiempo para arreglar todo y preocuparnos de eso

Inestables Formas

Al día siguiente salimos a hacer una exploración para visualizar la morrena lateral del glaciar, evaluar los peligros potenciales y la lejanía, desde el campamento. al posible punto en donde subirnos al Grey. Dejamos el campamento atrás y por supuesto definimos el retorno a las 18:30 como hora tope.

Caminamos con ciertas dificultades en un acarreo muy inestable y con mucha presencia de lodo, impregnado de abundante agua del deshielo del mismo glaciar. El camino se hace estrecho y cada vez nos aproximábamos más a las paredes de hielo, que demostraban cierta inestabilidad en sus posturas y formas. Determinamos los puntos más expuestos y nos movimos  tratando de ir a media altura por la morrena, de tal manera de no ser alcanzado por derrumbes de los seracs presentes en el área.

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Finalmente llegamos al sector en donde habíamos acampado meses atrás y todo el entorno había cambiado considerablemente, con mucha rotura y quiebres  gigantescos de trozos de hielo. Ganamos altura por la sinuosa aparición de un río entre una considerable cascada de piedras, que conformaba los conos de eyección más importantes de la paredes de rocas de la montaña antagónica del glaciar. Con una visión más amplia del interior del Grey, detectamos que más o menos a media hora del campamento ya estaríamos en un puente firme para ingresar al glaciar. Esta primera meta cumplida y con un mapa visual del sector decidimos regresar al campamento.

Sube el agua

Eran las 02:15 de la mañana y ya entre sueños y sobresaltos producto de los derrumbes nocturnos, percibí que uno de los nuestros, Javier Barría, se levantaba emocionado de estar viviendo y pernoctando en un “verdadero” glaciar, como el mismo lo denominaba; más tarde él nos contó que un gran bloque de hielo se había desprendido, dando un golpe en el fondo del lago y produciendo un gran temblor y  un pequeño “tsunami”. Entre gritos de alerta y alboroto las más expuestas eran las integrantes del team femenino, que salieron corriendo de su carpa en dirección a las nuestras que estaban más elevadas.

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Juntos presenciamos cómo subía el nivel del agua y cada vez con mucha más fuerza. De pronto nos dimos cuenta que parte de nuestros equipos habían quedado a orillas del lago; al ir a indagar efectivamente el agua había apilado las cajas metálicas y tambores azules en un roquerio, quedando atrapados, lo que nos ayudó mucho en el rescate. Entre comentarios, bromas y risas de nuestra casi “desgracia” con los equipos, decidimos todos en conjunto ayudar a emplazar las carpas más expuestas,  armándolas  en pequeñas terrazas. Así pudimos conciliar el sueño.

Portezuelo al Pingo

Temprano en la mañana, con un tiempo excepcional, desayunamos  y nos aprestamos a subir al glaciar Grey. Con paso delicado y rápidas instrucciones nos dirigimos a una gran cascada de piedras, que nos hacía disfrutar de algunos pasos de escalada con buenas presas y apoyos; esta instancia nos motiva mucho y aún más, viendo que las condiciones atmosféricas eran muy cálidas. Así ingresamos en un Valle prácticamente desconocido e inexplorado, que empalmaba con un perfil de otro glaciar, ubicado mucho más al oeste de nuestra posición. La meta del día era llegar a descubrir el paso hacia el glaciar Pingo y de vuelta verificar el lugar preciso para efectuar las mediciones sobre el hielo plástico del Grey.

Nuestro avance se fue distribuyendo en tres grupos, los que sin perder la altura ganada se desplazaban por curiosas “espinas de pescado” de las morrenas existentes. Aún no alcanzábamos a visualizar siquiera algún serac del Pingo, así que continuamos arrimándonos entre tímidos pastizales adornados de pequeños riachuelos y de nuevo enfrentábamos grandes acumulaciones de rocas dispersas.

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Para mi grupo elegí una ruta sobre una caída de agua, por donde fui jugando y eligiendo cada roca en donde posar mis pies. Avanzando rítmicamente me siguen Alejandra y Francisco, que en absoluta complicidad parecían entender el gusto por desplazarse, de la misma manera, por estos maravillosos entornos. Ganamos la altura de una gran morrena y allí apareció, entre un estrecho portezuelo ubicado a unos dos kilómetros parte del glaciar Pingo.

Zona Bagual

Alcanzamos resbalosos pastos que, entre firmes ñirres, se agrupaban con algo de nieve en su alrededor. Colocábamos atención a la distancia, para tener la oportunidad de visualizar algún huemul, sabiendo que en estos parajes deambulan aún temerosos de la figura cazadora de los antiguos colonizadores.

De pronto ya vemos a Carlos Anabalón apropiándose de la cumbre como el primero, y muy ganosos afirmamos los últimos y exigentes metros; el morro recién ascendido estaba en muy buen lugar, permitiéndonos una visión amplia de los accidentes geográficos y accesos futuros hacia el glaciar Pingo, que se veía altanero y desafiante con sus seracs apuntando hacia el cielo. Comunicados por radio manteníamos contacto con el resto del grupo, que ya en el retorno se nos sumó, ayudando a mantener atención las cascadas de piedras.

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En el campamento pasamos una rica noche cocinando; nuestra meta al otro día era subirnos al glaciar y efectuar los desplazamientos que requerían el manejo del taladro de vapor, la instalación de balizas y hacer registro con el GPS geodésico. Comenzamos una nueva jornada y, casi sin darnos cuenta, pasamos un día completo entre crampones, utilización de cuerdas fijas y fantásticas clases en terreno de glaciología.

Los días posteriores los dedicamos a la exploración, alcanzando la altura del bosque superior sobre la cuenca del glaciar, en terreno altamente peligroso por la presencia de vacunos baguales. La inestabilidad del suelo y la pendiente muy fuerte ofrecía pasos difíciles en gran parte del trayecto, hasta que alcanzamos un maravilloso bosque de lengas de gran tamaño. Solo encontramos vestigios del paso de los baguales, fecas de vacunos en un bosque enmarañado de ñirres y matorrales muy tupidos. Como consejo en caso de encontrarse con esto salvajes animales: buscar resguardo en arboles de mayor tamaño y en lo posible trepar, o buscar el inestable acarreo de piedras que caían en grandes pendientes, imposible de transitar para los vacunos.

12 horas de lluvia

Muy cautelosos, transitamos por un matorral muy denso, hasta ver un claro en el bosque de grandes y antiguas lengas, que crecían buscando los cotizados rayos del sol. En dicho trayecto, algunos senderos que se indicaban como corredores naturales -por huellas y bostas de vacunos – nos hacían caminar casi con temor, siguiendo obligadamente el sendero que mantenía despejada el área; una quebrada empinada nos lleva a un sector extraño, en donde encontramos grandes costillas, quijadas de vacuno y algunos cuernos, una especie de cementerio bagual.

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Continuamos hasta una laguna innominada, que sujeta por grandes rocas luego se desplaza como una caída de agua -de unos 300 metros- hacia el lago Grey. Decidimos explorar los alrededores de mejor vista en altura del glaciar, con intención de guardar en memoria de futuras expediciones para instalar instrumentos que permitan monitorear las acciones y dinámicas del Grey en tiempo real.

Al día siguiente entró un frente de mal tiempo y precipitó una lluvia intensa durante 12 horas, lo que me obliga a evacuar el sector. Todo se tornaba muy peligroso, por la presencia de un lodo saturado de agua que podría causar aluviones que amenazarían el campamento. En franca comunicación con la Grey II, al mediodía ya estábamos embarcados de retorno, satisfechos por lo logrado, dando cuenta de que el conocimiento por experiencia es un método implacable para alcanzar aprendizajes y experiencias muy significativas, que permanecerán por siempre en la memoria participantes.