La Cordillera de Quimsa Cruz (“3 Cruces” en aymara), es un impresionante cordón montañoso de alrededor de 30 kilómetros de longitud, ubicado al sur de La Paz, en Bolivia, que alberga bellas montañas nevadas y glaciares hacia el sur, y hacia el norte mu- chos torreones y paredes de roca. Lo cual lo hace un lugar bastante atractivo para escala- dores y montañistas de diferentes lugares del mundo, entre ellos están Andrea Cáceres y Óscar Marín que nos cuentan su experiencia.
Texto: Andrea Cáceres / Fotos: Óscar Marín y Andrea Cáceres
En un comienzo, con mi com- pañero Óscar Marín, regresamos a la Cordillera de Quimsa Cruz, con el fin de terminar una nueva ruta que origina- mos el pasado mayo de 2015. Aquella vez, llegamos al valle equivocado (queríamos ir al de las rutas ya abiertas, llamado valle Laguna Chilliwani) y, al darnos cuenta de esto y con nuestras inmensas ganas de escalar, vimos una hermosa fisura de unos 650 metros, ¡y de puro granito! Así que allí nació el proyecto llamado “Emancipados”, ubicado en la cara suroeste del cerro Cuernos del Diablo. Para nuestra suerte, no había indicios de escaladas anteriores, así que dejamos cordines y mosquetones para los rapeles. Pero como no teníamos más días, sólo abrimos unos 170 metros de una hermosa escalada de fisura y placa. Nuestra intención era llegar a cumbre, por lo que nos propusimos hacer un nuevo viaje a futuro para terminar el proyecto.
El regreso a Quimsa
En julio del 2016, en la Paz, compramos una buena cantidad de comida, tomamos un bus hacia Viloco, pequeño poblado minero al sureste de la capital, para luego caminar unas 3 horas e instalarnos en Kuchu Mokoya, lugar ideal para acampar y aclimatar a 4300 msnm, con agua de cor- dillera, y una vista hermosa hacia el cerro Saturno.
El primer día, escalamos en la pared de Las Vizcachas, donde hay unas rutas de escalada deportiva que están a 15 minutos del campamento, y ese mismo día, fuimos a portear un poco de equipo, para el día siguiente ir a conocer el cerro Saturno.
La primera parte de la aproximación de esta gran montaña de granito era una maravilla; la laguna Blanca era un gran espejo que reflejaba las montañas y el cielo, diferentes tipos de aves volando en el atardecer y un aire helado típico de altura. Dejamos las cosas cerca de la laguna y nos levantamos a las 5 am del día siguiente, caminamos unas 4 horas hasta los pies del Saturno a 5000 m.s.n.m y escalamos unos 70 metros hasta una repisa. Este envión nos sirvió para aclimatar y conocer un poco más de cerca los “anillos” del Saturno.
Ya aclimatados, subimos nuestro campa- mento (4800 msnm) al valle que nos deja
a los pies de la cara oeste del Cuernos del Diablo. Teníamos sol desde las 9 am, no había agua, y para ahorrarnos gas, resolvi- mos dejar nieve en las ollas al sol, y cuando volvíamos en la noche, ya estaba líquida. Pasamos 3 días “reabriendo” la ruta, había mucha nieve y hielo por la época invernal y exposición, y sólo teníamos equipo de roca, así que con las manos congeladas, limpiá- bamos y escalábamos. El avance era muy lento, logramos abrir 3 largos más, con muchos metros sin poder proteger. Cada vez había más nieve y más frío. Mientras teníamos los pies hundidos en la nieve tratando de avanzar, mirábamos al frente una tentadora pared con exposición norte, con mucho sol, llamada Monte Rosa. Así que decidimos bajar para el siguiente día intentar esa pared.
Monte Rosa fue nuestra primera cumbre en Quimsa Cruz, trepamos sin necesidad de cuerda y sin parar, hasta que encontramos una perfecta fisura, la cual aseguramos y que nos llevó hasta la cumbre. Gritábamos de felicidad y de locura, desde allí observa- mos la majestuosidad del nevado Illimani entre las nubes semejantes a algodón y las docenas de agujas y torres de granito, aún muchas de ellas vírgenes, que sobresalían en la Cordillera de Quimsa Cruz.
Después de bajar nuevamente a Kuchu Mokoya, conseguir más comida en Viloco,
y descansar un poco, decidimos ir al Valle Laguna Chilliwani, donde están la mayoría de las paredes más conocidas del lugar. Partimos temprano, y a eso de las 8:40am, estábamos mirando las llamativas paredes del lugar, como La Gran Muralla, Las Tenazas, La Flama y El Obelisco entre otras. Escalamos El Obelisco, que está justo en un portezuelo que mira hacia los Cuernos del Diablo y que, por su ubicación, corre muchísimo viento. La escalada ahí era muy vertical, bella y ¡gélida!, por lo que la cumbre fue fugaz: llegamos arriba
y nos tomamos una foto con labios azules de frío y bajamos. De vuelta, marchábamos contemplando la maravilla en la que está- bamos inmersos, y antes de salir del valle, vimos la linda pared de Los Porotos con una hermosa ruta de escalada deportiva que terminamos escalando para finalizar la jornada.
Mientras preparábamos la cena en el cam- pamento, nos dimos cuenta que llevábamos unas dos semanas en el lugar, no habíamos notado el pasar del tiempo, ya no mirába- mos la hora ni el calendario, no teníamos comida, pero sí motivación para seguir conociendo y escalando. Al otro día, mien- tras analizábamos qué hacer con nuestras vidas, se acerca un amable minero que nos regala una grata conversación, panes, un atún y frutas. A los 20 minutos, llegan dos tímidas y simpáticas señoritas que nos traían más provisiones. Y, claramente, eso nos dio una respuesta definitiva. Al día siguiente, nos abastecimos nuevamente en el pueblo y con Óscar teníamos la misma idea: ¿Démosle un intento real al Saturno? ¡Vamos!
Sobre la perseverancia
El Saturno es el cerro de granito más sobresaliente y grande en el valle Kuchu Mokoya, tiene alrededor de 5.500 metros de altitud, y dos peinetas de agujas de granito que franquean sus faldas, una suerte de anillos protectores de roca. Nuestra inten- ción era escalar una ruta llamada “Plaza Alonzo de Mendoza”, abierta en mayo del 2010. No encontramos mucha información de la ruta y menos de la aproximación, sin embargo, como habíamos ido un par
de semanas atrás, ya sabíamos que había mucho acarreo, caídas de piedras y algunas secciones de caminata y trepe que reque- rían de concentración, si no queríamos ir rodando hacia el infinito valle. Después de alrededor de 3 horas y un poco más, llega- mos al pie de vía. Aún no llegaba el sol, por consiguiente, para no enfriarnos, inmedia- tamente comenzamos a ordenar las cuer- das, nos pusimos los arneses, y todo el equipo. Partí escalando el primer largo, era una especie de chimenea con fisuras llenas de musgos y a veces roca suelta, cada vez que limpiaba para poner una que otra protección, me caía mucho polvo y musgo en los ojos. Era una sensación extraña, porque me sentía incómodamente feliz por el hecho de estar escalando algo tan nuevo para mí y no tener idea hacia dónde tener que ir exactamente, sólo escalar, y no pensar en nada más. En un momento, divisé el primer clavo, así que continué por esa línea de chimeneas extrañas, hasta que armé un anclaje o reunión. Después, le tocó el turno a Óscar, y así sucesivamen- te. En los primeros 250 metros, íbamos encontrando algunos cordines bastante deteriorados por el sol y eso nos indicaba que íbamos por la línea correcta. Después de unos 280 metros de escalada, llegamos a una especie de mini cumbre y desde allí, destrepamos unos 50 metros por un raro filo de rocas de todos los tamaños, pegadas por el hielo, con abismos por lado y lado, hasta llegar a la siguiente sección de pared por la que no teníamos idea por dónde seguía la ruta. Visualizamos un sistema de fisuras, la cual Óscar escaló esperando encontrar algún indicio de algo; cordines, clavos o lo que fuera, pero nada. Estiró la cuerda al máximo y armó el anclaje, y así continuamos, la escalada se tornó bastante extraña y más larga de lo que creíamos; rocas gigantes, algo así como cientos de refrigeradores y containers montados unos sobre otros, a veces pegados por hielo, no muy protegibles.
Seguimos sin parar, ¡hasta la cumbre!, el paisaje era alucinante, el anaranjado
sol se escondía en el horizonte detrás del Illimani junto con pequeñas nubes rojizas. Este bello escenario nos indicaba que quedaba poca luz, por lo tanto, buscamos la mejor alternativa para descender todo lo escalado. Inventamos una bajada, dejando cordines y mosquetones. Bajamos toda la pared de noche, con una linterna mala y con la temperatura que bajó abruptamente. La noche era el más bello de los espectá- culos, la luna llena iluminaba todo el valle. Pisamos el suelo felices, riendo y con algo de hambre, luego de 18 horas sin parar. Bajamos lentamente el acarreo, y camina- mos muy tranquilos hasta el campamento, parando de vez en cuando a observar la luna, hidratarse o morder un chocolate. No había apuro alguno.
Al siguiente día, desarmamos campamento y caminamos de vuelta a casa, pensando en volver a este mágico lugar, contentos, agradecidos de todo y de estar haciendo lo que más nos apasiona y estando en el lugar que más amamos: las montañas.