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Randoneando en Canadá, La vida en Rogers Pass

La nieve comenzaba a decir adiós y las temperaturas tenían una sola dirección, hacia arriba. La temporada de invierno tenía las semanas contadas y por más que me resistía a ese cambio, sabía que los esquís pronto serian reemplazados por shorts y polera, pero de esa innata resistencia a abandonar las montañas surgió un plan: viajar meses más tarde a Canadá con mis amigos randoneros, para reencontrarnos con el invierno y conocer un parque llamado Rogers Pass.

Texto y Fotos: Santiago Urrutia

Con el caminar de los meses teníamos un plan que iba tomando forma. El grupo definitivo para esta aventura se conformaba por mis amigos de randonnée: Natalia Corail, Ignacio Donoso y Rodolfo Lesser, todos unidos por el deporte y asombro ante la naturaleza. Antes de finalizar el año ya sabíamos que Rogers Pass era el lugar donde permaneceríamos la mayor parte del tiempo y que arrendaríamos una casa rodante; de esta manera podríamos movernos dentro de los límites del parque y también salir a recorrer otras áreas durante nuestra estadía. Marzo era el mes escogido para volar al hemisferio norte; ahora cada uno debía preocuparse de la casi siempre tediosa tarea de sacar visa, encontrar el pasaporte, comprar pasajes y convencernos que no dejaríamos las cosas para última hora.

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La Llegada al Parque

Volamos directo desde Santiago a Toronto. Al llegar a Toronto se hace la conexión de vuelo para cruzar Canadá y aterrizar en Vancouver. Debido a que no logramos comprar los pasajes al mismo tiempo, yo llegué 2 días después que el resto del grupo. Mientras yo contaba las horas para volar desde Chile mis amigos ya habían arrendado la casa rodante, así que después de su primer día de randonnée cerca de Whistler, yo era recogido afuera del aeropuerto de Vancouver y empezábamos nuestro viaje de aproximadamente 8 horas hacia Revelstoke.
Revelstoke, o “Revy”, es un pueblo de montaña que queda a solo 45 minutos en auto de Rogers Pass. Acá es donde nos recibe con un amplio estacionamiento mi amigo canadiense Peter, con el cual compartí casa la temporada anterior. Después de esas largas horas de viaje yo era el más feliz de dormir horizontalmente de nuevo, pero por sobre todo estábamos emocionados de ir a la cama sabiendo que al día siguiente llegaríamos al destino final por nuestro primer día de rando.
Salimos desde Revy pasado las 08:00 y después de casi una hora llegamos al Discovery Centre, que es la oficina de informaciones donde se obtiene el permiso de invierno, el cual permite a los randoneros acceder a zonas restringidas cuando no hay artillería pesada detonando avalanchas artificiales, ni un mayor riesgo de avalanchas naturales. Para obtener este permiso se debe realizar un test en línea que consta de 25 preguntas relacionadas con la seguridad de los visitantes, ya que la ruta más importante de Canadá, la Transcanada Highway, cruza el parque y su tránsito continuo depende de la detonación artificial de avalanchas, esto significa que la responsabilidad de saber qué accesos están abiertos y cuáles no, cada día, es responsabilidad del visitante. Nadie quiere recibir un misil en el ojo mientras randonea, ¿cierto?

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Con las pieles puestas

Nuestro primer día en Rogers Pass fue realmente especial, sobretodo porque veníamos observando el snow-forecast desde antes de salir de Chile y no esperábamos encontrar las mejores condiciones, mucho menos después de viajar desde Vancouver con lluvia y haber llegado a un cálido Revelstoke. Pero esa primera jornada demostró lo que nos habían comentado la noche anterior, el microclima del Parque era extraordinario, ya que al ganar un poco de altitud (pasado los 1600 msnm) encontramos un exquisito powder que sorprendió.
Mientras ascendíamos ya se podía sentir esa poderosa onda invernal nuevamente; cada uno de nosotros iba inmerso en la contemplación de un paisaje distinto, caracterizado por frondosos pinos cubiertos de nieve que dejan caer desde sus ramas aún más nieve, con el mínimo roce. Apreciamos nuevas formas de montañas, un aroma a bosque igual de fresco que en cualquier lugar, pero distinto. Cada cierto tiempo el bosque desaparece y puedo apreciar la carretera perdiéndose entre montañas a lo largo del valle. Las pendientes de esta montaña son muy variables y frecuentemente superan los 30 grados, por lo que el zigzageo marcado por los visitantes anteriores envuelve un interminable camino de vueltas maria. La ruta demanda ir concentrado pero basta con una parada para mirarnos y decir nuevamente: “¡Que increíble es este lugar!”
Son pasadas las 16:00 y comenzamos a descender por nieve muy variable: secciones de powder muy seco, en amplios bosques, se convierten en algo un poco más acartonado a medida que vamos perdiendo altura y llegando al río, donde se inició el randonnée. Minutos más tarde estábamos llegando a la casa rodante, donde unos ricos tallarines con bolognesa y la conversación post rando se sentían más en hogar que nunca.
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Volver y Volver

En nuestro segundo día en Rogers Pass fuimos a una zona llamada Balu Pass, que se encuentra al fondo del valle que visitamos el día anterior. Optamos por él después de haber evaluado condiciones, las zonas abiertas y el riesgo de avalancha; el lugar nos entregaba una buena cota de altura y nieve, que debía seguir en buen estado. Llegamos en casi 2 horas y, una vez allá, decidimos hacer un par de bajadas en las faldas aledañas. Nos tocó una linda capita fresca de 15 cm.
Ya con dos días de randonnée en el cuerpo, volvimos a la casa rodante por otra exquisita comida preparada por la Nati, unas cuantas partidas de cacho y noche de películas en el confort de nuestros sacos de dormir y logramos la instalación del cinema laptop, en un rincón donde todos podíamos ver.
12 de marzo, nuestro tercer día en British Columbia. Con el afán de encontrar las mejores condiciones, durante nuestra estadía utilizamos varias herramientas que el Parque pone a disposición, para informarse sobre el estado de las montañas, todos en un mismo mesón: computadores para revisar el boletín de avalanchas (www.avalanche.ca), álbum de fotografías aéreas, el registro histórico de boletines de avalancha, gráficos y reportes de nieve acumulada. En fin, ese día después de conversar, la decisión grupal fue volver a Balu Pass. Existían otras áreas abiertas pero significaba volver al oeste (en dirección a Revelstoke) y perder altitud, así que volvimos por el manjarcito de ayer, pero en un día de sol aún más radiante.
Después de ponernos 2 buenas bajadas, filmando un poquito y sacando fotos entremedio, volvimos a la casa rodante con las piernas hechas pebre. Ya se siente entretenido volver a la casa rodante, porque bajando ese valle se forma un sendero angosto que es rápido, generalmente de hielo y de giros cerrados, que llega a ser muy adictivo.

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Un día épico

Es el cuarto día. La alarma quedó para las 06:30 la noche anterior pero con el siempre bien aceptado lento despertar comenzamos en realidad a las 07:00. El día anterior dejamos un mensaje en Facebook para Kurt; decía algo como: “Estaremos en el estacionamiento del Discovery Centre, casa rodante con bandera de Chile en el costado”. A todo esto, Kurt es un amigo canadiense que Nacho y Nati conocieron guiando en Malalcahuello el año pasado, pocas semanas después de haber planificado ir a Canadá. En cuanto surgió el tema de Rogers Pass él les contó que había randoneado en ese Parque toda su vida, dejando la película aún más clara para ambos. ¡Era un buen plan!
A eso de las 8 de la mañana aparece Kurt. Como buen local, nos quería llevar a un lugar que nos dejaría asombrados y así fue. El día prometía mucho, las nubes estaban dispersándose y el día aclaraba. Kurt invitó a sus amigos Jordan, Dylan y Kelly, haciendo de esta salida un grupo de randonnée de 8 personas. A las 9:30, después de habernos trasladado al estacionamiento “Asulkan”, nos dirigimos al glaciar del mismo nombre para acceder a una ruta de varias horas que nos lleva a una cumbre llamada The Dome.
Después de subir y atravesar los bosques del valle en aproximadamente 4 horas, nos enfilamos al último tramo, que era un poco más demandante por la pendiente, pero la nieve polvo permitía hundir muy bien los esquíes y traccionar las pieles sin mayor problema. Cerca de las 16:30 llegamos a la cumbre; la luz aún era perfecta y solo el heladísimo viento logró apurar el cambio a modo freeride, porque el paisaje era para quedarse contemplando por horas.
Jordan era el que conocía más esta área; fue muy bueno contar con su guía en la bajada porque cada ciertos tramos aparecen unos campos de pillows con terreno expuesto entre medio; a ratos no es tan sencillo como dejarse llevar por la gravedad.
La bajada nos tomó al menos 20 minutos, ya que hicimos varias paradas para esperar, ver a los demás y gritar múltiples “Yahoo!” ¿Qué decir de la nieve?… ¡uf! ¡La mejor nieve de la vida! Un powder a la cintura en giros interminables sobre pillows y amplio terreno.
Al llegar abajo y mirar la inmensidad de la montaña que habíamos bajado, nos abrazamos. Fue tan natural sentir esa felicidad de saber que aun quedando más de una semana, ya todo estaba pagado por ese momento, esa experiencia de vibrar por estar vivo en un día así.
Llegamos a las 17:30 al estacionamiento, el día seguía despejado y mostraba la luz de un exquisito sol de marzo. Encontrarse riendo solo es el efecto colateral del día y el sabor de la cerveza post randonnée en el estacionamiento, un gran premio a la aventura.

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Un paseo por Golden y Banff

Terminada la aventura del día en The Dome, nos dirigimos a Golden, ciudad emplazada a tan solo una hora de Rogers Pass y hogar de nuestro amigo Kurt, donde cenaríamos, pasaríamos por la muy necesitada ducha y compartiríamos una noche de abundantes chorrillanas. Golden es un pueblo cercano al límite provincial entre British Columbia y Alberta, famoso por su centro de esquí Kicking Horse. La mañana siguiente nos dirigimos a Banff, con un stop en Emerald Lake, donde todos menos yo, fueron a subir el Avalanche Path y descubrir que la nieve no estaba muy buena ni era abundante como en British Columbia.
De todas maneras seguimos para visitar a una amiga chilena del Rod, que estaba trabajando en Banff. Esa noche decidimos que no había mucho que hacer en Alberta, así que después de dar un paseo por el pueblo y dormir cómodamente hasta las 05:45, nos fuimos de vuelta a Rogers Pass.
Los siguientes días en el Parque tuvieron de todo: un sexto día en que no paró de caer nieve, un séptimo en que nos fuimos a los bosques de Avalanche Crest, desde el estacionamiento Asulkan y nos volvimos a encontrar nieve profunda como la del día en The Dome. También vimos muchas películas en las noches, entre ellas: Solitaire, McConkey, Few Words; también jugamos a la Olla – ese juego en que se hace mímica en pareja para adivinar personajes escritos en un papel-, tuvimos mucho lanzamiento de dados con el cacho, comer rico, ¡ni hablar!, siempre sus buenos tallarines, arroz y cosas calentitas. Los huevos con tocino se transformaron en un desayuno regular de este viaje y la nieve polvo de las últimas nevadas era un elemento que parecía seguro: lo teníamos todo a nuestro favor, incluso un día se nos quedó pegada la casa rodante en el hielo y nos tomó solo una hora sacarla.
Un día me caí y me pegue en la cabeza, quebrando una patita del soporte y perdiendo así la GoPro de la Nati, ¡pero la encontramos! También nos quedamos sin huevos para el desayuno pero Isabelle, la chica del mesón de información, ya acostumbrada a conversar con nosotros al llegar de regreso, nos ofreció traer huevos del pueblo; en resumen, estábamos cómodamente viviendo en este lugar, la vida nos estaba tratando bien y los canadienses mostrando su naturaleza amigable a cada momento.
Finalmente, después de 12 días de intenso randonnée, de vivir experiencias nuevas con hermosas personas que hicieron de este viaje algo inolvidable, llegó el momento del adiós alPparque, a la casa rodante, a Canadá y al resto del grupo. El momento en que cada uno sigue su camino, sintiendo más que nunca el alma aventurera que nos dice: “¡Se nos vendrá otra aventura juntos!”.