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Descubriendo Isla Navarino

La geografía de esta remota isla nos sorprendió con sus paisajes vírgenes y terrenos inexplorados. Recorrimos desde Ukika hasta bahía Windhond y completamos el trekking más austral del mundo: Dientes de Navarino.


Texto y fotos: Alejandro Strobl

“Al llegar a la cumbre del cerro Bettinelli (880 msnm) comprendí que todos los preparativos para llegar hasta aquí tenían sentido. Llevábamos cuatro días en la isla Navarino y las predicciones sobre lo que nos íbamos a encontrar se estaban cumpliendo…”
La idea de realizar trekkings exigentes como el de la Isla Navarino, nació en la rama de fútbol de apoderados del Colegio Alemán de San Felipe ya que nos dimos cuenta de que jugar a la pelota no era suficiente.
Ya teníamos experiencia de trekking de varios días. Un año atrás habíamos hecho sin problemas la “O” de las Torres del Paine y al volver a casa en el valle del Aconcagua buscamos un objetivo para este verano. Ya tenía en mente el trekking más austral del mundo, Dientes de Navarino, y nos convencimos rápidamente de que sería nuestra próxima meta: planteaba más exigencias y preparación, prometía contacto más íntimo con la naturaleza virgen y aseguraba una desconexión total con un desafío superior.
Mi grupo de excursionistas es “senior”. Para lograr la travesía de Navarino, durante el 2017, el valle del Aconcagua nos ofreció cerros para entrenar como el Colunquén y el Castillo. También hicimos trekkings con nieve en el cerro El Roble y en Nevados de Sollipulli para probar la ropa y zapatos que usaríamos.

Comienza la aventura.

El primer día nos movimos en bicicleta desde nuestro centro de operaciones en el Errante Ecolodge (a 5,5 kilómetros de Puerto Williams) y visitamos el Parque Etnobotánico Omora, donde aprendimos de la flora que observaríamos (recomendable hacerlo antes del trekking); Recorrimos el pueblo, arrendamos el GPS y las carpas en turismo Shila, compramos las guías de la isla y el gas.
Luego de una exquisita cena y esmerada atención en el lodge, nos recuperamos esa noche de lo recorrido en bicicleta e iniciamos el segundo día con el ascenso suave del valle del río Ukika hasta el paso Alinghi, donde descendimos por el valle del río Windhond que nos guiaría al lago del mismo nombre en el extremo sur de la isla. Ese día descubrimos que el terreno de la isla era variable, había senderos bajo el bosque, turberas y zonas pantanosas, castoreras, áreas inundadas y sectores pedregosos sin huellas. También aprendimos que el GPS sería útil: a los pies del extremo oriental de los Dientes, las marcas se perdían y la ruta que parecía lógica siguiendo el valle no era tal. Al encender el GPS vimos que había que ascender un murallón boscoso que fue lo más difícil del día. Otro aprendizaje fue que el clima era extremadamente cambiante. Antes de almorzar el sol nos hizo desabrigarnos, había granizado un par de veces y un aguacero nos hizo usar nuestra ropa impermeable ¡y recién era la mitad del primer día! Esa noche acampamos protegidos por el bosque donde están los restos del refugio Beaucheff. En el atardecer se despejó y tuvimos noche con luna llena e infinitas estrellas.

Tercer día.

Luego de descender por el valle y de recurrir al GPS, el tercer día llegamos temprano al refugio Charles en el sector noreste del lago Windhond después de atravesar un interminable turbal. Agradecimos este refugio. Las dos noches que pasamos ahí secamos ropa y zapatos. Esa tarde fuimos al lago y probamos nuestros aparejos de pesca. Este fue el único lugar donde acampamos con otras personas y conocimos a Germán, quien con su experiencia de la isla nos permitió al día siguiente alcanzar la meta propuesta: llegar a la costa sur de la isla y mirar hacia el Cabo de Hornos. En la noche esperamos el año nuevo 2018 compartiendo las experiencias vividas y los sueños venideros.

Cuarto día.

Aunque en el mapa se veía fácil, nuestro cuarto día fue largo y agotador. Bordeamos el lago hacia el sur por su ribera oriente. La cambiante orilla tenía sectores de arena blanda, playas de piedras pequeñas y sueltas, donde nos hundíamos más que en la arena. También había sectores con piedras grandes, donde un paso en falso era un esguince seguro, especialmente cuando se mojaban con la lluvia, además de muchos troncos caídos en el camino. Al llegar al río Windhond buscamos un vado que tuvimos que pasar sin zapatos ni pantalones y el agua, aunque muy helada, fue un regalo para nuestros pies adoloridos. Este sector nos regaló buena pesca a la ida y a la vuelta.
Después nos dirigimos hacia el sur. Llegamos con sol y tuvimos una vista espectacular de un extraño mar turquesa que nadie hubiera imaginado en estas latitudes y del horizonte austral donde distinguimos las islas Wollaston que albergan al Cabo de Hornos. Bajamos a la playa y caminamos a la desembocadura del río. En ese lugar hicimos un alto para almorzar y pescar: algo soñado para los fanáticos de la pesca con mosca.
Esa tarde, de regreso al campamento, unas nubes negras nos regalaron un maravilloso y eterno atardecer sobre el lago, y una lluvia torrencial que toda nuestra inversión en ropa técnica no resistió ¡volvimos a agradecer el refugio!

Quinto Día.

El quinto día nos tocaba pasar por el Bettinelli para incorporarnos al clásico circuito de Dientes de Navarino. Para llegar a la cima atravesamos extensos turbales, un caudaloso río sobre troncos inestables y un empinado ascenso por un bosque húmedo y barroso. Allí, los bastones no servían y era mejor agarrarse de ramas y raíces para subir. La segunda parte fue por una superficie rocosa y desnuda, que nos recordó nuestra cordillera central, para finalmente encontrarnos con la nieve.
Al llegar a la cima del Bettinelli y mirar hacia el poniente vimos un techo de amenazadoras nubes oscuras que descendía rápidamente mientras nosotros ascendíamos lentamente, y, hacia el norte, vimos que ya estaban cubiertas las cumbres de los Dientes de Navarino y sólo se veía el valle lleno de lagunas. Supimos que el trekking se ponía serio, pero al observar desde donde veníamos, el paisaje infinito era sobrecogedor: el sol aún iluminaba el lago Windhond y la costa sur de la isla donde habíamos estado el día anterior. Y en el horizonte se veía el archipiélago de las islas Wollaston donde está el mítico Cabo de Hornos ¡valía la pena el esfuerzo, era el fin del mundo! Antes de una hora comenzó a nevar y solo se veía hacía donde íbamos abajo en el valle, pero a nuestras espaldas, todo era niebla y posiblemente en la cumbre ya había llegado el viento blanco: evitarlo era la mayor preocupación en esta expedición.
Luego de bordear pequeñas lagunas y castoreras, ascendimos por un acarreo de grandes piedras y llegamos al cruce con el circuito de los Dientes. Hacia el oeste seguía la huella que nos llevaría a la Laguna de los Dientes. De aquí en adelante el trekking estaba mejor marcado. Terminó el día nevando y acampamos en un paisaje blanco.

Sexto día.

El sexto día comenzó con nieve mientras subíamos hacia la laguna Escondida. Caminamos bordeando la cara sur de las montañas más occidentales de los Dientes, solo veíamos sus bases escarpadas elevándose sobre preciosos espejos de agua como la laguna Hermosa.
Subimos nevando al paso Ventarrón y al descender por un gigantesco acarreo de filudas piedras, prendimos el GPS para encontrar la huella y evitar caminar demás. Al poco andar nos tocó el paso Guerrico y buscamos un lugar para acampar. Ya habíamos descubierto que los lugares planos y secos eran escasos, por lo que hacíamos caso de las recomendaciones de la guía para pasar la noche. Este día armamos campamento más temprano y el clima nos regaló una noche estrellada. Pasamos horas conversando alrededor de la fogata capeando el frío y disfrutando las truchas que traíamos desde el río Windhond. Las preparamos a las brasas en papel aluminio con diferentes aliños, paladeando los diferentes sabores de truchas arcoíris, marrón y fontinales.
Esa noche sentí lo difícil que sería transmitir la belleza de los paisajes prístinos que estábamos descubriendo y las sensaciones únicas que nos producían.

Último día.

El último día amaneció hermoso y estuvo semi nublado hasta la laguna Guanacos, en cuyo mirador celebramos e incluso saltamos de alegría creyendo que ya habíamos terminado. Antes de llegar ahí avanzamos por el norte de las lagunas Martillo, Rocallosa y Zeta para encarar un largo ascenso hacia el paso Virginia que nos llevaría a tener majestuosas vistas del canal Beagle, Tierra del Fuego y Puerto Williams. Durante la subida habíamos divisado hacia el oeste Ushuaia y ahora hacia el este dejábamos atrás el cordón montañoso de Dientes de Navarino. Un par fuimos a un mirador para obtener una vista desde las alturas de esta cadena.
Con ese paisaje meditamos y vimos lo afortunados que éramos por realizar el trekking más austral del mundo sin inconvenientes, con un grupo de amigos fanáticos de lo outdoors compuesto por: Ricardo Sepúlveda (37, ingeniero), Felipe Trujillo (41, biólogo), Patricio Neira (38, dentista), Claudio Ahumada (42, arquitecto), Jorge Lelesdakis (42, ing. comercial) y yo, Alejandro Strobl (47, médico).

Desde el mirador de laguna Guanacos, nos quedaba bajar al Beagle y andar un par de kilómetros para llegar a nuestro merecido descanso, con una esperada ducha de agua caliente y una rica cama. Pero la isla nos recordó por qué es el trekking más difícil. La huella se perdía en el bosque y en el barro, se puso a llover, estaba lleno de troncos caídos resbalosos que impedían el paso. En este tramo varios rompimos los bastones. La intensa lluvia nuevamente puso a prueba nuestra ropa técnica que ya no se distinguía debajo del barro. Por supuesto, ganó la lluvia. Al salir del bosque, recurrimos de nuevo al GPS para no arriesgarnos a caminar demás. Ya no teníamos ganas de desperdiciar las fuerzas que nos quedaban.
Aún reconociendo que fue una despedida dura, todos sabíamos que a este tipo de trekking habíamos venido. Y si alguien se entusiasma, no deje de hacerlo. Es exigente, pero no requiere de ningún equipamiento de alta montaña especial. El GPS es indispensable pero su uso es ocasional: la mayor parte del circuito está señalizado con piedras, estacas, marcas en árboles o en rocas que permiten orientarse. Los bastones valen la pena. Las polainas impermeables también se agradecen.

Agradecemos a Germán Heufemann quien nos permitió llegar al mar, y a Jorge Caros de Errante Ecolodge, quien nos recibió estupendamente bien y nos orientó para modificar nuestro plan original que no incluía el valle Ukika.
¿Qué viene ahora? Ya estamos pensando en alternativas para nuestro próximo desafío: el inexplorado Parque Yendegaia en Tierra del Fuego, o el trekking de Villa O´Higgins a El Chaltén pasando por Laguna del Desierto. Y durante el año subir los cerros Matancilla, Pintor y El Plomo ¡tal vez después nos animamos al Aconcagua! Iremos paso a paso…