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La rudeza del Endurance Challenge

La competencia de The North Face tiene varias categorías, 10K, 21K, 50K y 80K. Los corredores de las categorías de ultramaratón las ven duras, con partidas a las 4 AM para los 80 K, y a las  7 AM para el desafío de los 50 K, y un esfuerzo que supera muchas veces las 10 horas de competencia. Aquí te contamos la historia de lo que puede ser un divertido 10K, y quizás un futuro buen 21.

Texto: José Francisco Hurtado / Fotos: Juan Luis De Heeckeren

Dentro de las extrañas y atractivas invitaciones que recibimos en nuestra revista está la posibilidad de competir en cuanta carrera creamos posible disputar, para luego contarla en las páginas de Outdoors, en un lindo espíritu deportivo.  Esta vez, la Tere (mi compañera de banco) era quien se daría el gusto de probar 10K  de cerro, corriendo en el Endurance Challenge de The North Face… pero, ¡auch!, ante un accidente que le hizo literalmente sonar las piernas, no me quedó otra que pasar de reserva a titular, quedando 10 días para la carrera.

Si bien 10 mil metros no son algo de locos, y hay un montón de gente que se lanza -de una- por los 21K, hace rato que no me dedicaba a correr, salvo escapando de perros salvajes o haciendo correteo/castigo de algún lanza semiprofesional. ¿Qué antecedentes tenía como para enfrentarme a un desafío así? Solo el training de cerros de invierno, que me había dejado bastante rápido al sacarme la mochila. Con los Pochocos, San Gabrieles tardíos y Manquehues, tenía confianza de que el trail running era una buena posibilidad. La nieve, cambiada a piedras y polvo suelto, eran mi nueva cancha. ¡Y me motivaban harto más que correr por el maicillo y asfalto de la ciudad!

Squirrel Wipe

Y así partió mi carrera por documentarme y hacer de este cuento del Endurance un buen relato. Luego de darle vía mail mis tallas de polera y zapatillas a la agencia de The North Face, me lancé, contrato firmado, a hacer las movidas necesarias para correr con responsabilidad. Contacté desde mi oficina a Jason Robillard, un gringo loco trail runner y corredor a pata pelá que había conocido en Santiago un año atrás, todo esto aprovechando que iba a recomendar un libro suyo en la Outdoors que estaba casi por cerrar. “Hi Jose, yes I remember. Thank you again for you interpreter services… my Spanish is pretty bad. Thanks for recommending the Squirrel Wipe book!” me decía Robillard. Con mi inglés, solo un poquito más elegante que su deplorable español, le decía que definitivamente leería su libro de trail running, que no me ponía zapatillas de running desde que tenía 21 años (tengo 33), y que lo mío era andar acarreando mochilas por la nieve. “My friends that run tell me that I’m being too modest and that maybe I can make a good time”, le explicaba al gringo; Robillard, un maestro en muchos sentidos, me respondía corto y fácil: “Mountaineering is excellent training for trail running. I think you will do very well. Good luck!”. Luego de eso,  y ya pensando yo que comprar el libro era un embuste profesional, me aseguré sacándole algunos tips. Me los dio, ¡y ahí quedamos!

La previa

Bici en la ciudad, mucha y rápido; un par de San Cristóbales al pedal, cargando a mi enano en su silla y tan solo una salida específica de trail running, con usando  zapatos con caña, en el fresco entorno de Aguas de Ramón: sin drama hice en cerro mi primer 7K.
La noche anterior al Endurance compré el libro de Robillard en digital: mi profesor del trasnoche pre-carrera se declara un trail runner mediocre, incluso en el mejor de sus días, y explica que su gran gracia es que –a diferencia de los mesiánicos profetas del running- a él le gusta explicar con detalles bien gráficos y palabras cochinas lo que han sido sus propios y crudos experimentos de correr en la montaña.

Varias cosas las tenía claras, por ejemplo no iba a correr con botellas, y le pedí la bolsa de agua a una partner montañera; iba a correr con mis bastones regalones de cerro, aunque Robillard personalmente los odiara; y dejaría de lado los zapatos de trekking que había estado usando últimamente: mis primeros 10K de trail los haría con equipo que The North Face me había facilitado para probar: las Ultra Trail Guide. Un par de zapatillas ultraligeras, resistentes, y que en la rápida bajada que  hice en mi última salida que alancé a pegarme por el polvoriento Manquehue,  me dejaron gratamente sorprendido.

Power Hike

Todo tranquilo al llegar a la Hacienda Santa Martina, tenía cero nervios al ver a la turba de personas que se aprestaba a salir al 10 y 21K.  Si me preguntan, me sentía un poco outsider y fuera de ese horno de ansiedades con que los animadores de carrera quieren cocinar a su público. Me demoré todo el tiempo del mundo en ordenar mis cosas y calladito, solo cuando fue necesario, me puse a la cola para esperar el aviso de largada.

¡Y partió!

Con casi litro y medio de agua en la espalda, mis bastones bien afilados y un buen set de música en mi aperrado celular, empecé a correr junto a un gigantesco pelotón (678 especímenes) en una breve curva de descenso, que fue sucedida por un importante tramo de caminos de tierra, o como le dicen los trailrunners más pro, double track.

Como había espacio y el 10K es una prueba donde la fauna es variada, en las subidas – lo más diferenciador de esta compes- había muchos personajes que se reventaban corriendo, o  simplemente se ponían a caminar, a  un ritmo un poco derrotado para mi gusto de montañista de chala rápida. Ahí fue cuando apliqué lo que ya había testeado en Aguas de Ramón: caminando rápido avanzas igual y mejor. El “power hike” era una de los tips que me había dado Jason por Facebook: “Save energy going uphill by taking short, fast steps. It is the single best tip that helped my own trail running”, me decía, y en su libro lo explicaba dándole harto color. Así que en subida, sí, iba pasando a varios, y –cosa que se puede ver en cualquier pista de running- recreando la vista con esas corredoras que van adelante, con ritmo y figura tutelar.

Cerro Abajo

Aunque al recordar me cuesta poner orden exacto a los tramos de la carrera, (y no iba anotando, ni con baliza satelital), mis mejores minutos los tuve al bajar. Al principio, en los caminos amplios, era el momento de cortar “por la berma” e ir pasando, como postes, a los corredores que hacen un 10K conservador. ¡A estos cerros no se viene a turistear!

Luego, con todo lo que significa ir subiendo y ganar altura, se venían bajadas realmente buenas, al menos un par. Ahí mi andar un poco torpe y desenfrenado agradeció la decisión de llevar bastones. Las tímidas bajadas con la cola entre las piernas no están en mi libro; los porrazos sí, y poder tener cuatro apoyos en el suelo me salvó de uno bien bueno.

Luego de una subida tortuosa y cansadora, que vino después de un desolado parche de tierra en que con un ligero desnivel hacia arriba, me vi obligado a cambiar el power hike  para no perder lugares, hice una veloz bajada final, donde las tillas tuvieron un performance espectacular. A varios otros, quizás con zapatillas de asfalto o poca experiencia, la gracia les costó sangre; a esto seguía a  un tramo, ya entrando a una zona con más vegetación, con un sostenido descenso a medio cerro, en un rico single track que me permitió ganar cómodamente puestos, y donde creo que acuchillé a un par de personajes. No los escuché maldecir gracias a los audífonos y mi buena selección musical, pero los gestos obscenos sobre mi irrespetuoso uso de bastones eran bien claros. ¡Mil disculpas amiguitos runners!

La meta

Hacia el término de la carrera ya no pasas personas como postes, sino que vas en un tira y afloja contigo mismo, y con quienes te acompañan. Ya sabes que adelante no vas a ver necesariamente a esas modelitos con que ibas recreando la vista en los primeros metros, las dejaste atrás, y corres con mujeres guapas pero duras, esas que pueden ser tus mejores amigas y tus partners. Entre los hombres ya no hay pasteles, ni exsuegros, ni ancianos poderosos, están tus pares, tus rivales y quizás cabros más jóvenes que te empiezan a sacar ventaja. ¿Por qué me sabe a porquería este gel? ¿No habría sido mejor traer gomitas ácidas o un Super 8? Estas y otras dudas aparecen en esos no tan gozadores  pasos de cierre.

La tierra le cedió espacio a una llegada sobre el odiado asfalto, donde mi power hike era firme pero no tan power. Y apareció el arco por dónde habíamos comenzado. ¡Y la meta! No se qué crono estaba corriendo, ni había chequeado en carrera qué ritmo llevaba; mi música seguía sonando fuerte y para mí el Endurance había terminado, dándome la clara convicción de que mi cuerpo daba para más.

Busqué a mis amigos del 10 y el 21K, no los pillé, así que en plan científico fui a las balanzas a pesarme, para cachar qué me había pasado.  2 kilos menos que en la mañana y de 1 a 7, en cuatro puntos deshidratado. Viendo llegar a unos corredores de 50K que estaban en el grado 6, pienso que no fue nada. ¡Quizás faltó un vaso de cerveza AM!

Me recomendaron tomar 4 litros de agua en lo que quedaba del día, y me apliqué, primero tomando el resto de jugo de mi bolsa, y luego devorando cuanta fruta y hamburguesa pude conseguir en las carpas. Métale más agua, y más jugo, para mí perder peso no es gracia.

Y eso fue; llegaron mis amigos runners, saludé y celebré a todos y cada uno: estábamos felices, había sido un día redondo en que todos habíamos progresado. Les evitaré la lata con los tiempos, qué fome, pero al final hice una buena carrera: viendo los resultados dos días después, salí 46 en la General de Hombres y 12 en mi categoría de adolescentes trinteañeros. MI veredicto: a menos que uno le guste correr rápido –¡me encanta!-, la distancia más exquisita del Endurance no aficionado es el 21K. Mi estrategia de ir como caballo loco funcionó bien para 10 kilómetros, pero de ninguna manera aplicaría la misma fuerza para el más severo 21K.  Fuera del dolor de piernas y rodillas, ¡sería una falta de respeto para los cerros!