Muchos de los amantes de los deportes de montaña de nuestro país no han oído hablar nunca del cerro Catedral (3820 msnm), en la región Metropolitana, pero sin embargo reconocen algunas de sus estribaciones rocosas como la Placa Roja, Placa Gris, Gran Placa, Placa Verde o la temeraria Punta Zanzi. Esta inmensa mole de roca ubicada justo al suroeste del volcán San José contiene todas las placas anteriormente citadas e incluso varios sectores de escalada en roca deportiva y tradicional, como La Silla del Diablo, Hitchcock y El Hongo.
Texto: Felipe González Donoso
Fotos: Andrés Bozzolo, Felipe González Donoso
Hace varios años que la cara norte del Catedral desviaba mi atención; cada vez que regresábamos de alguna montaña del valle de la Engorda o el valle del Arenas con distintos compañeros dibujábamos posibles rutas de escalada sobre su vertical paredón superior.
Para conseguir determinar cuál sería la fecha indicada para esta ascensión fueron varios años de observación, subir en verano requería de una cantidad absurda de agua y en caso contrario en invierno estaba sujeto a altas probabilidades de aludes de nieve y barro, es por esto que la decisión de subir en primavera nos resultaba lo más sensato. Mis compañeros de aventura, André Labarca y Andrés Bozzolo, ambos guías de montaña con amplio prontuario montañístico y sed de cosas nuevas, ¡algo medio extraviado por estos días!
Así llegamos un 25 de septiembre a los pies del puente Colina, puerta de entrada a la montaña; la idea inicial era escalar en este sector como para ambientarnos a la formación rocosa, sin embargo la vista desde este lugar no era la más privilegiada para planificar la escalada, así que nos cambiamos a un sector aledaño a la Pared de Jabbah para escalar y diseñar una vez más, esta vez con binoculares y fotografías, la ruta que intentaríamos al siguiente día. Luego de sacarnos un poco el óxido escalando, acampamos en este mismo lugar y preparamos todo para la escalada.
El Catedral recibe a los feligreses
Comenzamos con los primeros rayos de luz a caminar hacia los pies de la pared, con la motivación al 100%. Es el turno de Labarca para enfrentar el primer largo, por el evidente diedro de la “Tía Yeya”, 55 metros de un fisurón continuo, una ruta abierta por mi querido amigo Carlos Pinto (QEPD); la escalada es con una mochila algo más pesada de lo habitual, y nos hace sacar algunas chispas en el primer largo de calentamiento. Luego mi turno de escalar un largo 5.6, aplomado y de buenas protecciones, de ahí unos 150 metros de simultáneo con un largo asegurado entremedio de 5.6 de roca suelta, para rápidamente recobrar el formato simultáneo para los próximos 200 metros de trepe y caminata, para rápidamente conseguir conectar con el Gran Paredón.
Es pasado el medio día y el calor a ratos se torna agobiante, más aun matizando con nuestra decisión de llevar solo 3 litros de agua, para conseguir llegar al tope del segundo paredón, en donde podríamos conseguir agua fundiendo nieve. Por esas cosas de la vida somos bendecidos con un pequeño manchón de nieve que Labarca no deja pasar por alto y sabiamente aprovecha para rellenar una de las botellas con nieve; de no ser así, otro gallo cantaría. Nuevamente Labarca toma la punta, y debe esforzarse al máximo para no botarnos rocas, en un expuesto largo de 5.7 X (¡la X significa que no hay protección!); con Bozzolo debemos escalar a la misma altura, pero por distintas sendas de tal manera de no compartir la misma línea de caída de piedras.
Llegamos a la reunión traspasamos todo el equipo a Andrés Labarca, quien parte por el siguiente largo de más de 55 metros, por un hermoso diedro en 5.9, ¡por fin un poco de disfrute! Pensamos estar en la mitad del segundo paredón y es mi turno de tomar la punta: decido ir en sentido ascendente por unos 10 metros y luego realizar una travesía por un balcón fácil, pero lleno de “electrodomésticos sueltos”, que no tengo intención de liberar sobre mis compañeros. Después de solo 30 metros de cuerda transcurridos y posterior a conectar al canalón más ancho de toda la gran pared, decido montar la reunión y de esta manera atesorar los 60 metros de cuerda íntegros para el siguiente largo, de tal manera de lograr coronar el paredón.
Demandando Cordura
Mis colegas algo preocupados por las grandes dimensiones de la fisura me dan todo el apoyo moral para que siga en la punta, así que me tomo unas últimas gotitas de agua y comienzo a escalar por una chimenea ancha en la que logro hacer oposición entre la espalda y mis pies, buscando metro a metro el emplazamiento perfecto para mi seguro, arrastrándome como un reptil intentando no mirar abajo; la fisura tiende a estrechar, pero solo para obligarme a salir por un techo de chimenea. En esto intento colocar el hermano mayor de los camalot, un #6, el cual queda suspendido con sus levas abiertas al 100%… pero después de un par de segundos y debido a los latigazos de la cuerda, se mueve y cae. ¡Por suerte lo logro agarrar con la pierna! ¡Otra vez donde las papas queman! Respiro hondo y me obligo a reiniciar el sistema – el descontrol nunca es un buen compañero-, clipeo el seguro en mi arnés y continúo unos 3 metros más dónde finalmente llega una angostura de la fisura y logro proteger. Desde aquí para arriba no se ve tanto más alentador: la fisura sigue ancha y el único seguro grande ha quedado atrás. Con algunas dudas sigo para arriba por la misma fisura, que ahora tiene tamaño de off width vertical y con algunos pasajes desplomados, seguros algo hay, pero cada 8 o 10 metros.
El físico responde bien, pero la mente a ratos demanda cordura: cada tirada entre seguro y seguro es una manda, un rezo o una plegaria, retribuida con la posibilidad de proteger con un nuevo seguro, llegando a un último diedro vertical de roca, donde agoto hasta el último centímetro de cuerda para hacer la reunión en la sección terminal del paredón. Cansados, pero muy contentos llegan mis compañeros, ese largo con mochilas no se lo doy a nadie.
En terreno de montaña
Una vez terminado el paredón somos acariciados por los cálidos rayos del atardecer, cierto aire de relajo y tranquilidad por haber superado las complicaciones técnicas de la escalada y además encontrarnos próximos a los manchones de nieve que nos permitirán seguir adelante. Caminamos por varios sistemas de acarreos en busca de un lugar cómodo y seguro para montar nuestro campamento, y llega la noche.
Cansados, pero satisfechos comenzamos a preparar nuestro vivac, removiendo y aplanando la nieve lo mejor posible, ya que ninguno tenía colchonetas de ningún tipo, solo contamos con las cuerdas de aislante, las mochilas y un saco de dormir pequeño para cada uno, posiblemente pasamos frío, pero estábamos tan fatigados que no nos enteramos.
Al día siguiente desayunamos haciéndonos la idea de que se viene un pateo de los buenos, a eso de las 8:30 comenzamos nuestra jornada concentrados en no conectar con secciones de nieve, debido a que la única herramienta que nos facilita estos pasajes es un martillo piolet para los tres, tallando peldaños a lo vieja escuela.
Mientras caminamos por acarreos y planchones de nieve se me vienen recuerdos del Cerro Castillo (el de la Metropolitana); ciertamente estas montañas no solo se suben, sino que es necesario descifrarlas. Tratamos de apegarnos al plan original de ir por acarreos por debajo de la arista rocosa, que desde lejos evidenciábamos trabajosa, pero sin embargo en la sección denominada por nosotros mismos como Las Muelas nos vemos casi obligados a tomar la arista, por medio de un ancho canalón que la conecta. Desde aquí en adelante logramos mirar hacia la cima del Catedral, sin duda queda bastante entre aristas, canalones, algo de escalada, desescalada y hasta un rapel aéreo de 50 metros para llegar a la interrumpida arista.
La Gran Yeya
Afortunadamente nuestra segunda jornada no es tan calurosa como la del día anterior, sin embargo, la nubosidad comienza a bajar y las montañas vecinas más altas comienzan a desaparecer paulatinamente. Los últimos metros de escalada son con roca suelta y desencordados, para llegar a lo que parece la ante cumbre, en donde instalamos una reunión y nos aseguramos por turnos para conseguir llegar al lugar más alto del cerro Catedral.
La cumbre no solo es el lugar geográfico más alto de una montaña, sino también el momento en que el esfuerzo, la amistad y el creer en algo fehacientemente tiene un fruto, creo encontrar sentido a las palabras de don Jozsef Ambrus, segundo ascensionista que por los años sesenta realizó su ascensión y contaba la increíble sensación de gravidez al avanzar por entre sus aristas rocosas, con cientos de metros de caída hacia cada lado.
El nombre de nuestra ruta “La Gran Yeya”, tiene una doble connotación, en primer lugar como homenaje a mi madre, quien encontró el descanso eterno 2 meses antes de esta ascensión y además en consideración con la “Tia Yeya”, ruta que abrió mi amigo Carlos Pinto, también en reconocimiento a su propia madre que compartía el mismo nombre con la mía (Mireya). Agradezco la entrega y compromiso de mis camaradas, Andrés Bozzolo y Andre Labarca, espero pronto concretar una nueva iniciativa junto a ellos.
El cerro Catedral se vuelve una ascensión “poco difícil” según la Guía Informativa de Montañas de la Zonas Central y Sur de la Cordillera de Los Andes de la Federación Andinismo, si se sigue la ruta que abrieron en su primer ascenso de 1952 Hoffman, Krahl, García y Viveros. Luego de llegar al pie de los paredones, dice el texto “es posible ubicar una cuevita donde acampar y protegerse de caídas de piedras de las alturas”. Luego, detalla la guía, se sigue por un balcón inclinado, cubierto de acarreos, y se atraviesa hacia el este, hasta llegar a la parte superior de una garganta que domina los chiflones; “seguir la tercera canaleta contando desde derecha a izquierda. Se sigue por esta canaleta y se llega así al filo de cumbre”. Completando el filo se llega al torreón final de cumbre, que se escala por la derecha. ¡Son 6 horas desde la cuevita!