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Felicidad: El Camino al Aire Libre

¿Qué nos hace sentir tan bien cuando practicamos nuestro deporte? Estar con los amigos, compartir momentos, mejorar en lo que hacemos: todo eso nos hace cargar las pilas, ¿pero habrá algo más profundo?¿Algo más primitivo que nos hace volver a nuestras raíces al estar en contacto con la naturaleza? Cuando vas a hacer trekking en silencio, a pedalear al cerro o a explorar una playa solitaria, después de alejarte de toda la ciudad, te calmas, tus pulsaciones bajan, tu cara sonríe y tus amigos se vuelven más proclives a reír y contar historias. Hay un efecto brutal que llevamos en nuestro ADN que vuelve a conectarse al Mundo Natural. Esa naturaleza que con sus aromas, colores y sonidos resetea nuestro organismo cargado de ruidos, luces, formas agresivas y olores artificialmente creados,  irónicamente,  por nosotros mismos.

Texto: Gerardo Marín y José Francisco Hurtado

Somos insaciables en nuestras necesidades. En esta sociedad del consumo en donde ya el propio hombre es un objeto más dentro del carrito de compras, la saciedad en sí ya es un objetivo; tener lo último puede que te dé la sensación de felicidad, como le pasa a un niño con un juguete nuevo,  pero solo por un rato, pues todo eso es pasajero, todo aburre. ¿Pero acaso te aburres alguna vez de caminar junto al mar o de ver una puesta de sol? No, porque está en tu ADN. El compás de las olas te calma, la brisa salada entra por tus poros como un sedante y todo tu stress desaparece.

Hay maneras y maneras de gozar con la vida en la naturaleza. Pier Paolo Colonnello, un movido entusiasta de varios deportes outdoors, se propuso en 2014 sacarle provecho a full a sus fines de semana al aire libre, para hacer un registro de 52 actividades en diferentes spots de Chile. Su idea era promocionar Wrap y Way, dos marcas que estaba dedicado a comercializar, relacionadas con la vida al aire libre, mostrándolas en todo tipo de escenarios. El video se volvió un éxito viral de redes sociales, y además le permitió hacer varias reflexiones. “No se cuál será la explicación científica, pero es super lógico. El ser humano existe hace cientos de miles de años, y durante toda esta evolución y formación solo en los últimos milenios está viviendo en “civilización”, escapando de su hábitat que es la naturaleza. ¡Nosotros no evolucionamos como especie entre autos y edificios!” explica Pier Paolo, quien ve en la vida al aire libre una escapada de la rutina, un lugar único en que se encuentra serenidad y pureza. “Es un espacio no contaminado, que no te exige y que no te estresa y donde se puede disfrutar con las cosas que te motivan: puedes aprovechar el viento para moverte, las rocas para subirlas y estar en contacto con ellas. En la medida que hacemos deporte en la naturaleza estamos más conectados con ella: vamos a saber sobre los tipos de roca, vamos a conocer distintas especies de árboles o las diferentes laderas que muestra una montaña. Cuando haces deporte, además, generas todo un aprendizaje con la naturaleza”, afirma el multideportista, que este año fue fichado por Adidas Outdoors, precisamente por su capacidad de sintonizar con los distintos aspectos de la naturaleza.

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El Cuidado por las Especies

Cuando hablamos de contacto con la naturaleza, no solo nos referimos a sudar la gota gorda buscando una inyección de adrenalina en situaciones deportivas de vida o muerte. Salir a recolectar frutos silvestres en el bosque u observar fauna majestuosa en su propio hábitat también es algo que nos genera una conexión con nuestras raíces. Según el último estudio del International Fund for Animal Welfare (www.ifaw.org) sobre Avistamiento de Ballenas, esta actividad, que partió como una moda de temporada en la costa californiana por allá en los años 50, se ha convertido en la última década en una operación económica que genera, por año, un consumo por más de 2 billones de dólares en las regiones de Asia, el Pacífico, Sudamérica, el Caribe y Europa, con miles de operadores de ecoturismo en el mercado.

Luis Rossell, buceador e instructor de fotografía subacuática, estuvo un mes en Antártica compartiendo con científicos que estudiaban cómo la actividad humana afecta la fauna de este continente. Si bien las reacciones de los investigadores distan mucho del júbilo que demuestra un ciudadano común y corriente al enfrentar, como turista, pobladas colonias de pingüinos o el paso de los magníficos cetáceos, Luis afirma que hay una manera distinta de expresarse: “El científico no va saltar gritando cuando aparece una ballena: la mira, la analiza, ve cómo se está comportando, y detiene motores, para evitar el riesgo de que una de ellas pase por abajo y con la hélice se le dañe la piel”, explica Luis, concluyendo que finalmente todos los que visitan un lugar tan prístino como Antártica, independiente que lo hagan pagando por la experiencia, se impregnan del sentimiento de quienes hacen su vida trabajando en este espacio natural. “Existe un respeto por la vida y el espacio del animal, que se expresa a través de cuidados protocolos”, afirma Rossel, que confiesa que en lo personal tuvo un importante cambio de switch, entendiendo que antes de crear guetos para los animales en zonas protegidas, como humanos deberíamos limitar nuestro espacio y ordenar la manera en que vivimos el crecimiento: “En Antártica como que los pingüinos y los elefantes marinos hubieran dicho: este zona es para que el ser humano esté. Cuando lo ves al revés todo te hace sentido”, dice.

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 Un vínculo biocultural

“Por milenios, la afiliación de la humanidad con la vida y sus procesos naturales nos entregó ventajas en los desafíos humanos de persistir, adaptarse y prosperar como especie”, indica Stephen Kellert, autor del libro Kinship to Mastery: Biophilia in Human Evolution and Development. El profesor Kellert, quien señala que esta cercanía y habilidad innata de entender la naturaleza tiene una base biológica, afirma que nuestro interés sigue vivo, “ya que como todas las expresiones de Biophilia, aún tiene una relevancia funcional en la evolución y desarrollo humano”.
Lo que si reconoce es que su idea principal no es sencilla ni se puede encasillar en una tendencia singular. “Una inclinación biológica para afiliarse a la naturaleza involucra una serie de sentimientos, pensamientos y comportamientos complejos, dentro de un rango de valores y expresiones humanas y disposiciones a actuar en favor del mundo natural”. Y para tener en cuenta, todos estos caminos dependen de un adecuado aprendizaje y experiencia, que varía de acuerdo a cada individuo y su entorno social. Sin una experiencia natural consistente, todas estas posibilidades quedan adormiladas y se frustran.

Pero como no queremos que te pase eso, te damos algunas ideas para trabajar tu relación con la naturaleza, sea en la ciudad o al aire libre.

-Crece junto a una planta un año entero: Aprenderás a fijarte en el movimiento del sol durante el día, te darás cuenta de tus propios ciclos durante las estaciones y aprenderás a valorar la vegetación nativa que toma cientos de años en crecer

-Escucha a los locales: Arrieros, guías, pescadores, leñadores, mineros, agricultores: siempre hay personas que viven en una relación íntima con los recursos naturales, que pueden aportar historias que van más allá de lo académico y te pueden conectar con el saber popular, envolviendo tus propios sentimientos y conocimientos en un aire significativo y adaptado a la cultura de nuestra tierra.

-Ponte a Prueba: No hay nada más humano que nuestra capacidad de sobrevivir al aire libre. Duerme a la intemperie, come frutos silvestres, oriéntate sin un mapa, busca un refugio fuera de los campamentos típicos, sal de los senderos a descubrir un espacio que consideres solo tuyo. Todos nacemos con una cabeza para pensar y manos para hacer.

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La Relación con la Naturaleza

Si quieres entender un poco en qué van los estudios que relacionan el compartir con la naturaleza y la felicidad, la revista Environment and Behavior tiene publicados varios artículos de John Zelenski y Elizabeth Nisbet sobre el tema. Primero, los investigadores midieron qué tan conectados estaban los sujetos de sus estudios a la naturaleza, usando una escala que les pedía graduar qué tanto sentido les hacían distintas afirmaciones, como “Mi relación con la naturaleza es parte importante de lo que soy” o “Percibo la vida salvaje donde sea que estoy”, por mencionar un par. Entre las variadas escalas de felicidad, la conexión entre naturaleza y felicidad era altamente significativa, yendo más allá del beneficio de sentirse conectado a la familia, amigos o el hogar, y jugando un rol importante en mantener una buena salud mental.
Dentro de las conclusiones a las que llegaron encontramos que:

-La conexión emocional al mundo natural es distinta de las otras conexiones en nuestra vida

-Nuestra vinculación a la naturaleza, (Nature Relatedness) generalmente predice la felicidad independiente de otros factores sicológicos.

– La conexión sicológica con la naturaleza facilita actitudes sustentables y puede volverse una herramienta importante para proteger nuestro ambiente.

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De vuelta a las raíces

¿Cómo podemos vivir en un mundo donde todo es sintético y procesado, en que el abastecimiento de nuestras despensas está desligado de la tierra, donde no compartimos ni entendemos a los animales o sus cuidados y donde toda actividad humana es un servicio con un precio? Lo cierto es que hemos caído bien lejos de lo que hizo que nuestros antepasados florecieran como especie, en esos tiempos en que las sociedades eran más horizontales y comunitarias, y donde lo procesado implicaba conocer y entender el paso a paso de cada actividad productiva, con su ciclo natural, antes que la compra y explotación.
Sergio Miranda es sicólogo deportivo, además de ser escalador, montañista y amante de la naturaleza. Dentro de sus referencias para tener en cuenta para acercarnos al bienestar en sintonía con los ritmos de la naturaleza, Sergio cita una tendencia que ya tiene 25 años: La Paleodieta, que trata de imitar la manera en que se alimentaban nuestros antepasados cazadores y recolectores. Nada de cosas saladas ni enlatadas, ¡qué decir de las refinadas! Básicamente una alimentación rica en carnes y frutos frescos. El mundo se ha ido transformando rápido en los últimos cientos de años, pero nuestro cuerpo no lo hace igual. Por eso mismo, esta dieta va asociada a pensar en las actividades físicas que hacía el hombre de esos tiempos, para conseguir lo que necesitaba; saltar, lanzar, escalar, estabilizarse, ascender, cargar, ¡en fin! Todo esto cumplía una función en los espacios naturales, que ponían obstáculos, eran cambiantes y, por supuesto, incluían otros seres vivos, algunos al acecho de los humanos y algunos otros como rivales o escurridizas presas. “Todo esto se acerca lo más posible para lo que fuimos diseñados. Existe un desbalance físico y de nuestra mente. No fuimos hechos para estar 8 horas sentados frente a un computador y estar concentrado en 5 cosas a la vez, el multitasking del que se habla hoy no es algo ecológico para nuestra mente”, dice Sergio. Y es así como la gente se angustia, colapsa, se estresa y lo pasa mal; “Contemplando la naturaleza es cuando esto se regula: nos concentramos en lo que estamos viendo y haciendo en el aquí y el ahora. Esto nos da el relajo, la felicidad y la plenitud”.