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Explorando bajo las aguas de la Patagonia

Pocas cosas son más estimulantes para un fotógrafo submarino que ver los rostros asombrados de las personas, que nunca han tenido la experiencia de bucear, al ver los colores y formas de la vida marina retratados en las imágenes. Cuando conoces algo nuevo te das cuenta que está vivo, y que merece tu cariño y respeto. Eso fue lo que me sucedió al mostrarle a la tripulación del Oveja Negra lo que sucedía en las aguas de los canales patagónicos que íbamos navegando.

 Texto y Fotos: Luis Rossel – www.luis-rossel.com

 

Esa tarde de día miércoles transcurría como cualquier otra en Santiago, preparando mis clases de fotografía submarina, seleccionando fotos que sirvieran para los ejemplos de composición para mis alumnos.
Escucho el molesto sonido de mi celular, notificándome la llegada de un mensaje de Facebook… ¡ahí comenzó la aventura!

El mensaje era de mi amigo Felipe Valdivia, quien me anticipaba el contacto de una amiga que necesita un trabajo audiovisual en la Laguna San Rafael. Unas horas más tarde recibo el correo de Sandra.

Sandra Vallejo es la entusiasta dueña del Oveja Negra, un barco de su propio diseño que navega por los canales de la Patagonia, de unos 20 metros de largo y con capacidad para 25 pasajeros. Es una estructura de madera, lo cual, junto con darle belleza, provoca el crecimiento de “broma” en el casco. Estos son pequeños microorganismos que van dañando la madera, pero que mueren en agua dulce.

Sandra había planificado un viaje de “mantenimiento” para el Oveja Negra, que consistía en hacerlo navegar por las aguas dulces de la Laguna San Rafael, con el objetivo de acabar con la “broma”. Tuvo además la brillante idea de aprovechar la travesía y embarcarse con diferentes personas que le permitieran “contar la historia” de lo que significaba viajar en el Oveja Negra. Embarcó a una productora Audiovisual, un fotógrafo publicitario, una investigadora, un pescador, a sus hijas y a este afortunado fotógrafo submarino, cuya misión sería mostrar lo que había en los caminos de agua por los que navegaba su historia.

El viaje comenzaba el sábado siguiente en la mañana, y sólo teníamos dos días para preparar todo. Yo debía preparar mi equipo de buceo y de fotografía submarina, y Sandra hacer milagros para conseguir botellas de aire, suficientes para 6 días de navegación y buceo.

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Dificultades en la Oveja

Llegó el sábado, mientras alistaba los últimos detalles del equipaje suena el teléfono. Era Sandra que desde Puerto Montt me lanzaba un balde de agua fría: ¡no teníamos botellas de buceo!

El traslado de botellas desde Puerto Montt a Aysén fue imposible en tan poco tiempo y solo nos restaba probar suerte en Coyhaique o Puerto Chacabuco, que estaban en nuestra ruta desde el aeropuerto Balmaceda hacia el embarque en el Oveja Negra.

En el avión pasaban por mi cabeza tristes pensamientos. Este viaje me separaba por primera vez de mi familia. Llevaba 1 año disfrutando de mi esposa y nuestro primer hijo. Con la fortuna de disfrutar cada día viéndolos despertar. Y hoy comenzaba una separación dura, sin comunicación de ningún tipo. Pero la invitación de hacer fotografía submarina en los canales patagónicos era un gran consuelo.

El plan era pasar la noche en Puerto Aysén, así que comenzamos a preguntar por todos lados si alguien tenía botellas; nos encontramos de todo, desde personas que viendo nuestra desesperación nos ofrecían arrendar botellas por millones de pesos, hasta algunos que nos ofrecían de todo menos lo que necesitábamos.

Un azar de fortuna fue la curiosidad de un taxista -que nos escuchó hablar por teléfono-, y que por tremenda casualidad, tenía un amigo que era dueño de 2 botellas de buceo. ¡Al fin! Lo ubicamos y ya teníamos en nuestro poder dos botellas de buceo. ¡ Pero sin aire!

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Tripulación Completa y Navegando

A las 8 de la mañana del domingo nos embarcamos en la lancha rápida que nos llevaría a encontrarnos con la Oveja Negra, en alguna de las islas del archipiélago de las Guaitecas.
Pasadas unas dos horas de navegación, con un clima lluvioso pero de mar calmo, divisamos a la distancia a nuestro primer objetivo, la Oveja Negra.

Las fotografías que había visto no permitían visualizar la real belleza de este barco. Me dio la impresión de estar abordando un buque de la antigüedad, si no fuera por las antenas, el radar y su lujoso interior.

Fue una locura el traslado de pasajeros y equipaje desde la lancha rápida al Oveja Negra, cuidando de no olvidar nada, pues de ahora en adelante estaríamos a la merced del clima, los canales y la falta de comunicación con toda ciudad importante.

A bordo nos recibe Ezio, el capitán y Eliana, la doña y quién cuidaría de nuestros estómagos con sus regaloneos culinarios.

Luego de un fondeo para almorzar, la Oveja Negra toma rumbo hacia Churrecue. Nos habían pasado el dato que en alguna de los centros de cultivo de esa zona y podíamos intentar cargar aire en las botellas.

Atracamos de noche en la mencionada estación de cultivo, por lo que nos acostamos con la esperanza de tener suerte en la mañana, al comenzar las actividades del centro.

A la mañana siguiente, ya día lunes, nos entrevistamos con el jefe de la estación para solo recibir la mala noticia de que no tenían compresor de alta que nos pudiera servir para cargar las botellas. Fue la peor noticia, luego de que el destino nos hubiera alimentado con pequeños dulces, que nos habían mantenido con esperanza.

 

Bendita Curiosidad

Sin aire, las posibilidades de lograr alguna toma submarina eran nulas. Ni siquiera pensar en intentar sumergirme en apnea… ¿han tratado de hacer apnea con traje seco?

Desmoralizado totalmente, seguí mis protocolos y plan de trabajo, y en el comedor del Oveja Negra comencé a armar mi sistema de fotografía submarina. Sobre la mesa comencé a limpiar el housing, los flash, y los lentes. Monté cámara y comenzó a aparecer mi sistema de fotografía submarina ante la mirada asombrada de los trabajadores del centro de cultivo, y del jefe de estación, que me observaban a través de las ventanas del Oveja Negra.

De pronto noté un bullicio en la estación de cultivo, gente que corría hacia mí y me llamaban. El Jefe de Estación quería hablar conmigo.

“Oiga”, me dice, “así que usted toma fotos bajo el agua y por eso quiere bucear”. “Así es, le digo yo”, “quiero registrar la vida marina de estos canales”. Bendita curiosidad humana. El jefe me cuenta que al ver mi cámara, le había entusiasmado la idea de que se fotografiaran los fondos marinos de los canales, así que se había puesto a llamar por radio a todos los centros de cultivo que conocía, y consiguió uno donde sí había compresor de alta, y que ya había arreglado que nos esperaran y que me cargaran las botellas.

Terminamos la maniobra de cargar agua -que gentilmente nos había facilitado el centro- y tomamos rumbo hacia el sur, hacia la estación donde estaba el compresor.

A las seis de la tarde teníamos las dos botellas con aire. Aire que era un tesoro que había que cuidar, pues era todo lo que teníamos para hacer los registros submarinos.

 

Comienza la Fotografía Submarina

Yo ya había hecho mis investigaciones de los bcueos en la zona: es importante la hora de la inmersión evitar tanto las subidas de marea como las bajas de marea, pues la zona de los canales se caracteriza por tener fuertes diferencias entre marea alta y marea baja, lo que provoca acentuadas corrientes en los cambios.
Otro aspecto a considerar era la profundidad. La mayoría de los canales patagónicos tienen profundidades extremas, llegando en varios puntos a los centenares de metros. Sin embargo, existen innumerables caletas, que rompen las orillas de los canales y se adentran hacia los cerros con profundidades mucho más accesibles.
De esta manera, el plan era buscar alguna caleta protegida, que quedara en nuestra ruta de tal manera que pudiéramos fondear en el horario de calma de las mareas. Bajo estas consideraciones, decidimos con el capitán que nuestro primer destino de buceo sería la Punta Lynch.
Punta Lynch es una caleta muy protegida, en la parte sur del Canal Costa. Son dos caletas en una: a la primera se accede por una boca de unos 50 metros de ancho, y el acceso a la caleta interior no tiene más de 20 metros de ancho. Fue toda una odisea y demostración de pericia del capitán del Oveja Negra el fondeo en la caleta interior, pues arribamos de noche y solo con la ayuda del radar y sonar de profundidad atravesamos tan estrechas entradas.

 

Descubriendo un mundo de colores

Me fui a acostar con la ansiedad del primer buceo en los canales patagónicos, que haría a primera hora de la mañana siguiente. A las 9 de la mañana del martes estábamos embarcados en el zodiac del Oveja Negra, para acercarnos al punto de buceo escogido; la estrecha entrada de 20 metros a la caleta interior se veía prometedora. De acuerdo al sonar, eran un portal formado por paredes verticales que llegaban hasta un fondo a 30 metros.

El plan era no bucear más de 20 minutos y no sobrepasar los 10 metros de profundidad, como una manera de hacer durar el aire lo suficiente por si no volvíamos a encontrar un lugar donde volver a cargarlas. Nos acercamos a la orilla y nos sumergimos.
Bastó una primera mirada al fondo para darnos cuenta que esta sería una experiencia inolvidable.

La exuberancia de vida nos dio una cachetada, con ese mensaje tan claro que nos dice que mientras más lejos del ser humano nos encontremos, la naturaleza se libera, mostrando todo su esplendor.

Lo primero que notas al sumergirte en los canales patagónicos es el color del agua, es de un verde muy hermoso, producto del filtro natural que realiza la delgada capa de agua dulce que se encuentra en la superficie, agua dulce que contiene los restos orgánicos de la abundante vegetación de la Patagonia. Sin embargo, esta capa de agua dulce, separada por una haloclina del agua salada de más abajo, no alcanza a disminuir la claridad. Cómo mínimo 10 metros de visibilidad horizontal nos permitía apreciar la gran biodiversidad de vida marina presente en estos fondos.

Punta Lynch nos reveló un sinfín de colores, animales de todas las formas y tamaños. Como entorno de fotografía era maravilloso. Una pared casi vertical me permitía hacer bellos cuadros con cada espécimen.

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Los hielos del pasado

Este primer buceo fue una prueba de templanza, pues al tener una sola botella, era una obligación mantener el plan de buceo, y no sobrepasarme en el tiempo y consumo, de manera de dejar suficiente aire para los días siguientes. Luego de cada foto, a pocos centímetros había algún animal que invitaba a disparar mi cámara, y la tentación de seguir buceando era demasiado intensa.

La conclusión de la primera inmersión era clarísima: era una experiencia que valía la pena y los esfuerzos. Con este buceo comprobaba que la Patagonia estaba entre los lugares más hermosos para disfrutar de la vida submarina.

Nuestra ruta seguía camino a la laguna San Rafael, lo cual nos tomaría más de un día navegando por el Estuario Elefantes, en el camino pasamos por hermosas bahías de aguas mansas rodeadas de imponentes cerros nevados. La belleza de estos parajes es sublime, y no deja lugar a dudas de que estamos en uno de los sitios más bellos de nuestra geografía. Como el camino era largo, decidimos pasar la noche en bahía Sisquela, una tranquila caleta de aguas quietas que nos protegería de los eventuales vientos que sin previo aviso te pueden sorprender en estas latitudes.

A la mañana siguiente, aprovechando el empuje de la marea por los estrechos canales, recorrimos las últimas millas hacia la Laguna San Rafael, cuya bienvenida fue digna de su majestuosidad.

Lo primero que ves al acercarte a la laguna, son los iceberg flotantes, orientados siempre hacia el lado donde los vientos soplan. La navegación se debe hacer tomando las precauciones necesarias para no golpearlos, puesto que su tamaño es engañoso.

Luego del tradicional brindis en cubierta, saludando a los hielos del pasado, nos dirigimos a un sector protegido de la bahía para pasar la noche y disfrutar de un sabroso cordero al palo acompañado de guitarra y canciones. Fue un gran momento de convivencia y relato de nuestras vidas y lo que este viaje significaba para cada uno de nosotros.

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La mano del hombre

Luego de un reponedor descanso, encendimos los motores del Oveja Negra y continuamos nuestra ruta hacia Quitral, donde planificábamos realizar el segundo buceo, esta vez en un lugar rodeado de centros de cultivo.

En conversaciones con buzos de las salmoneras, se nos había comentado de la gran cantidad de vida que se acumula cerca de las estaciones de cultivo, supuestamente debido a los restos de alimento que los salmones no consumen. Durante la noche llegamos a Quitral, y preparé todo el equipo para la inmersión de la mañana siguiente. Nuevamente, esa rica sensación de comenzar una nueva aventura me llenaba el espíritu.

Habíamos atracado muy cerca de una termas naturales que están a la orilla del canal, lo cual agregaba un factor de interés adicional al buceo, ¿qué efecto tendrían las aguas calientes en la vida marina del lugar?

A primera hora nos equipamos y nos sumergimos a pocos metros del Oveja Negra, en un punto en que el sonar nos mostraba un fondo de no más de 25 metros de profundidad. Al mirar hacia el fondo noté algo extraño, muy diferente de nuestra experiencia en Punta Lynch. El fondo parecía cubierto de una capa de musgo, de un color muy oscuro. Y el agua, era de un color apagado.

Las estrellas de mar abundaban, pero solo de la especie azul, muchos mejillones, cientos de ellos colonizaban cada fisura en las rocas, pero una sensación de soledad y suciedad marcaba el lugar. Ni rastros de corales, nada de centollas o estrellas canasto: el color se había esfumado.

Resultaba evidente que el buceo cerca de la estaciones de cultivo no era buena idea. Con eso no quiero ser un extremista de la ecología, pero es demasiado impresionante ver con tus propios ojos el efecto de las salmoneras en el ecosistema.

Con la ingrata sensación de haber desperdiciado parte de nuestro valioso aire en este buceo, continuamos con la tarea de lavar nuestros equipos y prepararnos para continuar nuestra ruta, sin antes disfrutar de un agradable baño en las aguas termales, que han formado una cómoda piscina natural, a la orilla del canal.

 

Oportunidad en Rosita

Continuamos nuestra ruta en búsqueda de un tercer punto para bucear. Los 80 bares que nos restaban en las botellas nos obligaban a hacer nuestra mejor apuesta, pues sería el último buceo.

En el camino de vuelta a Puerto Chacabuco, las tentaciones fueron muchas. Pasamos por varias caletas de aguas tan tranquilas que el impulso de lanzarnos era casi irresistible, pero las condiciones no daban para hacerlo. Ausencia de paredes pronunciadas, mucho fango, nos hacían pensar que no eran los lugares más adecuados.
Cuando arribamos a Puerto Rosita, el sonar nos dijo que ese debía ser el lugar, las estaciones de cultivo se encontraban a gran distancia, lo cual nos permitía esperar un menor impacto de sus operaciones en la vida marina. Si bien es un atracadero muy visitado por las embarcaciones que navegan por estos canales, teníamos la esperanza de realizar un buen registro fotográfico.
La hora nos obligó a dejar el buceo para la mañana siguiente, aprovechando la ventana entre mareas; Era el último día del viaje, por lo que nos levantamos muy temprano para preparar la inmersión, la última oportunidad de bucear en este viaje.
Al voltear mi máscara hacia el fondo, supe que no nos habíamos equivocado. ¡El sitio era espectacular! Corales, estrellas de múltiples colores, extrañas formas de colores se distinguían a la distancia, invitándonos a recorrer esos metros desde la superficie hasta el fondo._LRL4045

La Patagonia gana la batalla

¡Qué bestias más gigantes! Los nudibranquios abundan en las aguas del todo el mundo, pero son el sujeto ideal para macro fotografía, en lo que lo pequeño se debe retratar con lentes especiales. En general no superan los 3 a 4 centímetros de tamaño. Pero en los canales en su reino: existen especies de hasta 25 cm de largo. Son enormes, y de unos colores alucinantes, son tan grandes que las branquias desnudas (que le dan el nombre a estos depredadores) cubren casi todo su cuerpo. En las especies más pequeñas, las branquias se encuentran en solo un punto de su cuerpo.

El otro habitante del sitio que se mostraba en las más diversas formas y colores, eran las anémonas. De colores rosa pálido, rojo, blancos, y también de gran tamaño me entregaban el retrato perfecto para demostrar la belleza del lugar. Caracoles, tunicatos, actinias que se alimentaban de coral fueron apareciendo a medida que recorríamos el lugar.

Habíamos llegado al fin de esta expedición, el objetivo había sido cumplido. El Oveja Negra tenía un nuevo atractivo que ofrecer a sus pasajeros. La belleza y majestuosidad del lugar son inigualables, y es evidente el efecto de nuestra actividad industrial en tan prístinos lugares. No obstante la esperanza está intacta, en aquellos lugares donde se ha abandonado el cultivo de salmones, la naturaleza poco a poco gana la batalla y vuelve con fuerza a poblar el fondo marino: se protege lo que se ama y se ama lo que se conoce.