Perdida en el extremo meridional de América y presa de la lucha entre dos océanos, la Tierra del Fuego simboliza la geografía más extrema, el fin de todos los caminos y el comienzo de la aventura, y a continuación te mostramos un poco de aquello.
Texto: Camilo Rada y Natalia Martínez /Fotos: Camilo Rada, Inéz Dussaillant, Marcelo Arévalo, Natalia Martínez.
Hay cierta clase de personas que darían la vida por llegar más allá, persiguiendo el horizonte hasta alcanzar el final del camino y contemplar desde allí el fin del mundo.
Ese espíritu es el que ha llevado a aventureros y locos de toda clase hasta la Tierra del Fuego, “el último confín de la tierra” como la llamara el legendario Lucas Bridges.
El carácter indomable, mágico y misterioso de esta tierra inhóspita alcanza su mayor intensidad en las montañas que se alzan audaces para formar la Cordillera de Darwin, la más austral de todas aquellas que conforman la gran cordillera de los Andes, y también la más remota y desconocida.
Tras dejar su huella en cada una de las regiones más salvajes del planeta, Eric Shipton, tal vez el último gran explorador de la historia, pasó sus últimos años desentrañando los misterios de estas montañas mágica y su séquito de cumbres escondidas en un laberinto de fiordos, lo que en su conjunto el llamaría Fuegia, una región más allá de la Patagonia, con su propio carácter y aún más seductora.
Y a la Tierra del Fuego se referiría como “The Fatal Lodestone” (“El imán fatal”), haciendo alusión al encanto que cual canto de sirenas atrajo a exploradores de todos los tiempos a este reino del viento y las olas.
Karukinka
Estas tierras del fin del mundo fueron descubierta hace aproximadamente 9.000 años, por los ancestros de los kaweshkar y los yaganes, ha de haber tenido muchos nombres e historias que se perdieron en los recuerdos de un pueblo en constante lucha por sobrevivir. Y cuya memoria viva se terminaría de diluir en los mares del Sur tras la invasión Europea. Nefasta en estas regiones, a donde llegaría cargada de enfermedades y hombres que por varios siglos no supieron valorar a esos pueblos hijos de la naturaleza salvaje. Sin duda cegados por un incipiente y altanero sentimiento de civilización, adornados de trajes, sombreros y armas de fuego.
Los pueblos originarios la llamaron Karukinka, Onasín y quien sabe cuántos otros nombres más tuvo a lo largo de la prehistoria, y a esos pueblos corresponde todo el mérito del descubrimiento, después vendrían los que, con más fortuna, podrían inmortalizar sus aventuras y escribir las primeras líneas de la fascinante historia del último confín de la tierra.
Historia que comenzó en 1520, bajo la pluma de Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de Hernando de Magallanes, quien dejó Europa cargado de sueños y ambiciones, en busca de un acceso por el Occidente a las islas de las especias y sus riquezas. No se sabe exactamente de donde nace la certeza de Magallanes acerca de la existencia de ese acceso pero al parecer sabía más de lo que muchos piensan.
Tras casi 15 meses de aventuras y desventuras, alcanzan el paso que la historia recordaría como Estrecho de Magallanes, el que finalmente los conduce al Mar del Sur, que desde entonces pasa a ser el Océano Pacífico. Durante la travesía tenían a babor lo que creían eran las costas de la Terra Australis Nondum Coginita (Tierra del Sur aún desconocida), que se extendía hasta el mismo polo Sur. En ellas, Magallanes vio multitud de columnas de humo provenientes de campamentos indígenas, por lo que bautizó esa región como La Tierra de los Humos, denominación que más tarde el Rey Carlos I, tal vez con mayores conocimientos de marketing, reemplazaría por “Tierra del Fuego”.
De las grandes montañas de la Tierra del Fuego no se sabría nada hasta 1580, cuando Pedro Sarmiento de Gamboa, enviado en persecución del pirata Francis Drake, atravesara el Estrecho de Magallanes desde el oeste (atribuyéndose con alevosía el mérito de ser el primero, honor que corresponde a Juan Ladrillero) y avistara a la distancia un imponente “Volcán Nevado”, que con su cumbre humeante adornaría los mapas de la incógnita Tierra del Fuego durante siglos.
Atraídos por la caza de lobos marinos y ballenas, los europeos iniciaron la exploración de la intrincada red de fiordos y canales, la que alcanzó su cúspide indiscutida en las expediciones hidrográficas del Almirantazgo británico, al mando de Phillip Parker King, Pringle Stokes y Robert Fitz Roy, quienes entre 1826 y 1836 cartografiaron en detalle la compleja red de fiordos e islas de Tierra del Fuego, mapeando y bautizando el Seno del Almirantazgo, el Canal Beagle y la gran cadena montañosa que entre ambos se levanta: La imponente Cordillera de Darwin.
Fue bautizada así en honor al famoso naturalista Charles Darwin, quien fuera invitado por Fitz Roy para disponer de compañía docta durante la tercera campaña cartográfica del Almirantazgo. En ese tiempo poco se sabía del brutal impacto que tendrían las ideas que el joven Darwin gestaría en ese viaje, el que inició a la tierna edad de 22 años.
Historias de navegantes hay muchas, mezclas de realidad y leyenda, pero nos concentraremos en aquellos que se aventuraron tierra adentro, entre los misteriosos valles y glaciares de la Cordillera de Darwin.
La conquista de las montañas
El polo de atracción durante el siglo XIX y comienzos del XX sería el Monte Sarmiento. El que dominando imponente el Estrecho de Magallanes, es sin duda la montaña más prominente de la Tierra del Fuego. Su popularidad se vio favorecida por el auge en ese tiempo vivía el estrecho, pues aunque muy peligroso para los barcos a vela, la proliferación de las naves a vapor lo transformaron en el paso privilegiado entre el Atlántico y el Pacífico, lo que duraría hasta la construcción del canal de Panamá en 1914.
De este modo, ya en 1882 Domenico Lovisato protagonizaría la primera actividad de montaña en la zona, con un intento al Monte Sarmiento, en el a pesar de no llegar muy lejos daría inicio a la carrera por descubrir esta misteriosa región.
En 1896 el famoso explorador polar Sueco Otto Nordenskjöld realizaría una excursión en el extremo Oriental de la cordillera y en 1898 el famoso Sir Martin Conway, tras realizar la primera ascensión del Illimani en Bolivia y quedar a 50 metros de lograr el segundo ascenso al Aconcagua, enfilaría hacia el meridión para medirse con el Sarmiento, el que una vez más se resistía a los intentos de conquista.
En 1908 los suecos, liderados por el botánico y explorador Carl Skottsberg volverían a la zona, ampliando las exploraciones de Nordenskjöld en el extremo Occidental de la cordillera, partiendo desde el Fiordo Almirantazgo.
Dos años más tarde, aparece en la escena una figura que sería decisiva en la exploración de Tierra del Fuego y la difusión de sus bellezas en Chile y el mundo: El sacerdote salesiano Alberto María De Agostini, quien realizaría más de 10 expediciones a lo largo de casi 50 años.
En 1910 realiza dos viajes en los que logra interesantes exploraciones de la zona del Monte Buckland y los Montes Martial cerca de Ushuaia.
Luego, entre 1913 y 1915 De Agostini lleva a cabo cuatro notables expediciones, en las que haría dos osados pero infructuosos intentos al Monte Sarmiento y descubriría los Fiordos Contraalmirante Martinez y Pigafetta, este último sería rebautizado posteriormente por las autoridades chilenas como Fiordo De Agostini. En su conjunto, estos constituyeron el mayor descubrimiento geográfico del siglo XX en la Tierra del Fuego.