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Expedición Volcán Tupungato, marzo 2017

Siete alumnos de la Universidad San Sebastián, junto al montañista e instructor Gastón Oyarzún y el montañista Javier Galilea, aspiraron a ascender el emblemático Volcán Tupungato- la montaña más alta al Sur del Cerro Aconcagua- con una cumbre de 6.570 metros sobre el nivel del mar.

No todos los días se da la oportunidad de realizar una expedición de alta montaña. Necesitas cordada, conocimiento, información de la ruta, motivación, y más que nada, buen tiempo que cambia repentina e impredeciblemente, sobre todo en nuestras abruptas montañas de los Andes Centrales.

¿Por qué decidimos subir este cerro?

Queríamos conocer algo más novedoso, no tan explorado y contemplar los hermosos valles coloridos y poco recorridos de la zona central. En la experiencia de ascender el “seis mil” más austral del mundo, calculábamos que el aire que respiraríamos tendría menos de la mitad del oxígeno que existe a nivel del mar, y dado esto, varias interrogantes aparecían…¿Cuáles serían nuestras sensaciones tanto físicas como emocionales y mentales a tal altitud? Cuando se planifica una expedición de montaña, llevar a cabo su logística -de una forma adecuada- es esencial, ya que si esta falla, se puede poner en riesgo la vida. Y claro, luego de una buena planificación previa a la expedición, solo quedaba enfrentar tal desafío.

Aclimatación en el campamento base.

Nos trasladamos hacia el Cajón del Maipo, al Valle del Alfalfal, ahí nos encontramos con Hernán, el arriero que nos acompañaría durante ocho días. Tras cargar las mulas, comenzamos la aproximación hacia el campamento base ( 3.500 m.s.n.m). Así empezó nuestra expedición. A medida que nos adentramos en el valle del Río Colorado, nos impresionaban las atractivas montañas, tanto por sus colores, como relieves, y ríos o vertientes que bajaban de ellas. Caminamos dos días, donde nos tocó una intensa tarde de lluvia armando campamento en “Aguas Buenas” (2.620 m.s.n.m), y el cruce extremo de el Mal paso con las mulas, ese nombre se lo atribuyen los arrieros de la zona- ya que los animales de carga se exponen a una ladera con mucha pendiente, y pueden resbalarse, a pesar de su agilidad en el monte. Después de 32 kilómetros, llegamos a los 3.500 metros para instalarnos en el campamento base.

Ya instalados en el campamento base, tomamos en cuenta el factor de aclimatación. En este proceso el cuerpo debe adaptarse fisiológicamente a la altitud, por lo tanto, en este lugar dormimos dos noches. La finalidad de esto era hacer un porteo por el día -llevar cosas de nuestro equipo a la altura de 4.700 metros de altitud- y bajar a dormir al campamento base para tener un buen descanso.

El cuarto día comenzaron las condiciones de alta montaña. Las temperaturas cambiaron, así también la saturación de oxígeno en nuestra sangre y la velocidad de nuestro caminar, tomando en cuenta el peso de nuestro equipo (las mulas ya no formaban parte de nuestra logística desde el campamento base hacia arriba). A dos horas de la llegada al Campamento 1, caminando por el filo, se nos aproximó una suave tormenta con una nevada. El tiempo nos daba la bienvenida a la alta montaña. La técnica para no enfriarse en estas condiciones es mantenerse en movimiento, así es como nuestro flujo interno se mantiene cálido y eso nos hace sentirnos bien a pesar del cansancio.
Sobre los 4.700 metros, en las noches no logras dormir profundo, esto debido al frío y a la hipoxia o falta de oxígeno en el aire.

Tras una energética y caliente leche con avena, el sol nos entregó su energía natural y activadora para comenzar a ascender al campamento dos, ubicado a 5.200 m.s.n.m.
Una vez en el campamento alto, ya mentalizados en adaptar nuestro cuerpo a la altitud, armamos las carpas, nos hidratamos, y preparamos nuestro equipo para comenzar la jornada de ataque a las cinco am.

¡Al ataque!

A las 3 am sonó la alarma .Prendí el anafre para intentar calentar el agua que se encontraba congelada en mi botella. Tomamos un buen desayuno y nos abrigamos. Salimos de la carpa, al verdadero refrigerador -con 25 grados bajo cero- y ya estaba listo el grupo para empezar a caminar.

Las primeras horas de ese día fueron bastante crudas. Aunque contábamos con las mejores botas y guantes, la fría madrugada congelaba nuestras extremidades, las cuales movíamos constantemente para que la sangre circulara y tener una temperatura agradable en los dedos de las manos y pies.

A las 6 am, nos encontramos exactamente en el límite Chile-Argentina de los Andes Centrales, divisando claramente las luces de la ciudad de Mendoza, y al mismo tiempo un cielo estrellado, el cual se apagaba poco a poco con la tenue luz de la salida del sol.

Poco a poco, los rayos solares comenzaron a calentar nuestro cuerpo mientras nos acercábamos a las zonas con más acumulación de nieve. Al mismo tiempo,las nubes comenzaron a invadir nuestro cielo azul, y junto a la brisa, ínfimos copos de nieve cubrían la montaña mientras nos aproximábamos y logramos alcanzar la altitud sobre 6 mil metros.
Con poco oxígeno.

Las condiciones fisiológicas comenzaron a sentirse cada vez más, realizábamos profundas inhalaciones para captar el escaso oxígeno y poderlo entregar a nuestros músculos y órganos. Junto a eso sentíamos mucho de dolor de cabeza y nuestras piernas comenzaron a sentir la fatiga.
Nos encontramos con un glaciar que nos hizo más compleja la ruta. Lo pasamos con crampones y buenos anclajes en caso de caída. Ya a 250 metros de de la cumbre, con visibilidad muy disminuida, decidimos continuar y atacarla. Un compañero que no se sentía bien y tenía síntomas mal de altura nos esperó a los 6300 metros.

Aunque la cumbre se veía muy cercana aún quedaban aproximadamente dos horas para llegar arriba. Nuestra mente se encontraba ya en un estado difícil de explicar por la hipoxia, perdimos la noción del tiempo, los pensamientos eran algo confusos, pero íbamos convencidos de que nuestro cuerpo, aunque estuviera al límite, podía más.

Últimos pasos.

El último tramo se hizo largo. Miramos la cumbre, pero parecía que se alejaba de nosotros en cada paso que dábamos. Seguimos subiendo con la vista fija en el terreno y de pronto ¡ya estábamos en la cumbre! Emocionados, se nos olvidó el cansancio, nos abrazamos, nos tomamos una foto.
¿Misión cumplida?

Si bien habíamos alcanzado la cumbre debíamos partir de inmediato de vuelta.
El regreso fue muy difícil, había pendientes pronunciadas y zonas expuestas que requerían de nuestra mayor atención y nuestras piernas ya casi no obedecían por el cansancio. Bajamos las zonas riesgosas y después de una jornada 14 horas, quedaba solo caminar al campamento. Llegamos a un punto donde sobrepasamos el umbral del cansancio y ya solo esperábamos hidratarnos, alimentarnos y dormir en las carpas. A eso de las 8 pm, justo antes del atardecer, agotados y agradecidos de la posibilidad que nos regaló la montaña ese día, nos refugiamos en los sacos y nos dormimos.

Ya habíamos cumplido nuestra mente pero ahora venían los días de “chalear” para salir del valle. Debíamos caminar 15 km en promedio por día. Durante esas largas caminatas reflexionarmos sobre la experiencia que vivimos, y nos dimos cuenta de que además de un logro personal y grupal, vivimos lo que es el autoconocimiento en todo sentido. Fueron instancias en donde vas conversando con tu mente, escuchando los latidos de tu corazón y a tus músculos cada vez más fatigados, pero enviándoles un mensaje interno alentador, el mismo que nos permitió llegar tan alto, y que seguro nos permitirá llegar donde nos propongamos.