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Esquiando en los volcanes del sur

Tres amigos fanáticos del randonnée, interesados por los volcanes y amantes de nuestro sur, iniciaron su anhelada travesía: alcanzar 5 cumbres y bajar esquiando libre por sus laderas. En esta primera entrega , Manuel Olivares nos relata los mejores momentos del viaje y cómo el mejor ski de montaña se consigue en los volcanes del sur, en plena primavera.

Texto: Manuel Olivares
Fotos: Francisco Bocaz, Felipe Sepúlveda, Manuel Olivares / BackChillan.com

 

Son casi las 7 PM y me encuentro en la cumbre del volcán Antuco, el primer objetivo del viaje. Llegamos pasado el mediodía desde Chillán, probablemente a la hora límite -según nuestro ritmo- para poder hacer cumbre. El ánimo estaba muy acorde al objetivo, comencé con mucha energía la subida a pesar del miedo a no poder rendir ya que me acechaba una lesión en la pierna producto de la exigente subida a una canaleta hacía dos días atrás.
Es 5 de octubre de 2014 y recordé que hacía un año atrás, justo a esta misma hora, estaba armando campamento a los pies del Nevado de Chillán. En esa ocasión el objetivo era la cumbre de La Pirámide, una de las primeras misiones en esquís en que necesité un verdadero esfuerzo mental para lograrla, en donde me di cuenta que los objetivos sí se cumplen, cuando realmente te los propones.
Somos tres en la cordada: Francisco Bocaz, Felipe Sepúlveda y yo; en lo que iba del año eran varios miles de metros de desnivel acumulados en randonnée, algunas cuantas cumbres y un campamento de varios días, en que estuvimos explorando nuevas zonas para esquiar.

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Parque Nacional Laguna del Laja
El Antuco lo subimos en 4 horas con 40 minutos, sin dificultad técnica y en un día caluroso y despejado. Distinguíamos varias huellas en dirección al cráter; cuando es así, trato de mantenerlas a la vista, pero sin seguirlas. De esta manera se me hace más fácil no perder la motivación y me mantengo creyendo que estoy haciendo algo que nadie más ha hecho. En medio de la subida y durante la parada a comer, nos topamos con un grupo de andinistas bajando y pienso: “qué lata tener que bajar caminando, es como el randonnée pero sin la parte entretenida “.
Camino al Parque Nacional Laguna del Laja, a la altura de Villa Peluca, hay un punto en que el volcán se mostraba frente a frente. Quedamos inmediatamente alucinando con lo imponente del cono, casi que al unísono nos salió un “¡por ahí quiero bajar!”. La cara oeste estaba tapadísima de nieve y parecía tener entrada muy cerca de la cumbre. En ese momento pensé: “Ojalá podamos bajar por ahí”.
La vista desde el Antuco era simplemente impresionante. Hacía que te sintieras muy pequeño y parte de un paisaje que no siempre se tiene la suerte de contemplar. La laguna, a medida que ascendíamos, dejaba ver hacia todas las direcciones: al norte las montañas de casa; al sur, durante la subida, iba apareciendo de a poco el impresionante Sierra Velluda… quedé simplemente encantado de este cerro y espero poder algún día lograr esa cima.
Desde la cumbre, también hacia el Sur se podían ver casi todos los volcanes de la Araucanía. En ese momento tenía sentimientos encontrados al saber que no los he subido todos, pero que algún día sí lo haré.

Antuco Abajo
Pasaba la hora y el sol seguía bajando; cambiaban las condiciones de luz y el estado de la nieve, mientras conversábamos sobre cómo llegar a la pala que queríamos esquiar, que además era la ruta más directa hasta el auto. Pensé y dije: “Bueno, somos esquiadores, esta es nuestra parte”. Había que disfrutar con cuidado, para no tener problemas.
Le entramos justo por donde queríamos, desde el filo hacia la cara oeste; poco a poco se nos iba descubriendo la bajada que habíamos visto desde la distancia en el camino.
Comenzaron a bajar primero mis compañeros. Yo me quedé último y disfruté un minuto de paz y silencio, en la punta de un volcán, con la última luz del día y a segundos de dejar mi huella justo donde lo tenía pensado.
Busqué pendiente, apunté hacia abajo y realicé giros controlados, conectados sin parar, hasta llegar donde estaban mis compañeros. Las piernas me quemaban, no había líneas por donde iba bajando, la nieve cambiaba de color amarillo a tonos sepia. Levanté la vista, visualicé y proyecté giros cortos, largos, todo era cancha y disfrute
¡No nos podíamos creer la bajada que acabábamos de hacer! Épica, mágica. Luego, un minuto después de que llegáramos al auto, el sol dejó de alumbrar y se escondió detrás de las montañas. ¡Gracias Pachamama!
No teníamos un plan estructurado pero bajamos al pueblo de Antuco para comer y tomar algo. Además teníamos que ver dónde alojaríamos. Afortunadamente nos ofrecieron un techo a unos pocos kilómetros del centro. Nos recibieron con mucha buena onda, y sentí que de algún modo el destino nos devolvía la mano.
Al día siguiente se mantuvo el buen tiempo, así que no pudimos dejar pasar la oportunidad y nos preparamos para nuestro próximo objetivo en la Araucanía, en los alrededores de Malacahuello.

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Lonquimay
Mientras nos equipábamos -¡un poco atrasados!- en el estacionamiento del Centro de Ski Corralco, llegó nuestra amiga María, sorprendida por la casualidad de encontrarnos allí y nos preguntó, ”¿Hasta dónde van?”. “Hasta arriba” – respondí. Según mis cálculos, no debería tomar más de seis horas llegar a la cumbre del Lonquimay; ya era medio día y el pronóstico prometía aumento del viento y precipitaciones para el final de la tarde.
La aproximación era muy directa: se subía por las pistas del centro de ski y en dirección al filo sur-este del volcán. En un principio recorrimos por más de una hora un plano, que parecía no acabar nunca; luego remontamos por una loma, para conectar finalmente al filo que llegaba a la cumbre.
En dos horas y media estábamos al final de la línea de los andariveles, cargando energías y sacando cálculos para estimar la llegada a la cumbre. El viento nunca aumentó -como decía el pronóstico- las nubes no llegaban y la cumbre estaba cada vez más cerca.
Tomé la delantera y remonté al filo, subí la talonera y ataqué la pendiente derecho para arriba. 100 metros antes de la cumbre tomé la decisión de sacarme los esquíes y continuar el ascenso a pie, privilegiando la seguridad y comodidad.

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En total, fueron casi 5 horas y 45 hasta la cumbre, incluyendo los 25 minutos de descanso. ¡Muy por debajo de las estimaciones! Estábamos sorprendidos por el rendimiento y contentos de que todo el entrenamiento estuviera mostrando sus frutos.
No sé de dónde había sacado la idea de que el cráter del Lonquimay era plano. Iba con esa imagen y pensaba que podría caminar por allí; lo cierto es que el volcán tenía un muy lindo cráter, más grande que el Chillán, el Antuco o el Casablanca, lugares donde había estado antes.
La vista desde la cumbre era alucinante: al lado norte estaba el Volcán Tolhuaca y más a lo lejos estaban los volcanes del Bio-Bio; para el Sur la vista era a los vecinos Sierra Nevada, Llaima, Villarrica, Lanín y el Mocho-Choshuenco.
A la hora de bajar decidimos hacerlo por la cara más directa que se ve desde abajo; terreno empinado al comienzo y con condiciones muy duras. Se hacía difícil poder hacer giros controlados y a ratos la bajada era solo derrape, aguantando para no perder el control. Las piernas apretaban y aún faltaba la mitad. Nos cambiamos de lado en el filo y llegamos a la nieve del centro de ski, que era algo más blanda y luego un tanto pegote; sin parar llegamos hasta el final, contentos por lograr el objetivo.
Pasamos por unas cervezas en Malacahuello y aprovechamos de hacer los llamados de emergencia para arreglar nuestra vida de gitanos; cuento corto, la suerte nos mandó a Lonquimay, donde nos alojaron por un par de lucas la noche. Cruzamos el túnel de Las Raíces cuando ya el sol no alumbraba; el punto de encuentro era la plaza del pueblo.

En Tierra de Araucarias
Nuestro hogar por la noche fue una casa de acogida para pehuenches y campesinos, pero que desde hacía poco comenzaba a recibir gente externa para ayudar a solventar los gastos. Muy lindo el lugar, con habitaciones para hombres y mujeres, cocina, estacionamiento y un muy cómodo living comedor. Todas las indicaciones estaban escritas en mapudungún y castellano. Me sentía inmerso en un mundo que siempre me ha producido curiosidad, los pueblos originarios, la cultura indígena del sur de Chile.
El próximo destino era Pucón, y la mejor manera de llegar es por el camino interno sin tener que volver a la Ruta 5.
Pasamos por el lago Galletué, lago y paso Icalma, Melipeuco, Villarrica y finalmente llegamos a Pucón, con llegada de noche. En ese viaje sí que nos sentimos realmente conectados con la tierra y la cultura mapuche, ya que cruzamos territorio indígena, de muy precarias condiciones en algunas zonas, casas paradas con un par de palos, ancianas a pie por el camino en lugares donde el asentamiento más cercano… ¡ya ni me acuerdo dónde estaba
Así fue como el 7 de octubre, la Dani, una amiga que ya nos había recibido antes, nos acogió en su casa. Esta vez era un departamento en pleno centro de la ciudad; vive con su pololo Sam -un kayakista neozelandés- y nos recibió en una pieza con cómodas camas y un sofá. En el departamento habían un par de cabros más, todos kayakistas y entre ellos un tipo que el año pasado dropeó el salto del Puma en la Reserva Huilo Huilo, de casi 35 metros, que el kayak no aguantó y al doblarse le rompió la tibia.

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Ganas de Villarrica
En la mañana del 7 de octubre Pucón amaneció tapado por las nubes; al volcán no se le vía ni un pelo. El cielo está negro y tiene más cara de lluvia que de cualquier otra cosa. Bueno, no perdíamos nada en intentar, el pronóstico mencionaba algunos claros de sol durante el día; armamos mochilas y salimos a ver qué nos tocaba.
Los andariveles aún estaban andando, luego de vegetar un buen rato en el auto, nos inventamos las ganas para salir; estaba frío, tapado e incluso caían algunas gotas.
Randoneamos hasta el retorno del 5, no se veía ni un carajo y la nieve estaba dura como palo -o como hielo. mejor dicho. Nos topamos todo el rato con gente bajando a pie. En ese momento, pensé en la locura de subir con esas condiciones; para mí, eso no tiene ninguna gracia. Lo importante era ganar un poco de desnivel, hacer ejercicio para soltar las piernas y pasar un rato en la montaña; completamos la tarea y nos fuimos para la casa.
Teníamos los tallarines entre ceja y ceja, pasamos por unas cervezas y nos pusimos a cocinar de entrada en el departamento. Llegó Sam, que había pasado un buen día remando, con el hambre de un batallón de ejército, que se nos unió en el tema de la comida; la Dani no estaba y llegó justo cuando ya raspábamos los platos; es vegetariana y como gratitud le teníamos preparado una comida sin carne, fajitas con verduras y queso.
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La Magia del Sur
Dejamos Pucón con lluvia y con la invitación abierta a volver: la buena onda era insuperable. La próxima parada era Frutillar, donde nuestro amigo Mati nos esperaba en su casa, antes de las 7 de la tarde. ¡Nuevamente estábamos atrasados!
El lugar quedaba al borde de camino; es un campo-granja muy lindo y acogedor. Nos recibieron con los brazos abiertos -el cariño de la gente es impresionante-, y además con una olla de mariscos y un vino. No lo podíamos creer, sentía que el recibimiento era demasiado. La magia del sur, le dicen.
El plan para mañana, 9 de octubre, era hacer cumbre en el volcán Casablanca. El pronóstico para el Centro de Ski Antillanca tenía buena pinta… el cielo, ¡no tanto! Las condiciones cambiaban muy rápido y varias veces al día; no llovía por lo menos, y nos dijeron que es poco común que no estuviera lloviendo.
Para llegar a Antillanca tomamos la ruta Interlagos, que si bien tiene un tramo de ripio, ofrece un viaje más corto que por la Ruta 5. ¡Además nos ahorrábamos el peaje! Pasamos por Puerto Octay, Hacienda Rupanco y Entre Lagos; en un rato ya estábamos en Antillanca, que para mi sorpresa nos recibía con muy poca nieve y el centro operando solo con el andarivel más alto.
Luego de dar aviso en el hotel, nos dejaron pasar en auto hasta la mitad de la montaña; de pasada les dimos una mano y llevamos para arriba a los cabros de los andariveles.
Estaba despejado en las pistas, pero el mar de nubes en el horizonte se movía en todas direcciones. El volcán estaba muy cerca y nos fuimos a probar suerte con la subida.

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Después de esquiar, comer
A mitad de camino aumentó el viento y las nubes nos tragaron por completo, a ratos no nos podíamos ver entre nosotros; luego venía un claro, algo se podía ver, después menos aún. Nos abrigamos y comimos para esperar si pasaban las nubes, lo cual nunca ocurrió. Decidimos volver por nuestro camino y aprovechar la bajada al centro de ski; no era mucho desnivel, pero algo de pendiente tenía. La nieve estaba transformada de pegote a fría, llena de estrías por la última lluvia, así que traté de mantenerme en los cantos para no perder velocidad y fluir.
De vuelta en el auto, mientras nos cambiábamos, llegaron los trabajadores de la cafetería. Nos pidieron si podíamos bajarlos; era más rápido que tomar la silla cerro abajo. Luego se sumaron los cabros de andariveles -los de la mañana-, y también los patrulla. ¡Nos llevamos a toda la gente!
En Frutillar nos esperaba la olla con mariscos, en cuyo fondo estaba acumulado todo el caldo. Además nos tenían unas longanizas. ¡Pedazo de comilona nos regalaron! Ya no podíamos más de agradecidos: pan amasado, jugo natural, ensalada del huerto, vino y buena conversa. Se puso a llover y decidimos tomarnos libre el siguiente día para descansar y preparar el objetivo que se nos venía: el volcán Puyehue.