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Esquiando en Alaska, la Patagonia del norte

-Sole Díaz, Sebastián Goñi, Cristián Anguita y Claudio Vicuña salieron sin un plan claro a Alaska, solamente reunirse y aprovechar su paisaje con un horizonte lleno de glaciares y montañas nevadas para esquiar. Aquí su historia donde conocieron un poco de heliski, poblados perdidos, y las sorprendentes auroras boreales.

 

Texto: Cristian Anguita (www.chilebackcountry.com)

Fotos: Claudio Vicuña (www.claudiovicuna.com) 

 

En un caluroso día y con el entusiasmo de quien se acaba de comprar una polera nueva, mi amigo Claudio Vicuña me cuenta serenamente que se ha conseguido una van en EEUU, y su plan para esta temporada de invierno, en el hemisferio norte, es llegar a Alaska en ella.
Alaska es de esos lugares que las comunicaciones de hoy te hacen sentir como si ya lo conocieras. Las publicaciones de ski y snowboard no se cansan de nombrar las infinitas montañas e inmejorables condiciones de este remoto y gran rincón de la tierra, pero había que vivirlo, por lo que rápidamente me ofrecí de copiloto para el auto y de compañero para la montaña. Nunca hubo un plan, solo la fecha que nos juntaríamos en Utah, para recoger la van, probarla camino hacia Washington, reunirnos con Sebastián Goñi y la Sole Diaz (quienes también se habían sumado al viaje) y soñar con llegar de alguna forma a la denominada última frontera.

Una vez ahí disfrutamos de una semana de nieve como solo he visto caer en Washington: honda y en terreno con mucha pendiente. ¡Qué mejor para preparar nuestro próximo destino!  Las restricciones de inmigración canadiense nos obligaron a llegar por aire a Anchorage, justo a tiempo para no despertar a los osos, y cuando el día es lo suficientemente largo y las temperaturas te permiten, al menos, salir a la montaña sin dejar los pies congelados en ella. Rápidamente arrendamos un motorhome, la abastecimos con comida y lo necesario para un vivir un mes, y con mapa en mano partimos a las montañas.

 

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El tesoro

El primer destino serí  a Turnagain Pass, un gran preámbulo de fácil acceso para lo que serían las montañas en esas latitudes. Las caminatas diarias eran de entre 3 a 5 horas, buscando la confianza en esos infinitos cordones montañosos y un manto nivoso que, desgraciadamente, había sido famoso por inestable durante esta temporada.  Tras unos días de buen ski y visitar a un par de amigos, emprendimos rumbo 500 km. hacia el este, en dirección al poblado de Valdez, ciudad que no solo comparte la primera silaba con nuestra querida Valdivia, sino que también fue azotada por el segundo terremoto más grande de la historia en el año 1964. Todavía se discute cuál de los dos fue de mayor intensidad.

Valdez es conocido también por la pesca, el buen ski, sus glaciares, y tristemente famoso por uno  de los derrame de petróleo más devastadores de la historia, en el año 1989. Esta bendita tierra no solo es rica en naturaleza, montañas y glaciares, sino que también en crudo de petróleo, lo que me hace sospechar que cuando en el año 1867 EEUU la adquirió de Rusia, no fue con el objetivo de extraer hielo para el whisky.

Siempre he estado a favor de ganarse las bajadas, caminar y randonear por el preciado tesoro… ¡pero estas montañas son demasiado grandes y extensas! Dos a tres horas caminando solo para aproximar, y luego lo mismo para lograr alguna cumbre con su merecida bajada, un panorama increíble, pero cansador para hacerlo todos los días. Por esto luego de un par de días en Thompson Pass, comenzamos a conseguir acercamientos en moto de nieve, lo que en pocos minutos nos ahorraba horas de caminata y nos permitía esquiar más y guardar energías para los días que venían.

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Sala de Clases en Valdez

Al ver líneas esquiadas hasta donde te permitían tus ojos y el ser más amigos de los motores, nos tienta a la posibilidad de hacer Heliski. Fieles al plan de no existe plan, dos días después estábamos sentados en las aulas de H2O Heli Guides, en clases con el famoso freerider y precursor del heliski en Alaska, Dean Cummings, y su gran equipo de guías. Nuestra forma de conocer y aprender durante los siguientes 7 días seria absorbiendo los conocimientos técnicos y prácticos necesarios para aprobar nuestro curso de guía de heliski.
Con la ayuda del helicóptero, pudimos internarnos en un verdadero refrigerador, montañas y glaciares en 360º, que mantenían la nieve en increíbles condiciones a pesar del sol que seguía siendo nuestro fiel compañero. Tal vez no esquiamos las líneas más extremas durante estos días, debido a que uno de los objetivos del curso era precisamente selección de terreno seguro y guiar a futuros clientes de diferentes niveles de ski, pero sin duda fue una semana de muy buen esquí, mucho aprendizaje, increíbles entornos y de compartir con los locales y afamados guías de Valdez.

Nos costó dejar las comodidades, gente y montañas que ofrecía Valdez y sus alrededores, pero decidimos que era tiempo de conocer otras zonas; total, lo único que necesitábamos era mirar por la ventana mientras viajábamos en nuestro motorhome, encontrar líneas que nos gustaran y estacionarnos por un par de días a orillas del camino para lograrlas… y luego continuar con la seguridad de que en Alaska no te puedes perder (al menos en la carretera), debido a que existen muy pocos desvíos y alternativas de caminos.

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Aurora Alucinante

Con nuestra clásica inquietud de conocer lo desconocido, decidimos ir un valle más al norte, hacia el poblado de McCarthy, donde ya bastante internados en los 90 km que nos tomaron 5 horas, nos enteremos que éramos el primer motorhome en pasar durante aproximadamente 8 meses, por un camino de tierra recién habilitado después del invierno.

Aparte de una mina de oro abandonada, y un poblado donde las únicas personas que vimos eran del equipo del Discovery Channel que se encontraban grabando un documental sobre las 36 personas que (sobre)vivían en tan remoto lugar, no habían muchas montañas de fácil acceso, por lo que rápidamente emprendimos nuestro regreso.

Creo que nuestra ida a McCarthy no fue por el destino en sí, sino por lo que nos entregaría el camino. Esta vez sí había plan, y era seguir al norte en busca de las auroras boreales, pero se desarmó cuando, mientras manejábamos de noche por este despoblado valle, el cielo comenzó a teñirse con fugaces manchas verdes. Rápidamente nos detuvimos, el golpe en la cabeza mientras salía del motorhome fue preciso para darme cuenta que no era un sueño; lo que siguió fue uno de los mayores espectáculos de nuestras vidas.  El show de auroras boreales duró aproximadamente 2 horas, con estelas y llamas de verde intenso de horizonte a horizonte, pasando por encima de nuestras cabezas, mientras saltábamos, gritábamos, y luego solo contemplábamos. Al contrario de lo que uno se podía imaginar, seguramente por el hecho de haberlas visto en fotos, es que no son estáticas ni parecidas a nubes de colores, sino que se mueven muy rápido envolviéndote en formas alucinantes.

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La última frontera

Nos costaba asumirlo, pero sabíamos que Alaska era mucho más que montañas y esquiar, por lo que aceptando las condiciones de nieve que empeoraban, y un calor el cual no se siente correcto maldecir por respeto a los alaskeños y sus largos y crudos inviernos, decidimos terminar el viaje navegando en kayak por el golfo de Alaska, con la compañía de ballenas Jorobadas, delfines Porpoise y paisajes inolvidables.  “La última frontera” nos entregó una gran experiencia, montañas con buena nieve, gente valorable, vida salvaje y ningún inconveniente que lamentar. Gracias a los compañeros de viaje, a la montaña y…. ¡hasta la próx