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El misterio del volcán Reclus en Magallanes

El profesor de la Universidad de Magallanes Alfredo Soto, nos cuenta como accedió a visitar, a principios del 2013, las inmediaciones del glaciar Amalia y la base del volcán Reclus, un lugar donde ayudados por los datos de las exploraciones del montañista Camilo Rada, buscaron confirmar que había detrás de la actividad telúrica que estaba atemorizando a la población de esta zona de Magallanes.

Texto y Fotos: Alfredo Soto

En  los inicios de mi formación como montañista, establecido como universitario en la ciudad de Osorno, estaba rodeado de paisajes moldeados por la actividad volcánica. Bajo mis pies estuvieron, en orden de complejidad, el volcán Casablanca, Puyehue, Osorno, Villarrica, Llaima, Lanín, Calbuco y Quetrupillán. Me consideré un especialista en subir volcanes y en los trayectos aprendí mucho de las historias de cada uno de ellos, entendiendo su papel en la formación del paisaje. Ya en mi terruño, me dediqué averiguar de los volcanes de la región de Magallanes y me percaté de que en estas tierras australes no estaban ajenas la presencia de edificios y conos volcánicos, que entreverados en una loca mezcla entre fuego y hielo, permanecen latentes y dormidos, esperando el momento de actividad desde su aletargados sueños geológicos. De norte a sur, se encaraman unos seis volcanes, entre ellos el volcán Lautaro, el volcán Aguilera, el volcán Reclus, el Burney, el cordón volcánico de Pali Aike y, más al sur, en las inmediaciones de la isla Tierra del Fuego, el volcán Cook o Fueguino.

La inquietud por explorarlos siempre han estado en la agenda eterna, en la caja de los sueños; mi mayor interés se enfocó por el volcán Burney, muy cercano a mi ciudad natal, Puerto Natales, y que celosamente y con la presencia de altas presiones en la zona, se hace notar en el limpio telón de fondo del margen Oeste de la provincia de  Última Esperanza.

El sospechoso

En el año 2008 y bajándome del avión proveniente de Brasil, pasé de los cálidos parajes del estado de Rio Grande do Sul, a estar embarcado en un helicóptero de la Armada de Chile, con la misión de realizar una exploración aérea hacia la zona del glaciar Amalia y el glaciar Tyndall, lo que permitía visualizar al mítico volcán Reclus. Ese fue mi primer contacto con la zona volcánica del Reclus, en cuya cercanía también se hacía resaltar un edificio volcánico, más pequeño que no me dejaba de inquietar en su extremada y violenta forma desde su base hacia su cúspide, con paredes muy hostiles y vertiginosas. Tuvieron que pasar exactamente unos 4 años, cuando de pronto en la ciudad de Puerto Natales y otras localidades cercanas fueron afectadas por movimientos telúricos que despertaron la inquietud no solo de la población, sino de todas sus autoridades y también del mundo científico, quienes eran los primeros en responder tímidamente las posibles causas de estos movimientos. Entre ellos el principal sospechoso era el volcán Reclus.

De inmediato y ante la efervescencia despertada por varios eventos telúricos, me comuniqué con el gobernador de la provincia, Max Salas, y le ofrecí mi disponibilidad para aproximarme a la zona del Reclus, tomar muestras y al mismo tiempo tener la posibilidad de organizar una expedición multidisciplinaria, en que pudiéramos rescatar información y afirmar o descartar la sospecha de que los movimientos provenían de este lugar. Los registros -muy escuetos, por lo demás- de las zonas de epicentro confirmaban la zona: desde Puerto Natales se registraba a unos 120 kilómetros al norte y desde la ciudad argentina de El Calafate,  ciudad de Calafate lo estimaban a unos 100 kilómetros hacia el oeste; al tirar los vectores coincidían y apuntaban al volcán Reclus. Urgía entonces efectuar dicha expedición, casi en condiciones de voluntario, porque era imposible armar un proyecto que pudiese agilizar, bajo condiciones económicas, lo que emprenderíamos. De ahí que la capacidad de gestión del gobernador Salas, de la Onemi y de la Tercera Zona Naval, permitieron, al menos en ese primer intento, aproximarse a esta exploración. ¡Solo había que buscar el momento adecuado para ello!

Retroceden los Hielos

A las 4 de la mañana de un día de enero zarpábamos de Puerto Natales, con destino al fiordo Amalia, en donde desembarcaríamos para efectuar nuestras exploraciones en el área. Esta vez mis compañeros eran el ingeniero Erling Johnson y el alumno de Pedagogía (muy avezado en terreno en estas condiciones) Rodrigo Pérez. Fueron ocho horas de navegación en un día muy nublado y lluvioso, en el cual pasamos por los puntos más críticos de estos misteriosos canales. Nuestra aproximación final fue en un bote Zodiac, en cual  un laberinto de hielo, encontrando el lugar más apropiado para desembarcar.

Ya instalados y relativamente ambientados, salimos a explorar. Carecíamos de información precisa acerca del sector, exceptuando los informes preliminares y los detalles de la expedición de Camilo Rada, que en abril  del 2008, exploró el área en condiciones totalmente distintas a las que nos encontrábamos; las diferencias no están dadas tanto por la época, sino más bien porque el glaciar desde ese periodo había retrocedido unos 1.000 metros. Lo que era una zona de cabecera del glaciar para Rada, para nosotros era una amplia bahía, totalmente despejada de hielo.

El glaciar Amalia o Skua -como figura en las cartas marítimas- tenía una dinámica que nos mantenía muy inquietos. Durante nuestra primera noche, me hizo incorporarme de mi saco de dormir, para cerciorarme que aquella actividad no implicaba una suerte de tsunami que hiciera peligrar el campamento, que se encontraba en el lado opuesto del glaciar.

Lo derrumbes se manifestaban estruendosamente cada 30 segundos o un minuto, lo que provocaba en el sector un ambiente de mucho ruido, así como una gran agitación en las aguas.

Terreno Volcánico

Los días y las condiciones meteorológicas se presentaron muy cálidas y sin viento. Logrando efectuar en orden nuestras indagaciones. Las primeras tareas fueron lideradas por Erling, quien llevaba los equipos necesarios para posicionar, y con GPS geodésicos, tener algunos registros satelitales del área, que podrían atestiguar ciertos movimientos de terreno que evidenciaran al volcán en calidad de sospechoso, o arrojar luz  de algún otro fenómeno que estuviera ocurriendo.

Teníamos información preliminar de que la lengua glaciar Del Brujo, en la ensenada colindante hacia el norte del Amalia, no manifestaba la pérdida colosal de hielo que habíamos observado.

Sobre esta lengua y aprovechando las condiciones del tiempo, decidimos hacer una aproximación hacia la banda sur de la cuenca glaciar, buscando una ruta adecuada para acercarnos al  volcán Reclus. Para ello bordeamos toda la extensa bahía y nos metimos desde los acarreos morrénicos a un área de abundante vegetación. Con mucha dificultad transitamos por espacio de dos horas hasta unos miradores, desde los cuales elegiríamos la ruta adecuada. Por la misma dificultad de estar pisando entre los largos pastos sobre un suelo muy irregular de características volcánicas, decidimos encaramarnos por una quebrada en la que brotaba, en franca caída, un riachuelo que nos iba proporcionando agua durante el esfuerzo. Pudimos percatarnos de la presencia de insectos como los tábanos y jejenes, invitados inesperados que nos fueron  dificultando nuestro trayecto por las laderas de un contrafuerte montañoso.

De alcanzar uno los filos del Reclus, lograríamos quizás ver algunos descuelgues glaciares provenientes del lado sur del Campo de Hielo, como serían las ramificaciones del extenso glaciar Du Bettex.

En pocas horas alcanzábamos un remanso de la montaña y ya veíamos, hacia el sur, la caída de una lengua de hielo muy particular, redonda en su frente; desaguando más que precipitadamente en hielos, aparecía también un pequeño río. Tuvimos un día espléndido, con vista al Amalia y Du Bettex, con los volcanes Mimi y Reclus de fondo.

Al regreso, y ya cercanos al campamento pudimos percatarnos que no estábamos solos en estas vastas inmensidades, se nos había acercado un huemul macho, que poseía una oreja cortada en la parte superior. Nos observamos mutuamente en varias ocasiones en franco pero distante contacto.

Tres Brazos Blancos

Mientras duraba nuestra estadía fuimos visitados a la distancia por veleros, yates y un barco turístico. Los días siguientes preparamos nuestra aproximación definitiva al volcán Reclus y ordenamos también las muestras apropiadas, para su posterior estudio. Durante la noche anterior y la mañana siguiente precipitó copiosamente, haciendo trastabillar nuestra salida más temprana. Pero finalmente mermó algo la lluvia y decidimos salir; la temperatura era agradable por lo tanto decidimos con Rodrigo hacer la aproximación mientras Eerling se quedaba en el campamento.

Tomamos una vía más directa para alcanzar el glaciar en su margen sur; los desagües habían crecido, los riachuelos eran verdaderos ríos, y cuando ya habíamos flanqueado el valle para llegar directamente al glaciar, nos encontramos con una dificultad inesperada: un río, que por la proximidad hacia los acantilados de las zonas morrénicas se abría en tres brazos, caía en velocidad pendiente abajo. Exploramos con Rodrigo minuciosamente el lugar adecuado para cruzar.

Usamos una cuerda; por una punta iba quien cruzaría y en la otra quien aseguraría. Iniciamos una, enfrentando la corriente. A paso firme soportamos la fuerza del agua, lo que ocasionó en varias oportunidades chapuzones que hacían tensar la cuerda. Sabíamos que al regreso sería lo mismo así que lo hicimos lo más rápido posible y así casi completamente empapados por lluvia y los ters brazos de aguas blancas, llegamos a los márgenes del glaciar, a escasos metros de la base del Reclus.

Primer Veredicto

Optamos y decidimos no intentar cumbre, porque nos encontrábamos muy mojados y al parecer no dejaría de precipitar. Tomamos las muestras de arena, maicillo, piedrecillas, nieve y hielo del mismo glaciar, como así también algunas muestras de pequeñas lagunas adosadas a las morrenas del Amalia.

El regreso no fue fácil, ya que el río había crecido demasiado y se hizo más torrentoso, quedando descartada la posibilidad de hacer los mismos cruces. Buscamos en altura, quizás un paso de rocas pero fue imposible; al evaluar la posibilidad de saltar, las consecuencias de errar serían desastrosas. Bajamos hasta encontrar un lugar de muchas aguas blancas que nos indicaba menos profundidad del río, pero mayor fuerza en su caudal. Así y todo y por largas horas nos desplazamos con nuestra carga de muestras, cumpliendo la misión que nos convocaba en estos lugares tan remotos y misteriosos. Por el momento y nuestra primera impresión -muy subjetiva por lo demás- es que en la zona no se aprecia actividad alguna desde la perspectiva superficial, exceptuando los importantes movimientos del Glaciar Amalia. Con las muestras en nuestro poder, las siguientes etapas serán su análisis, que puedan dar datos más precisos de lo que acontece en el sector; por lo pronto también y en más corto plazo, el ingeniero Erling Jhonson podrá entregar información acerca de los datos obtenidos georeferencialmente.

Sobre el Reclus

Ubicado en la latitud 51º y a 125 kilómetros al Norte de Puerto Natales, en 1879 los marineros de una corbeta de Inglaterra llamada Alert, observaron una erupción que provenía de un monte cercano a la costa. Quisieron dedicarlo al célebre fotógrafo francés Elisee Reclus, autor de un manual titulado “Geografía Universal”. Posteriormente unos científicos suecos encontraron evidencias en los márgenes del glaciar Amalia, pero ellos atribuyeron dichos sedimentos a una montaña magnífica, denominada Mano de Diablo, que con sus cinco puntas negras alineadas era bien conocida por los navegantes. La naturaleza del Reclus fue dilucidada el año 1987, cuando una expedición francesa escaló el “anular” del Mano de Diablo y permitió determinar que su naturaleza no era volcánica.

Dos meses después en que el geólogo Chileno Salvador Harambour, en una exploración aérea, localizó al misterioso Reclus y lo identifico con el mismo nombre dado desde el principio. El geólogo determinó su posición a 10 kilómetros al noreste del Mano de Diablo y al sur del Glaciar Amalia, precisamente en su margen colindante. Su cono piroclástico  es de composición calco-alcalina, se eleva unos 600 metros sobre el glaciar, pero sobre el mar alcanza los 1.450 metros de altitud, aunque es poco evidente su altura por encontrarse rodeado de paredes y un circo de montañas provenientes de la zona de acumulación del Campo de Hielo Patagónico Sur.

 Agradecimientos: Gobernación de la Provincia de Última Esperanza, en la persona de su Gobernador Max Salas; Onemi Punta Arenas; Tercera Zona Naval y al personal de la LSG Puerto Natales, dirigida por su comandante Arturo Aninat y su 2º a Bordo, el teniente Norman Ahumada.