Chile es una tierra de ríos. A lo largo de su accidentada geografía, el agua acumulada en la cordillera de los Andes fluye en forma de miles de esteros, los cuales se reúnen en ríos, lagos, lagunas y humedales, antes de culminar en el océano Pacífico. Inmerso en medio de esta tierra, existe un enorme cuerpo de agua que se extiende a lo largo de la segunda cuenca hidrográfica más grande del país. Este coloso es el río Biobío, o Butalebu, como le llamaron los pehuenches y que quiere decir río grande, el cual es y ha sido durante siglos una gran fuente de vida e historias. Su extenso borde representa la frontera histórica entre los españoles y el pueblo mapuche, siendo testigo de cruentas batallas, acuerdos y traiciones.
Texto y Fotos: Jens Benöhr y Tobias Hellwig
El río Biobío es el segundo más largo de Chile, después del casi extinto río Loa. Posee un recorrido de 380 kilómetros desde su nacimiento, en la cordillera de los Andes, hasta su desembocadura en el océano Pacífico, junto a la ciudad de Concepción. Desde pequeño he vivido en esta ciudad, donde en algún momento de mi vida comencé a preguntarme por el origen del río que silenciosamente fluía frente a mi ventana. El Biobío queda a unos pocos pasos de mi casa y antes solía a caminar en él, pues su lecho es poco profundo y puede ser recorrido a pie en ciertos sectores. En los últimos años he contemplado con tristeza la transformación de su orilla en un límite intransitable, sus bordes rellenos con toneladas de escombros y tierra infértil.
Al mismo tiempo, hace algunos años descubrí el kayak de río. En los rápidos de Alto Biobío es donde, junto a buenos amigos, aprendí a montar olas y descubrir las líneas del río, a jugar en sus aguas con nuestros coloridos botecitos de plástico. Ya hace 3 años desde que me inicié en sus aguas y comencé a fantasear con recorrerlo desde su origen hasta su final; sentir el peso de su geografía completa sobre mi cuerpo. De esto conversé hace unos meses con Tobías, quien también soñaba con dejarse llevar por las aguas del Biobío en su kayak de travesía. No tardamos en darnos cuenta que nuestro interés era común, y en Noviembre de 2015 aterrizamos este gran sueño.
El río Biobío
Oficialmente, el río Biobío comienza en la laguna Galletué, pero nosotros, por algún extraño y tácito acuerdo, decidimos comenzar nuestro descenso desde el estero Huillinco, principal tributario de la laguna Icalma, o Espejo de Agua ¡Y qué feliz decisión! Remar entre araucarias y coigües milenarios nos removió el espíritu. El Huillinco vierte sus aguas en la Laguna Icalma, la cual cruzamos veloces, con el viento a favor, hasta llegar al nacimiento del río Biobío. Ahí, entre gritos de euforia y alegría, comenzó el descenso de un río que desde tiempos inmemoriales ha fluido indómito a través de la estepa cordillerana de Lonquimay. Atravesamos la pampa andina, impresionados por el contraste entre la aridez de la zona y la enorme biodiversidad en constante movimiento por el Biobío, que en ese momento aún se mostraba como un pequeño curso de agua. Acampamos junto a sus orillas, arrullados en la noche por su suave murmullo y bajo el cobijo de imponentes araucarias.
Tras tres días de tranquila navegación, durante un impresionante atardecer, sucedió el mayor temor de un kayakista; me volqué y nadé. Seducido por una pared de rocas que parecía arder con los últimos rayos del sol, me enredé en unos sauces y caí al agua con el kayak abierto y la cámara fotográfica en la mano. Incapaz de girar mi bote bajo los sauces, nadé fuera del kayak, arrastrando a duras penas mi equipo. Alcancé la orilla sin calcetines, arrancados por la corriente, y toda mi ropa mojada, pues las bolsas de supermercado no son las mejores bolsas secas. En el borde del río me alcanzó Tobias, quien logró tranquilizar mis ánimos, agitados por el agua y la pérdida de valioso equipo fotográfico. Esa misma noche, secando la ropa en una fogata, conocimos a Mirella y Guillermo, una pareja de arrieros del valle del río Rahue. Mirella pasó a caballo junto a nuestro campamento mientras oscurecía y nos invitó a tomar mate y a conversar de la vida en la cordillera. “Dura y triste”, decía ella, pero también nos habló de las alegrías que brindan la tierra y los animales, la paz y la lentitud con que transcurre el tiempo en esas alturas. Al día siguiente nos invitaron a presenciar el esquilado de las ovejas, actividad que los arrieros realizaban con notoria destreza, conversando despreocupados entre ellos.
Las falsas promesas de Ralco
Tras despedirnos afectuosamente, proseguimos nuestro viaje y, a medida que avanzábamos, el río adquirió mayor fuerza y tamaño; de pronto estábamos en medio de la cordillera, recorriendo un tramo oculto para los ojos humanos. Aquí el Biobío es custodiado por cipreses, coigües, robles y ñirres, cormoranes y martines pescadores, silenciosos guardianes de los secretos que el río aún mantiene aguas arriba, aguas bravas que fluyen con fuerza, una sección aún a salvo del embate del progreso que todo lo aniquila. Este tramo significó concentración y cuidado, pues Tobías navegó valientemente en su kayak de travesía, diseñado para aguas calmas, largos trechos con rápidos de alta dificultad.
Luego llegamos al embalse Ralco, donde abruptamente se desvaneció el salvaje río, domado por la mano del hombre. Ralco es un enorme y solitario embalse, del cual la empresa Endesa hizo falsas promesas de turismo que, hoy en día, tan sólo significan derrumbes en su inestable orilla, esto producto de los grandes cambios en el nivel y superficie del embalse, el cual llega a variar alrededor de 40 metros al año.
Desde fines de los años 90, las aguas del Biobío son utilizadas intensivamente con fines energéticos. Las grandes represas de Pangue y Ralco, además de la recientemente inaugurada central Angostura, han inundado enormes superficies de bosque nativo y tierras sagradas para el pueblo pehuenche. La construcción de estas centrales hidroeléctricas en Alto Biobío tuvo una fuerte oposición por parte de comunidades pehuenches y ciudadanos chilenos, pero finalmente triunfó el modelo de desarrollo depredador de la naturaleza. Es así como luego de fluir a lo largo de un furioso río a través de las montañas, nos encontramos de pronto remando sobre enormes embalses y requiriendo de apoyo vehicular para sortear las murallas de hormigón que impedían nuestro camino hacia el mar.
Un río para conocer
Al pasar el último embalse, Angostura, acampamos junto a la orilla del río. Grande fue nuestra sorpresa cuando al atardecer, mientras cocinábamos, el río comenzó a subir. En poco menos de una hora tuvimos que reubicar nuestro campamento en tierra más alta, tan sólo quedando una fogata que resistió hasta su crepitante final. En dos horas el río presentó una crecida artificial de alrededor de 2 metros, lo cual sin duda, altera el ecosistema del río. Esto es provocado por el embalse Pangue, que produce según demanda energética, y por tanto suele liberar mayor cantidad de agua en las tardes.
Una vez dejada atrás la cordillera de los Andes y entrando en el valle central, nos encontramos con numerosas industrias que vierten sus desechos líquidos al río, contaminando las aguas que dan de beber a nuestros pueblos y ciudades. Las orillas del río lucen abandonadas, siendo los únicos habitantes las extensas plantaciones de pinos y eucaliptus que han provocado una enorme erosión de los suelos, los cuales al ser arrastrados por las lluvias de invierno van a parar a las aguas del río, que los transporta hasta el mar. Entre Negrete y Laja nos sorprendió ver varias embarcaciones navegando el río, ya sea para cruzarlo o pescar. Luego nos adentramos en la cordillera de la costa, donde definitivamente el río es abandonado a su suerte, oculto entre interminables plantaciones de pino.
El lento fluir del Biobío en su última sección fue un largo momento para reflexionar sobre nuestro entorno y como nuestro cómodo estilo de vida -incluido el de los autores, siempre a salvo en botes de plástico y enfundados en ropa especializada- ha generado los grandes impactos que vemos sobre el río. El tiempo navegando fluye con otro ritmo, lánguido y contemplativo, contrastante con el acelerado ritmo de la ciudad de Concepción, la cual nos dio la bienvenida con basurales y el constante ruido del tráfico, que hizo temblar nuestros oídos, acostumbrados al suave rumor del agua. El río Biobío junto a Concepción habla, pero ya no lo oímos.
Tras 10 días de intensa navegación llegamos al mar, y finalmente sentimos nuestros kayaks mecerse en las olas. En ese instante culmine sentimos la vida del río y su pena, su abandono. Pero también entendimos nuestra responsabilidad, como habitantes de sus orillas, de mirarlo, reconocerlo y respetarlo. Para nosotros nunca fue importante descender el río Biobío en su totalidad, ni nos interesamos en saber si éramos los primeros en realizarlo. Navegar el gran río Biobío de cordillera a mar fue para nosotros un pequeño y valioso testimonio, una señal de respeto hacia su milenaria memoria.