El cicloturismo es una rara mezcla entre deporte y ocio ya que se busca llegar de un lugar a otro lo más lentamente posible. Sin embargo, lo importante no es la meta sino que disfrutar del viaje y apreciar miradores, cascadas, atardeceres, montañas nevadas, sonidos de la fauna, olores, personas nuevas, etc… En este viaje pedaleamos desde Panguipulli a Bariloche y regresamos a Chile a través del paso Cardenal Samoré pasando por el Lago Puyehue.
Texto: Yuri Salazar Fotos: José Luis Valdivia
Alexandra Alonso subiendo una colina en los últimos kilómetros de Chile entre Pirihueico y la aduana argentina.
Hacia el atardecer
La travesía comenzó en Panguipulli con nuestro grupo conformado por Alexandra Alonso, Macarena Jara, Anddy Manríquez, Pepe Valdivia, Rafael Barrios, Ronald Jofré, Yerko Lopez y yo.
Nuestro primer destino fue Puerto Fuy, a 63 kilómetros con un desnivel positivo de casi 1200 metros. Esto es un gran reto si vas con 40 kilos de peso a cuestas. El camino era totalmente asfaltado, pero consideraba subidas en los últimos 20 kilómetros.
Como partimos más tarde de lo programado, mientras rodeábamos el lago Panguipulli, pudimos observar una puesta de sol increíble. Al principio había zonas de pastoreo y ganado a ambos lados del camino. En la medida en que avanzábamos también lo hacía la tarde y la inminente puesta de sol dejaba de ver el reflejo dorado del lago a través de una cortina de árboles y
helechos mientras caían las vertientes de agua dulce.
Paramos a sacar fotos y nos quedábamos pegados contemplando la belleza del sector. Teníamos la certeza de que ni siquiera la mejor fotografía podría captar ese momento.
Cayó la noche y seguimos pedaleando. Se nos empezó a acabar el agua, pero notamos que a cada rato caían pequeñas cascadas que nos la ofrecían . Aún en medio de la penumbra se lograba ver el contorno del volcán Mocho-Choshuenco.
Continuamos la ruta hacia la subida a Puerto Fuy. Comenzamos a sentir calambres en las piernas, pero aún así llegamos con el ánimo intacto a dormir esa noche. Al día siguiente debíamos tomar la barcaza a HuaHum a las 9:00 am.
El grupo completo en Bahia Mansa y Bahía Brava.
Yuri Salazar y Anddy Manríquez desembarcan después de cruzar el lago Pirihueico al amanecer y antes de partir hacia San Martín de Los Andes.
Empapados en la aduana
Nos levantamos muy temprano y fuimos al embarcadero. El frío del amanecer provocaba vapores sobre el agua que rodeaba la barcaza. Mientras nos alejábamos de Puerto Fuy, el barco comenzó a bordear las montañas que rodean el lago Pirihueico y una ligera lluvia se mezclaba con un tímido sol.
Luego de una hora y media de navegación llegamos a Puerto Pirihueico. En ese lugar hay 2 restaurantes que ofrecen potentes desayunos. Nada mejor que una paila de huevos de campo con pan amasado para comenzar una jornada de pedaleo épico hacia San Martín. Este sería el día del cruce de la frontera, sinónimo de muchas cuestas.
Al salir del Pirihueico la lluvia se volvió densa, y el agua sobre el camino de tierra hizo el pedaleo un poco más pesado.
Luego de 4 kilómetros llegamos al único almacén que veríamos en todo el día y nos abastecimos de galletas y chocolates. Siete kilómetros más adelante, llegamos a la aduana chilena, ahí la lluvia era muy copiosa y estaba lleno de autos.
Estacionamos nuestras bicicletas y entramos a la aduana. Algunos nos miraban con pena, otros con admiración. Cuando les dijimos que veníamos “de Panguipilli” e íbamos a Bariloche, abrían los ojos.
Pasar a Argentina fue nuestro primer “mini logro”. En este punto había un viento terrible, muy helado y nosotros estábamos empapados. El pedaleo ese día tuvo muchas subidas y bajadas por ripio. Esquivamos pozas de agua en medio del viento y lluvia, y nos adentramos en un sector boscoso mientras rodeábamos el lago Lacar que a rato podíamos ver entre los árboles. Desde el kilómetro 20 comenzaron unas subidas brutales que nos acompañarían durante 20 kilómetros más.
Se hizo de noche, se acabaron las baterías de nuestras luces, pero cantábamos mientras pedaleábamos y a veces caminábamos con nuestras bicis al costado.
De cuando en cuando, la lluvia paraba y dejaba ver un mar de estrellas entre las nubes y la luna. Completados los 20 kilómetros de cuestas, comenzaron algunas bajadas que anunciaban la cercanía de San Martín. Entre las montañas se veía el reflejo de las luces del pueblo, estábamos muy cerca.
Al final, llegamos al pavimento y una gran bajada nos dio la bienvenida al pueblo, la parte del grupo que llegó antes había encontrado un hostal. Era hora de salir a comprar algo de comida y descansar
Yerko contempla la ciudad de San Martín de Los Andes desde un mirador antes de emprender camino a Villa La Angostura.
Por fin Villa La Angostura
Comenzamos el día revisando y limpiando nuestras bicis para recorrer San Martín y luego comenzar el trayecto hacia Villa Angostura a 110 kilómetros.
El camino tiene una gran cuesta de 12 kilómetros que comienza apenas uno sale del pueblo, está asfaltado, pero no tiene berma por lo que se debe tener cuidado con los vehículos que pasan, aún así, la ruta es hermosa.
La ruta 40 atraviesa lagos patagónicos entre bosques de robles, cipreses, arrayanes y helechos. Cada ciertos kilómetros, el camino muestra sus lagos, algunos inmensos con tonos azules profundos, otros con tonos turquezas como salidos de escenas caribeñas.
Después de la primera cuesta, el camino se torna más amable. Pasamos por el pequeño Lago Machonico y por los lagos Villarino y Falkner que están pegados, uno a cada lado de la ruta. El Faulkner hacia el oeste encanta por su vegetación exuberante, mientras al este el Lago Villarino tiene una pequeña playita abierta a todo el que quiera ver el lago desde la orilla o acampar en él gratuitamente. El paisaje termina por adornarse por algunas motorhome, campistas, motoqueros, mochileros y pescadores ocasionales.
Al continuar el camino y a unos 25 kilómetros de Villa La Angostura, se aprecia el Lago Correntoso. El camino lo bordea durante 6 kilómetros antes de toparse con la pequeña Laguna Bailey Willis para luego dar con el Inmenso Lago Espejo a la derecha. En ese sector hay otro camping libre al costado del guardaparque.
Poco antes de llegar a Villa La Angostura, pasamos un puente desde donde vimos un bello puente peatonal a lo lejos que esperábamos al día siguiente conocer.
Al caer la noche llegamos a Villa la Angostura y le preguntamos por alojamiento a la primera persona que pasó, quien nos dio el dato de una cabaña espectacular en la que nos quedamos tres noches. Estaba a las afueras del pueblo y era un lugar maravilloso, rodeado de naturaleza.
Había un camino de tierra con parcelas a ambos lados envueltas en abundante vegetación propia de la zona que incluía flores silvestres y aves como bandurrias, tinticas e incluso colibríes. Además, la cómoda cabaña coronaba una pequeña colina que a manera de mirador permitía apreciar aún más ese paisaje.
Al día siguiente llovía y salimos a recorrer el pueblo y sus alrededores sin las alforjas y muy livianos. Fuimos al sector de los puertos en Bahía Mansa y Bahía Brava, una a cada extremo de la península que lleva al bosque de arrayanes, pero separadas por apenas 300 metros. Ambas eran bellísimas. Bahía Mansa tenía más actividad naviera y Bahía Brava contaba con un entorno más natural. Pasamos horas sacando fotos y admirando el entorno. Luego, y para nuestra sorpresa, nos encontramos con la persona que nos dio el dato de la cabaña quien nos recomendó un camino que nos llevaría a un puente muy bonito. Así recorrimos el camino Quetrihué que bordea el lago hasta la carretera y luego llegamos a un puente peatonal de 100 metros que pasa sobre el río Correntoso y une ambos lagos, el mismo que habíamos visto antes.
¡Por fin lo conocíamos! Ahí nos encontramos con un grupo de niños que andaban de excursión quienes nos preguntaron qué hacíamos en nuestras bicicletas. Nos miraron con admiración y nos sacamos algunas fotos con ellos. Fue un momento emotivo ya que sentimos que podíamos ser un ejemplo e inspirar a alguno de esos niños a recorrer el mundo como nosotros. Continuamos hacia el camping Arrayanes del río Correntoso, pasamos el resto de la tarde ahí. Era un lugar muy bello de aguas color turquesa, pero hacía un frío polar.
Macarena seca sus guantes empapados en una fogata en la orilla Bahía Mansa en Villa La Angostura.
Anddy, Yuri y Alexandra disfrutan de un momento de descanso y contemplación en Bahía Mansa.
la subida y encontramos más nieve hasta el punto en que todo estaba pintado de blanco y solo sobresalían unas ramas verdes. Cuando terminamos de subir, encontramos la frontera en medio de una nevazón y vientos huracanados. Comenzaron las bajadas que tanto esperábamos y las hicimos con cuidado ya que el pavimento estaba resbaladizo. El hielo nos caía en la cara y no nos dejaba ver con facilidad.
De pronto, la nieve se convirtió en una lluvia que nos empapaba mientras el viento nos enfriaba rápidamente. Un poco más adelante, una gran bajada de 16 kilómetros terminó por congelarnos durante 20 minutos hasta la aduana chilena. Hicimos los trámites rápidamente (fuimos los últimos en pasar) y continuamos durante 4 kilómetros más hasta llegar a las cabañas del sector de Anticura.
Ahí pasamos la noche y secamos un poco nuestra ropa después de que logramos encender la estufa con leña mojada.
Al día siguiente, continuamos nuestro viaje relajados y con el camino casi totalmente en bajada durante unos 50 kilómetros hasta que llegamos a unas cabañas unos pocos kilómetros antes del pueblo. Entre Lagos fue un gran premio, nos quedamos en una cabaña con playa propia, muelle y lo mejor, una tinaja de agua caliente con la que soñábamos. Frente a ella, había un restaurante donde pudimos relajarnos y comer bien para descansar y enfrentar el último día de la travesía hasta Osorno. Al día siguiente, luego de un desayuno buffet continuamos los últimos 50 kilómetros hacia Osorno, camino totalmente plano, que incluso incluyó una visita a un museo de autos en Moncopulli.