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Cochamó bajo el manto invernal

-“Cuidaito muchachos que está helado allá en el monte…” Así nos despedía de su casita Don Claudio, en el inicio del sendero hacia el Valle de Cochamó, un poco sorprendido por recibir visitas en esta época del año, y un tanto entretenido imaginándose el frio que íbamos a pasar.

Bien conocidos son los encantos de Cochamó, lugar de imponentes murallas de granito y bosques sin fin… un rincón de naturaleza rebelde e indomable. Pero poco conocidos son los secretos que guarda este lugar en los meses invernales, en donde la furiosa oleada de turistas y aventureros del verano desaparece debido las malas condiciones climáticas.

 

Texto: Tomás Gárate Fotos: Martín Pfingsthorn

 

Después de ver como la lluvia atacaba sin piedad a la región por más de un mes, la casualidad nos brindó una inesperada invitación: con cuatro días de buen tiempo que se aproximaban al valle de Cochamó, era el momento perfecto. Empezamos a caminar, nos sumergimos en este universo de tepas y coihues; en el suelo, las hojas muertas de un otoño todavía presente demostraban como el bosque renacía en gloria y majestad con un verde intenso y conmovedor.

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El legendario ulmo, con una elegante danza de hojas y aromas, nos daba la bienvenida de nuevo, sin su vestido blanco estival, y nos invitaba a conocer el valle en su nueva faceta: el silencio era absoluto en La Junta, ninguna criatura era testigo de las murallas nevadas que cortaban el horizonte: hasta los pájaros, fieles acompañantes, estaban escondidos en sus nidos esperando a que pase esa “escarcha que aletea y viento que nos corta el cuero”

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Una despejada noche invitaba al sueño profundo, las miles de estrellas se lucían en ese cielo limpio y absorbente, la tranquilidad era remarcada con tonos morados y azulinos… un libro abierto que nos recuerda que esos lugares tienen una historia que ya no nos pertenece.

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Queríamos ver que pasaba en las montañas, como resistían esas duras lengas y ñirres el invierno sureño, como la naturaleza entra en una armoniosa y blanca pausa. Para allá fuimos. Después de adentrarnos unos 500 metros por uno de los valles aledaños, caminando entre los secretos del bosque, vimos en el aire el paso fugaz de una gran sombra. Preparamos las cámaras, y esperamos. En invierno, los cóndores, señores de las alturas cordilleranas, bajan de sus eternos escondites para buscar alimento, y precisamente, en ese momento nos rodeaban a baja altura dos cóndores juveniles. Curiosos con estos extraños visitantes, se posaron a 10 metros de distancia, observándonos detenidamente por más de 20 minutos, siempre vigilados por un enorme cóndor macho que volaba en la lejanía. Después de verificar que no éramos comida, emprendieron vuelo; nos daban la bienvenida al nevado reino que se aproximaba.

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Profundamente Helado

Mientras pasábamos, derrumbes y pequeñas avalanchas caían desde las enormes paredes de roca; el estruendo era tal que se escuchaba por todo el valle y se perdía en el horizonte. Poco a poco la nieve empezaba a aparecer, hasta haber formado un manto infinito de más de 1 metro de profundidad. Solo las lengas y los ñirres aparecían de vez en cuando, recordándonos el bosque ya sepultado que yacía bajo nuestros pies. Toda la montaña se encontraba inmersa en un profundo sueño; cada cierto tiempo un intrépido pajarillo se asomaba de su escondite y cantaba buscando compañía, sus tímidos silbidos se abrían paso por todo el bosque sin encontrar mas respuesta que la del hielo y la nieve.

 

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El invierno, con sus insaciables planes de conquista, ya había dominado todos los bosques y montañas, por lo que salió en busca del agua: su feroz paso congeló algunas lagunas que aparecían entre la atmósfera blanca, planeando meticulosamente nuestro bautizo y nuestra despedida. Adentrarse al corazón de esta capa lisa y perfecta, caminar sobre el agua en total armonía… al parecer no estábamos considerados dentro de este frágil equilibrio: de un momento a otro, el hielo empezó a crujir desesperadamente, caímos precipitadamente hacia las profundidades más íntimas y heladas de la laguna, la adrenalina y sorpresa eran totales… el rito de iniciación impuesto por la naturaleza fue sentido en todo el cuerpo gracias al frío extremo de las aguas cordilleranas, el delicado hielo de los bordes no quería ayudarnos a salir. Habiendo superado la inesperada prueba, un ardor vuelve al cuerpo, vuelven las risas, el ánimo y el respeto por la naturaleza. Nunca terminas de conocer el bosque y sus encantos, nunca terminan las sorpresas en el Valle de Cochamó.

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