La famosa ciudadela inca ha aumentado su aforo, volviendo a las cifras previas a la pandemia. Estos los trayectos más impresionantes para arribar a ella, que mezclan aventuras y naturaleza. Hay para todos los gustos en Machu Picchu.
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Temporada de montaña: los parques ideales para hacer trekking en Santiago
El panorama ideal para disfrutar de la naturaleza, del aire libre y del deporte. Desde recorridos para quienes están partiendo en el trekking, como para los más experimentados. Estos son los parques y senderos disponibles en la Región Metropolitana.
Continue readingConsejos para excursionismo y trekking en altura.
La disminución paulatina de la presión atmosférica a medida que se sube a las alturas se manifiesta también en una disminución del oxígeno que respiramos. Esto se nota en las primeras horas o días de visita y se manifiesta en general con falta de ánimo, dolores suaves de cabeza y falta de apetito, y en algunos casos con dificultades al dormir. A esto hay que sumarle el que disminuye también la humedad del aire, lo que influye notoriamente en la pérdida de agua del organismo y una eventual deshidratación. Es muy importante tomar en cuenta algunos consejos generales antes de emprender estas caminatas y excursiones, ya sea en condiciones de verano o de invierno.
DIENTES DE NAVARINO: Un Trekking Inesperado
“Un trekking que será algo más que una prueba física para cada uno de ustedes” les advirtió una señora a 7 amigos cuando iban saliendo a comenzar la travesía de los Dientes de Navarino. Un viaje que sus integrantes no sabían que iban a realizar hasta que cambiaron los planes a último minuto en Punta Arenas. Sin mucha preparación ni implementos partieron al trekking donde cometieron un error que casi les costó caro y que les demostraría que siempre hay que mantenerse juntos en las expediciones.
Texto y Fotos: Pedro Arnaboldi Campos
Al fin lo veíamos, ahí, a unos pasos, se erguía a un metro y medio sobre la nieve el hito 34; el blanco poste que marcaba el final de un ascenso que nos había tomado horas. Escurridizo como ninguno de los 33 que habíamos pasado a lo largo del trekking, apenas contrastaba contra las sobrecargadas nubes magallánicas y la nieve que levantaba el fuerte viento helado. Cada capa de nuestra vestimenta estaba más mojada que la anterior, el cortaviento, hacía rato que no frenaba el agua que había empapado hasta la más térmica de las camisetas; los pantalones llevaban días sin haberse secado, y los bototos impermeables de nada habían servido para el terreno por el que habíamos andado en el último kilómetro: Un colchón de 40 cm de nieve recién caída que tapaba una capa de hielo delgado que ante el mínimo peso se quebraba y dejaba sentir el agua que corría por debajo.
La altura permitía ver hacia a lo lejos una laguna de agua transparente que en su forma hacía recordar la huella de un guanaco, más atrás, se veía el canal de Beagle y al fondo se erguían verdes las altas montañas argentinas que rodean la ciudad de Ushuaia. Un paisaje increíble, pero el momento de paz que transmitía una vista así se terminó rápido, el viento comenzó a golpear aún con más violencia y hacía imposible quedarse más tiempo en aquel lugar. Caminando el cuerpo entraba en calor fácilmente, pero apenas nos deteníamos más de lo debido, el frío empezaba a pesar. Había que moverse, todavía quedaba mucha caminata si queríamos salir ese mismo día del circuito de los Dientes de Navarino y las nubes se estaban volviendo más amenazantes a cada minuto. Pero no podíamos… De los siete que habíamos salido de puerto Williams hace cuatro días, aún no llegábamos todos a la cima, faltaba uno. Sabíamos que no venía a más de 15 minutos atrás, pero cada minuto parado en ese punto empezaba a hacerse más insoportable. Decidimos avanzar y descender un poco para esperar en un lugar más protegido del viento. Un error que casi nos costó caro.
El viaje a la isla Navarino resultó de una serie de eventos afortunados. Desde un principio el plan era ir a recorrer los dientes de Navarino, por recomendación del amigo de un amigo. Tras el clásico período en que algunos se bajaban y otro se subían al viaje, compramos los pasajes a Punta Arenas. El grupo definitivo quedó conformado: 7 amigos de colegio estábamos listos para hacer un trekking como en otro momento habíamos hecho a las Torres del Paine. Pero todo se vino abajo cuando un mes antes de partir llamamos al charter que conecta Puerto Williams con Punta Arenas y nos dijeron que no había nada para la fecha. La segunda opción era ir en transbordador pero el precio era muy por encima de nuestro presupuesto. Así tuvimos que improvisar y se nos ocurrió la idea de ir Karukinka, un parque ubicado en Tierra del Fuego, famoso por su buena pesca, sus lindísimos bosques y su ambiente de relajo.
El día de la partida armamos nuestras mochilas, agregamos cañas de pescar y más de alguno echó un traje de baño …qué poco útiles terminaron siendo esas cosas al final.
Llegamos a Punta Arenas y el primer día, destinado a comprar la comida, todo cambió. En el supermercado nos encontramos con Alfonso, el tío de uno de los del grupo que vivía en Punta Arenas. Apenas supo de nuestra frustrada expedición a la isla de Navarino, le brillaron los ojos y convencido de que nos podía poner en la isla, se convirtió en el mejor agente de viajes del mundo. En una hora de llamadas y carreras por la ciudad, nos consiguió espacio en el trasbordador Yagán, el único que hace el cruce a Navarino, por un precio rebajado. Aceptamos la propuesta a pesar de que ello significaba un completo cambio de planes y no estábamos preparados para un trekking tan exigente.
Zarpamos de noche, junto a unos pocos extranjeros, entre ellos unos alemanes que no dejaron de agradecernos que durante la travesía los proveyéramos de unas pocas cervezas Austral. Navegamos entre islotes montañosos y escarpados, verdaderos monumentos naturales, que según los marineros son totalmente vírgenes y permiten ver una fotografía de lo que fue la hostil tierra de hace millones de años.
Después de 30 horas de navegación, llegamos a Puerto Williams, el pueblo más austral del mundo. Apenas desembarcamos nos propusimos ser eficientes, porque contábamos con el tiempo justo para hacer la vuelta en 5 días para conectar con el zarpe del Yagán que regresaba a Punta Arenas. Nos dividimos, tratamos de conseguir la mayor información posible, avisamos a carabineros que iniciábamos el trekking, y gracias a la amabilidad de la gente de la zona, en un par de horas estábamos caminando con nuestras mochilas al hombro, un GPS arrendado, una guía impresa del circuito y mucho ánimo hacia nuestro primer día de caminata.
“Un trekking que será algo más que una prueba física para cada uno de ustedes» – nos advirtió una señora cuando íbamos saliendo, y que en el momento no le prestamos mucha atención… ¡Cuánta verdad había en esas palabras!
Luego de haber caminado 40 minutos por un tranquilo camino de ripio, llegamos a la base del cerro Bandera donde a la entrada de un bosque y señalando la huella que se tenía que seguir, se encontraba el primer hito de los 38 que tendríamos que pasar para completar los 55 km del circuito. Caminamos entre Coihues, Lengas y Ñirres, hasta que divisamos una espectacular vista en altura de la cordillera de Darwin, y el canal de Beagle.
Así, con Puerto Williams a nuestras espaldas, seguimos ascendiendo durante una hora hasta donde los árboles dejaban de crecer y dejaban al descubierto la cima del cerro Bandera. En ese lugar inesperadamente se sumó un nuevo integrante a nuestro grupo: una valiente y leal perra ovejera de pelo blanco, que nos acompañaría todo el trayecto y que más de alguna vez nos ayudó a encontrar el camino. En su collar rezaba su nombre, Sophie.
Junto a Sophie, los siete en línea y separados por algunos metros, caminamos por un sendero rodeado de bosques, lagunas naturales y las caprichosas inundaciones que han creado los castores invasores con sus diques.
Seguir el camino en Navarino requiere de mucha atención ya que, a diferencia de otros trekkings, no existe una huella marcada o un solo camino a seguir. Uno solo se puede guiar por los hitos geográficos que marcan la ruta, buscando las pisadas que aún no se hayan borrado y mantener a la vista los pequeños monolitos de un par de piedras montadas que, esparcidos por el camino, ayudan a saber que se va por donde al menos un hombre ha pasado alguna vez. Cuando todo eso falla, siempre se puede recurrir al mapa del gps para reorientarse.
Caminamos un par de horas bajo un sol radiante, y aunque nos desviamos algunas veces de la línea e incluso tuvimos que subir por una escarpada pendiente de gravilla para recuperar el rumbo, logramos llegar al hito número 8: la laguna El Salto, nuestro primer punto de campamento y primer contacto con otros caminantes del circuito: una pareja de Ingleses de 50 años, un trotamundos de Suiza y un médico alemán, que ya habían asentado sus carpas.
Aprovechando los espacios que alguna vez exploradores más expertos habían preparado para poner carpas, armamos rápidamente las nuestras, y después de juntar leña muerta, nos sentamos alrededor de un pequeño fuego junto a la laguna a compartir historias con nuestros nuevos compañeros. El sol se rehusaba a esconderse y hasta altas horas de la madrugada seguía alumbrando tímido las afiladas puntas de los Dientes de Navarino que cercaban la laguna. Arriba un cóndor volaba con esa majestuosidad única.
A la mañana siguiente nos despertamos, levantamos nuestras carpas y empezamos nuestro segundo día de caminata por el circuito que hasta ese momento no nos había presentado mayores dificultades. Salimos de la laguna ascendiendo por una escarpada pendiente por donde resbalaba un riachuelo que nos guió hasta el punto más alto del circuito, el paso Australia (900 metros sobre el canal de Beagle). Tras caminar sobre manchones de nieve y bordear un par de lagunas congeladas, terminamos el ascenso; cruzamos los Dientes por primera vez en el trayecto y llegamos al lado sur de la isla. Desde arriba se podía ver, detrás de los bosques y lagunas, un horizonte cargado de nubes que viajaban hacia la Antártica. Nos conmovía la idea de que difícilmente íbamos a volver a estar alguna vez tan cerca del gran continente blanco.
Mientras mirábamos, unas tímidas gotas de agua se transformaron, de un segundo a otro, en una lluvia torrencial. En segundos todas nuestras capas de ropa quedaron empapadas. Debíamos llegar rápido al próximo campamento. Caminamos unos 45 minutos bajo la lluvia y llegamos a la laguna escondida, el hito 18 a los pies del cerro Gabriel. Aunque el lugar nos dejaba muy expuestos, y las carpas tendrían que quedar separadas, el cerro Gabriel nos protegía bastante del viento, y ya no teníamos ánimo para seguir en esas condiciones. Armamos las carpas y saltamos adentro para protegernos del frío.
Mientras revisábamos que los cubre-mochilas hubieran protegido nuestras pertenencias, y rezábamos porque la lluvia se fuera para el día siguiente, el constante sonido de las gotas contra la carpa cesó… y empezó a caer nieve.
Esa noche dormimos inquietos, deseando que dejara de nevar y pensando lo complicado que sería caminar bajo la nieve, sobre todo porque algunos no teníamos ni guantes. Pero cuando abrimos las carpas vimos que seguía nevando. No podíamos quedarnos encerrados por lo que nos pusimos nuestras ropas, levantamos nuestras carpas y partimos en nuestro tercer día a caminar por las llanuras ahora cubiertas por una alfombra blanca. Ese día, sin embargo, descubrimos que la nieve era mucho más amistosa que la lluvia, casi no moja y caminando no se siente el frío.
En el camino nos topamos con los dos neozelandeses que habíamos visto el primer día. Aunque apenas habíamos cruzado algunas palabras teníamos una conexión especial porque sus huellas nos hacían de guía o las nuestras les servían a ellos cuando los adelantábamos en alguno de sus descansos.
El trayecto de ese día nos llevó hacia el allá famoso Paso de los Vientos. Un nombre para nada antojadizo, porque a los pocos metros de empezar el Paso, el viento hacía que cada movimiento fuera una lucha y se empecinaba en volar nuestros cubre mochilas. Eso sí, las vistas compensaban premiando a cada paso con postales únicas compuestas por la nieve, los arboles, las lagunas y los cerros.
Lástima que apenas bajamos de los 700 m. sobre el nivel del mar, la nieve a la que nos habíamos acostumbrado dio paso a la lluvia y debimos buscar refugio nuevamente. El problema fue que, había caído tanta agua, que toda el área estaba completamente empapada. La turba que bajaba de las montañas y se conectaba con la laguna Martillo, estaba toda atestada de riachuelos que hacía la idea de poner una carpa algo imposible. Empezamos a desesperarnos cuando descubrimos debajo de un conjunto de Ñirres una carpa. Se asomó un hombre y reconocimos a la pareja de ingleses. Nos miraron con compasión y no se quejaron de que armáramos nuestro campamento pegado al de ellos pues no se veía ningún otro lugar habitable. En los pocos pedazos de turba apenas cabían nuestras tres carpas.
Aunque las carpas quedaron inclinadas, sobre raíces y mucha humedad, a esas alturas, estar bajo techo fue una bendición. No nos quedaba casi nada de ropa seca, y estábamos cansados, pero aún un quedaba un día completo de caminata para salir del circuito, y si seguía lloviendo iba a ser imposible llegar para el zarpe del Yagan. Esperando lo mejor y con un grito de ánimo de “Mañana Salimos” nos encerramos en nuestras carpas. El frío hacía muy poco apetecible la idea de ir a buscar agua así es que para cocinar nuestros tallarines de esa noche no quedó otra que ocupar una bebida isotónica azul. Le dimos un tarro de atún a Sophie, y con el estómago lleno nos propusimos dormir.
Cuando despertamos un canto pájaros acompañaba un silencio maravilloso. La lluvia había cesado. Sin esperar más, nos pusimos la última ropa seca que nos quedaba, comimos nuestras barras de cereal y frutos secos, e iniciamos la caminata final a primera hora de la mañana. La subida para llegar al último paso que nos devolvería al lado norte era de lo más variada. Partimos caminando sobre raíces y bajo la sombra de Coihues y Lengas, donde un dique abandonado de castor nos sirvió de puente, luego pasamos por una zona escarpada de rocas sueltas y rojizas, y llegamos a una loma ancha cubierta de nieve y hielo. El viento empezó a soplar con más fuerza por lo que nos concentramos en llegar arriba sin detenernos para evitar que el clima empeorara.
Al fin lo veíamos, ahí a unos pasos se erguía sobre la nieve el hito 34. Habíamos llegado a la cima del paso Virginia. Un lugar que la guía de bienes nacionales, un esencial de este trekking, resume como:
«¡CUIDADO! Si avanza más allá de la pirámide de piedra, que señaliza el HITO nº 34, para admirar la hermosa vista sobre la laguna del Guanaco y el canal Beagle, debe considerar que el borde es una inestable cornisa de nieve, que se sostiene sobre un precipicio de 300 m. de altura. Además, en toda esta área es frecuente la ocurrencia de violentas e imprevisibles ráfagas de viento, que pueden desestabilizarlo y arrastrarlo cerro abajo.»
En ese momento uno de nuestro grupo se había rezagado y nos detuvimos a esperarlo. Pero el viento comenzó a soplar cada vez más fuerte y era imposible seguir ahí estáticos. Debíamos movernos o nos íbamos a congelar. Decidimos avanzar para buscar un lugar protegido pero el camino nos llevó a un punto peor. Parados en la mitad de la fuerte pendiente que desciende hasta la laguna Los Guanacos, nos dimos cuenta que la posibilidad de resbalarse y caer era real. Estábamos en una encrucijada, subir se hacía imposible por lo resbaladiza de la pendiente, quedarse era insufrible por el frío y bajar era distanciarse aún más del rezagado que con cada paso que diéramos se le iba a hacer más difícil vernos.
Estábamos quietos en la mitad del descenso cuando desde lo alto nos llegaron gritos que traía el viento: ¡¿Por dónde es el camino?¿Donde están?¿Me escuchan?! Todos intentamos gritar al unísono para que nuestro amigo nos escuchara pero el viento se llevaba nuestros gritos muy lejos. Desde donde estábamos la angustia crecía porque veíamos que si se equivocaba de camino la posibilidad de caerse era altísima.
Después de varios minutos que nos parecieron horas, vimos a lo lejos la silueta negra de nuestro amigo que por fin había encontrado el camino que bajaba por la pendiente. Fue una explosión de felicidad. Aunque nos ganamos un merecido reto por haberlo dejado atrás, al poco rato el nerviosismo dio paso a las bromas y ya todos juntos pudimos continuar con nuestro descenso. Todos aprendimos una buena lección que jamás olvidaremos. Jamás hay que separarse.
El sol salió para acompañarnos durante la última parte de nuestro trayecto. Lo disfrutamos sentándonos un largo rato en una ladera con pasto al lado de la laguna Los Guanacos. Al fondo, el canal de Beagle cercaba los cerros argentinos y una brisa fresca nos llenaba de paz.
Durante nuestro descenso final caminamos de nuevo bajo los bosques que fueron la tónica del paisaje y justo cuando creíamos que Navarino ya nos había mostrado todo lo que tenía, nos dimos cuenta que la línea punteada que habían puesto en esa zona final en el mapa no era antojadiza: El suelo se convirtió en un hondo barro que se empecinaba en sacarnos los bototos en cada paso. Luego de más de una hora de caminata pegajosa, llegamos, finalmente, a la calle que conecta con Puerto Williams. Lo habíamos logrado, volvimos a la civilización. Fueron sólo 4 días, pero fueron 4 días inolvidables en los que estuvimos solos en una conversación única con Magallanes. Aquí la guía reza: “dese un tiempo para mirar atrás y contemplar la cadena montañosa por la que ha circulado en estos días.”
Aunque Navarino aún no había terminado, pues estábamos a nada menos que 3 horas de Williams, emprendimos la vuelta por esa carretera con felicidad. Por suerte un camión maderero nos recogió y nos dejó de vuelta en el pueblo. Ahí encontramos en la puerta del hostal “Refugio El padrino” un cartel que rezaba: entre, si no hay nadie, tome una cama y después arreglamos. Este cartel complementaba el increíble cariño de la tia Cecilia, la dueña, quien nos recibió con toda la amabilidad que caracteriza a la gente en este recóndito lugar. Aquí compartimos las anécdotas del trekking con otros viajeros del mundo que ya lo habían hecho o se estaban preparando para hacerlo, y por pura coincidencia nos encontramos con el suizo de nuestro primer campamento, quién nos regaló una foto en donde capturó justo el momento en que nos habíamos separado de nuestro amigo.
Comimos unas exquisitas empanadas de centolla magallánica en el pueblo y nos subimos de vuelta al Yagan. A los pocos minutos de ponerse en movimiento, mirando hacia atrás veíamos Puerto Williams alejarse, y al final, sólo los dientes se alzaban afilados sobre el estrecho, contrastando contra el cielo azul.
Había terminado nuestra increíble experiencia en “El trecking más extremo del mundo”. Un trekking al que todos prometimos volver a hacer algún día, eso sí, esa vez iremos con el equipo contra agua adecuado.
Consejo experto: Cómo orientarse en un cerro
Subir cerros es una actividad que muchos quieren realizar por su fácil accesibilidad y bajo nivel de dificultad. Sin embargo, aunque puede sonar fácil, hay veces que las condiciones climáticas o la naturaleza pueden jugarnos una mala pasada. Si uno no está preparado se puede desorientar y meter en problemas. Es muy importante conocer algunos tips para no perderse, disfrutar y llegar sano y salvo a casa. Continue reading
El coyhaiquino Pablo Mautz se consagró en el Hi-Tec Outdoors Week
Ya comienza a ser tradición. Tras recibir a más de 200 ciclistas de la categoría Mountain Bike, la hermosa Villa Cerro Castillo, a 67 kilómetros de Coyhaique, acogió a 70 cultores del trail running en una nueva edición del Hi-Tec Outdoors Week.
Fotos: Juan Puebla.
En una competencia que su organizador, el ex tenista Phillip Harboe, define como “un paseo de curso”, reinaron el compañerismo, la solidaridad, y por supuesto los corderos al palo y cervezas artesanales, con que los propios habitantes del poblado agasajaron a los competidores después de cada una de las tres jornadas de carrera, para compartir y disfrutar una experiencia deportiva y humana única.
La corrida se desarrolló en tres días consecutivos, con distancias de 17, 5; 15, 5 y 10 k, respectivamente, por paisajes de lagos, campos, cerros, y selva patagónica. Mención aparte merece el tercer tramo, que arrancó desde el pueblo hasta la laguna bajo el glaciar del Cerro Castillo, punto de meta que varios competidores experimentados y extranjeros calificaron como “el más lindo del mundo”.
En las tres etapas, los ganadores de la general fueron la consagrada Marlene Flores, en damas, y el joven corredor de Coyhaique Pablo Mautz, la nueva revelación del running chileno, en varones. El coyhaiquino, quien corría su primer trail, marcó tiempos de 1 hora 28 minutos el primer día y 1 hora 07 minutos en la segunda y tercera jornada. Los tiempos de la ya mítica Marlene Flores fueron 1 hora 46; 1 hora 27 y 1 hora 24, respectivamente.
Mautz se declaró “feliz, agradecido y más enamorado que nunca de la Patagonia”, prometiendo volver el 2017. Para esa versión, el desafío de la organización será incorporar dos o tres disciplinas más, aparte del trail y el mountain bike, para hacer del Hi-Tec Outdoors Week el evento de deporte aventura más completo y entretenido de nuestro país.
Trail Run Santa Elena: Una carrera de montaña para todas las edades
En su tercera edición, el macizo cordillerano que rodea el valle de Santa Elena será escenario de este Trail Run o carrera de montaña, una cita deportiva especialmente diseñada para convocar a toda la familia. Los circuitos son parte del proyecto inmobiliario Santa Elena de Chicureo, que ha destinado cientos de hectáreas para la práctica de deportes outdoor.
“En cada uno de los circuitos, el paisaje juega un papel protagónico, ya que permiten apreciar toda la extensión del valle Santa Elena y su singular geografía, que incluye farellones, flora y fauna nativa y quebradas naturales, que convierten a esta zona en el lugar ideal para el desarrollo de este tipo de competencias, donde todos pueden participar”, explica Diego Croquevielle, gerente general del proyecto Santa Elena de Chicureo
Con senderos y rutas de distinta dificultad, el evento permite que niños desde 5 años de edad participen en la categoría de 2K y desde 12 años en la categoría de 6K, ya que son carreras de corta distancia, no competitivas y con pocos desniveles.
Para los deportistas más avezados están las categorías de 14K y 22K, que recorren todo el perímetro del valle Santa Elena, incluidas quebradas que en esta época del año están secas, cuevas, la parte alta de los farellones y una zona de petroglifos, la cual estará debidamente señalizada para no producir daños.
“Las categorías de 14K y 22K ofrecerán una experiencia única a los competidores, con circuitos técnicos, que cuentan con desniveles de mediana y alta dificultad. Están pensadas para corredores entrenados en estas distancias y con algún conocimiento en carrera a campo traviesa”, explica Víctor González, director de Aventura Aconcagua, empresa con más de 16 años de experiencia en eventos deportivos de montaña.
El Trail Run Santa Elena contará con todas las medidas de seguridad como señalética, banderilleros, puesto médico de avanzada, servicio de rescate en ruta y puestos de abastecimiento.
La primera partida es a las 9:30 AM y la carrera es una fecha oficial del circuito Trailrunning Aventura Aconcagua, que entrega puntos para el premio final. Las inscripciones ya están abiertas en el sitio web www.trailrunsantaelena.cl e incluyen una polera, número de competencia, chip de control de tiempo, abastecimiento en ruta y medalla Finisher. Los primeros lugares generales recibirán además como premio regalos de los auspiciadores.
El valor de la inscripción es la siguiente:
02K: $8.000
06K: $12.000
14K: $16.000
22K: $18.000
Travesía por el Valle del Callao
Hace algunos meses, Andrés y Constanza se fueron unos días de trekking por la ruta que une el lago Todos los Santos con el lago Rupanco, pasando por el Valle del Callao, el cual se encuentra detrás del Volcán Puntiagudo. Un trekking donde la lluvia del sur se hizo notar, por una ruta no muy concurrida pero de una sorprendente belleza escénica.
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En Tierra de Osos, Segunda Parte
Continúa el viaje en dos ruedas por Canadá y esta vez Cristián Urbina se acerca a Jasper; pasando por el gran campo de hielo de Columbia, pedalea acompañado por el rio Athabasca y sus montañas hasta llegar al Parque Nacional Jasper, la zona más salvaje de Canadá. Continue reading
Las Lagunas de Chuncara
En las montañas de la región de Tarapacá, al norte de Iquique se encuentran las recónditas Lagunas Chuncara. Joseph Morgan junto a un grupo de exploradores van a conocerlas en un viaje de peligrosas rutas y extremas condiciones climáticas pero con una recompensa paisajística inolvidable.
Texto y Fotos: Joseph Morgan
Muchas veces pensamos que conocemos muy bien el Norte Grande por haber nacido en él pero, a pesar de haber recorrido y conocido cientos lugares, aún no termino de sorprenderme de lo inmenso y abrupto de nuestra geografía, que hace casi imposible llegar a conocerla por completo.
Hace unos años, un amigo del poblado de Cariquima me comentó que, cerca de unas montañas nevadas que se apreciaban a lo lejos, existían tres lagunas escondidas. “Son muy profundas y azules, y hay unos flamencos también” – me comentó. Y agregó que eran malditas, según le había comentado su abuelo y por ese motivo él nunca las había visitado.
Pasaron los años, en los cuales estuve en el altiplano decenas de veces y siempre divisaba esas montañas recordando ese relato del amigo aimara. Pensaba que algún día subiría a conocer esas lagunas. Estas montañas pertenecen al cordón cordillerano llamado los Quinsachata que, en lengua aimara, significa Tres Cumbres, las cuales superan los 5.000 msnm.
Hacia esas lagunas detrás de las montañas
En diciembre decidimos, con mis amigos Sergio Cortez y Alejandro Flores, embarcarnos en una aventura: conocer las enigmáticas lagunas Chuncara y, como se trataba de una actividad no exenta de riesgos, la planificamos con riguroso cuidado.
Con ayuda de un computador y el programa Google Earth, estudiamos la zona y tomamos las coordenadas UTM de las lagunas y las posibles rutas de acercamiento en vehículo.
Temprano en la mañana cargamos en el vehículo todo lo necesario para lograr el objetivo, ya que una caminata a gran altura nos esperaba, con varios grados bajo cero en ella.
Después de aproximadamente, cuatro horas de viaje por la carretera que une la ciudad de Iquique con el poblado de Cariquima, nos encontramos frente a las montañas que escondían las casi desconocidas lagunas.
Aquí comenzó nuestra aventura ya que, acercarse a la ladera de estas montañas, era cada vez más difícil: bajadas de agua, barro y piedras dificultaban el andar del 4×4. Mientras uno conducía, los otros quitábamos piedras. Finalmente, tuvimos que renunciar a seguir avanzando ya que el terreno se tornó riesgoso. Había tal cantidad de piedras que costó encontrar lugar para nuestras carpas. Un viento fuerte, que calaba los huesos, complicaba aún más montar el campamento.
Finalmente, pudimos encender nuestras cocinillas, para el esperado tecito caliente. El altiplano es duro para la vida humana, pero su belleza es tan grande y singular, que vale la pena soportar el frío, la falta de oxígeno, y las frecuentes jaquecas que ocasiona la temida puna.
A la mañana siguiente, muy temprano, ya desayunados y con los implementos necesarios, iniciamos la marcha rumbo al oeste, confiando en las indicaciones del GPS, que ya contaba con las coordenadas que fueron ingresadas cuidadosamente.
El paraíso prometido
Un sendero tropero nos ayudó a sortear el pedregoso ascenso. La falta de oxígeno se hacía sentir, pero las ganas de conocer las enigmáticas lagunas, nos daban las fuerzas para seguir adelante. Después de dos horas de subida divisamos una Apacheta. Éstas son montículo de piedras a manera de altar, erigido en honor a la Pacha Mama. Ante la Apacheta los indígenas dejan sus ofrendas y piden que se aparten las desgracias de su camino y salud para seguir el viaje.
A pesar de haber llegado al punto más alto del trayecto, las lagunas no de divisaban por ningún lado, no obstante teníamos que confiar en el GPS, que nos indicaba que debíamos avanzar unos tres kilómetros más en dirección oeste. Al descender una ladera empinada, nos encontramos con unos llaretales espectaculares. Nunca había visto llaretas tan grandes y aún sin daños.
Seguíamos bajando y las lagunas aún no aparecían, entonces me adelanté caminado más de prisa hasta una meseta rocosa y desde ahí logre ver parte de una laguna. En ese momento recordé el relato: de color azul intenso y rodeado de cerros se encontraba la primera laguna. Posteriormente, al ir bajando, nos dimos cuenta que era la laguna central, ya que más escondida, se encontraba otra aún más grande. Es como un paraíso escondido, gritábamos.
Sin dejar huella
Nuestro plan era llegar hasta la ribera, pero el cansancio nos hacía dudar, y además pensábamos que teníamos que regresar cuesta arriba otra vez pero ya estábamos muy cerca, sólo a unos 150 metros más. El paisaje y los colores, todo lo que nos rodeaba en ese momento, eran de una belleza indescriptible y teníamos que aprovechar la oportunidad de tocar sus aguas.
Una vez que pusimos nuestros pies en la ribera de la laguna más extensa, quedamos sorprendidos no solo de la belleza, sino también de lo prístino del lugar. No había ni una sola huella ni desperdicios, tan propios de la presencia humana.
Después de unos minutos contemplando el paisaje, cuidando de no dejar marcas con nuestros zapatos, buscamos un lugar donde descansar y disfrutar del canto de las aves. Me quedaría a vivir aquí, dije desde lo más profundo de mi corazón.
había realizado el sueño de conocer las lagunas Chuncara. Lamentablemente teníamos que emprender el regreso que no iba a ser fácil, ya que debíamos remontar otra vez hasta la apacheta, para luego descender hasta el campamento. Con una última mirada a las lagunas y la pena de no poder quedarnos más tiempo, iniciamos el retorno a nuestro lugar de descanso.
Mientras caminábamos de regreso pensábamos en lo importante que sería, por parte del Estado, proteger esas lagunas, no sólo por su riqueza natural sino también por ser el principal reservorio de aguas para la Quebrada de Tarapacá, tema tan en boga hoy en día por la dramática disminución de los depósitos de agua potable en el mundo, a causa de los cambios climáticos que estamos sufriendo.
Luego de aproximadamente tres horas de caminata, llegamos a nuestro vehículo y emprendimos viaje a Iquique. Durante el viaje planificábamos la próxima aventura. ¡Ya se las contaré!
Aventuras en Canadá: Tierra de Osos
Esta historia cuenta de un viaje a Canadá para hacer la mítica ruta en mountainbike desde Banff a Jasper; un recorrido por las montañas que caracterizan este sector, entre ríos, bosques y sobre todo, con presencia de la fauna norteamericana; osos, alces y ardillas. En esta primera parte, comenzamos por Banff y sus alrededores.
Texto y fotos: Cristián Urbina
Enfrentarse a la soledad era algo que resonaba en mi mente desde que vi «The secret life of Walter Mitty». Esa película me motivó y me llevó a tomar la decisión de recorrer las Rocky Mountains en bicicleta, acampando justo en la temporada en que se cierran los campamentos, y en donde la vida silvestre, se prepara para vivir un crudo invierno.
La aventura comenzó un 28 de septiembre, con un viaje en bus por 850km desde Vancouver hasta Banff, una localidad ubicada bajo empinadas montañas y en donde en 1976, nació el conocido festival de cine que lleva el nombre de la localidad.
Mi plan era recorrer los 290 km que me separaban de Jasper en bicicleta, durante cuatro semanas, recorriendo además los mejores circuitos de hiking que se encontraban en los parques nacionales de Banff y Jasper.
Cuando elegí la ruta, me llamó la atención la gran cantidad de vida silvestre presente en el área: coyotes, alces, ciervos, ovejas de grandes cuernos, cabras de montaña, caribou, lobos, ardillas rojas, marmotas y por supuesto, osos grizzly y osos negros. Por lo que sin dudas, mi mejor compañera sería mi cámara y un teleobjetivo.
A prueba de osos
Apenas llegué a Banff, los guardaparques del centro de informaciones me dijeron que debía comprar un spray (gas pimienta) para defenderme en el caso de encontrarme con un oso, lo que era mi mayor preocupación. Las indicaciones eran usarlo en caso de ataque, cuando estuviese a cinco metros de distancia, dispararlo a su rostro, y cruzar los dedos para que el viento no soplara en mi dirección. Además que en esa fracción de tiempo, se le debe quitar el seguro al spray. Como podrán imaginarse, no es fácil recorrer las tierras canadienses con esas indicaciones, porque simplemente, debes estar siempre concentrado y haciendo ruido para que los animales se alejen de ti.
La localidad de Banff tiene todo lo que puedas necesitar en una aventura de este estilo, es una ciudad pequeña, pero con una gran cantidad de tiendas outdoor. Además, desde el centro, puedes ir en bus hasta los campamentos ubicados a unos cuantos kilómetros de la ciudad, y lo mejor, es que los buses poseen en la parte frontal, un portabicicletas, por lo que me fue muy fácil llegar a mi primera parada: Tunnel Mtn. Village II.
En este campamento pude hablar con los guardaparques para planificar los siguientes días de mi aventura. Inicialmente creía que sería capaz de realizar todos los circuitos del parque, pero cuando pregunté cuánto tiempo me tomaría hacerlos, solo rieron, y me dijeron que eran semanas, por lo que debía elegir entre los 23 circuitos disponibles según mis capacidades y experiencia, ya que todos estaban graduados según dificultad técnica.
Decidí pasar mi primera semana en Banff para hacer, entre otros, los circuitos a Sulphur Mountain y Cory Pass Loop.
El primer enfrentamiento a la soledad
Cory Pass Loop estaba catalogado como uno de los circuitos más difíciles de Banff; fui solo, y eso le añadía complejidad, porque en cada segundo debía estar atento a la presencia de animales.
El circuito tiene una extensión de 13 km; la primera etapa se realiza entre medio de un bosque, para luego enfrentar una pronunciada subida hasta el “paso”, en donde converge el monte Cory con el monte Edith, para luego rodear este último y volver al punto de inicio.
El día anterior había nevado y las cumbres lucían su mejor atuendo blanco. Llegué al paso y me detuve para ver las cumbres que lo rodeaban. Vi el monte Edith, y decidí ir a la cumbre. Comencé el ascenso, había nieve y el terreno era muy escarpado, aun así, confiaba en poder lograrlo.
Subí 194 metros, y en mi camino aparecieron huellas de animales. Las primeras muy pequeñas, no les di importancia. Las segundas, eran considerablemente grandes. Pensé que un encuentro con un animal en esas condiciones se podría volver algo extremadamente peligroso. No me encontraba en mi terreno, sólo tenía una ruta y ni pensar en correr con esa inclinación. Estaba a 2458 msnm cuando decidí volver, aún quedaba mucho camino hasta Jasper y había que disminuir los riegos. Decidí tomar una panorámica antes de bajar, necesitaba registrar lo que estaba viendo: Un valle y montañas, increíbles.
Pasarela de Animales
El 3 de octubre, seguí mi camino hacia Lake Louise, usando la ruta 1A. Es un camino ideal para viajar en bicicleta, va casi en paralelo a la ruta principal de Trans-Canadá, y puedes apreciar el paisaje en toda su magnitud. Cada ciertos tramos encuentras puertas para evitar que los animales salgan a la carretera, por lo que debes desbloquearlas para pasar, y dejarlas cerradas, ya que existen corredores especiales para que la vida silvestre pueda sortear el cruce de la autopista sin riesgos, son más de 44 puntos, lo que convierte a la ruta de Trans-Canadá en la líder de las pasarelas para animales en todo el mundo.
El viaje desde Banff hasta Lake Louise es maravilloso, son 58km entre cambios de pendiente constantes, que muchas veces me exigieron gran cantidad de energía.
Al principio me sentí muy bien, hice una buena distribución del peso y los primeros 25km hasta Johnsson Canyon no parecieron tan difíciles. Luego de parar a comer y tomar algo de mis provisiones, seguí mi viaje, pero las múltiples pendientes me parecieron interminables. Finalmente pude llegar a Lake Louise, un paraíso que prometía encantarme y en donde también podría recuperar el aliento.
Los circuitos de Lake Louise
Cuando llegué a Lake Louise, y como los campamentos ya se encontraban cerrados en esa localidad, la opción era quedarse en un hostal. Sin duda una de las cosas que más llamó mi atención, era que las habitaciones compartidas mantenían los precios de un campamento, pero con múltiples comodidades.
Pude lavar parte de mi ropa allí por unos cuantos dólares, y preparar mi comida en una cocina comunitaria, teniendo acceso a refrigerador e implementos de cocina.
En Lake Louise destacan dos lugares: Lake Louise y el circuito de los seis glaciares “Six glaciers” y Moraine Lake, con el circuito al Valle de los Diez Picos, “Valley of ten peaks”
En Lake Louise muchos de los senderos están marcados como peligrosos. No por nada quien me había dado la información hace ocho días en Banff, me advirtió que por ningún motivo viajara solo a estos senderos, además de ser ilegal.
Para llegar a Moraine se debe sortear un camino de 14km en subida, en medio de curvas sinuosas que se comparten con los automovilistas. El paisaje es montañoso, se pueden ver las rocosas canadienses en plenitud, el viaje resulta muy agradable y prácticamente no se siente el cansancio.
Estacioné mi bicicleta a los pies del lago, me quedé admirando la postal, me dieron muchas ganas de seguir avanzando, pero sabía que sólo podía estar cerca del lago por la prohibición de adentrarse en los circuitos solo.
Sin Miedo
Estuve varios minutos grabando y descansando. Comí parte de un chocolate que una amiga me había regalado para el viaje, y que extrañamente era muy codiciado por ardillas, me seguían y se acercaban sin miedo. Creo que las avellanas del chocolate las atraía.
Como las ardillas no me dejaron tranquilo, me trasladé a otra parte del lago. Encontré un circuito que tenía un letrero que advertía que sólo podían pasar grupos, ya que este lugar es frecuentado por osos.
Como yo no tenía un grupo, me resigné a no ir por el sendero, no me arriesgaría demás. Cuando decidí regresar, en el inicio del sendero prohibido, encontré a un hombre muy particular: era grande, tenía una barba larga y en sus manos tenía una rama gigante que usaba como bastón trekking. Pensé que él estaba listo para luchar con un oso. Le pregunté donde quería ir y me dijo que se dirigía al valle de los diez picos “Valley of the Ten Peaks”, que esperaba a su novia que había ido al baño y que llegarían otros interesados en ir, ya que los grupos debían estar compuestos al menos de cuatro personas. Mientras hablábamos llegó otra pareja que quería hacer el recorrido, y bueno, ya tenía un grupo para poder continuar.
Me es difícil decir cuál viaje ha sido el mejor de esta aventura, de alguna manera cada día superaba al anterior, pero este viaje a Moraine Lake tiene un espacio especial en mis recuerdos, no tuve miedo como en Cory Pass, creo que estar acompañado marcó la diferencia.
Llegamos a la cima del valle desde donde pudimos ver las montañas rocosas y los sorprendentes diez picos, fue maravilloso. Pero no sólo compartimos un buen sendero. La pareja que se nos unió, iba a un lugar especial. Hace diez años él le había pedido matrimonio a su novia en una roca sobre el valle. Nosotros no sabíamos de esto hasta que llegamos al lugar. Sin dudas, era un buen lugar para comprometerse.