Para algunos aficionados, El Plomo es un desafío mayúsculo, que con sus 5424 metros sobre el nivel del mar, puede sorprenderlos en un plan de aclimatación impropia, con mala elección en su equipo de montaña, o sencillamente falta de foco en lo físico o mental. Para quienes, en cambio, van conociendo y respetando a este guardián eterno de la ciudad de Santiago, el cerro los conecta con otras grandes alturas, y abre un entorno que se vuelve relevante en sus detalles. Más allá de repetir su cumbre, volver al Plomo nos va haciendo entender su trasfondo ribeteado en mística, en un proceso donde conectamos el cielo con la tierra.
Texto: José Francisco Hurtado
Todo enero me la pasé mirando El Plomo. En distintos fines de semana tuve de todo: subí a su cumbre con una gran expedición, acompañé a una amiga con una clienta que quería ir a El Pintor, y fui cabalgando a disfrutar de un producido banquete en Piedra Numerada. Con distintas personas y miradas, con niveles de esfuerzo muy diferentes, fue un mes en el cual la montaña fue mi patio y segundo hogar.
Disfruta hasta donde llegues
Primer acercamiento. Luego de unas relajantes vacaciones familiares en línea con el mar, empecé a retomar un intenso programa de montaña. A fines de la estación fría habíamos acordado subir el cerro Bismarck con Soledad Peña y Lillo, partner de una amiga con quien, más menos hace un año, habíamos logrado subir El Plomo. La cosa es que Sole, en ese fin de semana en que yo me proponía escalar una de las cumbres vecinas de El Plomo, tenía que pasear a una clienta australiano-alemana al cerro Pintor. Un poco más bajo, claro, y sin requerimientos técnicos, pero el plan de mi nueva partner-amiga incluía dormir cerca de los 4 mil metros. Sin darle mayor vueltas, y queriendo aprovechar el aventón, le dije, ¡aquí tienes un ayudante!
A diferencia de otras ocasiones, en que el viaje con los amigotes y amigotas es de una sola tirada, el plan de Sole era que la clienta –que como yo, venía de los 0 msnm- entendiera los distintos pisos que se van subiendo al acercarse hacia el amplio conglomerado de centros de montaña de la parte alta de la comuna de Lo Barnechea.
Paramos en la curva 16 del camino a Farellones para el valle del Santuario de Yerba Loca, el cerro La Paloma y el Cerro Altar. Sole me comenta que es posible arrendar caballos en Yerba Loca para hacer paseos por el día o por más tiempo. La verdad había visto los corrales pero, como no voy tan seguido a este Parque, no había sumado dos más dos. ¡No sería mala idea intentarlo para escalar las cascadas de hielo en invierno!
Mientras las dos chicas caminaban en una ruta conocida como el Mirador Tres Valles – una loma que observa la cuenca del Mapocho- converso con Ancar, quien junto a su padre tiene un puesto en este mismo parador, donde venden artesanía, remedios y recuerdos que aluden a la montaña; terminamos la charla y todo sigue para arriba: dejamos a nuestra clienta almorzando en el restaurant El Montañés del –aun en verano- verde pueblito de Farellones. Arreglamos mochilas y, ya con el frescor de la tarde, empezamos a caminar a nuestro lugar de campamento, el Refugio Extremo. Esta construcción, también conocida como “El Lustrín” me ahorra armar la carpa. Está a pocos metros del Cerro La Parva y tiene una vista hermosa, al atardecer, de la cumbre que tenemos planificada para mañana.
Paso la noche en el Refugio, algo inquieto y reflexivo, pero con esa lucidez que da la altura. ¿O es el mal de altura? A la mañana siguiente nuestra invitada internacional nos dice que no se siente fuerte para subir los El Pintor. Está feliz de estar con nosotros, de escuchar nuestras aventuras en Santiago, de las historias de los pueblos preincaicos que ha investigado Sole, y del compromiso que mostramos con lo que hacemos en montaña; y si bien no es su pelea, sintoniza con nuestros buenos deseos y planes para cuidar el entorno. Con Sole subimos los pocos metros que nos separaban del cerro La Parva, y disfrutamos de la amplia vista hacia Santiago. ¡Qué mejor lugar para pasar un Año Nuevo sobre la ciudad!
Conoce la montaña
Segundo acercamiento. Una semana después, desde la municipalidad de Lo Barnechea, recibo una invitación para conocer el circuito de caminos que llegan a Piedra Numerada, zona de humedales y vegas ubicada en la cota de los 3250 msnm y primer espacio especialmente habilitado para hacer campamento entre quienes peregrinan por el valle que conduce al cerro El Plomo.
Esta vez iremos montando a caballo: es una experiencia nueva para mí en este espacio cordillerano, con un grupo que es más grande que nuestra pequeña cordada de la semana anterior: van reporteros de medios amigos, deportistas que trabajan en proyectos de turismo, representantes de los centros de ski y de la Municipalidad, así como un grupo de guías coordinadores de toda la experiencia, liderados por Fernando Ochagavía de Ecoroutes.cl.
La cabalgata comienza desde el andarivel Águilas de La Parva (que en temporada estival es pasillo para los corredores de Downhill), el cual nos acerca al grupo de guías y arrieros. Conocemos a Lalo, Petete y Rómulo, arrieros de profesión que nos hablan de cómo es trabajar con sus obedientes bestias entre las altas cumbres, de la relación que sus familias tienen con Farellones, Yerba Loca y Corral Quemado, y de cómo el ser parte de la comunidad ha ido abriéndoles horizontes en montañas de distintas partes del mundo, tanto a ellos como a sus familiares.
Desmontamos con hambre en Piedra Numerada, donde nos espera una escena inimaginable para estos paisajes regidos por las Pastas 3 Minutos, barritas de cereal y puré instantáneo. En bandejas improvisadas con piedra y manteles de motivos indígenas, encontramos vinos, cerveza artesanal, amplia variedad de frutos secos, aceitunas y jamones. Se supone que la comida iba a ser a la vuelta de conocer una gran cascada, pero la verdad es que la tentación todo lo supera.
La fiesta alcanza para mucho y si bien algunos pueden argumentar que la cantidad de manjares y puesta en escena desentona con la austeridad típica del montañismo, hoy estamos auxiliados por el poder de carga de los caballos y mulas, animales que tradicionalmente acompañaban a los montañistas a hacer, de estas regiones alejadas de los grandes núcleos urbanos, en algo cercano al hogar. Algunos representantes del conocido grupo de montaña y excursionismo Los Malayos se acercan a compartir con nosotros y la conversación se vuelve todavía más rica y amplia.
La Municipalidad ha hecho un buen esfuerzo al ordenar, con la disposición de tótems y señalética, distintas rutas en los cerros y valles de altura de la comuna, y si bien todavía falta para que Lo Barnechea se convierta en algo que rivalice con la infraestructura de espacios al aire libre como los de Chamonix, en Los Alpes, el deseo de mejorar y dar a conocer las infinitas posibilidades que ofrece tener cerros sobre los 5 mil metros tan cerca de una ciudad de la envergadura de Santiago, da para soñar… y seguir sumando voluntades para que todos aquellos que disfrutan de la montaña aporten con su granito de arena.
Vencidas las ganas de seguir de fiesta, nos acercamos a la caída de agua que alimenta la vega de Piedra Numerada. Algunos montañistas con que habíamos conversado a la hora de almuerzo se fotografían en las construcciones de piedra edificadas alrededor de la cascada; se entiende que estas ruinas pueden haber guardado alimentos y enseres que necesitaban los antiguos peregrinos de El Plomo, aunque posteriormente hayan sido usadas en labores de lavado de oro y minería. ¡No se metan debajo de la casacada, no hay casco que soporte!
Con esa sensación de limpieza que entrega estar cerca del agua que cae y corre transparente, montamos nuevamente, y damos media vuelta; cuando se trata de un día entero a caballo, ¡les advierto que no es menor el esfuerzo de estar apretando las piernas!
Fondo, choquero y cucharón
Tercer intento. Sebastián Rosende de Mountain Hardwear me invitó a integrar una expedición para ir a la cumbre de El Plomo. La gracia es que, al igual que en la aventura con el equipo de guías de Fernando, tendríamos el apoyo de un grupo de arrieros, que transportarían los domos, carpas y mochilas para emplazar nuestro campamento y cocina a 4.050 msnm, en la zona del refugio Federación. Éramos cerca de 30 persona los que ascenderíamos sobre los 5 mil metros. ¡Un buen número!
Mi disposición vagabunda, habiendo llegado una vez más a Federación, me hacía pensar en aprovechar lo que tuviera disponible para dormir. Pero como suele ocurrir, la estructura de lata y madera del refugio ya había sido abordada. Una decena de montañistas de otro grupo, esperaban impacientes la llegada de sus cargadas mulas, un poco helados sin la protección de sus sacos, pero de buen ánimo. ¡Y sin nada que comer!
¿La solución para mí dilema de campamento? ¡Colarme a dormir en la cocina! Era un domo espacioso, a buena temperatura y dónde aprendería algo de lo que significa multiplicar las comidas, pasando de las unidades de cocinilla y olla montañera a las porciones, en decenas, que entrega un fondo gigante y un anafe industrial. Y no es que lo esperara, pero la cosa es que Francine Durot, gran maestra cocinera y organizadora sin igual, había sido golpeada por la puna y alguien tenía que hacerse cargo del gran cucharón.
Parece que Francine había dormido poco y la locura de armar comida para tantos y por varios días la había fundido. Descansaba cómoda en su saco, y yo, como una especie de albacea de su testamento gastronómico, seguía sus duras órdenes, que con firme voz de mando no se condecían con su postura medio moribunda. Algunos dicen que jugar fútbol con los sherpa es la actividad de aclimatación definitiva, pero el ir y venir, servir y revolver, acatar y preparar de la cocina fue mi conexión definitiva con la montaña. Al otro día se venía la cumbre.
Mi salida de Federación no fue precisamente en los tiempos AM que, juiciosamente, Seba Rosende tenía destinados para los demás expedicionarios. Preparar desayuno primero y, bueno, cumbre para después. Salí ya con algo de luz, y a un ritmo mucho mejor que lo que había hecho el año pasado, confiado en ir alcanzando a los demás. Y es que teníamos un día precioso, prácticamente sin viento ni frío, que se prestaba para una relajada comunión con la cumbre.
Y como cuando uno se tira a bacán la montaña te da lecciones de humildad, ups, había cometido un errorazo: mis anteojos (había llevado 2 pares) habían quedado colgados en toda la dispersión de equipo con que había colonizado la cocina del domo. Pero quizás mi buen karma me salvó: un integrante del staff de guías y cocina con que habíamos compartido dormitorio, y que pese al sobrado conocimiento y entusiasmo no se sentía bien, me cedió sus gafas en Refugio Agostini. Yo subiría con su apoyo, entregándole al Apu del Plomo sus deseos de volver, algunas ofrendas (llevaba algunas hojas de coca y semillas de zapallo), agradeciendo también el cariño de mis seres más queridos y de las personas con que había compartido en estos días montañeses.
Fuimos 23 en la cumbre, algunos primerizos, algunos diez veces más experimentados que yo. No solo dejé mis saludos en la pirca de la cota de los 5 mil, sino que también me aproximé, con las indicaciones de Sebastián, al lugar de la cumbre donde hace décadas encontraron al Niño del Plomo.
A mi vuelta al campamento, Francine estaba ya a todo motor, y acompañada en la cocina de Juan José “Jojo” Oliva, compañero que años antes me había ayudado en los fríos parajes australes en cosas que, la verdad, aún no hago muy bien. Jojo había vuelto tras la exitosa evacuación de una colega periodista, y ahora él estaba en el rol de ayudante.
Me pasé la tarde celebrando la cumbre, y en la noche con Jojo y Francine salimos fuera del domo, a reírnos y pensar. Francine cantó algunos versos de los nativos norteamericanos y Jojo nos deleitó con sus reflexiones de cómo el trabajo en equipo al aire libre, se potencia con algunas ideas de alquimia astral. Constelaciones, grandes cerros, antiguas y nuevas amistades, todo calzaba en una noche tan montañera como estelar.
El Protector de Santiago
Por Patricio Bustamante Díaz, Investigador en Arqueoastronomía.
Montañas vivas
Para la mayoría de nosotros, una montaña es solo un conjunto enorme de rocas, agua en forma de glaciares y tierra. A grandes alturas, no hay vida, solo materia inerte sometida a los procesos naturales. Las evidencias arqueológicas señalan que en la mayor parte de los seres humanos en el pasado, todos los objetos y fuerzas de la naturaleza contenían un espíritu, un alma, por lo tanto estaban vivos. A esta forma de ver el mundo se le denomina animismo.
Las montañas fueron considerados seres vivos, a los que se les podía pedir ayuda y a las que se debía temer cuando estaban de malas. A ellas subían las machis y chamanes en busca de enseñanzas, de visiones orientadoras, a recolectar las medicinas para el pueblo, a orar y a pedir consejo. Desde la antigüedad las montañas y rocas fueron consideradas la casa de los dioses o los dioses mismos.
Pareidolia
Sin embargo, nuevas investigaciones muestran que en el ser humano independiente de la época en que viva, sexo o nivel de inteligencia, existen mecanismos psicológicos que explican por qué las montañas eran vistas como seres vivos y consideradas sagradas.
Todos hemos levantado la vista al cielo y reconocido en las nubes la forma de un animal o de una persona. Al mirar los grupos de estrellas en la noche se ven figuras, las denominadas Constelaciones. En el paisaje, rocas, montañas, cadenas montañosas en algunas ocasiones presentan formas naturales de animales, personas u objetos diversos.
Vemos estas figuras gracias a un mecanismo psicológico denominado pareidolia, que nos permite reconocer formas en manchas como el test de Rorschach, en nubes o en las manchas en la pared.
Las rocas, montañas o cadenas montañosas con formas naturales de personas animales o cosas han sido denominadas “mimetolitos” (litos con forma de algo).
Al ver estas figuras, en lugares donde se supone que no debiera haberlas, se desata un segundo fenómeno psicológico denominado Apofenia, que permite hacer relaciones entre fenómenos no necesariamente relacionados e incluso aleatorios, que confluyen en el momento del reconocimiento de esta forma y permiten darle una explicación a su presencia. Muchas veces se toma esta presencia como un augurio.
Finalmente, puede desatarse un tercer fenómeno psicológico denominado Hierofanía (manifestación de lo sagrado), que puede llevar a la convicción de que se trata de un fenómeno numinoso, es decir relacionado con dios o con espíritus.
El espíritu del Plomo
Durante años escuché a amigos andinistas hablar del “rostro de Cristo” en El cerro El Plomo; muchas veces lo observé pero sin resultados.
Un día, al atardecer del solsticio de invierno (21 de junio) miré al cerro, con la luz dorada del atardecer pude por fin reconocer un rostro en la cumbre, mirando al cielo, con la cabeza apuntando al norte, la sombra al sur parecía una barba. La falsa cumbre donde habían dejado los Incas al “niño del Plomo”, era la frente de ese rostro gigantesco.
En momentos de suma urgencia, los Incas realizaban ofrendas de niños que eran dejados en las alturas de una montaña como mensajero, para interceder ante el Apu (montaña sagrada) o dios, para que ayudara al pueblo que intentaba así obtener su favor.
El niño del Plomo, el “mensajero de los Incas” está hoy conservado en un congelador en el Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal. Es el único testigo de lo que verdaderamente ocurrió en aquella época, aunque no puede decirnos nada.