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Cabalgando el General Carrera

En este relato de Patagonia Riders, compartimos con ustedes una aventura a caballo como pocas, en la ribera sur del lago General Carrera, que recorre destinos como la Pampa del Zorro y el valle del río Las Horquetas, con vistas espectaculares a Campos de Hielo Norte y el San Valentín, que transmiten un baldazo de paz y desconexión.

Texto y Fotos: Santiago Flores

 

Después de horas de viaje llegamos a un gran campamento, instalado en lo bajo de una quebrada, junto a un río que ruge en forma constante, protegido bajo el follaje irregular del típico bosque ralo de lengas maduras, con caballos pastando todo alrededor y distintos fuegos prendidos.

El equipo de Patagonia Riders le da una cálida bienvenida al visitante de este rincón del pasado, mientras el sol comienza a descender. A medida que baja la luz, crece la expectación y la ansiedad de los jinetes por la aventura a caballo que se viene.
La caravana comienza a cabalgar a las nueve de la mañana del día siguiente, al paso, sobre una meseta gigante que mira de frente  al lago General Carrera y a los nevados que abren la puerta a Campos de Hielo Norte desde el inmenso lago. Después de un rato volvemos la cara al sur para  cabalgar, entre bosques, hacia nuestro primer campamento alto, situado en un gran claro de monte. Es aquí donde soltamos los caballos e instalamos las carpas.
Montamos un fuego para comer y compartir una merecida botella de vino y varias rondas de mate.  Cristián Waidele, fundador del proyecto, nos relata el plan  del día siguiente, que comienza subiendo una empinada y larga ladera bajo los árboles. Una vez alcanzada la cima de La Cuchilla, vamos a enfrentar nuestro primer escorial, o desierto de montaña, una extensión de terreno expuesta a lo más crudo del clima patagónico. Esta condición, unida a  un suelo hostil, no permite que nada crezca.
También nos cuenta con mucho entusiasmo que tendremos la oportunidad de compartir un asado de cordero a la usanza de la zona, con las comunidades gauchas que pastorean sus rebaños de ovejas en las altas “veranadas”. Nos explica que también que con eso quiere con mostrarnos la escondida pero riquísima cultura local, llena de elegancia, orgullo e historias de aventuras de estos gauchos  y sus ancestros. Es tan grande su entusiasmo, que bromeamos con el diciéndole que parece un apóstol de la causa y quiere evangelizarnos.

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Familia Gaucha

La mañana de nuestro segundo día comienza con amenazas de tormenta: “Nos va a tocar duro el escorial”, dicen los guías. Efectivamente, llueve mientras trepamos la sierra, y al alcanzar los deslindes del arenal, nos azota como una tromba un viento frontal, que hace viajar las gotas de agua horizontalmente cientos de metros  antes de alcanzar el suelo. Las manos y los ojos sienten miles de pequeños y fríos pinchazos pero la sonrisa en la cara de los jinetes no se borra; al contrario, la sensación de libertad de una cabalgata única sobre las cumbres patagónicas nos mantiene en un estado alerta y plenitud.

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Llegamos al cabo de unas horas a un rincón de enormes y centenarios árboles que protegen de las ráfagas a nuestro esperado premio: un cordero al palo apostado ya  junto a un gran fuego donde dos familias locales se apiñan. Algunos salen a recibirnos y al minuto nos sentimos muy cómodos, compartiendo cuentos y opiniones con ellos. Al montar nuevamente, don Felix Avilés, un gaucho alegre, enérgico y gran conocedor de la zona, se ofrece a acompañarnos cerro abajo rumbo al tercer campamento dado que la tormenta nos logra hacer mostrar algunas señales de cansancio.
Aproximadamente a mitad de camino, sobre una loma que en un día despejado hubiese mostrado una panorámica de muchos cerros, valles y ríos en plenitud de colores, nos detenemos un par de minutos. La vista es impresionante: volátiles nubes, de distintas tonalidades de gris, pintan los pliegos del paisaje con matices entre blanco y negro, que hacen verlo todo como un sobrecogedor e impresionante paraje fantasmagórico. Nos quedamos en silencio, hipnotizados, algo alucinados con la maravilla que nos brinda ese momento tan sumergido en la lluvia. Cristián rompe ese silencio: ”He pasado por acá cien veces y las cien veces la vista ha sido diferente”, dice con genuina capacidad de asombro.

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Fantasmagórica Pampa

El tercer campamento está montado dentro de un rústico galpón en la mitad de un pastizal, pero al llegar a él, después del cruce del escorial, nos sentimos como instalándonos en una cómoda cabaña. Secamos lo que podemos y uno de los guías se luce con sus dotes de chef y comienza a faenar una paella, proceso que miramos como un niño a un árbol de Navidad. Pasan la noche con nosotros un par de gauchos con los que compartimos entre copas, historias y chistes hasta casi la madrugada.
El tercer día demanda el cruce de un segundo desierto de altura para caer en lo mejor del viaje: la Pampa del Zorro, un pastizal flaco y largo como una miniatura de Chile mismo, enclavado entre laderas cubiertas de lengas. La Pampa, nos cuentan, tiene  tal perspectiva que no podemos evitar  elevar nuestra ansiedad al máximo. Si nos toca cerrado la desilusión será grande, así que todos empezamos a hacer ofrendas a la tierra, a Dios y las fuerzas de la naturaleza. La mañana parte gris, montamos a caballo y comienza a llover… pero la esperanza se mantiene incólume. Estamos en la Patagonia, cualquier cosa puede pasar.
Avanzamos cantando canciones criollas a ratos, con incertidumbre y al llegar a las puertas del desierto, la lluvia cesa, cediendo el espacio a una niebla fría y quieta como la muerte. Nos lanzamos al cruce guiados por un gaucho arriero conocedor de cada piedra, por lo que no cabalgamos ciegos. La niebla no acaba, pero las nubes se mueven como un mar tranquilo; por breves segundos esta cordillera nos sorprende con sus alucinantes visiones, lo justo  para mantenernos con la ilusión en vela. Cuando comienza el descenso hacia la pampa, la esperanza crece: agujeros azules empiezan tímidamente a aparecer y a hacerse cada vez más frecuentes.

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Premios del Cielo

Cuando llegamos al campamento, si bien el día está cubierto casi por completo, logramos entender por qué los guías nos hablaban tanto sobre las últimas jornadasdel trayecto: hacia un lado baja el pastizal, hasta finalmente encajonarse bien a lo lejos entre montañas con escoriales amarillos y rojos y cuyas faldas están cubiertas de un manto vegetal verde brillante y, para el otro lado, tras el velo gris de nubes, podemos vislumbrar la imponencia de un enorme glaciar colgante, sujeto en la ladera sur poniente de un cerro, colindante con el Parque Nacional Jeinimeni.
Armamos campamento y hacemos algunos fuegos grandes para escapar de un frío cada vez más intenso y nos abocamos a disfrutar de la calma y de la maravilla de ese verdadero santuario natural, porque el día cuatro descansaremos y lo pasaremos ahí.
Cuando al amanecer de la cuarta jornada salimos de las carpas, finalmente la madre naturaleza ha corrido  el telón y podemos apreciar en plenitud y con un cielo azul resplandeciente la magia del lugar. Una solitaria nube baila con furia sobre la corona de rocas de la gran montaña, lo que hace espectacular y dinámica la vista. No podemos esperar nada más, el premio llegó y de la mejor manera.
Ya el último día de cabalgata, cansados pero felices, volvemos vadeando un gran río al campamento base, completamente seguros de haber vivido la mejor experiencia y con mucho ánimo de celebrarlo con un merecido asadito final.
Nos toca ahora despertar del sueño y volver a nuestros queaceres habituales, pero no hay por qué correr porque como dicen en la Región de Aysén, “quien se apura en la Patagonia, pierde el tiempo”.

 

Tabla de Distancias

1-Camp El Montañoso – Bramador: 35 km.

2-Camp Bramador-Santa Clara: 31 km.

3.- Santa Clara – Pampa del Zorro: 29 km.

4.- Pampa del Zorro – EL Montañoso: 30 km.

Más información en www.wikiexplora.com/index.php/Las_Horquetas