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Buceo e Investigación en la Antártica

Como parte de un equipo científico del Instituto Antártico Chileno, Luis Rossel tuvo el privilegio de vivir varias semanas en Antártica, ayudando a conocer cómo los contaminantes afectan el tejido de seres vivos que habita en este extremo lugar.

Texto y Fotos Luis Rossel

Cuando el doctor en biología Gustavo Chiang me dio la esperada noticia, mis pulsaciones subieron a mil. Cumpliría el sueño de muchos, sumergirme en las aguas antárticas y realizar fotografía submarina en uno de los lugares más extremos del planeta.

Todos los años, durante la temporada de verano, el mundo científico se hace presente en la Antártica para realizar investigaciones de vanguardia en cambio climático, biología, vida en condiciones extremas y muchos otros aspectos.

En mi caso, fui invitado a ser parte de la Expedición Científica Antártica ECA51 del INACH para el proyecto de investigación “Biomagnificación y potenciales efectos de Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs) en la trama trófica acuática de la Península Antártica y Patagonia.” del Dr. Chiang, mi misión sería apoyar las labores de toma de muestras y realizar el registro fotográfico tanto submarino como de superficie de las actividades científicas.

En pocas palabras, y tomándome algunas licencias (que me perdonen los científicos), el proyecto busca establecer los efectos de aquellos contaminantes principalmente producidos por la actividad humana en las áreas pobladas en zonas hasta hace poco prístinas y vírgenes como la Patagonia y la Antártica.

Cruzando el paralelo 60

Cuando llegas a Punta Arenas, y te presentas en el Instituto Antártico Chileno, recibes la primera señal de que visitarás un sitio extremo. Un entrenamiento de primeros auxilios para casos de accidentes nos recuerda que vamos a uno de los sitios más inhóspitos y salvajes que aún existen en nuestro planeta. Y el aviso de que teníamos que estar dispuestos a salir corriendo al aeropuerto en cuanto se “abriera” una ventana de clima, nos obligaba a estar 100% alertas durante la espera. Preguntar cuándo era probable que voláramos, solo provocaba sonrisas de aquellos con experiencias anteriores en estas expediciones. Teníamos que esperar.

4 días después de arribar a Punta Arenas, el llamado del INACH era urgente. Había que partir de inmediato, pues la bendita “ventana” de clima permitía los vuelos a la Antártica. En menos de dos horas estábamos volando con todo nuestro equipo hacia la Isla Rey Jorge, que es donde se ubica el “aeropuerto” en la base Teniente Marsh. A medida que el avión avanza hacia el sur sobre el Paso Drake, los témpanos comienzan a aparecer como grandes manchas blancas sobre el inmenso océano azul.
Al llegar a la Bahía Fildes en la Isla Rey Jorge tuve una sensación extraña. Mientras caminaba por un sendero hacia la base donde alojaríamos, veía cabañas, talleres, hangares, una oficina de correos y hasta una iglesia. Parecía que había llegado a un pueblo pequeño. ¿Éste es el lugar más inhóspito de la tierra?

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Lo único previsible es lo imprevisible

La respuesta la tendría a los pocos días en una salida a terreno para tomar muestras a una colonia de elefantes marinos, una playa a unos 800 metros de la Base. El día, aunque nuboso, se prestaba para una exploración tranquila. Bien protegidos contra el frío iniciamos la caminata por un sendero inexistente, cubierto de nieve, y una que otra zona donde asomaba el permafrost. Caminar en la Antártica requiere de extremas precauciones, existen grietas en el hielo que son difíciles de ver, en las cuales una caída podría fácilmente romperte algunos huesos, o en el mejor de los casos, hundirte vergonzosamente en el barro hasta el cuello.

Luego de unos 40 minutos de caminar, entre hielo y barro, llegamos a la playa para la toma de muestras. El muestreo no nos tomó más de 2 horas y gracias a la riqueza natural de esta colonia, obtuvimos muestras de elefantes marinos, focas de weddell y pingüinos papúa.

A mitad del camino de regreso de la base comienza a asentarse una densa neblina que en solo 5 minutos nos cubrió por completo. Era como caminar por un paisaje irreal, la densa niebla se combinaba con la nieve y nos hacía creer que flotábamos en el vacío.Con temor nos dimos cuenta que estábamos extraviados. ¡Y a sólo 300 metros de nuestro destino!

Afortunadamente la naturaleza se apiadó de nosotros, y una brisa despejó lo suficiente la neblina para alcanzar al ver los edificios de la base a la distancia, y así reanudamos el camino.

A sólo tres días de llegar a la Isla Rey Jorge, nos había quedado absolutamente claro quién mandaba.

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El buceo en las aguas más frías del planeta

Uno de los objetivos más importantes de la expedición era la recolección de muestras de animales marinos, y para esa tarea nos habíamos preparado muchas semanas antes.

Mi principal temor era la capacidad que tendría mi equipamiento de fotografía submarina de funcionar adecuadamente en estas aguas. Mi housing Ikelite solo lo había probado en aguas a 5°, pero lo que nos esperaba era mucho más frío.

Como en toda situación nueva, un ensayo era algo lógico de realizar, por lo que preparamos todo nuestro equipo, y tomamos rumbo hacia una “playa” cercana para hacer un buceo desde la orilla. De esta manera, cualquier situación de emergencia podría ser atendida rápidamente ante un buceo de poca profundidad.

Aunque el ensayo fue un éxito, esta inmersión de prueba nos sirvió para dimensionar realmente lo que nos esperaba en los buceos en esta aguas: temperaturas del agua inferiores a cero (-2 a -3°C) y visibilidad muy reducida debido a una haloclina muy pronunciada por la presencia de aguas dulces en la capa superior del mar cerca de las orillas. Era previsible que sería la situación normal debido a la abundante presencia de hielos en estas aguas.

El agua bajo cero, solo nos permitía bucear por un máximo de 30 a 35 minutos, puesto que las manos comenzaban a doler por el frío, con el riesgo de sufrir daños en nuestras articulaciones.

Toda nuestra estadía en Isla Rey Jorge sería la preparación para la etapa más dura de la expedición, que sería llevada a cabo mucho más al sur, en la base Yelcho del INACH en el paralelo 64,9.

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El viaje al círculo polar.

La Bahía Fildes es el punto de entrada de casi todas las expediciones hacia la Antártica, por su privilegiada ubicación cerca de Punta Arenas. Es la Torre de Babel del continente blanco, científicos y turistas de todo el mundo esperan en este lugar su embarque a los diferentes sitios y bases más al sur.

La estadía en Bahía Fildes era la primera etapa de la expedición y ahora nos embarcábamos en el Buque Aquiles de la Armada de Chile el que nos llevaría a la Base Yelcho.

Antártica es un lugar muy especial, es de todos y no es de nadie. Y durante nuestra travesía en el Aquiles lo pudimos dimensionar en todo su significado. Aunque navegábamos en un buque de la Armada chilena, compartíamos con personas de todo el mundo, cada uno con sus propias razones para estar en este extremo lugar. Pero lo más significativo era que el INACH, con la ayuda de la Armada, brindan servicios logísticos de traslado y aprovisionamiento a equipos de científicos de todo el mundo, sin distinción.

Vivimos un ambiente de camaradería grandioso, compartiendo lo último en avances científicos en la sobremesa del almuerzo, o acompañando una cerveza en las tardes.

Y todo esto con el telón de fondo de los magníficos paisajes antárticos.

Luego de 5 días de navegación, llegamos a nuestro destino más esperado, la Base Yelcho.

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Bahía Sur, Isla Doumer

La Base Yelcho se encuentra en una protegida bahía en la Isla Doumer, en medio de una colonia de pingüinos Papúa. Es un lugar privilegiado para los estudios marinos, pues justo frente a la base, el fondo marino desciende abruptamente hasta los 90 metros.

Nuestro equipo sería el primero en bucear en estas aguas luego de más de 20 años, esta vez con la misión de tomar muestras y registrar fotográficamente todo lo que pudiéramos y nos permitiera el clima.

La primera noche fue algo espectacular, a las 3 de la mañana la luna llena iluminaba las montañas nevadas, deleitándonos con una visión mágica de sus reflejos en el mar de la bahía en un paisaje de ensueño. Y era solo eso, un sueño.

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Vientos extremos y gigantes amables

El despertar al día siguiente nos trajo nuevamente a la realidad, vientos que en ocasiones superaban los 90 km/h nos hacían desconfiar del éxito de nuestra misión.

Solo disponíamos de 8 días antes de que llegara el buque de la Armada a recogernos para partir de vuelta. Por lo que mientras no pudiéramos bucear, nos abocamos a otro importante objetivo de nuestra misión, el muestreo de ballenas.

Las ballenas son uno de los mejores indicadores de la salud de un ecosistema, al estar tan arriba en la cadena trófica, la presencia de contaminantes en sus tejidos es una señal de alarma que debe ser atendida.

Bahía Sur era un sitio privilegiado para su estudio pues sin exagerar, las ballenas jorobadas pasan a solo un par de metros de la base. La razón es que en la bahía, por su profundidad y cercanía a los hielos, es posible encontrar mucho alimento para estos gentiles gigantes, los cuales aparecían alimentándose en el lado opuesto de la bahía, y luego se retiraban de la bahía por el lado de la base, pasando a sólo metros de nosotros.

El ser testigos del paso de estas ballenas tan cerca de nosotros, nos llenaba de ansiedad por bucear en estas aguas. Pero los fuertes vientos nos obligaban a seguir esperando.

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Buceo Extremo

Al tercer día se nos presentó la primera oportunidad para sumergirnos justo frente a la base. La idea era explorar el fondo en este lugar para entregar un informe al INACH sobre la factibilidad de bucear en estos lugares.

Luego de haber preparado todo nuestro equipo y planificar el buceo, comenzamos la inmersión: el agua era realmente fría, lo podía sentir en mis manos que sujetaban el cabo de descenso y mi equipo de fotografía submarina. La pared era tremendamente inclinada, lo que pude registrar en algunas fotografías.

Pero al llegar a los 18 metros comienzo a escuchar un sonido extraño, continuo, parecido al ruido blanco del televisor cuando no sintoniza un canal.

A medida que pasaban los segundos, el sonido se hacía más fuerte ahora acompañado de un flujo de aire continuo desde mi regulador… vaya, el temido congelamiento de tu equipo, esta vez haciendo fallar mi aparato para respirar con un free-flow. Apuré los disparos para hacer las últimas fotografías submarinas que buscábamos e hice las señas a Luis Torres para comenzar el ascenso controlado.

Afortunadamente, Luis, un buzo con experiencia, me daba la seguridad de que en caso de empeorar el problema, reaccionaría adecuadamente. Cuando llegamos a la superficie, el frío golpeó mi cara.

Este pequeño incidente no nos amilanó. Contábamos con equipos de repuesto y muchas ganas para volver a sumergirnos, y así continuar la toma de muestras y registro fotográfico.
Los siguientes buceos fueron más tranquilos, sin percances, lo que nos permitió analizar de mejor manera los fondos marinos antárticos.

El paso constante de los icebergs es un factor decisivo en la conformación del fondo marino. En los primeros 10 a 15 metros de profundidad, las rocas se ven cubierta con una sutil alfombra de algas que ocultan una increíble cantidad de animales que viven bajo las rocas, protegidos de esta manera del paso de los hielos. Bucear en estas latitudes es un privilegio de pocos, pero el privilegio es mayor al ser testigo de lo que es un mar sin la presencia y contaminación.

La capa de agua dulce presente en la superficie limita enormemente la luz a muy pocos metros de profundidad, lo que sumado a la poca visibilidad hace de la fotografía un desafío tremendo. Sin embargo, pudimos lograr lo que buscábamos, al retratar la realidad de estas aguas.

Habíamos cumplido nuestros objetivos, la recolección de muestras y registro fotográfico había sido un éxito y debíamos preparar nuestra partida.

Nuestro equipo cerraba la temporada en la Base Yelcho, por lo que realizamos la operación de cierre de base, a la espera de los próximos expedicionarios del siguiente año.
Irónicamente, y como si la naturaleza nos repitiera a cada momento su mensaje, el último día fue espectacular, con un día sin viento y despejado, como no habíamos tenido en toda nuestra estadía. Es que así es la Antártica, donde solo puedes bailar al ritmo de la naturaleza.

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