Subir al Aconcagua por primera vez es todo un desafío. José Coz decidió realizar el ascenso sin haber tenido experiencia en montañismo. Se preparó un par de meses y se lanzó a domar al gigante que custodia a Chile y Argentina.
Texto : José Coz
Fotos: José Coz, Marcelo Cruz Magaña, M. Paz Valenzuela
Llevaba un tiempo buscando un deporte que me entretuviera en el cual no existiera la sensación de trabajo o compromiso, sino que se tratara más de hacerlo como un panorama. Después de probar varias cosas como kite y surf, decidí ponerle empeño al montañismo, actividad en la que tenía nula o escasa experiencia. Eso sí, me parecía que para ser justo y asegurarme de conocer realmente cómo se vivía el montañismo, tenía que comprometerme 100%.
No se puede partir por los Himalaya, por lo que decidí intentar subir el Aconcagua que tenía la combinación perfecta de factores: está cerca de donde vivo, su ruta normal no contempla dificultad técnica y tiene una altura considerable (6.964 m.s.n.m.), que lo convierte en un reto incluso para los experimentados.
Estaba lejos de dimensionar el verdadero desafío que esto involucraba, pero consciente de ser inexperto, me puse en contacto con Vertical. Les escribí de la nada, sin muchas expectativas. Para mi sorpresa, a las pocas horas me contestó por email Kiko Guzmán desde el campamento base del Everest en el Tíbet para citarme a una entrevista en Vertical.
Los pies en la tierra
La entrevista fue el rayado de cancha. Me aclararon que no era una locura proponerse subir el Aconcagua como un principiante, pero que necesitaba prepararme, así que me invitaron a su expedición de enero del 2017. Tenía que entrenar, equiparme y aprender, así que empezamos a salir una vez cada dos semanas; trekkings por el día y tres salidas de preparación. La última, al Cerro el Plomo.
Así conocí a mi grupo. Éramos diez personas, entre principiantes, guías y otros con mucha experiencia como María Paz Valenzuela que volvía al Aconcagua por segunda vez. De edad también éramos muy diversos: 19 a 60 años. En todo caso esto solo contribuyó al buen humor. Nos reímos muchísimo.
El entrenamiento rendía sus frutos mientras se acercaban las salidas. Además, cada uno fue comprando los equipos necesarios, para lo cual fue clave la experiencia y orientación de nuestros guías de Vertical.
Llegó diciembre y partimos al Plomo, cuya cima se eleva a 5.424 m.s.n.m. El plan era tomarnos cuatro días para subir y estar de vuelta en Santiago, lo que era conservador y permitiría a cada uno una buena aclimatación y conocer nuestra reacción a la altura. Sin embargo, llegando al primer campamento -en Piedra Numerada- se puso a nevar muy fuerte y no paró en 24 horas ¡en diciembre! Tuvimos que acortar la salida sin posibilidad de hacer cumbre. Llegamos hasta La Hoya a 4.300 m.s.n.m. para luego devolvernos a Santiago. Yo al menos, quedé con la sensación de que no habíamos sido sometidos a prueba y que era posible que la ida al Aconcagua me quedara como poncho.
Gracias a Dios con un par de amigos de la expedición logramos incorporarnos a una segunda salida de Vertical al Plomo antes de partir para Argentina, y esa vez sí tuvimos suerte y llegamos todos a la cumbre. Fue muy duro. El día de cumbre hubo vientos de casi 100 km/h y la pérdida del apetito me jugó una mala pasada porque me agoté, lo que me hizo más difícil el último tramo y la bajada. Me lo habían advertido, pero ahora la lección quedó aprendida: en altura hay que comer sí o sí, con o sin hambre.
Hacia Argentina
Finalmente, el 15 de enero partimos para el Parque Provincial Aconcagua, en Argentina. Curiosamente, mucha gente piensa que el Aconcagua está en Chile o bien que la montaña la comparten Chile y Argentina. Es un error muy común, pero resulta que el Aconcagua está por completo en territorio argentino, en la provincia de Mendoza. La entrada se encuentra un par de kilómetros después del cruce de la frontera del Paso Los Libertadores. Era un viaje que debería haber demorado 3 a 4 horas pero que tomó muchísimo más por un paro de aduanas. Llegamos a dormir a una hostería en Penitentes, donde aprovechamos de despedirnos de todas las comodidades. Aquí se acababan las duchas, baños, etc.
La mañana siguiente, entramos al Parque, dejamos los autos, nos pusimos las mochilas y partimos caminando. Fue un día corto y tranquilo; 2 a 3 horas hasta el primer campamento en un lugar llamado Confluencia, a 3.200 m.s.n.m., donde instalamos las carpas. Aquí está el primer puesto de los guardaparques y uno debe pasar un control médico para poder seguir. Al día siguiente fuimos por el día a Plaza Francia, un trekking que te aproxima a la cara sur del Aconcagua, que es una pared impresionante de una vertical de 2.800 metros hasta la cumbre sur.
El día 3 partimos al segundo campamento, Plaza de Mulas. Se trata de una caminata bien larga de unas 7 u 8 horas que terminan en una subida matadora llamada Cuesta Brava.
Un campamento enorme
Plaza de Mulas queda a 4.300 metros de altura y no es un montoncito de carpas. Debe haber habido unas 200 a 300 personas en este campamento, entre las cuales hay quienes se quedan toda la temporada: porteadores, operadores, guardaparques, doctores, etc. También hay tres o cuatro compañías grandes que organizan expediciones al Aconcagua y aquí están sus bases; tienen domos para cada uno de sus grupos e incluso algunas cuentan con piezas con camarotes para sus clientes, muchos de ellos en la ruta de las Seven Summits. Ésta consiste en subir la montaña más alta de cada uno de los continentes y, siendo el Aconcagua la más alta de América, el público era bastante internacional: rusos, brasileros, estadounidenses y muchos europeos. Nosotros éramos el único grupo chileno en ese momento.
Estuvimos tres días haciendo trekking y descansando para ayudarnos con la aclimatación a la altura. En uno de ellos hicimos un pequeño porteo de comida a Canadá, un campamento a 4.930 m.s.n.m. donde algunos grupos acampan antes de Nido de Cóndores, que sería nuestro campamento de altura. Así, partimos desde Plaza de Mulas a Nido de Cóndores en el día número 7 de la expedición. Nuestro grupo estaba de buen ánimo, caminábamos todos a buen ritmo y ganábamos altura progresivamente, pero nos demoramos unas seis horas para llegar a Nido de Cóndores a 5.350 m.s.n.m., cercano a la altura de la cima del Plomo. Aquí la cosa cambia bastante. Hay que moverse lento, el apetito baja de manera considerable y hace un frío importante. Si no duermes con el agua adentro del saco, amanece congelada sí o sí.
Comienza el show
Al día siguiente, uno de los miembros de la expedición amaneció muy mal. Estaba enfermo, no sabíamos qué tenía y una de las posibilidades era una apendicitis. Hubo que evacuarlo en helicóptero desde Nido de Cóndores, lo que fue una maniobra difícil. Era la primera baja y con él se fue también uno de los guías, que lo acompañó incluso hasta que lo hospitalizaron en Chile. Resultó que tenía un cálculo renal; nada que ver con la altura.
Este era un día de descanso, ya que el pronóstico del tiempo era bueno, de manera que intentaríamos cumbre desde Nido de Cóndores al día siguiente. La mayoría de las expediciones y grupos intentan la cumbre desde los campamentos Cólera y Berlín, que quedan bastante más arriba, cerca de los 6.000 metros, pero nuestro plan era hacerlo sin campamentos intermedios. Así que preparamos harta agua, comimos bien y nos hidratamos porque a las 2 am partía el show. Estaba bien ansioso por decir lo menos; ahora se vería si estábamos listos o no.
Sonaron los despertadores y nos equipamos “rápidamente”. A esta altura el pensamiento es un poco más desordenado y cuesta ser práctico; puedes pasarte 10 minutos buscando una linterna que tienes en la mano. Nos reunimos todos a la hora acordada y partimos a oscuras.
Antes de llegar a Berlín (5.770 m.s.n.m.) una parte del grupo decidió volver porque se sentían lentos y no querían arriesgar al resto del grupo, así que bajaron con Héctor Jorquera, guía. Pero Héctor fue capaz de bajar a Nido de Cóndores y volver a alcanzarnos en poco rato. Estaba muy preparado. Así, tomando altura y avanzando pasamos el campamento Berlín y seguimos en ruta hacia Independencia (6.500 m.s.n.m.), donde llegamos a antes de las 11 de la mañana. Hasta aquí íbamos a paso firme y dentro del horario, ya que a las 2 pm teníamos contemplado empezar a bajar. Sin embargo, desde Independencia hacia arriba empezamos a andar más lento. Comenzó la famosa Travesía sobre el Gran Acarreo y aquí tuvimos otro set de bajas. Seguíamos adelante seis, con Héctor de guía a la cabeza.
La casi cumbre
Nos demoramos tres horas en llegar a La Cueva, lugar donde comienza el tramo de ascensión final hacia la cumbre del Aconcagua y la parte más difícil de la ruta, la más empinada y a mayor altitud, conocida como La Canaleta. Estábamos bien cansados y nos habían dado las 2 de la tarde, pero considerando que teníamos un día muy bueno, pedimos autorización para extender la hora de bajada hasta las 4. Dos personas se quedaron y sólo cuatro seguimos detrás de Héctor. El avance era cada vez más lento y el esfuerzo para moverse era brutal en un terreno empinado y bien difícil, caminando con crampones. Me puse muy lento y quedé al final del grupo. Había subido la Canaleta y me quedaba el último tramo de poco desnivel, no más de 50 metros de altura y unos 250 de distancia a la cumbre, pero estaba extenuado. Quedaban 15 minutos para la hora de bajada y me di cuenta de que no alcanzaría a llegar. Decidí parar y me comprometí con el resto a que los esperaría ahí a que bajaran.
Me quería morir. Llevaba la mejor parte de un año preparándome y no lo iba a lograr. Lloré como un niño. Un andinista argentino que bajaba de la cumbre me alentó para que siguiera porque no quedaba nada. Pero ahí vi cómo dos guías locales bajaban a un montañista que venía prácticamente inconsciente y me asusté. Llamé a mi papá con un teléfono satelital que había llevado para contarle que no seguía y decidí bajar de inmediato. Ese día hicieron cumbre Héctor, María Paz Valenzuela, José Tomás Ibáñez y Benjamín Varela.
Quedé con una gran frustración. Había subido durante catorce horas para nada. Nos demoramos seis horas en bajar hasta Nido de Cóndores, donde comimos un poco, nos hidratamos y nos fuimos a dormir.
Sin rendirse
Desperté con una inmensa claridad de que no iba a bajar de la montaña: era el día 10, quedaba tiempo de permiso del parque y el pronóstico del tiempo era bueno. Hablé con el jefe de la expedición Marcelo Cruz y con Héctor. Acordamos que Héctor y yo intentaríamos cumbre otra vez mientras los demás regresaban.
Se levantó el campamento y nos despedimos del grupo para tomarnos un día de descanso en Nido de Cóndores. El plan era subir al día siguiente al campamento Cólera (5.970 m.s.n.m.), dormir y partir para la cumbre a las 4 am, y eso fue lo que hicimos. Nos tomamos las cosas con calma, comimos bien, nos hidratamos y a las 4 salimos de Cólera con la esperanza de hacer cumbre, pero estábamos muy cansados por el intento anterior lo que nos hacía muy lentos.
Sin embargo, progresábamos de manera constante. Pasamos Independencia y la bendita Travesía para llegar a La Cueva antes de la 1 de la tarde. Estábamos muy cansados y lentos, lo que me preocupó. Pero Héctor me dijo “vamos a llegar sí o sí, así que vayámonos lento”. Íbamos delante de un grupo de argentinos en un día espectacular, y avanzamos hasta llegar a la cumbre poco antes de las 3. Fue una alegría y emoción inmensa. Llamamos para reportarnos y nos sacamos un par de fotos, no sin antes ofrecerle el teléfono a uno de los argentinos que resultó medio patudo y llamó a la familia completa… Fue una escena comiquísima.
Bajamos con una sonrisa y al día siguiente llegamos de vuelta a Nido de Cóndores y después a la entrada del Parque, donde nos esperaban algunos amigos del grupo. Llegamos ese mismo día a Santiago agotados, pero felices.
Fue una gran aventura. Sumamente enriquecedora en todo aspecto: amigos, aprendizaje, desafíos y más que nada autoconocimiento. Ésta es una expedición para cualquiera, especialmente para los porfiados. Sólo se necesitan las ganas y la guía de buenas personas con mucha experiencia, como los que me guiaron a mí.