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Windsurf Isla Mocha-Tirúa

En la edición 136 de Outdoors compartimos con ustedes un relato de de Felipe «Chepo» Pizarro en que participaba de «un insólito desafío que, según los registros, antes solo había realizado un windsurfista: navegar desde la misteriosa Mocha, una isla perdida entre la bruma, distante a unos 35 km. del continente, a la localidad de Tirúa»
Aquí los dejamos con la historia y, por fin, el video.

«Estaba preocupado. Tenia frío. Quedaba mucho y ya eran las 5 de la tarde.
El viento cada vez estaba más flojo y yo recién estaba en la mitad de la travesía, navegando al límite. La costa se veía lejos. En realidad ni siquiera la costa sino el horizonte; una fina línea difícil de divisar.
Pese a todo estaba decidido a completar la travesía y tras media hora de tractorear todo cambió. Mientras más me acercaba a la costa el viento comenzaba a ser más y más fuerte. De pronto comencé a planear y a pasarla bien. Chao preocupación el objetivo ya estaba ahí.
Bastó derivar para achuntarle a la playa precisa donde el viaje iba a terminar; ahí donde estaba la gente del pueblo esperando que llegaran los windsurfistas, con unos cortitos de vino para que pasara el frío. Cuatro partners ya habían hecho salud y cuando tocó mi turno lo único que atiné a hacer fue recordar cómo había comenzado esta aventura.
¡Qué la raja!, recuerdo que le di el sí a la invitación de Gonzalo Camiroaga, inconsciente de lo que en realidad significaba el viaje, considerando que para entonces mi máxima navegada había sido desde Matanzas a Pupuya, no más de 3 kilómetros; un 10% de lo que después tendría que enfrentar.

De vuelta al principio
El resto fue invitar a los amigos y ayudar en la logística.
¿Qué tabla llevar? ¿Qué vela? ¿Cuántas velas? ¿Cuántas tablas? La respuesta no tardó en llegar; solo una. Si le achuntabas bien, sino, habría que aperrar.
Un día antes de la partida vamos en la camioneta de Windsurfingchile el Mono, Pablo, Cote, Sergio y Osmán. Todo bien hasta 100 kilómetros antes de Victoria donde pinchamos rueda; cambiarla no fue tan difícil como esperar el repuesto en El Sauce; un raro pueblo suspendido en el tiempo. Todo era la antesala de una costa desconocida y con gente de pocas palabras en la que fuertes vientos parecen marcar el carácter de sus habitantes.
Ese día hicimos stand up paddle en Quirico. Comimos queque. Fuimos a un bar de karaoke donde no había karaoke. Comimos merluza. Nos acostamos temprano: sabíamos que había buen prono pero había silencio. Nervio. Nunca nadie había echo algo parecido.

Desafío Océanico
Eran las 11 de la mañana cuando un lanchón de pescadores pasó el set de olas; un claro presagio de lo que vendría. De ahí en adelante todo sería ansiedad: subirse a la Talcahuano, la patrullera de la Armada, chequear el track por el cual después habría que devolverse; darse cuenta que el viento era variable, a veces incluso inexistente.
El plan original era llegar a la isla a las 10 de la mañana, pero llegamos cuatro horas después, o sea en un horario critico, más cerca de la hora de la once que del medio día y el mejor viento.
Armamos rápido. Todo el pueblo se había congregado en torno al muelle de la isla para comprobar en persona si era verdad o no eso que parecía cuento; unos citadinos iban a desafiar al océano en una embarcación no más grande que una tabla de planchar. La gente curiosa se reía. Nosotros estábamos decididos; teníamos que hacer lo que mejor sabemos hacer: navegar

La estela de la gran ballena
Había 18 nudos. El agua estaba fría. Planeaba y pensé que esto iba a ser fácil, muy fácil: diez minutos después todo cambiaría radicalmente.
El viento bajó a menos de la mitad pero no había vuelta atrás. Ahí en frente aún estaban los 35 kilómetros que cruzar. Los mismos que años atrás sorteó Nicolás Recordón; el único windsurfista que, según los registros, había navegado en Chile una distancia tan grande.
Afortunadamente la preocupación no duró más de media hora. Después fue puro gozar más de 30 nudos sobre grandes tumbos. El mar de los lefquenches (los mapuches de la costa) mostraba todo ese poder que hizo que aquí se contaran increíbles leyendas como la de Mocha Dick, la ballena blanca en la que se inspiró Melville para escribir Moby Dick.
Casi dos horas después apareció la playa. Faltaba poco para celebrar. Puro filete».