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Trekking por Laugavegur, Islandia

Cuando decidimos que íbamos a Islandia lo primero que hice fue ponerme a buscar información de lo que podíamos hacer en este país. Mi sorpresa fue grande, puesto que encontré demasiadas alternativas y elegir lo mejor en apenas 9 o 10 días no fue fácil.

Texto y Fotos: Álvaro Vivanco, www.dav.cl

Cuando uno piensa en Islandia lo asocia con hielo, aislamiento, desolación y un clima despiadado. Algo de eso hay, pero no es todo. En primer lugar, Islandia no es un país tan pequeño como muchos creen. Tiene más de 100.000 km², lo que la convierte en la segunda isla más grande de Europa, tras Gran Bretaña y por delante de Irlanda. Islandia es más grande que muchos países europeos, como Suiza, Holanda o Austria, pero está muchísimo menos poblado que todos ellos. Mientras estábamos allá nació el habitante número 300.000, lo que fue celebrado por la población local. Esta baja densidad de población, sumado a que en Reikjavik vive una gran parte de sus habitantes (aproximadamente 200.000) hace que grandes extensiones de terreno estén deshabitadas. Y lo están porque son prácticamente inhabitables. A pesar de esto, en verano se puede recorrer buena parte del país, el clima no es tan duro, llueve bastante y hay viento, nada que con mucha paciencia y buen Goretex no se pueda hacer. Lo de inhabitable proviene porque, entre otras cosas, el 10% de la superficie de la isla está cubierta por glaciares y para la latitud de Islandia, algo así como la de las bases antárticas chilenas, hay montañas altas, es decir, de más de 2.000 metros de altura.  Lo inhóspito del paisaje islandés se ve acentuado por la gran actividad volcánica presente en toda la isla que casi no tiene vegetación. Esto hace de Islandia una mezcla única en el mundo de hielo y fuego. Con estas condiciones tan particulares no cabe sino esperar que los islandeses tengan una identidad muy especial. ¡Y la tienen!

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Alta e impronunciable: Hvannadalshnjuku

En un intento por optimizar nuestro tiempo en Islandia decidimos partir lo antes posible de Reikjavik en dirección este por la costa sur hasta llegar al Parque Nacional Skaftafell. Dos grandes objetivos nos atraían ahí: Vatnajökull, el glaciar más grande de Europa con casi 8.000 km² y la montaña más alta de Islandia, el impronunciable Hvannadalshnjukur. Lamentablemente ya era difícil el ascenso del impronunciable, debido al estado del glaciar, por lo que nos conformamos con una excursión a las montañas de la zona, recompensadas con unas extraordinarias vistas al Vatnajökul y al Hvannadalshnjukur. Es lo más parecido que he encontrado a lo que uno ve de los Campos de Hielo cuando hace el circuito de las Torres del Paine, pero además con vista al mar.

Habiendo empezado a tomarle el gusto al sorprendente paisaje islandés, decidimos continuar nuestro viaje a un lugar llamado Landmannalaugar, ubicado un poco más hacia el interior de una salvaje y desolada Isalandia y donde se inicia uno de los circuitos de trekking más famosos: el Laugavegur, que nos prometía 4 o 5 días de caminata por un paisaje sacado de otro planeta. Según todas las guías que habíamos consultado, el Laugavegur estaría dentro de los mejores trekking del mundo junto a las Torres de Paine, por supuesto, a la Cordillera Blanca y al Parque Nacional Denali, entre otros.

Landmannalaugar, a pesar de aparecer en casi todos los mapas, no era un pueblo, sino que una casa donde en verano vive la persona que cobra la entrada a las termas del lugar y un bus donde una pareja vendía víveres. Después de darnos el correspondiente baño termal, partimos a nuestra aventura y entramos al planeta Islandia: cerros de colores inusuales, glaciares, fumarolas, cascadas enormes, paisaje volcánico y unas pocas zonas cubiertas de pasto donde de inmediato aparecían las ovejas islandesas, que parecían ser casi el único ser vivo que habitaba la isla.

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Planeta Islandia

El sendero, bastante bien marcado y señalizado, lleva siempre tras unas 6 horas a alguna cabaña. Oficialmente sólo se puede acampar junto a estas cabañas, para lo cual hay que pagar tarifa islandesa (una de las más caras del mundo), pero dentro de la inmensidad del territorio, siempre se puede encontrar algún lugar solitario, protegido y con suficiente agua fresca.  Luego de caminar por un paisaje que al menos se puede calificar de extraño, pasamos nuestra primera noche en carpa al fondo de una especie de cañón con fuentes de agua fría y caliente que llenaban de vapor el ambiente. Los cerros tomaban los colores más extraordinarios y estaban salpicados de lava, hielo y fumarolas. Al día siguiente pasamos por la primera cabaña, desde la cual se podía visitar un glaciar que tenía a sus pies una fuente termal. Esta contradictoria mezcla hacía que a los pies del glaciar se haya formado una enorme caverna de hielo.

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Nuestra caminata continuó por tres días más por esta geografía única hasta llegar a algo parecido a un pueblo: Thorsmork, que significa el bosque de Thor, el dios del martillo. Este es un lugar especial en Islandia puesto que ahí se encuentra uno de los pocos bosques de la isla. En realidad, se trata  de unos arbustos un poco más grandes que una persona, pero constituyen una de las pocas fuentes de madera. Una historia dice que quien se pierde en un bosque islandés, lo único que debe hacer para encontrar su camino es ponerse de pie. En Thorsmork en verano existe una conexión por bus con Reikjavik, por lo que muchos finalizan acá el trekking. Sin embargo, existe una posibilidad de continuarlo por un día más hasta alcanzar la costa en el pueblo de Skogar. Para hacer esto hay que cruzar el paso que se encuentra a más de 1.000 metros de altura entre dos de los más grandes glaciares de Islandia. A pesar de que estábamos algo mojados, hambrientos y cansados, Islandia nos tenía conquistados y estábamos decididos a seguir recorriéndola. Thorsmork nos sorprendió doblemente. Por un lado, el supuesto pueblo eran apenas dos cabañas, una a cada lado de un gran río. Por otro, pudimos conocer la extraña hospitalidad de los islandeses, quienes a pesar de vernos llegar mojados, cargados y cansados no nos dejaron entrar a una de las cabañas a secarnos y nos ofrecieron como alternativa acampar afuera bajo la lluvia.

 

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Al día siguiente amaneció nublado, como es habitual, pero sin lluvia por lo que iniciamos nuestra última etapa de la excursión con la esperanza de ver los grandes glaciares nuevamente y llegar a acampar cerca del mar. Cuando estábamos acercándonos al paso, de forma suave, comenzó a llover. Antes del paso la lluvia suave se había convertido en lo que uno puede esperar de Islandia: lluvia horizontal. Además la neblina apenas permitía ver el sendero. Para nuestra sorpresa, el sendero no pasaba sólo junto a los glaciares, sino que sobre uno de ellos. Afortunadamente en esta parte la ruta está marcada con varillas que nos permitieron salir del glaciar entre la neblina. Siempre acompañados por la lluvia horizontal descendimos hasta Skogar, donde además del pequeño pueblo se encuentra una de las cascadas más hermosas de Islandia. Llegamos tan mojados que no nos importaron más los absurdos precios islandeses y nos fuimos a alojar a la hostería más cercana.

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Al día siguiente, ya sin lluvia, pudimos visitar la cascada y el pequeño pueblo que tenía un museo al aire libre con algunas de esas increíbles casas típicas de Islandia. Son casas donde uno apenas puede pasar por la puerta principal, están medio enterradas en la tierra y tienen el techo cubierto con pasto. El tamaño apenas da espacio para una familia adentro. Todo debe ser así debido a la falta de materiales de construcción y al duro clima. El sólo imaginarse la vida ahí, le hace a uno sentir respeto por los islandeses.

Después de Skogar volvimos a Reikjavik para disfrutar de una buenas termas, visitar el geyser (que es la única palabra islandesa que se ha hecho universal) y algunas de las otras maravillas que hay alrededor de esta ciudad.

Al dejar Islandia y pensar en lo que habíamos visto y conocido, no podíamos dejar de imaginarnos como sería la vida ahí y como las condiciones de la isla habían formado el carácter del pueblo islandés. Entre otras cosas, Islandia tiene los índices de lectura más altos del mundo. Algunos lo atribuyen al largo período de oscuridad que ha durante los inviernos, que no permite realizar otras actividades. Nosotros preferimos creerle a la otra explicación: la vida en Islandia es un acto de poesía.