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Travesía por el Valle del Callao

Hace algunos meses, Andrés y Constanza se fueron unos días de trekking por la ruta que une el lago Todos los Santos con el lago Rupanco, pasando por el Valle del Callao, el cual se encuentra detrás del Volcán Puntiagudo. Un trekking donde la lluvia del sur se hizo notar, por una ruta no muy concurrida pero de una sorprendente belleza escénica.

Texto: Andrés Pinto
Fotos: Constanza Pinochet

La niebla reposaba tranquila y quieta. Era la bienvenida que nos daba el sur luego de un viaje que había empezado de manera muy ajetreada por las calles de Santiago. La luz del sol se asomaba lentamente dejando ante nosotros la espectacular postal del lago Llanquihue y el volcán Osorno.
El bus nos dejó en Puerto Varas y rápidamente buscamos el paradero del minibús que nos llevaría al lago Todos Los Santos. Como fuimos unos de los últimos en subir, tuvimos que irnos de pie gran parte del camino que rodeaba la hermosa orilla sur del lago. Igualmente pudimos disfrutar del paisaje y de las distintas tonalidades que nos brindaba la luz de la mañana.
Pocos fuimos los que llegamos finalmente a Puerto Petrohué, en donde nos esperaba Renata con su lancha, llamada Nemo, lista para embarcarnos por las azules aguas del lago Todos los Santos. Los colores del paisaje se acentuaban con el esplendoroso sol que irradiaba su calor desde el cielo. En ese momento no sabíamos cuánto extrañaríamos ese sol y la posibilidad de tomar fotos de manera tranquila y relajada.

El río Sin Nombre corre libre y transparente, envuelto en la exhuberante vegetación.

El río Sin Nombre corre libre y transparente, envuelto en la exhuberante vegetación.

En la recóndita bahía
Finalmente, luego de una hora navegando, llegamos hasta Puerto Rincón, una pequeña bahía escondida en donde nos dejaría el bote. Nos despedimos de Renata y su hijo y nos quedamos atrapados en el completo silencio del lugar. Con el paso de los minutos, y luego de dar vueltas por el sector decidimos que ese día acamparíamos en una gran playa que se encontraba un poco más alejada, cercana a la desembocadura del río Sin Nombre.
Aquel primer día fue de relajo, de disfrutar el lago y sus bondades, de observar la flora del sector y sorprenderse con la fauna que logramos avistar, como un colibrí que se posó en la mochila de Constanza mientras cocinábamos, justo al lado de nosotros, o como el coipo que pasó raudo frente a nuestros ojos para meterse en un tronco hueco en donde estuvo husmeando unos minutos.
La mañana siguiente se presentó algo más fría. Las nubes asomaban en el cielo y las primeras gotas no se hicieron esperar. Empezamos a caminar por un sendero que se abría entre grandes explanadas ganaderas y hermosos bosques nativos, en donde resaltaba el ulmo florido.
Después de subir una pequeña loma y de tomarnos un descanso bajo algunos árboles, escuchamos los primeros sonidos del agua rebotando entre las rocas. Metros más abajo nos

esperaba el primer puente colgante sobre el río.

Atardecer en a orillas del lago Todos los Santos, en la soledad de la desembocadura del río Sin Nombre.

Atardecer en a orillas del lago Todos los Santos, en la soledad de la desembocadura del río Sin Nombre.

Una caminata mojada
La lluvia ya caía con intensidad, fuerte, no paraba. Comimos al alero de unas ramas que nos dieron protección y seguimos caminando a las orillas del río. Poco a poco el camino agarraba altura y a lo lejos divisamos el primer refugio, Refugio Los Cóndores. Una hermosa casa atendida por la familia Yefi. Pensamos un momento si quedarnos ahí o continuar. Ya llevábamos 9 kilómetros en el cuerpo y eso nos hizo dudar un poco, pero luego decidimos completar los 14 kilómetros hasta las termas, pensando en que la recompensa de las aguas calientes iba a ser maravillosa.
Luego de dejar atrás el apacible paisaje del refugio Los Cóndores, el camino nos jugó una mala pasada, perdiéndonos entre la densa vegetación por cerca de 40 minutos, los que nos valió harto barro y la resignación de tal vez no llegar a las termas. Sin embargo logramos retomar la ruta y seguir avanzando por un sendero que mostraba una tremenda erosión, ya que las paredes de tierra se levantaban sobre nosotros, dando la impresión de estar caminando dentro de una cueva.
Nuevamente el río se hizo escuchar, y pudimos observar que en su ribera contraria se encontraba una hermosa casa. ¡Llegamos!, pensábamos, sin embargo aún había que cruzar un puente colgante largo, y otro más pequeño por sobre un brazo del río que se desviaba frente a la casa. Este último puente no era más que un tronco, con un alambre suelto que servía como pasamanos, generando bastante vértigo, tanto así que Constanza decidió finalmente irse por el agua, de manera más segura.

una hermosa flor de chilco (Fucsia magellanica).

Una hermosa flor de chilco (Fucsia magellanica).

Las termas de Callao
Avanzando hacia la casa, encontramos un pequeño cerdo investigando en la tierra. Su apariencia era bastante extraña, ya que se asemejaba más a un jabalí, por lo que tomamos nuestras precauciones, aunque luego de acercarnos a él, salió corriendo despavorido abandonando su faena. Después supimos que era mezcla de cerdo y jabalí.
Llamamos a la casa, en donde salió a recibirnos una amable mujer de la familia Altamirano, otros colonos de la zona. Conversamos unos minutos con ella y luego nos pasó las llaves del refugio y de las termas, ya que con la lluvia que caía no nos apetecía mucho armar la carpa. Nos despedimos y seguimos un par de kilómetros más hacia el norte. Fue en este momento que la lluvia se desató con todo, y como ya no caminábamos dentro del bosque, nos empapamos enteros, cosa que no impedía que disfrutáramos del momento y de los hermosos paisajes.
Finalmente divisamos el refugio de las termas del Callao. Una pequeña casita muy bien mantenida, con una mesa en su interior y un lavaplatos. Decidimos dejar nuestras cosas y partir hacia la caseta en donde se encontraban dos troncos ahuecados en forma de tina, los cuales tenían en su interior aguas termales calientes. Justo premio para una jornada agotadora y lluviosa.
Afuera se encontraban dos carpas que no presentaban movimiento. Luego de unas horas, por fin, vimos asomarse a alguien, por lo que le dijimos que se viniera dentro del refugio ya que el colapso en las carpas era evidente. Finalmente nos juntamos tres parejas. Aquella noche compartimos y cenamos juntos hasta que el cansancio se apoderó de nosotros y nos fuimos a dormir.

Cruzando desde Puerto Petrohué hasta Puerto Rincón, en la lancha de Renata. Al fondo el volcán Osorno.

Cruzando desde Puerto Petrohué hasta Puerto Rincón, en la lancha de Renata. Al fondo el volcán Osorno.

Hacia la Laguna Los Quetros
A la mañana siguiente nuestros amigos partían, unos hacia el lago Todos los Santos y los otros en dirección al lago Rupanco, que era la ruta que estábamos haciendo nosotros también, por lo que quedamos absolutamente solos en ese hermoso paraje, lleno de bosques y montañas rocosas.
Disfrutamos ese día, con muchas horas en las termas, lectura, pequeños paseos, entre otras cosas. Sirvió mucho para reponer fuerzas y mentalizarse, ya que al día siguiente sí o sí seguiríamos hacia la laguna Los Quetros. La tercera mañana despertamos temprano y arreglamos todo lo mejor posible.
El clima estaba un poco mejor. De hecho ese día pudimos almorzar a la orilla de un estero con unos tímidos rayos de sol calentando nuestro cuerpo, sin embargo eso no duraría mucho, y en el momento en que empezamos la subida más larga del trayecto, la lluvia empezó a caer. Este sector del sendero mostraba mayores signos de intervención humana, mucha deforestación y erosión del suelo por lo que a ratos, pese a la belleza intrínseca del lugar, no mostraba un mayor atractivo. La recompensa fue llegar a la laguna, coronada en sus orillas por viejos alerces y a lo lejos por un bosque impenetrable.
Llegamos al lugar para acampar y nos encontramos con nuestros amigos, a quienes habíamos conocido en el refugio de las termas, justo en el momento en que partían rumbo al lago Rupanco, mientras armábamos nuestra carpa bajo la lluvia. Fue una hermosa noche coronada por el canto de miles de sapos que se reunían a orillas de la laguna.

Esperando la barcaza en Gaviota, bajo una intensa tormenta

Esperando la barcaza en Gaviota, bajo una intensa tormenta

Gaviota: la parada final
Esa noche el clima nos dio una tregua y a la mañana siguiente el sol salió. Nuestros amigos de la otra carpa partieron temprano rumbo hacia Rupanco con la esperanza de alcanzar la barcaza que los llevaría a El Poncho, para luego abordar el bus a Osorno.
Nosotros disfrutamos de la mañana, nos bañamos en la laguna y secamos nuestra ropa. Finalmente nos dispusimos a partir. Nos fuimos hacia Gaviota, el pequeño poblado a orillas del lago Rupanco.
El sendero estaba muy barroso y difícil de transitar, pero valió la pena estar ahí porque tuve la inmensa suerte de observar como una ranita de Darwin trataba de esconderse entre unas ramas.
Pasamos por Pichi laguna y luego ya se empezó a abrir el paisaje. Aquí tuvimos una hermosa vista al Lago Rupanco y al volcán Casablanca. Poco a poco fuimos viendo más casas y personas, una escuelita e incluso un negocio. Llegando a Gaviota nos dirigimos hacia el río que lleva el mismo nombre. Ahí encontramos un buen lugar para acampar y disfrutar del de los alrededores de Gaviota y adentrarnos un poco por el río.
Finalmente, un día miércoles, llegó la barcaza bajo una gran tormenta. De hecho el temor de que no pudiese ir a buscarnos era alto, por el mal tiempo. Sin embargo, mojados y todo, logramos embárcanos al igual que nuestros amigos que conocimos en las termas y otras personas del pueblo. La lluvia no paraba, y ya instalados dentro de la cabina pudimos ver como quedaba atrás nuestra travesía por el valle del Callao, un lugar aislado rodeado de hermosos paisajes.