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Surfeando más allá de Chiloé

Un grupo de surfistas y amantes de las olas salieron, de la mano de una expedición de Billabong, a conocer las costas que, del lado continental, enfrentan Chiloé, en la región de Los Lagos. Un espacio prístino y difícil de alcanzar donde el surf, rocas y bosques se mezclan, y ofrecen olas que se desmarcan de la protección de los canales y fiordos, y reciben el poder de las mareas y corrientes del Corcovado.

Texto: Ixa Llambías Fotos: Pablo Jiménez

 

Recorrer Chile es algo que me apasiona. Me encantan sus lugares apartados, con su flora y fauna nativa, y sus paisajes asombrosos. Por eso cuando Billabong nos comentó que íbamos a realizar la campaña de invierno en el sur de Chile, en una embarcación a través del canal del Chacao, comencé inmediatamente a prepararme para la aventura. ¡Nada mejor que emprender un surf trip rumbo al sur con tus amigos!

Nos embarcamos en Dalcahue, en la zona centro de Chiloé, un viernes de diciembre; era de noche, pues durante el día viajamos por tierra a través de la Panamericana Sur. No sabíamos exactamente cuál sería nuestro barco, y desde el zodiac observábamos ansiosos a cuál nos subiríamos. Veíamos muchos botes chilotes, hasta que de pronto el capitán apunta a una embarcación blanca e iluminada. Resplandecía en las aguas del canal Dalcahue, distinguíamos los colores de madera nativa, mientras los tripulantes del yate nos saludaban desde la proa, sin duda una joyita del mar.

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 Fiordos de Serenidad

Una vez a bordo todos los invitados a esta experiencia: Cristián Merello, Jessica Anderson, Camilo Hernández, Antonia Gálmez y yo. Ya instalados en nuestras habitaciones, nos reunimos en la sala común para escuchar las reglas del capitán. Todos entendimos que mientras tuviéramos precaución para no caer por la borda, todo lo demás que debíamos hacer era disfrutar.

La madrugada siguiente zarpamos bordeando la isla Quinchao, abriéndonos paso desde el canal Alao hacia el de Apiao, que es donde se extiende la ruta hacia el Golfo del Corcovado. Llegamos a una bahía, al sur de Chaitén, y nos adentramos por su cauce, mientras hacíamos fotos en el yate con la ropa de la campaña. Luego bajamos a la playa, donde nos unimos a la preparación de un cordero a la espada, al más puro estilo chilote.

El mar entre estos fiordos es sereno, de color esmeralda, y desde los cerros caen al mar los árboles nativos que inundan el lugar de asombrosos colores y formas. Nos imaginábamos cómo sería este lugar con buenas condiciones de olas; lamentablemente la búsqueda las olas continuaría para los siguientes días, así que fuimos a recorrer en SUP la costa del lugar. Divisamos entre el bosque una caída de agua rodeada de coihues, lumas, canelos y nalcas, y decidimos ir a recorrerla para apreciar su belleza y tomar su pura agua. Regresamos al yate al atardecer, pues al otro día nuevamente zarpábamos de madrugada.

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Momentos Perfectos

El motor se encendió a las 05:30 con destino al sur. Bordeamos la costa este del Golfo de Corcovado, pero no podíamos ver nada de la costa: la neblina era espesa y la navegación muy movida, lo que nos hacía mantenernos a unas 20 millas náuticas distantes de la costa. Algunos de nuestros compañeros cayeron mareados en sus habitaciones y los que no, conversábamos con la tripulación, tomábamos mate y jugábamos cartas. Mientras nos adentrábamos por la espectacular bahía e distante más de 8 horas de nuestro zarpe en la madrugada, la geografía cambiaba dramáticamente; era más fragmentada y en pequeños islotes veíamos pingüinos de Humboldt.

Mirábamos a nuestro alrededor el día invernal, la niebla viajaba entre las copas de los verdosos árboles mientras los chucaos y otras aves cantaban armoniosamente. Almorzamos a bordo un delicioso ceviche de salmón y merluza austral, que recompuso el ánimo de todos y decidimos bajar a reconocer terreno. Con Antonia y Jessica caminamos por la arena, entre aguas y bosques impenetrables. Desde el interior de la selva patagónica se oían crujidos de ramas y cantos de aves, era una sintonía perfecta. Disfrutábamos del aroma puro y limpio del lugar, cuando vimos que Cristián y Camilo estaban recolectando leña para hacer una fogata a orillas del canal. Fuimos a acompañarlos en este momento perfecto alrededor del fuego.

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 A correr

Al día siguiente la misión era surfear, por lo que nos acercamos en los zodiac a la playa con mayor potencial: fueron casi 3 horas de navegación. Pisamos tierra en una playa de bolones de piedra; las olas eran pequeñas, pero el escenario simplemente increíble. El tiempo en este lugar parecía como que se hubiera detenido. Vestigios de toninas, las nalcas cayendo precipitadamente por los acantilados a la playa, todo era asombroso. En contraste a la belleza natural nos impresionan los residuos de las salmoneras, que luego de terminar su faena dejan las instalaciones botadas y las corrientes y temporales se encargan de moverlas hasta las costas. Es desolador pensar que tan bellos lugares puedan ser contaminados sin responsabilidad.

Nuestros pasos continuaban en dirección a las olas; Cristián y Jessica se cambian rápidamente para entrar al mar a correr la pequeña izquierda que quebraba sobre los bolones. De fondo a lo lejos, el volcán Corcovado imponente con sus 2.300 metros de altitud coronaba la sesión de surf en el sur austral. El tamaño de las olas nos dejó con ganas de más, pero sin duda fue una sesión memorable.

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El Mejor Remedio

El yate nos recogió en la playa al sunset, las toninas nos acompañaron en la navegación. El mar se puso bastante movido y violento así que pensamos que la mejor manera para evitar el mareo era poner música y bailar. Subimos a cubierta y bailamos mirando la grandeza del volcán Corcovado y el sol escondiéndose en el horizonte, un escenario perfecto para comenzar el regreso a Chiloé. Una noche estrellada despide nuestro día de surf.

Llegamos a la isla Apiao y bajamos para recorrer el lugar: es un clásico escenario chilote, con una pequeña iglesia de tejuelas de vivos colores, caballos alrededor y hombres de mar que salen en sus folclóricas embarcaciones. Este cuadro despide nuestro viaje, regresamos al yate y navegamos a Dalcahue, donde la aventura comenzó. Nos despedimos de la tripulación y nos vamos de regreso gracias a Billabong con una increíble experiencia e incontables imágenes del paisaje chilote de nuestro país y qué mejor que compartida con nuestros amigos.