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Kayak por el Río Serrano en Magallanes

Muy cerca del Parque Torres del Paine, hay otro mundo para conocer. El río Serrano es un lugar mágico para realizar una travesía en kayak por sus impresionantes paisajes, soledad y quietas aguas.

Texto: Teresa Arnaboldi / Fotos: Francisco Ibarra

El viajé se articuló a último minuto. Luego de una invitación para cubrir el Patagonia International Marathon, decidimos quedarnos unos días más en Puerto Natales para aprovechar la zona y realizar actividades un poco más desconocidas. Nos recomendaron una expedición en kayak por el río Serrano. No me entusiasmaba mucho la idea porque era la primera vez que me subía a un kayak en un río y  pensé que íbamos a descender  por rápidos. Me imaginaba que el propósito de ese deporte era bajar por cascadas, darse vueltas y mojarse. ¡La perspectiva de caer a las aguas gélidas de  un río patagónico no me resultaba muy estimulante! El fotógrafo que me acompañaba en esta ocasión contribuyó  a aumentar mi  ansiedad, ya que llevaba dos tipos de GPS, uno de forma de reloj para la muñeca  y otro para el kayak, además de una radio para comunicarse con los marinos. “Ese es por si nos perdemos”, me dijo.

Lluvia en el horizonte

La aventura comenzó en un jeep de la empresa Tu Travesía, de Germán Doggenweiler, quien ha realizado expediciones en kayak de larga duración, entre ellas un cruce de 78 días remando en pleno invierno entre Puerto Natales hasta el Cabo de Hornos. El recorrido total que hizo en esa ocasión fue de mil kilométros.

Mientras nos acercábamos al Parque Nacional Torres del Paine, nubes negras se comenzaron a asomar en el horizonte. La lluvia nos recibió cerca del Hotel Serrano donde comenzaba la travesía, por lo que tuvimos  que bajar los kayaks bajo un  chorro de agua mientras se mojaba el resto del equipaje. Para mantenernos secos, José Luis, nuestro joven  guía oriundo de Punta Arenas y experto kayakista, nos pasó trajes secos aunque nos advirtió que si caíamos a las gélidas aguas los trajes secos no nos ayudarían a capear el frío. La particularidad de esos trajes es que  mantiene la ropa seca aunque no proveen calor por lo que sólo el movimiento tempera el cuerpo.

Después de la charla de seguridad de rigor  y de introducir las carpas, la comida y los sacos en bolsos secos, llevamos los kayaks Amaruk, de una y doble cabina al río Serrano, curso de agua que  se sitúa en su mayor parte dentro del Parque Nacional Bernardo O’Higgins.  Con una longitud de 38 km, este afluente es la conexión por agua que une Puerto Natales con Torres del Paine. Cuando comenzó el descenso me encontré con la sorpresa de que el río Serrano era amigable y bastante calmado, lo que me  permitió relajarme y disfrutar del maravilloso paisaje. Se trata de un río de poca profundidad y en invierno es áun más bajo, debido a que no han comenzado los deshielos. La temperatura del agua no sobrepasa los 6 grados y, además, como los terrenos de la Patagonia son planos, no tiene mucha pendiente, por lo que la velocidad del agua es lenta y constante, de unos 7 km por hora.

Viento en contra

Al mediodía comenzamos a remar río abajo entre laderas con bosques de coigue. Luego de 20 minutos de remo, a 2 kilómetros de distancia de la partida, divisamos un pájaro azul con cuello blanco al que el guía reconoció como un martín pescador. Nos comentó que era extraño ver a ese pájaro a esa altura del río. El martín pescador nos observó sin moverse, mientras pasábamos al lado suyo, como si fuésemos parte del río. Más adelante voló y se posó junto a una hembra en un tronco, en medio de las aguas. Ninguno de ellos se inmutó ante nuestra presencia.

Mientras nos alejábamos de los martín pescador, una vista impresionante de las Torres del Paine apareció a nuestras espaldas. Pudimos apreciar Las Torres y Los Cachos a la vez.

Una hora después llegamos a la intersección con el río Grey¸  omo sus aguas vienen directamente del glaciar Grey, corre con un color casi blanquecino, por lo que en la unión de los dos ríos se ve la separación de los colores. Nos bajamos de los kayaks y los arrastramos cien metros por tierra para evitar el salto del río Serrano, una pequeña cascada.

Del otro lado nos sentamos en un muelle a almorzar y tomar mate, todo preparado por José Luis. Esta pequeña parada nos ayudó a recuperar energías para seguir remando río abajo.

A las 14:00 volvimos al río y llegamos a una zona más expuesta donde el viento pegaba de frente, por lo que se hacía más difícil avanzar: no lográbamos superar los 5 km por hora. La lluvia pasó a una ligera llovizna y aunque el viento era fuerte  el guía nos comentó que en esa zona  una vez vio venir una ráfaga de más de 100 kilómetros que le dio vuelta el kayak a unos turistas en el agua.  Mientras explicaba la fuerza del viento, sentimos una especie de tronadura: no se trataba de un embate de la naturaleza sino de veinte caballos peludos y salvajes que aparecieron corriendo y luego se perdieron en el  bosque.

Más adelante divisamos a los lejos el glaciar Tyndall y, luego de unas cuatro horas remando,  encontramos  un pequeño bote en la ribera derecha. El guía nos explicó que pertenecía a un ermitaño que hacía más de 25 años residía ahí sin ver la civilización. Dormía en una ruca  y se alimentaba solo de animales. Para tener luz en la noche sacaba grasa de las vacas y les ponía una mecha. Según el guía, su padre, dueño de las tierras, le había dicho antes de morir que él debía cuidar ese lugar.

Un glaciar que ruge

Después de remar unas siete horas, el agua comenzó a tener un sabor más salado, lo que indicaba que la unión con el mar se acercaba. Según José Luis no era raro ver lobos marinos que subían por el río desde el mar. Comenzó a oscurecer y escuchamos un ruido que venía de las entrañas de la tierra.  Se trataba de los movimientos de hielo del Glaciar Serrano, que data de la última glaciación y que se acomoda constantemente. Sus miles de grietas dan cuenta de sus movimientos. A pesar de los ruidos, el glaciar no se veía desde donde remábamos.

A las 19:30 y después de haber remado 38 kilómetros divisamos el muelle de Puerto Toro, nuestra meta final para ese día. Descendimos de los kayaks y caminamos bajo  un enorme bosque de lengas centenarias. Armamos campamento y fuimos a visitar al guardia de la Conaf, Manuel, un anciano que estaba solo en una casa de no más de 20 metros cuadrados,  y que ignoraba cuándo le llegaría un compañero. Llevaba más de 6 años en ese puesto y la nuestra era la primera expedición en kayak que veía desde que se había acabado la temporada veraniega.

Encendimos fuego afuera, comimos tallarines -¡que se enfriaron en un minuto1- y José Luis nos ofreció vino, que ayudó a palear los cero grados de temperatura.

Alrededor de la fogata y con el ruido del glaciar Serrano a nuestras espaldas comenzaron las historias y cuando el fuego comenzó a perder intensidad nos fuimos a dormir. La temperatura descendió rápidamente por lo que fue difícil conciliar el sueño.

Remando con icebergs

Nos levantamos temprano para ir a ver el glaciar de cerca. Llevamos los kayaks arrastrando por el bosque hacia la laguna donde caen y se derriten los hielos del Serrano. La laguna estaba llena de pequeños icebergs los cuales había que mover con los remos. Cada vez que se desprendía un pedazo de hielo producía un fuerte ruido y un pequeño oleaje. Una vez que se calmaron las aguas emprendimos el regreso hacia el campamento donde nos recogió  un barco de la empresa 21 de Mayo, que lleva turistas hacia el laciar Serrano.

Pasamos cerca del glaciar Balmaceda, un glaciar colgante que se empina desde el mar hasta la cumbre del monte que le da su nombre, a 2035 msnm, y que deposita sus témpanos en el fiordo Última Esperanza. Luego paramos en la estancia Perales, donde nos esperaban con un cordero patagónico acompañado con papas de la zona y almorzamos con impresionantes vistas hacia cerro Prat. El último tramo de navegación fue de 40 km. a través del Fiordo Última Esperanza, el que debe su nombre a la  dificultad de encontrar el Estrecho de Magallanes, en 1557, por parte de la expedición de Juan de Ladrillero quien buscaba desesperadamente y como última esperanza la salida occidental del Estrecho.

Cuando pisamos el puerto de Puerto Natales veníamos con una sensación de paz difícil de describir. Habíamos llegado con el ritmo santiaguino y ahora estábamos totalmente imbuidos en el ritmo patagónico. Nos fuimos de Natales con la idea de regresar, y ojalá realizar otra expedición, ¡quizás la próxima sea al Canal de las Montañas!

Consejos útiles

– Llevar una camiseta manga larga y pantalones, ideal si es de polipropileno o similares, evitar el algodón.

– No olvidar llevar  protección para el sol, tanto para la piel como para los ojos y la cabeza. Si usas un gorro que sea algo que no se vuele fácilmente con el viento. ¡Esto es algo que se aprende, por suerte no se voló mi jockey!