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Explorando el fin del mundo, la Antártica

En su viaje a la Antártica, el decano de Ecología y Recursos Naturales de la Universidad Andrés Bello, Gonzalo Medina, tuvo que someterse al severo clima que caracteriza al continente blanco. ¿La razón? Buscaba animales que alojan a una peligrosa bacteria y a investigar las consecuencias que ésta podría tener en los residentes de la Antártica. Una investigación que estuvo marcada por el fuerte viento y la nieve, pero que logró su objetivo gracias al esfuerzo y el compañerismo.

Texto y Fotos: Gonzalo Medina Vogel

Desde la instalación de la primera base británica en Isla Laurie en 1903, la Antártica ha sido escenario de un sinnúmero de expediciones científicas a cargo de exploradores que buscan descubrimientos que van desde lo molecular a lo geológico y climático. Hoy las bases científicas en el llamado continente blanco han proliferado, como también las investigaciones en este lugar.
Durante el verano del 2015, por segunda vez viajé a la Antártica como parte de una expedición financiada por el Instituto Antártico Chileno junto a un grupo de científicos nacionales y extranjeros al Archipiélago de las Shetlands del Sur y la Península Antártica. En este viaje recorrimos desde la Isla Rey Jorge hasta la Base Yelcho, cercana al Canal Bismarck, con el fin de investigar sobre los nuevos descubrimientos en influenza aviar y de la ecología de una bacteria sobre la vida silvestre local.

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La aventura comienza

Comenzamos nuestra odisea el 4 de enero de este año y la finalizamos el 19 de febrero. Fueron más de 40 días de frío, viento y muchas anécdotas, pero, por sobre todo, de trabajo intenso, con una temperatura que en promedio no supero los -10°C. .
Esta expedición fue una aventura de principio a fin. Para llegar tuvimos que subirnos en todo tipo de medios de transporte, dejando los miedos y las aprehensiones en Punta Arenas. A la Antártica llegamos en avión, atravesando uno de los cielos más difíciles del mundo; los pilotos deben esperar y buscar espacios entre las nubes para poder aterrizar en la pista de la base Frei de la Fuerza Aérea de Chile en Isla Rey Jorge. Observamos ahí el accidentado avión de la Fuerza Aérea de Brasil que yace como cruda muestra de lo que es este continente. Luego de esperar un par de días por un clima adecuado, nos trasladamos desde la Base Presidente Eduardo Frei Montalva a Cabo Shirrieff, que roza el Mar de Drake en la Isla Livingston, en un helicóptero de la Fuerza Aérea.
Desde el cabo pudimos observar la Isla Snow, que se impone con sus altas montañas completamente nevadas. Desde el Refugio Guillermo Mann, un pequeño contenedor con dos piezas y suministros, caminamos todos los días a nuestros puntos de colecta de muestras sobre nieve y empujando un trineo que trasportaba los equipos.

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Refugiados

Nos acompañó todos los días el viento y la nieve. Los 15 días pasaron rápido junto a la maravillosa fauna compuesta de pingüinos, petreles, lobos finos, focas leopardo, de Weddell y cangrejeras. Afortunadamente luego de 15 días y ya cumplido el trabajo, el clima permitió la venida del helicóptero de la FACH, el que nos trasladó a Bahía Fildes, donde nos embarcamos en el buque Aquiles de la Armada y en él nos trasladamos hasta la Base O´Higgins en Rada Covadonga, Península Antártica. Ahí diariamente nos embarcábamos en botes inflables del ejercito a la Isla Kopaitik. Una pequeña isla barrida por el viento.
Habiendo construido un pequeño refugio de piedra, pudimos comenzar a trabajar sin que nuestras manos se congelaran. Luego de varios días soportando la nieve, lluvia y un par de lobos finos molestos por nuestra presencia, nuevamente nos embarcados en el buque Aquiles de la Armada en un viaje recorriendo la Península hasta el Canal Bismarck, donde fuimos testigos de un paisaje sobrecogedor, un mar barrido por el viento, hielos y icebergs, montañas y pequeñas bases de investigación en lugares remotos, para finalmente desembarcar nuevamente en Bahía Fildes (Isla Rey Jorge) donde nos concentramos en la Base Coreana Rey Sejong en Península Barton.
Desde esta magnífica base nos trasladamos diariamente a Punta Narebski, nuestro tercer sitio de estudio, una caminata diaria sobre glaciares y pendientes de roca quebrada por los cambios bruscos de temperatura.

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En busca de la Campylonbacter

Nuestra investigación, bajo la dirección del Dr. Daniel González Acuña, académico de la Universidad de Concepción, y mi Co-Dirección como decano de la Facultad de Ecología y Recursos Naturales de la Universidad Andrés Bello, plantea el estudio de los efectos de la bacteria Campylobacter en la vida silvestre de la Antártica y de la ecología de las enfermedades que ésta produce, en su forma natural o introducida en la Antártica por el hombre.
La Campylobacter es considerada una de los patógenos emergentes más importantes en muchas partes del mundo y es una de las causas más comunes de gastroenteritis bacteriana en humanos. De hecho, la cepa Campilobacter jejuni es una de las más peligrosas. La infección con esta bacteria puede resultar en complicaciones tales como artritis reactiva o el síndrome Guillian- Barré, generando altos costos económicos a la sociedad.
Las aves cumplen un rol importante como reservorios de esta bacteria y la dispersan por varios kilómetros. Lo preocupante es que recientemente se han descrito brotes de esta bacteria en la Antártica, lo que puede poner en peligro a las personas que residen en los cada vez más grandes asentamientos y colonias. Sin embargo, esta bacteria también pudo haber sido introducida en la Antártica, y en este caso es de preocupación, pues puede ya poseer resistencia a algunos antibióticos y ser diferente al estado natural, y en este caso causar problemas en la fauna antártica.
En este sentido, nuestro objetivo es estudiar qué animales actúan como huésped de esta bacteria y determinar su distribución geográfica en la Península Antártica y las islas Shetland del Sur. Además de conocer el estatus de salud de las aves portadoras en la prevalencia y severidad de la infección que podría causar.

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El blanco infinito

Para lograr el objetivo en nuestra investigación, debíamos tomar muestras de Pingüino Barbijo una de las tres especies de pingüinos pigocélidos más comunes de la Antártica, tal como la gaviota cocinera, y el sheathbill de nieve, para luego describir las diferentes especies y genotipos presentes de Campylobacter. Para ello, nuestros días comenzaban muy temprano, para preparar nuestros equipos y aprovechar al máximo las horas de trabajo que el clima nos permitiera, visitando las pingüineras seleccionadas y con permiso del INACH.
No obstante, el clima hizo que cada tarea se hiciera mucho más difícil. El viento nos hacía casi imposible acceder a los lugares donde se encontraban las pingüineras y, en Cabo Sheriff, la nieve nos obligaba a pasar arduas horas de caminata arrastrando un trineo con nuestros equipos.
Nuestros días en la base O`Higgins no fueron mucho más fáciles. Debíamos navegar cada día hasta Isla Kopaitik para continuar con nuestros estudios, pero el incansable viento de más de 20 nudos muchas veces nos hizo abandonar el viaje.
Todo esto nos hizo vivir en una constante incertidumbre, ya que el clima nos podría afectar en el buen término de la expedición antes de nuestra estimada fecha establecida para regresar a Punta Arenas. Tampoco podíamos planificar con exactitud los días en que salíamos a los sitios de muestreo y las actividades que desarrollaríamos una vez ahí. La Antártica y su clima controlan la vida diaria de todos quienes trabajamos en ella.

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Equipo a toda prueba

Lo que más destaco de esta gran experiencia es la relación de compañerismo y cooperación que espontáneamente nació entre los miembros de nuestro equipo.
En esta expedición trabajé con científicos de Chile de la Universidad de Concepción, La Dr. Juana López y de la Universidad de Linneo, en Kalmar al sur de Suecia, el Dr. Jorge Hernández. De ellos aprendí lecciones para la vida, como por ejemplo, que el trabajo en equipo es fundamental para lograr el éxito en expediciones en lugares tan lejanos como éste; que los objetivos se consiguen siempre que cada persona conozca su función y la cumpla con eficiencia.
La amistad que se forma entre los científicos y las personas, civiles o militares y de diferentes nacionalidades que permanecen en las bases de la Antártica es emocionante. Todos se ayudan, se escuchan y se apoyan. Esto hizo que los largos días vividos durante esta expedición se hicieran mucho más entretenidos y amenos. Al final desde Santiago permanece en la memoria esos paisajes inolvidables, esa fauna increíble, y tres montañas, que aunque ya tenían su nombre, para mí, habiendo prometido escalarlas, sus cimas han quedado con el nombre de cada uno de mis hijos.

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Agradecimientos

Quiero aprovechar también esta oportunidad para agradecer a todas las instituciones que nos apoyaron en esta expedición. Especialmente al Instituto Antártico Chileno que nos ayudó con su personal, instalaciones y embarcación. Además a nuestras universidades de procedencia, como es la Universidad Andrés Bello y la Universidad de Concepción. A la Fuerza Aérea, la Armada y el Ejercito de Chile. Esperamos que el trabajo realizado en la Antártica rinda frutos y poder volver nuevamente a este lugar tan especial y único.